21.5.22

Huida



 

Lucía nota una mirada clavada en su hombro derecho, cautiva y atrapada por ese hilo invisible que une su cuerpo y el del mirón. No se atreve a darse la vuelta para descubrir quién la sigue con tanto interés.

 

Lleva dando vueltas por la ciudad sin rumbo fijo sintiendo cómo le falta el oxígeno, el estómago está encogido desde el momento en que notó esa mirada. Huye al ritmo de su respiración entrecortada, nota el sabor salado del sudor que le resbala desde el nacimiento de la frente y que en su camino descendente acaricia brevemente sus labios abiertos que buscan desesperadamente el aire que se le niega.

 

Gira a la derecha por un callejón peatonal en dirección a la calle Preciados, confía sentirse más segura entre la multitud, ansía el contacto humano y sentirse arropada entre tanto semejante. El escaparate de una tienda de zapatillas deportivas le devuelve la imagen de una mujer menuda, extremadamente delgada, pelo corto a la altura de los hombros, ropa humilde y ¡esos ojos! 

 

Es ella, lo sé. –Piensa Lucía mientras continúa su huida hacia la estación de metro más transitada de Madrid.

 

Baja la calle Preciados al ritmo más rápido posible entre la multitud. El contacto intermitente con los viandantes le transmite seguridad. Calcula mentalmente la distancia a su objetivo, el metro de Puerta del Sol, doscientos, ciento cincuenta, noventa metros...

 

Me es familiar, me recuerda a alguien de mi pasado. Pero ¿a quién? –Lucía se añade presión a la ansiedad como perseguida, intenta recordar quién puede ser la flaca.

 

Por fin en el metro, baja con rapidez las escaleras mientras con habilidad sus dedos localizan en su bolsillo del pantalón el abono transporte que valida con agilidad para pasar el torno de acceso y se dirige al andén de la línea 2. No necesita mirar hacia atrás, nota en su hombro el hilo que le conecta con la mirada penetrante de la flaca.

 

El panel luminoso informa que el siguiente tren parará en unos instantes, en la boca del túnel se nota la iluminación que precede a la máquina. Las personas que esperan en el andén se posicionan donde saben que suele quedar las puertas de los vagones. Lucía nota que la mirada perseguidora que la sigue espera desde un par de puertas más adelante en el sentido del recorrido.

 

Una marabunta de viajeros desciende del tren, dirigiéndose en un orden sin filas definidas hacia el corredor central que sirve de distribuidor hacia otras líneas o hacia las escaleras que llevan al exterior. Una vez han salido los viajeros con destino Puerta del Sol, los que esperan en el andén se atolondran hacia el interior del tren, Lucía espera paciente para ser la última en subir, de reojo quiere reconocer la mirada de su perseguidora que hace exactamente lo mismo que ella, esperar a ser la última en subir. 

 

El pitido previo al cierre de puertas avisa a los viajeros de la inminente partida del tren, cuando las puertas inician su cierre, Lucía desciende al andén y nota que la perseguidora repite el movimiento. En el último instante, Lucía sube la vagón justo cuando la puerta se cierra. Tan apurado realiza el movimiento que ambas puertas automáticas le golpean en ambas caderas al cerrarse e iniciar la marcha el tren.

 

Sobre el andén, la flaca con ropa humilde sobre unos zapatos de cuero propios de una estación más fría, muy poco útiles en pleno verano. La mirada de la perseguidora pierde fuerza y el hombro de Lucía se libera de la conexión.

 

Cruzan las miradas fugazmente, la reconoce, sabe quién es. Han pasado muchos años desde la última vez que se vieron. Ella es la tristeza que la visita cada cierto tiempo para intentar amargarle la vida. La Melancolía, esa compañera tenaz que la persigue desde su niñez y a la que siempre consigue esquivar. Una vez más se ha liberado de su persecución. 

 

Apoya su espalda contra la pared del vagón, junto a la puerta, mira a su alrededor cómo decenas de humanos miran hipnotizados la pantalla de su teléfono y al fondo del vagón, una esperanza, una mujer sentada lee un libro. Todos ocupados en su mundo, juntos y solitarios a la vez. Lucía se siente vencedora, ha conseguido otra prórroga de felicidad. Es la única persona que sonríe.  

 

–Próxima parada, Ópera. –Se escucha por la megafonía del tren.

 

Se aparta un poco para permitir la salida de viajeros en esa estación, ella continua hasta el final de línea, en Cuatro Caminos, cuanto más lejos de esté de La Melancolía, mejor le irá. 

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