17.12.19

El anciano cree en los Reyes magos

Ovidio a sus ochenta y nueve años contempla la vida desde el rincón del prestado, ha ido perdiendo a sus amigos del alma de uno en uno. La soledad, su compañera más fiel a la que ha llegado a acostumbrarse, no le pesa, le acompaña sin dolor. Ha aprendido a acostumbrarse a las despedidas.
La lista la inauguró Elena, su mujer, su compañera del alma. Se fue muy pronto, a los sesenta y uno. Un cáncer maldito, dio la cara muy tarde, demasiado tarde. Meses después se fue Enrique, su hermano pequeño, en un accidente de moto. Dichosos vehículos donde vas expuesto a cada momento. Sus amigos Pablo, Esteban, Luis, uno tras otro. Cada vez quedan menos con los que compartir momentos de alegrías y lloros por los mejores tiempos pasados.
Dos años atrás, sus hijos le convencieron para ingresar en una residencia muy moderna, con todos los cuidados y actividades diarias. Accedió por no escucharles mucho y solo porque está muy céntrica, en su mismo barrio de siempre, le viene cómodo y le permite salir de paseo cada mañana por sus calles conocidas.
En la residencia ha conocido a Ana, una mujer muy agradable, elegante y de mirada limpia. Viuda desde hace muchos años, evita el color negro, dice que no le beneficia al color de sus ojos, verdes esmeralda, muy vivos. El pasado fin de semana, estuvieron charlando casi toda la tarde mientras los más ágiles preferían desafiar al traumatólogo bailando sin parar. Hacia más de veinte años, desde que se fue mi Elena, que no había estado a solas con una mujer. Le gustó, de nuevas. 
Desde entonces, nota la mirada de Ana persiguiéndole a cada rato. Recuerda sensaciones vividas en el pasado y que no había contemplado recuperar, ligar a su edad, hasta hace unos días era una ficción. Hoy se siente más vivo que nunca. Alguna hormona le queda.
Ana es delgada, muy cuidada, sin pliegues en su piel, la mantiene tersa a pesar de su edad. Su temblor de manos revela su edad. Ovidio se sonríe al recordar un antiguo chiste sobre la preferencia de la población masculina de una residencia de ancianos por la vieja del párkinson con mano temblorosa que elegían los ancianos para apoyar sus adormecidos miembros buscando movimientos excitantes. 
La televisión nos recuerda que falta un mes para Navidad, cientos de anuncios encadenados de colonias, perfumes, juguetes y móviles. Tantos anuncios que llegas a olvidar la película de antena 3. "Volvemos en siete minutos", "volvemos en seis minutos". 
- ¿Qué me vas a regalar por Navidad? le pregunta Ana con mirada pícara.
- ¿Por Navidad?, nada. Si acaso quizá mis hijos me regalen cosas útiles que ya tengo, por Reyes.
- Entonces, ¿Qué me vas a regalar por Reyes?
Ovidio huye del conflicto, no quiere dañar a Ana. El no regala, no cree en los Reyes magos.
- Podemos organizar el amigo fantasma en la residencia. Ana con su alegría, ilumina su mirada.
La mira sin contestar. No le apetece nada el plan. Decide levantarse para dar su paseo diario. Necesita salir de este ambiente, le oprime.
Por la calle, todo recuerda la Navidad. Las luces fijadas a lo largo de la calle, que se iluminarán al anochecer. Publicidad de perfumes y lencería en las paradas del autobús, escaparates engalanados con estrellas, nieve y algún que otro espumillón. Odia la Navidad. A ver si pasa rápido.
- Ovi, escucha a su espalda. No le habían llamada así desde su Elena. Suena a familiar, a cercano.
Se gira y ve a Ana acercándose con ritmo decidido, sonríe.
- ¿Puedo acompañarte en tu paseo? se afianza en su brazo buscando apoyo y cercanía. Obliga a Ovidio a acompasar el ritmo a su andar más lento.
Se dirigen hacia el Estadio Bernabéu, que está de obras otra vez. La envidia de otro viudo con gafas que no puede admitir que el Atleti tiene el mejor y más moderno campo de fútbol de la capital. 
- Conozco una heladería muy buena cerca de aquí, te invito.
- Se me va quitar el hambre.
- Tampoco que vas a perder nada. Estos helados te van a gustar.
- ¿Qué quieres que te regale por Reyes?
- No me gustan los regalos, no creo en los Reyes.
- Pues me gustaría regalarte algo para que te acuerdes de mi.
- Si acabamos de conocernos. No me voy a olvidar estoy bien de memoria.
- No te acuerdas ¿verdad?
- ¿De qué me tengo que acordar?
- 1945 día de Reyes, en la cabalgata.
Ovidio entrecierra sus ojos, algo le viene. Una travesura de niños, escondidos tras la valla de los andamios que fijaban la fachada de un edificio que no había sido restaurado tras la guerra. Pablo, Esteban y él tonteaban retando a tres chicas con trenzas, de unos doce o trece años. Una de ellas le robó un beso en los labios, precipitado, seco y muy breve. Lo había olvidado.
- ¿Eras tú? Lo acabo de recordar. ¿Por qué me besaste?
- Fue mi regalo de Reyes. Me dijiste que no tenías regalo que tu madre no tenía dinero. Me diste lástima.
- ¿Y este año qué me vas a regalar? Ovidio lanza la caña.
- Nada, tú no crees en los Reyes. Y le besa, esta vez mejor, poniéndose de puntillas.



Primer desamor

La adolescencia es una época maravillosa, llena de altibajos emocionales, de amistades convulsas, cambiantes, como los cuerpos. Es una época de aprendizaje a marchas forzadas, necesitas aprender conocimientos, reglas sociales, costumbres de cortejo, florece la timidez, la vergüenza, las hormonas no te dejan en paz, deciden por ti. No eres dueño de tu voluntad, eres esclavo de un cóctel de hormonas saltarinas.
Quince años, es la edad, cuando es oportuno probar el primer beso con lengua, aprender a dominar los nudos del estómago cuando no estás con tu amada. Aprendes a pasar la tarde cogido de la mano. Juegas a ser adulto, sin experiencia y con el radar abierto a conocer nuevas oportunidades.
Los amores son caprichos que van y vienen al ritmo de las saltarinas. Te gusta la mirada de Lola, los pechos de Sonia, la risa de Marisa, la personalidad de Ana. Cada día descubres una nueva oportunidad y realmente no te quieres perder ninguna.
No sabes por qué ni cómo ha sido, te encuentras paseando de la mano con Esther, una morena de la panda con la que hasta ahora nunca habías tenido mucha conversación, te encontraste en el momento oportuno en la situación idónea para probar a besaros. Eso os une. Nada consciente, nada buscado. Ocurre. Dura la nube tres días, que en verano cuentan como tres semanas. Sales, te la encuentras, te bañas en el mar, ella siempre contigo. Tu habilidad con el beso se va depurando, incluso te aventuras a sacar la mano a explorar, encontrándote siempre alguna mano defensiva en el camino. Esther debe tener un detector de intenciones. No es guapa, ni fea, normal. Graciosa, un poco. Con poca conversación. Eso sí, huele bien, que es importante.
Los tres días son intensos, solo nos separamos para ir a casa a las horas fijadas. Hablamos poco, nos miramos, nos sonreímos y con eso somos felices. Por la noche en la disco apalancados en un sofá mullido en la zona con menos luz del local, nuestras bebidas se quedan en los vasos hasta derretir los hielos. A la hora de dormir, tengo agujetas en la mandíbula de tanto ejercicio bucal y marcas en las manos de los frenos de Esther a mis avances. La segunda noche en la playa mientras los demás cuentan las estrellas fugaces y piden sus deseos, yo convierto los míos en realidad. La tercera noche toca feria, mucho ruido, coches de choque, la ola y alguna que otra diversión. Está bien, un buen plan, con menos saliva y más movimiento.
Me acuesto planeando la noche de mañana, hay prevista una fiesta en casa de Nieves a la que estamos invitados mucha gente. Me duermo cansado e impaciente.
La fiesta de Nieves es famosa, todos los veranos organiza una fiesta muy concurrida y bien provista de comida y bebida. Tiene una casa enorme con piscina y una jardín fantástico. Cuento más de cincuenta invitados, la mayoría sevillanos, que fieles a su costumbre fueron cerrando filas en grupos conocidos de siempre, en amigos de invierno lo que nos deja fuera a los foráneos.  La música suena alta gracias a un equipo de alta fidelidad adquirido en la base americana de Rota, los discos muy modernos y actuales.
Las bebidas prudentes, sin alcohol. Y mucha comida, muchísima. 
Tras media hora comentando con mi panda las novedades del lugar y con el estómago lleno de medianoches, aparece Esther por la puerta acompañada de un pijo de camisa larga remangada y jersey amarillo a los hombros. Estamos a treinta y ocho grados, el jersey y la mangas sobran. ¡Lleva mocasines Castellanos sin calcetines!.Un pijo total.
Me acerco sonriente hacia ella. Esther me ve y en voz alta me dice.
  • Hola Manu, mira te presento a mi novio, Luis. Ha venido hoy de Sevilla a pasar el fin de semana para descansar de sus estudios. Se examina en septiembre de tres asignaturas de COU y de la Selectividad.
Mi mundo se abre a mis pies. No me lo esperaba. Solo he sido un capricho, una diversión. No supe qué decir y me fui a por mi amigo Pablo, sé que lleva ginebra para mezclar, me hace falta.
Será cerda la tía, me ha tomado el pelo.
  • ¿Sabíais que Esther tiene novio? Miro de uno en uno a todos los miembros de la panda.
  • Pensé que lo había dejado con él, como os veía tan bien estos días, me contestó Paloma. Su vecina en la urbanización.
Recibo palmadas de condolencias de los chicos y alguna exclamación llena de empatía por parte de ellas. Me siento como una mierda, pocas ganas de fiesta me quedan. 
Me refugio en un banco del jardín apartado de la música, con mi cubata preparado y fumando un Fortuna. Inconscientemente mi miraba encuentra a Esther que no para de sonreír y hacer carantoñas a su Luis. Patético pijo cornudo.
Pablo viene a reponer mi bebida y a interesarse por mi. Mis hormonas saltarinas empiezan a botar, me vengo arriba. No es momento de duelo, estamos en una fiesta. 
  • Vamos chicos, hagamos algo.
La música cambió a lentos y las parejas se apretaron en la improvisada pista de baile junto a la piscina.
Ocurre lo previsible, una pareja termina la fiesta en el agua empujados sin intención por otra pareja que en un arrebato de pasión gira rápido y hace perder el equilibrio a los más cercanos al borde del agua.
Risas generales y apuro de la anfitriona para ayudarles. 
Mi cubata decide junto con alguna de las saltarinas y me lanzo vestido al agua, gritando bomba va.
Me acompañan Pablo, José Luis, Rocío, Ana y varios que no conocía de antes.  Una reacción imitada y comentada por todos. Me convierto en el más popular de la fiesta, no soy yo, es el cubata, las saltarinas y el aburrido, conservador y excluyente ambiente. Lo cierto es que la sorpresa inicial es superada cuando también se lanzan a la piscina, vestidos, otro grupo de invitados, cinco chicos sin pareja que se animan para hacer algo diferente. 
Al salir del agua me espera fuera, con una toalla de playa en la mano, Nieves, se nota que no le gusta lo que ha ocurrido, en parte porque le rompe el ritmo a su velada y en parte por temor al qué dirán sus padres si se enteran. Le agradezco la toalla y me invita a ir a mi casa para cambiarme.
Mi casa está cruzando la calle, en cinco minutos puedo estar de regreso. Mis amigos también salen de la fiesta, todos empapados. Nos da un ataque de risa por la situación. 
  • ¡Qué loco estás Manu!
  • ¿Vamos a la playa?
  • Voy a casa a cambiarme primero, así parezco Miss camiseta mojada y si me ve mi padre me castiga el resto del verano.
  • Pues yo te veo muy bien.
  • Vamos a cambiarnos y quedamos aquí en cinco minutos. En bañador.
Tras nosotros salen de la fiesta varios grupos, parece que desertan más de los que hubiera deseado Nieves. Me compadezco de ella, en el fondo es maja, demasiado convencional, aún así es buena persona.
  • ¡Eh! Manu
Me giro, vienen hacia mí Laura y Virginia, amigas de Esther. 
  • ¡Qué pasada tío! ¡Qué risa! ¡Cómo nos hemos divertido! ¿Qué vais a hacer ahora?
  • Nos vamos a ir a la playa. En cuanto nos cambiemos de ropa.
  • ¿Os podemos acompañar?
  • Claro, ¿vais a ir así u os cambiáis?
  • Así vamos, los vestidos son cómodos.
  • Darnos cinco minutos.
Manu tarda poco y viene con tres toallas en la mano, para reservar los  vestidos de ambas, que se lo agradecen.
  • ¡Qué detalle! Muchas gracias.
  • ¿Vamos?
Laura morena con media melena, gafas de sol negras que ocultan sus preciosos ojos verdes, las orejas con un poco de soplillo. Se sienta en la toalla con elegancia, manteniendo sus piernas juntas en todo momento protegiendo del viento el vuelo de la falda de su vestido de algodón blanco. Muy sonriente con pose de mujer, espalda recta y perfil interesante. Sus pendientes de perlas, seña de identidad de su ciudad de origen ofrecen dos puntos de referencia a juego con el color del vestido.
Virginia, la locuela de su grupo, También morena, su melena la recoge con una cola de caballo, sin pendientes, adorna su cuello con una cadena fina que cuelga una medalla de oro con una imagen de la Virgen del Rocío. Fumadora sin descanso. Escandalosa en sus carcajadas, su vestido de algodón la supera. Está más cómoda con pantalones y camisetas, ha abandonado su estética habitual por la exigencia de vestuario solicitado por Nieves. Se sienta más encorvada, con las piernas libres sin importarle las miradas de los demás. Piernas infinitas, un tanto delgadas. Buena delantera. Manu sabe adivinar que no hay más tela que el vestido.
Ambas muy pendientes de Manu y sus amigos, se encuentran a gusto. Los últimos tres días, consecuencia de la relación de Manu con Esther, han coincidido forjando una nueva alianza.
  • Me ha dado mucha lástima por ti, sabíamos que Esther tiene novio. Se encaprichó contigo por celos y ha jugado contigo. 
  • ¿Celos?
  • Sí. La dije que me gustabas y por eso te ligó, para fastidiarme y para demostrar que ella es mejor.
La confesión de Virginia me deja sin palabras.
  • Y a mí. Comenta Laura.
  • Vaya con Marlon Brando, sonríe Paloma. ¡Qué éxito primito!
Las hormonas saltarinas nublan mi raciocinio, no sé cómo reaccionar. Nombrar a Esther ha conseguido que se me altere mi falso equilibrio. Me tumbo en la toalla en silencio.
  • Manu, dí algo. Reclama Paloma.
  • No sé qué decir.
  • Podrías decir quien te gusta de nosotras.
  • ¿Tengo que elegir?
  • ¿Quieres un harem o qué?
  • Quiero ver tus ojos, siempre tapados por las gafas oscuras.
  • Me molesta mucho el sol, pero me las quito. 
Los ojos gatunos de Laura hipnotizan el instante. La decisión parece tomada hasta que Virginia propone ir al agua.
  • ¿Con el vestido?
  • Me lo quito si hace falta.
En menos de un minuto una figura delgada cubierta solo son una bragas negras corre hasta el agua a saltitos, con sus pechos moviéndose libres sin complejos. Manu cambia en un instante los ojos gatunos por los pechos saltarines. En un par de horas ha cambiado su perspectiva de relaciones. No se ha encontrado en otra igual. Recupera la mirada hacia Laura, que ha vuelto a ponerse sus gafas, su pudor la impide competir con Virginia, esta competición la ha perdido.
  • Laura, tu amiga está un poco loca ¿no?
  • Sí, ella es así. Nunca sabes cómo va a reaccionar en cada momento.
  • ¿No te bañas?
  • No me voy a desnudar delante de todo el mundo.
  • Lástima.
Por un instante, Manu supo mantener la mirada a las gafas de sol.
  • Guarro.
  • Un poco monja eres ¿no?
  • No creas, no soy exhibicionista.
  • Eso está bien.
  • ¿Sí?
  • Me gustas Laura. Y me intimidas, eres tan mujer, tan perfecta, tan mayor que no sé cómo acertar contigo.
Laura queda de piedra, sin reacción posible.
Manu se acerca, acaricia su cara y la besa con precaución en los labios. Los labios de ambos van abriendo. Manu se siente conquistador, se siente mayor. Ni en sus mejores sueños había previsto besar a dos chicas guapas en el mismo verano.
Virginia vuelve del baño corriendo desde la orilla.
  • No perdéis el tiempo ¿eh? dejar que me seque y me vista, Estáis en mi toalla.
  • Toma la mía, ofrece Manu.
Virginia se agacha para cogerla, su cara queda a pocos centímetros de la pareja.
  • ¿Un trío?. Ofrece
  • No. Se apresura Laura a contestar.
  • Tú te lo pierdes guapo. Mirando a Manu.
Manu no sabe cómo reaccionar, tampoco sabe por qué le ocurre esto a él.
  • Es broma, no te lo creas don Juan. Ya vestida Virginia. Quien se gira reclamando fuego para encender su cigarrillo a Pablo. Demuestra buen perder manteniendo la naturalidad de su personaje locuelo.

Los desamores te ayudan a madurar, comprendes las dificultades de las relaciones humanas, los sentimientos te desbordan, gestionas tu duelo interior. Creces y creas defensas para gestionar mejor el siguiente desamor en tu vida. Yo no aprendí nada, por alguna alineación astral que desconozco, tuve una semana de verano propia de un seductor, de un guapo, de un niño rico. Todo lo contrario a lo que soy. Sorpresas de la vida. En ocasiones también se aprende del éxito.

13.12.19

Un milagro en el Paseo de Extremadura




No son las once de la mañana y ya se nota el calor de final del verano. Septiembre es un mes muy cálido en Madrid. 
Salgo de la farmacia situada frente al paso de peatones con semáforo. La chaqueta me sobra, como uniforme de trabajo está muy bien, dignifica a quien lo lleva, salvo que elijas una prenda de baja calidad. Hoy la dignidad se paga cara, no ayuda con la temperatura.
Cruzo el primer tramo de la calle hasta la isleta central, apresurado sin necesidad. Continúo con mi costumbre infantil de cruzar corriendo y en rojo los semáforos. Me dicen que con la edad se gana en temeridad cruzando la calle, mi futuro se va asemejar a una carrera de Sanfermines.
En la acera contraria el paisaje urbano toma vida, en el 37 de la calle, casi en Puerta del Angel, final de la cuesta de la calle que desciende hasta el río Manzanares, un barrendero acaricia con su escoba la acera apartando papelitos y colillas, un caballero ya jubilado se mantiene parado en el kiosko de venta de cupones de la O.N.C.E., se entretiene, dedica tiempo a comprobar si ha tenido suerte con sus cupones y apuestas de varios días. Agua. La suerte no llega, por más que lo intentes, es caprichosa. 
Baja la acera a paso decidido una mujer delgada, morena, con un vestido blanco ajustado en la cintura y falda al vuelo, se le adivinan, ajustados y con ganas de salir, sus pechos perfectos, sin sujetador, esa prenda del demonio que en cuanto tienes oportunidad debes descartar su uso. Piernas largas, tersas, estilizadas provocadas por el alza de sus sandalias de tacón. La falda del vestido se abre de manera elegante, provocativa y sensual, por donde se deben abrir las faldas para dar tributo a las piernas perfectas. Esa mujer ha nacido para ser admirada. Una auténtica belleza, más propia de otros barrios con más glamour y más céntricos, repletos de tiendas de marcas y dependientes de lujo.
No puedo evitar embrujarme observando semejante tributo a la humanidad hasta el punto que tardo en reaccionar para cruzar la calle desde la isleta central hasta la acera de los impares, tan embobado estaba en el monumento que la luz verde de peatones empieza a parpadear avisando de su próximo cambio a rojo. Acelero el paso.
A escaso metro y medio de la acera, la luz roja brilla, aprieto el paso para alcanzar la acera junto a la caseta de la O.N.C.E. en el momento que la morena del vestido blanco cruza frente al semáforo continuando su caminar en dirección al río. Huele bien, su marcha desliza una fragancia fresca y suave. Sutil. La guinda perfecta, ella es perfecta. No me canso de mirarla.
- ¿Dónde vas mi reina? Hazme un gesto y lo dejo todo.
Me sorprende a mi derecha el tono cheli, el volumen alto y semejante prosa poética, giro mi cabeza y observo al ciego de la ONCE de pie con la puerta de su kiosko abierta permitiendo a su cuerpo salir fuera y erguirse ya fuera del habitáculo.
Milagro, pensé. No hay peor ciego que el que no quiere ver y este ya ve. Milagro. 
Para que después digan que en los barrios no existen los milagros, yo beatificaba a la morena.

Buen viaje, Joe

  Joe, simplemente Joe. Omitiendo, desde siempre, el rango familiar de tío. Recuerdo tu aterrizaje entre la familia cuando Ana, también sin ...