14.11.20

Yago

 


Mirar sin ver

Oír sin escuchar

Pensar sin razonar

Soñar sin dormir

Alegrar sin reír.

Le haces feliz, correr, saltar

jugar y bailar.

Sus horas contigo pasan sin sumar

se divierte sin hartar.

Eres su fiel amigo sin alma.

Tu tiempo es el de su capricho,

hasta que aparezca un incentivo nuevo

disfruta de tus momentos de gloria,

te lo aseguro 

Terminarás en el cajón de la escoria.


Benito pasa las horas jugando con su madelman de uniformes militares. Su última adquisición asciende rápidamente a compañero preferido, su compañía diaria.

Duerme y se baña con él, lo transporta en el bolsillo de sus pantalones, bautiza a todos como Yago en homenaje a su hermano mayor Santiago. Militar que sirve en misiones de paz patrocinadas por Naciones Unidas. Los últimos meses sirve en la unidad de infantería acorazada en un lugar remoto de África central. Un casco azul con bandera española cosida en el hombro bajo su insignia de teniente. 

Santiago se siente útil y orgulloso de contribuir a la paz en el mundo, no es consciente del vacío que deja en Benito cuando él se va de misión durante meses a la otra punta del mundo. 

Los muñecos articulados uniformados le sustituyen en el alma de Benito quien habla y habla sin parar con el Yago de turno. Los juguetes de su padre, recuperados del trastero de los abuelos, son reciclados cada semana por Consuelo, su madre. Elige del cajón de los juguetes olvidados al más antiguo, lo limpia y envuelve como regalo nuevo para Benito. 

Mantienen esa rutina semanal, todos los sábados Benito estrena nuevo Yago, juguete reciclado y bien cuidado. Cuarenta años han durado. Los juguetes de la niñez de papá acompañan el corazón en espera continua de su hijo pequeño. El que nunca crecerá, con un cuerpo de diecinueve años de edad regido por un cerebro de ocho. Generoso y cariñoso se hace de querer, entrega sin reservas todo su amor, confiado hasta el extremo, vive en un mundo sin maldad. No llega a entender en qué consiste el trabajo militar de su hermano, no sufre por no valorar el riesgo al que se enfrenta a diario, en su imaginación Santiago vive aventuras viajando por lugares remotos, las mismas que vive él con cada Yago en sus manos.

Dedicado a Fundación Oxiria 


8.11.20

Tren a Córdoba

 


Solo pude conseguir un billete de segunda en el tren nocturno, la cabina con ocho asientos enfrentados ya huele a humanidad, ¡Qué suerte la mía!, me tocan seis soldados de regreso de su permiso y una señorita amedrentada con la compañía que me mira y sonríe buscando consuelo a su situación de inferioridad numérica. Vestida con un traje de chaqueta cuidado con esmero hasta alargar su lustre después de muchos usos. Limpia y humilde. Zapatos gastados de suela de goma, tras sus gafas de pasta unos ojos oscuros hundidos por la miopía bajo unas cejas pobladas. Tiene pinta de maestra de escuela rural, soltera y entera. Huye de los soldados y su conversación chabacana y soez, presumiendo de sus conquistas de la semana. 

Buenas noches, saludo

Los saldados mueven la cabeza como respuesta a mi saludo sin perder el hilo de su conversación mundana. La maestra me responde con idéntico saludo. Nuestros asientos están enfrentados. Une más si cabe sus rodillas en una forzada postura decente, un tanto anticuada para su edad.

¿Van ustedes hasta Cádiz? Pregunto para hacerme una idea de la duración de la compañía en el viaje 

Nosotros nos bajamos en Aranjuez. Uno de los soldados contesta sin desviar su mirada de la ventanilla.

Buena noticia, la soldadesca estará una hora como máximo en el compartimiento. Si tenemos suerte y nadie se monta en el tren, podremos descansar.

Yo paro en Córdoba. La maestra enseña su dulce y melodiosa voz. 

Su voz atrae por un instante la atención de los soldados que reanudan su charla gobernada por las hormonas. El sonido de su voz acaricia mi cerebro, sin llega a hipnotizar me hago consciente del poder de esa voz en mi voluntad. Es un sonido que te deja huérfano con el silencio, quieres oír su voz continuamente. Ni cansa ni adormece, acompaña. Me animo a entablar conversación, sólo por el ánimo de escucharla.

¡Córdoba! Vamos al mismo lugar

Buen destino. No me gusta viajar de noche. Me gusta viajar por la mañana, me entretiene ver el paisaje y prefiero llegar de día.

Se revuelve buscando acomodo en su asiento, una novela surge entre sus manos. No está para muchas conversaciones. Un marca páginas señala el lugar donde continuar la lectura. Cuida el libro. Sus pequeñas y delgadas manos sostienen el libro con delicadeza. Su mirada acaricia cada línea acompasando su respiración al ritmo de la lectura. Una pequeña sonrisa se insinúa en sus labios, está disfrutando de la lectura. De cuerpo presente en el tren su espíritu ha viajado hasta la historia que está leyendo, Su jersey de cuello alto ceñido ayuda a imaginar su contorno, de pecho firme y generoso. Cada subida de respiración acerca el paraíso hacia mis ojos. Uñas cuidadas, labios pintados. La maestra es sutil, cómoda y delicada. 

Reconozco la novela, la compré la semana pasada y se mantiene pendiente de lectura sobre mi mesilla de noche. Debe estar bien, juzgando las reacciones de la maestra mientras su mirada recorre línea a línea las páginas del libro. Los soldados se aburren de fanfarronear, dos de ellos salen al pasillo para fumar, los demás intentar dormitar el rato que les queda de libertad. Imito su comportamiento. Me rebullo en mi asiento y cierro los ojos. La marcha cadenciosa y el sonido de las ruedas al pasar por las uniones de los railes me ayudan a abandonarme con intención de descansar. Al regresar los fumadores, noto el roce en mi pierna que me despierta del letargo, recompongo la postura justo cuando se abre la puerta del compartimento sin muchos miramientos. El revisor.

Billetes, por favor.

Comprueba los ocho boletos y cierra repitiendo la brusquedad de su manera de abrir y cerrar las puertas de los compartimientos de los vagones. Modos y movimientos repetidos decenas de veces en cada recorrido que supervisa.

Las luces en el exterior activan a los soldados, asoma la estación de Aranjuez. Cruzo los dedos durante la parada, nadie sube. Buena noticia. Miro a la maestra quien por un momento se distrae de la lectura. Nuestras miradas coinciden. La mantengo mientras reanudo mi intento por tener una conversación para oír el sonido de su voz.

Parece que vamos a tener suerte

Eso parece, la conversación que mantenían los soldados me abrumaba

Son jóvenes y pasan el día encerrados, no creo que tuvieran intención de molestar, espero que no la hayan ofendido

No me ofenden, me paso el día entre adolescentes y estoy acostumbrada. Solo que para viajar prefiero la tranquilidad

¿Se dedica a la enseñanza?

¿Lo dice porque estoy rodeada de adolescentes? No exactamente. Trabajo en una residencia de menores. Un reformatorio

Con lo mejorcito de cada casa

La mayoría son víctimas de la sociedad, alguno es cierto que poca salida tiene en la vida salvo delinquir. ¿Y usted?

Trabajo de comercial para una empresa industrial de la periferia de Madrid, viajo un par de veces al mes para cerrar tratos. Vendo máquinas de construcción y agrícolas. Me permite relacionarme con muchas personas que es algo que encuentro gratificante. Me encanta conocer otras vidas, sus costumbres y cómo se organizan. Tengo curiosidad ¿cómo es la vida en un reformatorio?

Se parece mucho a un internado o a un orfanato. No deja de ser una casa-escuela con sus horarios rígidos y normas establecidas. Les enseñamos oficios intentando que tengan una salida profesional con la que ganarse la vida honradamente. Lástima que muy pocos les ofrecen una oportunidad cuando salen y vuelven a lo único que conocen, el robo y la violencia

Usted debe ser la buena de la casa, se la ve pausada, educada, cuidada y prudente. Seguro que los chicos buscan consuelo y consejos con usted

Hago lo que puedo, más que de madre actúo como tía o hermana mayor. Me respetan y escuchan. Me encargo de un grupo de diez chicos con los que compartimos convivencia por las tardes y noches. Durante las mañanas cada uno tiene sus obligaciones escolares o en los talleres

Entonces ¿vive con ellos?

Sí, durante un año. Después es voluntario continuar o salir a otro trabajo. Mis padres viven en Madrid y no tengo donde vivir en Córdoba. Acepté este trabajo, me quedan seis meses. Me gusta estar con ellos, ayudarles, sentirme útil

Tiene mucho mérito lo que hace, renunciar a una vida por servir a los demás

Dicho así parece que soy una monja. No tengo tanto mérito, necesito el trabajo y como no tengo a nadie a quien echar de menos es más fácil este aislamiento. Tras un año en el reformatorio, podré optar a otro destino en el ministerio. Mi intención es regresar a Madrid

¿Entra algún novio en sus planes?

No hago planes, la vida viene como viene. No necesito un novio o marido para sentirme plena, reconozco que me gustaría tener un compañero de vida que me respete y me ame como soy

Le sobrarán pretendientes

¿Y usted, cómo va de amores?

He salido a mi padre. Se casó tarde, casi a los cuarenta con una mujer mucho más joven que él. Mi madre dice que no se aguantaba ni él de las rarezas que tenía tras tantos años viviendo solo. Me estaré volviendo tan raro que las mujeres me evitan

No tiene pinta de tener cuarenta

Para eso me quedan once años, tengo tiempo de encontrar a alguien

Yo le veo amable, educado, limpio y con trabajo. No le conozco como para pensar que tenga rarezas. No veo inconveniente para que pueda conocer a una chica

Hasta ahora lo difícil es que me guste una, a menudo pienso que me estoy reservando para la mejor.

Le veo exigente

Quizá. ¿Podemos tutearnos? Me llamo Miguel 

Sonia

Un golpe de viento anuncia que el tren entra en un túnel, las luces se apagan algo que pasa en ocasiones en los desvencijados trenes españoles. El olor a gasóleo quemado entra por la abertura de la ventana, me levanto para cerrarla y salvar esa molestia. Regreso hacia mi asiento justo cuando recuperamos la luz y dejamos atrás el túnel.

Cariño, ¿Otra vez te has despistado? No sé qué voy a hacer contigo. Ven siéntate ¿Qué haces levantado?

¿Sonia?

Estoy aquí

Ante mí, sentada a mi derecha en el AVE dirección a Córdoba, una adorable anciana con el pelo teñido de mechas rubias, manos finas con las venas marcadas, gafas de montura “al aire”, traje de chaqueta impoluto y su eterno jersey de cuello vuelto. La misma Sonia de los últimos cuarenta años. Ese túnel dejó atrás una boda en Madrid, varios cambios de trabajo y de ciudades, dos hijas, un nieto. Una vida completa olvidada por culpa de esa maldita enfermedad que se come los recuerdos e incluso se come quien soy realmente. En mi memoria guardo, libre de carcoma, aquel viaje en tren donde conocí a Sonia, el momento más importante de mi vida. El resto de la vida lo he ido olvidando. Me quedo con lo importante.

Mi vida es un viaje en tren a Córdoba.


25.10.20

Banco de leche


 
Aurora llena su rutina diaria en un ir y venir al Hospital de La Paz. Cuarenta minutos viajando en metro a las diez de la mañana. Sube directa a la planta de neonatos. Le espera aletargado Juan, su hijo. Nació dos meses antes precipitadamente, prematuro con apenas veinte semanas de gestación. Midió veinte centímetros, poco más largo que la longitud de la palma de su mano. 

Cada mañana saluda a las enfermeras, tras dos meses se las conoce a todas. Buenas mujeres, serviciales y cariñosas. Hoy está de servicio Gloria, su preferida. Le comenta las novedades de la noche con Juan, anima a Aurora recordando que cada día que pasa más cerca está ir a casa. Se sienta junto a la incubadora, introduciendo sus manos por las ventanas circulares preparadas para ello y acaricia a su Juan transmitiéndole calor y amor. 

A las once de la mañana Juan disfruta de su siguiente toma. Hoy, por primera vez, Gloria entrega el biberón a Aurora quien llorando recibe en sus brazos a su diminuto hijo de dos meses de edad, con la equivalencia que realizan en neonatal, equivale a seis meses de gestación. Juan agarra el meñique de su madre, recibe con los ojos cerrados el flujo del biberón. Poca cantidad, la equivalente a dos cucharadas, justo la que necesita. Aurora tras el parto precipitado, intentó sacarse leche con una máquina succionadora sin éxito. Tras salir del quirófano su gran preocupación fue la salud de Juan, su equilibrio mental se bloqueó desde ese momento, su marido se difuminó como amante, mutó a compañero de piso sin roce, dejó de ocuparse por la imagen, su trabajo, de las relaciones con las vecinas. Solo está Juan.

Ponerse guapa ya no es importante, disfrutar de la vida, tampoco. Se sintió inútil, ni leche era capaz de producir para alimentar a su hijo. Todos los días desde las once menos cuarto hasta avanzada la tarde las pasa en el hospital cerca de Juan. 

Su peor momento, la crisis que sufrió Juan a las dos semanas de nacer. Necesitó de cirugía coronaria de urgencia. Nadie supo encontrar de dónde venía su fuerza por sobrevivir. ¡Un chico tan pequeño! 

Hoy alimenta a Juan. La esperanza ilumina su rostro. Su primera sonrisa, salada por las lágrimas que la aliñan. Mira a su alrededor, encuentra la sonrisa de Gloria. Busca sin encontrar a Luis, su marido. Ahora le echa de menos, no recuerda el maltrato de que le ha dispensado durante estos meses. 

Ana anda con paso decidido, alta y fuerte, se desplaza con velocidad. En volandera cuelga una bolsa de viaje con forma de nevera. Lleva su ración diaria de leche materna. En los últimos treinta meses ha incorporado a su vida la producción de leche materna. Tras un parto complicado, su hijo falleció a las pocas horas del alumbramiento. 

Ana de pecho generoso y productivo fue informada en el hospital del programa de donación de leche materna. Los primeros días, se sacó la leche, se la recogía una enfermera que la utilizaba para alimentar a varios niños. A ella le venía bien sobre todo para aliviar la tensión en sus pechos.
 
Nunca le pasó por la cabeza convertirse en nodriza. Durante los tres días que estuvo en el hospital tras el parto, compartió habitación con otra madre recién parida. Esta por alguna razón que nunca supo no producía leche, la enfermera le administraba biberones de leche cada tres horas. 

La misma enfermera les explicó a ambas que el hospital tiene un banco de leche materna, varias mujeres desinteresadamente donan su producción o parte de ella para ayudar a los neonatos y a recién nacidos de madres que no pueden amamantar. 

En el momento del alta hospitalaria, le entregaron un folleto explicativo del banco de leche. Ana tras la pérdida de su bebé iba por la vida anestesiada, sin consciencia plena de lo que escuchaba, hablaba o hacía. Guardó el folleto en el bolsillo de su abrigo sin prestar mucha atención. Solo quería regresar a casa. 

A la mañana siguiente lo encontró, se disponía a salir a pasear justo después de sacarse la leche que presionaba su pecho. La había tirado, claro. ¿Para qué la quería? Tenía previsto ir al médico en un par de días para que le ayudara a retirar la producción láctea.

Leyó el folleto varias veces y decidió llamar para informarse. Desde ese momento, encontró un sentido para su situación. El altruismo hasta ese momento no había sido su principal virtud e incluso a su compañero de vida le sorprendió verla comprar esa nevera de lactante. ¿Para qué? Pensó. 

Ana se presentó en el hospital al día siguiente con su nevera y cuatro tomas de leche perfectamente conservadas. 

El hospital sigue un protocolo muy exigente para cuidar de la leche de sus donantes y asegurar la calidad de la misma cuidando la salud de los receptores.

Ana nunca falla a su visita diaria para entregar su leche. Durante estos meses ha conocido a varias donantes, la más prolija es ella.

Gloria habla con Ana durante su entrega, comparte una complicidad ganada a diario por el roce. La invita a pasar tras la puerta usando el gesto conocido moviendo la mano con la palma mirando hacia ella. 

Ana traspasa la puerta de neonatos, ambas se apoyan sus brazos. Con la cabeza Gloria señala hacia Aurora quien da de comer por tercera vez en el día a Juan, sonríe sin apartar su mirada de su pequeñín. Le pone en vertical para ayudarle a eliminar el aire de la toma. El pequeño Juan consigue un sonido fuerte y agudo que reconforta a su madre. Le deja con sumo cuidado en su caja transparente protegido por varias toallas blanca enrolladas junto a él. No ve el momento de dejar de acariciarle. Se tiene que marchar, sabe que le deja en buenas manos y aún así, le cuesta separarse de su lado.

Aurora. Llama Gloria. 

Se acerca a las dos mujeres mientras sus brazos se acomodan en las mangas de su abrigo. Es su hora de regresar a casa.

Mira, le comenta Gloria, quiero que conozcas a Ana. No suelen coincidir donantes con receptoras. Ana dona su leche a diario y Juan es uno de sus fijos.

Aurora y Ana se miran con complicidad. No hablan, sus ojos se comunican en una lengua profunda y silenciosa. Aurora da un paso adelante extendiendo sus manos hacia arriba. Se funden en un abrazo. Sus latidos se acompasan, sus lágrimas se comparten. 

No necesitan hablar, la magia del encuentro explica mucho de una y otra. Se comunican agradecimiento, empatía, humanidad. Se funden como una sola mujer. 

El milagro de la vida.

Buen viaje, Joe

  Joe, simplemente Joe. Omitiendo, desde siempre, el rango familiar de tío. Recuerdo tu aterrizaje entre la familia cuando Ana, también sin ...