11.12.21

Cambio de imagen

 


 

A Miguel superar los cincuenta no le supuso un problema, mantiene su tono muscular gracias a sus visitas habituales al gimnasio y cuida su alimentación. Por ello le calculan siempre unos años menos.

 

Soltero empedernido desde hace ocho años, cuando Concha, su novia de toda la vida decidió cambiar de vida, dejar el barrio, mejorar su imagen, viajar en coche, hablar con acento cantarín para vivir en un chalé adosado a las afueras de un población exclusiva a unos veinte kilómetros de la ciudad. Descubrió el amor en su jefe, un directivo sin alma al que solo le interesaban los resultados y las piernas de Concha.

 

Miguel, se mantiene fiel a su estilo, vive en el barrio, en un apartamento sin lujos dentro de una urbanización que originariamente era militar. Un piso luminoso, bien comunicado, céntrico y una cama grande perfecta para el combate. Se mantiene fiel, desde los veinte años, a su larga melena limpia, cuidada y, por lo general, recogida en una coleta.

 

A sus compañeras de amor las conoce a través de una aplicación móvil pensada inicialmente para encontrar pareja y utilizada masivamente para localizar sexo olvidando el cortejo e incluso el conocimiento entre las personas. Conectas para lo que conectas, nadie se lleva a engaño. Para un soltero, esa aplicación es el mejor aliado.

 

Sus dos últimas citas le comentaron que parecía mayor que en su foto de perfil. Las canas se le multiplican mes a mes, nacieron en las patillas extendiendo la plaga por toda la cabeza de manera irremediable. Su coleta morena de antaño, va tomando un color silver fox propio de los visones plateados. Sumando años a su apariencia.

 

La mujer de su última cita, cuyo nombre no logra recordar, se negó a subir a su casa porque no estaba dispuesta a acostarse con un hombre que le recordara a su padre.

 

Miguel tras sus últimos tropiezos amatorios, decide poner remedio con su imagen. Acude a la peluquería de siempre y tras una breve conversación donde la sorpresa inicial de su barbero se reflejaba en su cara, los mechones de pelo comienzan a caer al suelo a medida que primero las tijeras y luego la maquinilla, efectúan el milagro de la apariencia de la edad. 

 

Con un nuevo peinado, esta vez muy corto, Miguel vuelve a aparentar unos cuarenta y cinco, algo asumible por las consumidoras de la aplicación que fijan esa edad como límite para elegir pareja ocasional. A partir de los cuarenta y cinco, ya te consideran viejo y tendría que cambiarse a otra aplicación donde el público es más desinhibido y con mayor edad media. No se siente preparado para ello. No quiere ni imaginarse que una loba de sesenta y tres años quede con él para dejarle seco. Una vez, por error, quedó con una granny, la experiencia fue sorprendentemente positiva y durante varios días se sintió muy satisfecho, algunos días más de los que le duró el dolor de pito después de tanto uso. 

 

Aún así, cuando fija tramos de edad en sus búsquedas, siempre alrededor de los cuarenta, en su opinión, la mejor edad de la mujer. Esa edad donde encontrarse con un hombre de cuarenta y cinco es admisible e incluso recomendable.

 

El frío sol de otoño ilumina su rostro, sin llegar a calentar. La pérdida de volumen en su peinado le hace notar las bajas temperaturas. Su paseo bajando la acera se entretiene comprobando su reflejo en cada escaparate de la calle más comercial del barrio.

 

El último local está con las luces apagadas, se trata de un restaurante que abre más tarde. Al tener el fondo oscuro, el escaparate es un espejo perfecto. Peina con su mano su pelo rapado al estilo militar, sorprendido de su imagen. Cuerpo cuidado, pelo limpio y corto, sonrisa amplia. El reflejo también indica que un coche para en el borde de la calzada, descendiendo un hombre de él. En dos pasos se para a su espalda, apenas se le puede reconocer tras las gafas de sol negras y la gorra de béisbol. 

 

Dos disparos a bocajarro en la nuca terminan con el paseo de Miguel mientras el coche acelera en dirección a la carretera de circunvalación justo en el momento que cruza la calle Antonio, vecino de Miguel. Pelo corto, tono muscular y andares pausados. Antonio, militar de formación, es agente de contra espionaje con varios casos bien resueltos para la seguridad de su país. En las últimas semanas está siguiendo a varios agentes de una potencia militar creciente con intereses en nuestro país.

 

Corre a socorrer al herido de muerte al que tarda en reconocer por su cambio de imagen. Ambos tienen un aire semejante, podrían pasar por hermanos. 


Miguel nota que la oscuridad se hace dueña de todo, escucha de fondo el timbre de la sirena que anuncia a la ambulancia que viene a socorrerle, llegará tarde, muy tarde.


Las noticias de radio, prensa y televisión dedicarán unos minutos a describir cómo ha sido asesinado un militar a la puerta de su domicilio. La Seguridad Nacional aprovecha la confusión del asesino para blindar a su agente. Una vida por otra.

6.12.21

Ola de calor

 


Los noticiarios de la noche anterior avisaban de la ola de calor procedente del norte de África, polvo en suspensión que provoca calima y subida brusca de temperaturas. Se espera, durante los próximos cuatro días, superar en las horas centrales los treinta y ocho grados, con mínimas nocturnas por encima de los veintitrés.

 

Raúl "El caracola", pelirrojo con pecas, manos grandes, brazos anchos y fuertes, se mantiene en forma a sus cuarenta y nueve años, solo lamenta haber perdido agudeza en el oído. Como cocinero lo fía todo al resto de sus sentidos, olfato, gusto y vista. El oído en cocina no es tan importante, incluso agradece perderse los ruidos propios de la máxima actividad. 

 

El verano en la Costa Gaditana, es la época de trabajo, con horarios interminables y sin días de descanso. Ya se descansará durante el invierno cuando los turistas abandonan la zona y solo quedan grupitos de jubilados alemanes o ingleses con costumbres muy ordenadas y pocas ganas de comer en exceso.

 

Raúl es el cocinero del chiringuito más popular de la playa de Caños de Meca, “El mira moros", Plantado en el lindero del pinar justo antes de la arena y mirando a la costa marroquí de Tánger. Local especializado en arroces marineros y pescados a la espalda. El turno de comida es prolongado, desde las doce y media que empiezan a pedir los extranjeros más madrugadores solicitando paellas, hasta los últimos arroces pedidos por españoles de costumbres más relajadas y tardías, pasadas las cuatro de la tarde.

 

Su cocina, entre las dos y las tres de la tarde viaja al ritmo que recuerda a una locomotora de vapor a máxima potencia, carreras, cacharreo, el burbujeo del hervor del caldo alimentando el arroz, sartenes y ollas que hay que fregar de continuo. Su sordera incipiente le ayuda a estar muy concentrado en las elaboraciones que prepara cada uno de sus tres ayudantes en cocina sin que le altere el sonido estridente de alrededor.

 

Los treinta y ocho grados a la sombra del exterior, en el interior de la cocina se multiplican. Han abandonado sus tradicionales chaquetillas de colores a juego con la decoración del local, por camisetas de tirantes. El dueño del chiringuito, ha visto, en una de sus fugaces visitas a los fogones, y ha podido sentir las altísimas temperaturas entre los fogones. Ha preferido olvidar la recriminación por lo inadecuado de su vestimenta, hoy, se perdona todo.

 

El último arroz con gambones sale hacia la mesa de un grupo de estudiantes trasnochados que decidieron desayunar arroz marinero tras amanecer con las sábanas empapadas de sudor, pasadas las tres de la tarde.  

 

Raúl, se cambia de camiseta, y sale hacia la orilla buscando calmar el calor que le está cociendo el cerebro. Salir a una playa, que al sol, supera los cuarenta grados es una locura para cualquier mortal, salvo para él, que acaba de restarse diez o doce desde los que sentía entre fogones.

 

Camina hasta su duna favorita, tras ella, hay una pasarela de madera con techo, una monada que ha puesto la Junta de Andalucía para engalanar la entrada a la playa desde el único acceso que se encuentra cerrado desde la carretera. Un entrada bonita, con sus duchas para retirarse la arena y la sal cuando terminas de disfrutar de la playa.

 

Raúl utiliza la ducha para refrescarse, aunque para ello necesita esperar el chorro de tres pulsaciones a la llave de apretar, el agua de la tubería está tan caliente que duele. Una vez que llega el agua más templada, moja su cabeza y quitándose la camiseta, refresca su cuerpo.

 

Utiliza la camiseta enrollada como almohada y apoya la espalda en una de las columnas de madera del pasadizo de entrada. A la sombra, siente la paz al rebajar la temperatura de su cuerpo más de veinte grados respecto a la cocina.

No tarda en quedar dormido.

 

Francesco, un buscavidas de origen italiano que vagabundea por los pueblos de la costa sobreviviendo con lo que roba en las casas, al descuido de los bañistas o aprovechando el sueño eterno de los borrachos a los que desvalija. Francesco cae en la cuenta del sueño por cansancio profundo de Raúl, valora la situación como la de un borracho del norte de Europa que se ha abandonado al sueño etílico. Revisa los cuatro puntos cardinales y comprueba que nadie le puede ver. 

 

Se acerca al dormido Raúl, que no le puede oír y palpa el bolsillo trasero del pantalón de este donde lleva su cartera. El olfato de Raúl detecta una mezcla a sudor y ginebra, un aliño que le saca de su profundo descanso, abre un ojo y reacciona dándole un manotazo al italiano que cae trastabillado de espaldas.

 

Francesco sorprendido por encontrar lo que él pensaba que era un vikingo durmiendo la borrachera ve llegar un tío pelirrojo y grande. Poco tiempo después va a comprobar el por qué de su mote, El caracola, sus grandes manos cerradas forman un puño que marca los nudillos como una enorme caracola marina. Tres caracolazos dejan la cara del italiano teñida de color grosella. La blanca arena es testigo al cambiar de color con las gotas de sangre que caen desde lo que parecía una cara. 

 

Mira que se lo decía su madre siempre. –Raulito, qué mal despertar tienes, hijo mío. No hay quien te aguante cuando hace calor. – 

Buen viaje, Joe

  Joe, simplemente Joe. Omitiendo, desde siempre, el rango familiar de tío. Recuerdo tu aterrizaje entre la familia cuando Ana, también sin ...