12.12.20

Venganza



Sus pisadas decididas, fuertes y rítmicas suenan amplificadas por el eco de la calle vacía, el piso adoquinado ayuda al efecto sonoro. Las botas camperas de color negro desgastadas por el uso sobreviven gracias al cuidado diario, cepillo y betún. Rubén lo aprendió de su abuela -unos zapatos cuidados y limpios dicen mucho de quien los lleva-.

El ritmo del paso señala la prisa del viandante, las cinco de la mañana, no sabría decirte si es pronto o tarde. La ropa de Rubén es más propia de quien regresa que de quien sale. Es tarde. Cada centenar de metros vuelve la cabeza para echar un vistazo rápido como asegurándose de que no viene nadie en su búsqueda.

Rubén murmura algo entre dientes, mastica sus palabras hasta convertirlas en un ruidito prácticamente inaudible, salvo para su cerebro. 

- Te lo tienes merecido por cabrón ¿Qué te habías pensado?¿Que iba a consentir siempre tus mentiras? Se acabó

Se acabó, cabrón, se acabó 

Se acabó 

Dos kilómetros más al sur, en un banco junto al Templo de Debod, Ismael reposa mirando hacia la oscuridad de la casa de campo. Es demasiado pronto para disfrutar de una de las mejores vistas de Madrid. La humedad de la madrugada escarcha el entorno, el reflejo de la luz de la luna ilumina las minúsculas gotas de agua sobre la barandilla metálica del mirador y el cabello de Ismael. Y él sin moverse. 

Desde su derecha se acerca corriendo Adela, madrugadora compulsiva, dedica los amaneceres a correr enfundada en su ropa deportiva de marca con predominio del color rosa como seña de identidad. Diez kilómetros cada mañana para activar su vida, intenta compensar con ejercicio su vida sedentaria. Su lucha para evitar el crecimiento de sus muslos y la flacidez como le ha pasado a sus hermanas, la motivan cada mañana. Odia la herencia genética que la predispone a convertirse en un AS de picas. Tirando a bajita, culo y muslos amplios, hombros estrechos y pecho inexistente. No quiere ser como la abuela, ni como su madre y hermanas. ¿Por qué?

Adela observa a un hombre sentado en el banco frente a la barandilla, -debe estar bebido para estar ahí sentado con la pelona que está cayendo-. A medida que reduce la distancia y al no observar movimiento alguno se plantea que está dormido, seguramente por efecto del alcohol. Por un instante se preocupa por él, - va a pillar una pulmonía -, piensa. Descarta en su cabeza el parar a preguntarle, ya es mayorcito, sabrá cuidarse. Justo en el momento que la ruta de su carrera pasa junto al banco donde descansa Ismael, siente que sus pies resbalan, siente un líquido viscoso que unido al rocío de la noche sobre el suelo de granito le hace perder el equilibrio. Cae de culo y siente de inmediato que sus mallas deportivas de color negro con una raya rosa del ancho de tres dedos se empapan. Nota su culo y el inicio de sus muslos mojados.

Ismael ni se inmuta, no da señales de ser consciente del accidente que ocurre a un metro escaso de sus rodillas.

Hola, ¿Te encuentras bien?, pregunta Adela

Silencio. Ismael mantiene su postura. Adela se incorpora mojándose la mano izquierda al apoyarla en el suelo para hacer palanca para levantarse. - Espero que no sea vómito, me puede dar algo - Mira la palma de su mano y girándola hacia la luz de la farola más cercana. Color oscuro. Ismael sigue sin reaccionar. Le toca en el hombro.

Hola, ¿Estás bien?

El grito de Adela se oye hasta en Plaza de España, Ismael cae sobre el banco en una postura forzada. No ha emitido ningún sonido, Mantiene la piernas recordando su postura sentado y el cuerpo rígido sobre las tablas que hacen la función de asiento. Apoya su peso en el hombro izquierdo.

Adela vuelve a insistir, mueve su hombro derecho sin conseguir respuesta. En el brazo derecho de Adela tiene su teléfono móvil que utiliza como podómetro testigo de sus carreras y como sintonizador de radio que ameniza sus carreras en solitario. Llama a emergencias que envían en menos de cinco minutos un coche de la policía municipal y una ambulancia al lugar.

Tras un breve reconocimiento médico le estabilizan, mantiene un pequeño hilo de vida y a él se aferran para salvarle la vida. Se lo llevan con prisa al hospital más cercano.

Ha perdido mucha sangre. Informa el médico de la ambulancia al agente que prepara el atestado de los hechos.

El mismo agente que interroga a Adela sobre lo sucedido.

A estas alturas, Rubén ha tenido tiempo suficiente para llegar a su casa. Su respiración agitada denota el esfuerzo realizado durante la marcha rápida, Intenta una y otra vez limpiar los restos de sangre de su mano, - El muy cabrón se lo merecía -, Sigue mascullando palabras entre dientes. - A mí no vuelves a hacérmelo -, -cabrón mal nacido -. La sangre seca marca con su oscuro granate las comisuras de las uñas justo donde se une con la carne. Se frota con decisión ayudado del cepillo de uñas que casi nunca utiliza. Descubre manchas en su jersey de cuello alto, negro claro.

Instintivamente se lo quita y decide ducharse. Necesita pensar. Debe organizar una historia creíble sobre su noche. Piensa en deshacerse de su ropa manchada. Prepara una bolsa de basura con la ropa que llevaba puesta esta noche. Duda si tirar sus botas o no, las tiene cariño, esos pliegues sobre la piel que marcan su historia le traen buenos recuerdos. Decide indultarlas, una vez que suba de tirar la basura las limpiará. El camión del servicio de basuras pasa poco antes de las siete de la mañana para vaciar los cubos de desperdicios de los vecinos de su portal.

El agente interroga a Adela, sobre su profesión, razones para estar en el parque y parece que le cuadra la versión de la corredora en cuanto le enseña el histórico del podómetro. diez kilómetros diarios casi por la misma ruta y con el mismo horario. En la conversación el agente, reconstruye con su imaginación los hechos.

Ismael estaba inconsciente, ha perdido mucha sangre. El pene fuera del pantalón hace pensar que alguna experiencia sexual disfrutaba, muy posiblemente recibía una felación. Uno de los testículos se lo han arrancado de manera traumática. - De un mordisco - Un crimen pasional seguramente. Eso es trabajo del inspector de policía, el agente va uniendo datos para su informe. Libera a Adela que se ha quedado fría durante la hora que se ha mantenido en el lugar de los hechos. Regresa a su domicilio, por hoy ya ha tenido suficiente. Se dirige a la acera por un camino de tierra que une el templo con Paseo Rosales. Pisa algo blando. -Una mierda de perro, seguro -, levanta su pie y una masa ovalada con un colgajo parecido a un cordón aparece bajo sus nike.

Agente, creo que he pisado el testículo que buscan.

Rubén no consigue dormir, rememora el momento de furia que sintió cuando Ismael le confesó que no podía seguir así, no quería renunciar a su vida, a sus hijas. Reconoció su cobardía para enfrentarse a su entorno. - No soy tan valiente como tú, Rubén. Lo dejaste todo por mi. Lo siento yo no puedo hacer eso -

Compartían un juego, Rubén ataba a Ismael a un banco del parque mientras con caricias le llevaba al límite. Hoy rebasó ese límite,  le arrancó con violencia uno de sus atributos de un desgarrador mordisco. Por un momento se le ocurrió introducírselo en la boca al hijo de puta de Ismael. Lo tiró al aire mientras tapaba la boca de su ya examante para acallar los alaridos e insultos que profería. La sangre brotaba con fuerza bombeando flujo oscuro de manera rítmica, en pocos minutos perdió el conocimiento por el dolor y la pérdida de fluido. Le desató y marchó a paso ligero en dirección Moncloa dando un rodeo pues su casa está en dirección opuesta. Se deshizo de la cuerda en un cubo de basura y se perdió entre las calles solitarias de Madrid.

La policía no consigue encontrar las razones por las que un hombre pierde un testículo en mitad de la noche, las marcas en las muñecas y tobillos insinúan que en algùn momento estuvo atado. ¿Una prostituta?, ¿un chapero? Por la zona siempre encuentras compañía de alquiler. Ismael se encuentra grave, los médicos le han salvado la vida tras varias transfusiones de sangre. Dice que no se acuerda de nada.

Tiene mucho que callar, nota el peso de las miradas inquisitorias de sus hijas y las de su mujer quien siempre sospechó en silencio la existencia de otra. Las tres en silencio esperan una explicación, una razón, un algo. Ismael tiene mucho que callar y mucho que perder. El análisis de sangre detectó restos de sustancias prohibidas. Utiliza esa coartada para su afianzar su versión del olvido de todo lo ocurrido. 

Estaba drogado y no recuerdo nada, agente. 

Ya encontrará una versión para su familia en la intimidad de su casa. En conciencia reconoce que le ha jodido la vida a Rubén, el único amor que ha tenido en su vida. Su penitencia será vivir una vida convencional y hetero sin emociones y carente de pasión. Sin amor, con cariño y convivencia. Nada más.

Adela cambiará su rutina diaria, no volverá a pasar por el parque pisahuevos, se deshará de su ropa deportiva sucia de sangre ajena. Varias semanas de tratamiento médico necesitará  para recuperar su control vital y enfundarse una nuevas mallas para trotar por el amanecer madrileño. En otra dirección.

Rubén se mudará a Tarifa, el destino soñado por Ismael y él como refugio para su amor. Se dejará seducir por varios príncipes tostados al sol y el viento del sur. Calmará sus instintos y su corazón se quedará vacío para siempre, sin alma.

La vida no es como la imaginas, es como viene. Termina en tablas, nadie gana, solo sobrevives.

3.12.20

Adiós, papá

 


El viejo reloj de pared ha parado, su antiguo péndulo de bronce labrado cesa su vaivén interminable, ese que mide el tiempo que nos ordena la vida. 

Cada semana respetando la ceremonia adecuada a su historia bicentenaria, Ramón utiliza la llave hueca en forma de T para darle cuerda a su reloj de pared, el mismo que dictó con sus campanadas los horarios diarios en su casa durante toda la vida.

Definitivamente el cuidado de este mundo y del reloj que lo mide quedan mucho peor sin Ramón.

Perdurará su influencia entre sus amigos y familiares, nuestros recuerdos de él y con él seguirán vivos durante años entre los que hemos tenido la suerte de convivir con él.

Mi padre me enseñó a ser honesto, honrado, a ir de frente, a decir la verdad, a ser responsable y generoso - haz primero lo tuyo y luego un poquito de los demás- nos recordaba a diario.

Su impronta ha sido construir hijos autónomos para la vida, autosuficientes como a él le gustaba definir. Nos animaba a tomar nuestras propias decisiones a no depender de nadie para salir adelante. Nos dio alas para volar y volamos, los cuatro, con la confianza de contar con su refugio si el viento arrecia.

Siempre me sorprendió su capacidad para escuchar siendo sordo y su capacidad para captar las emociones más escondidas de los demás siendo él tan parco y comedido en expresar las suyas. Ambas habilidades hicieron de él un ejemplo de empatía. Para mí, quizá, su mejor enseñanza.

He sentido su apoyo y su aliento en cada fase de mi vida y especialmente durante las más complicadas, No dudó en mostrarme su apoyo sin fisuras, incluso cuando eso le podía suponer un conflicto con sus creencias tan arraigadas. Todos sabemos hasta dónde podemos llegar los padres por nuestros hijos.

Después de tantos años aprendiendo de él como maestro de vida, fijándome en su ejemplo diario como guía, considero que he llegado al nivel de aprendiz. Mi suerte es haber sido hijo tuyo y haber tenido la oportunidad de formarme como persona replicando tu ejemplo. Me señalaste el camino de cómo ser buen padre, buena persona y buen profesional. Seguiré aprendiendo papá, ahora sin tu ayuda ni consejos, es lo que tiene quedarse huérfano. Me guiarán los recuerdos y esa voz interior a la que preguntar ¿Qué habría hecho papá en esta situación?

Me quedo con este sentimiento de vacío, de reloj parado, de mundo sin girar.

El reloj nota tu ausencia, no encuentra el sentido de medir el paso del tiempo. Tras marcar tus 29851 días desde tu nacimiento, su mejor homenaje es parar hoy sus manecillas.

Papá, has hecho un buen trabajo. Has definido con tu vida el lema de Baden Powell (fundador del movimiento scout) -dejar el mundo mejor de como te lo encontraste-

Prepara el cielo para cuando nos volvamos a encontrar, tómate tu tiempo, no hay prisa. Mientras, haz lo que mejor sabes hacer, mejora el cielo.

28.11.20

Líneas paralelas

 


La vida por lo general fluye entre dos mundo paralelos que no paran de mirarse sin llegar a cruzar sus caminos. El caso de Alfredo es el ejemplo más claro que conozco al respecto, su vida transcurre entre dos realidades paralelas que nunca se mezclan y le condicionan en su forma de entender la vida. 

El mundo del esfuerzo, del trabajo diario, el de la lucha que identifica con su madre. Empresaria que tras muchos desvelos consigue sacar adelante una pequeña sociedad que da empleo y con ello, posibilidades de vida a veinte familias. Dedicada en cuerpo y alma a su empresa condicionada con su gran sentido de la responsabilidad hacia esas familias. Cada retraso en el cobro de sus servicios le duele en el alma por lo que supone de demora en el pago de las nóminas de sus trabajadores. Recuerda Alfredo los meses aquellos donde sufrieron la quiebra de uno de sus clientes más importantes y la deuda que les dejó a deber que estuvo a punto de provocar el cierre de su empresa. Gracias a la paciencia y ayuda de sus empleados pudieron salir para delante y seis meses más tarde pudo su madre atender todos los retrasos de las retribuciones debidas. Fue una época muy estresante para todos en casa. Alfredo, sus hermanos y su padre convivieron junto con los nervios maternos quien nunca tuvo la habilidad de separar su vida profesional de la familiar. 

Quien tiene una empresa, siempre la tiene en la cabeza, solía decir en su descargo. Su madre, Cristina, se adjudicó la tarea de despertar a los hijos, prepararles el desayuno y acercarles al colegio todas las mañanas. Era su manera de conciliar lo imposible, trabajo con responsabilidad y familia. Según bajaban del coche sus hijos, comenzaba su jornada pegada al teléfono. Antes de llegar a la oficina habla con sus responsables de departamento y con un par de clientes siguiendo el orden de rotación para atenderles a todos que se había impuesto desde hacía años. No hay mes que falle en completar la ronda de llamadas con ellos. La cercanía y el trato agradable la avalan y es su manera de junto con un servicio de calidad estar cerca de sus necesidades. Llegar a tiempo es mucho más rentable y eficaz que vender a demanda y bajando precios. Los años de esfuerzo han dibujado en su rostro profundas arrugas, en la frente tiene dibujados los desvelos, esfuerzos y tesón; cerca de los labios señalan su afabilidad y sonrisa perenne. Por efecto de esos surcos, desde lejos Cristina siempre sonríe. Alfredo sabe distinguir por el brillo de los ojos si es alegría real o solo el gesto dibujado. 

La relación madre-hijo es profunda y llena de complicidades desde antiguo. Excede la relación de otras madres e hijos. Siempre fue su hijo preferido, el que más se parece a ella. Por el que es capaz de sacrificarse por encima de sus obligaciones. Su vida independiente la inauguró hace un par de años, incluso ahora convive con una joven alegre y prudente que evita competir con Cristina, entiende que ambos necesitan su espacio conjunto y no es conveniente asaltarlo. A diario se comunican, Alfredo y Cristina recargan pilas en cada conversación, los días que les es imposible conectar sienten un gran vacío y sus cuerpos sufren con la abstinencia.

La otra línea paralela la perfila Andrés, su padre. Funcionario de escala básica en la Comunidad de Madrid. Nunca supo explicar muy claramente su cometido en su trabajo. Recuerda Alfredo que en los trabajos escolares típicos para definir a sus padres en una redacción, esa que servía para seleccionar frases que adornaran su cartulina de regalo por el día del padre, no sabía qué poner. Nunca supo realmente en qué trabajaba su padre, ni conoció a ninguno de sus amigos del trabajo. De él aprendió la tranquilidad, el sosiego, la perspectiva, que el tiempo lo soluciona todo, que los que deciden cambian y en cambio él se mantiene.

Andrés por su cómodo horario de trabajo y su vocación formadora, se encargó de recoger a sus hijos a la salida del colegio por la tarde, les recibía con una suculenta merienda y les ayudaba en las dificultades con los estudios, por fortuna, pocas dificultades le dieron. Cercano y siempre dispuesto a escuchar los problemas y las conversaciones de sus hijos que encontraban en él la esponja que absorbía sus dilemas y con esa habilidad que tienen los que no gastan palabras, se quedaba con las angustias de sus hijos. 

Andrés es seguridad, ausencia de nervios, cercanía en la escucha. Sus manos te acarician hasta hacerte sentir parte de esa paz que vive en él. Cristina se refugia en él quien escucha pacientemente todas las frustraciones, las tensiones del trabajo y sus miedos. Tiene un efecto balsámico. No soluciona problemas, simplemente se queda con ellos ganando tranquilidad quien se los transmite, sea Cristina, sea Alfredo o cualquiera de sus hermanos.

Alfredo venera a su padre, nadie le hace sentir más seguro para ir por la vida. necesita su dosis de perspectiva, de seguridad, de amor por lo público, de humanidad, de escucha. Andrés es escucha y empatía. Alfredo se deja mecer por la paz que alcanza cuando traslada sus miedos al oído generoso de su padre. 

Tratar con Cristina le da energía, hablar con Andrés le equilibra. Alfredo es el infinito, es el punto impropio.

La familia de Andrés siempre se preguntó cómo podía vivir con un torbellino de mujer como Cristina, les sorprende que siendo tan diferentes en todo se complementan en la cercanía, sin captar ninguno de los dos la esencia de la otra parte de la  pareja. En su caso el colchón no convierte a los dos en la misma condición. 

Cristina y Andrés son líneas paralelas que avanzan en la misma dirección. Alfredo sabe que se unen al final. Su unen en él. En el infinito. Alfredo, punto impropio.


En geometría proyecta dos rectas paralelas se cortan en el infinito en el punto conocido como punto impropio. En geometría euclidiana dos rectas paralelas no llegan a cortarse nunca.

21.11.20

Domingo en otoño

 


Las nueve de la mañana, nadie por la calle, salvo las tres personas que están esperando su turno en la churrería del barrio. Paz en la mañana fría y húmeda de mediados de otoño. Una espesa niebla le cala la ropa y el pelo a Miguel mientras anda paseando a su perra Lacy. Por costumbre prefiere estirar las piernas por el parque del barrio, cuidado por todos, refugio de perreros como él. 

Miguel lleva en el bolsillo el juguete preferido de Lacy, una pelota de tenis ya gastada de tanto botar y morder. Suelta al animal de la correa obligatoria para pasear por la calle una vez pisan los primeros brotes de hierba fresca y escarchada de la noche. Lacy se estira y camina con una parsimonia elegante propia de su raza, pastor belga. Es guapa y lo sabe la muy presumida. Su pelo es la envidia de las vecinas. Da varias vueltas alrededor de su punto elegido para su deposición y tras evacuar se queda mirando a Miguel esperando que le recoja su mierda.

Comienza a correr una vez vencida su pereza matinal, moviendo el rabo con alegría en el momento que divisa su pelota preferida en manos de Miguel. Quien la lanza a varios metros a la espalda de su mascota obligándola a moverse para ejercitar sus músculos. 

Suena un ladrido, extraño en Lacy siempre tan prudente y silenciosa. Miguel la llama silbando sin conseguir que regrese. La llama con la voz e idéntico resultado. ¡Qué extraño! piensa mientras inicia su caminar hacia su perra.

Lacy está inmóvil sin apartar la mirada de su pelota que descansa entre las piernas de una persona tirada en el suelo. Miguel se acerca preocupado, la postura de la persona tirada está forzada, como si la hubieran empujado desde la espalda. Toca el hombro zarandeando el cuerpo mojado, debe haber pasado la noche ahí.

Rodea el cuerpo y se encuentra con la mirada verde apagada de una mujer joven de unos treinta años calcula. La hierba más próxima a la cabeza está oscura teñida por la sangre que brotó de la herida abierta en la cabeza.

Sus manos buscan su celular en el bolsillo interior de su abrigo. Marca el 112 y en cinco minutos dos patrullas de la policía nacional aparecen con sus luces encendidas y la sirena en silencio. Un detalle que agradecen los vecinos de Madrid, desde hace tres años aproximadamente, la contaminación acústica provocada por las sirenas de ambulancias, policía y bomberos se eliminó por su costumbre de no hacer sonar la alarma sonora, salvo cruces de tráfico concurridos o necesidad muy perentoria.

- Buenos días ¿Has sido tú quien ha dado el aviso?

Sí, he sido yo. Me he encontrado a esta mujer. No la he tocado, parece que está muerta

Los policías acordonan la zona, avisan por radio a sus superiores que deben localizar al juez de guardia para proceder a levantar el cadáver. Mientras un agente interroga Miguel que no puede darle muchos más datos, otras dos patrullas se presentan. Poco trabajo tienen esta mañana como para movilizarse ocho agentes por un cadáver.

Los domingos la vida amanece perezosa, como sin ganas de avanzar, conoce el orden del calendario y el odio general al lunes que le sigue. La sensación vespertina dominical tiene mucho de melancolía. Hasta llegar a ese momento queda el brote de vida dominical, de mediodía hasta las dos y media de la tarde, el momento de regresar a casa para la comida familiar. En ese breve espacio temporal la vida explota con bullicio contenido, nada comparable a una fiesta o simplemente a un sábado. La gente mayor, mayoritariamente femenina, se dirige hacia la iglesia. Tiene un problema de mercado la religión, la ley de la vida irá retirando de este mundo a muchos de sus fieles, la iglesia pierde atractivo para los jóvenes y el relevo generacional peligra por falta de recambio. Otros vecinos visitan las panaderías, alguno compra flores y la mayoría se organiza para el aperitivo en el bar de costumbre. Los domingos son previsibles, repetidos y melancólicos. 

Hoy tenemos novedad y de las curiosas. Ha aparecido una muerta en el parque. A las once de la mañana dos coches grandes de color azul oscuro paran junto a las patrullas de la policía que se encuentra acordonando la zona. Los vecinos han ido acumulándose hasta superar la centena. Curiosos se han unido avisándose unos a otros para ser testigos de un suceso poco convencional. El cadáver descansa en la misma postura, tapado con una manta térmica de esas que parecen hechas de aluminio naranja. Uno de los agentes de policía tapó el cuerpo en cuanto vio a menores pendientes del espectáculo. 

Los coches oscuros vienen del juzgado, en pocos minutos unos funcionarios municipales del cementerio, recogen el cuerpo para acercarlo al Instituto Anatómico Forense donde realizarán la autopsia. La multitud se dispersa, el entretenimiento ha finalizado. A Miguel le liberan de la atención policial, regresa a casa junto con Lacy ya cansada de tanta calle.

En las noticas de la tarde en la televisión, una noticia llama la atención de Miguel. 

“Confirman desde la Agencia Espacial Europea que en la madrugada del domingo ocurrió una colisión fortuita entre un satélite de comunicaciones y restos de basura espacial que rodea el planeta. Fruto de sea colisión, varios fragmentos de metal se han dirigido a la Tierra. Por lo general, la fricción con la atmósfera provocada por la caída de los restos atraídos por la gravedad del planeta, deshacen los trozos de metal fundiéndolos hasta desaparecer el peligro para la población. En esta ocasión se han detectado fragmentos de metal procedente del satélite del tamaño de una moneda de diez céntimos en Madrid capital. Hay pequeños desperfectos en terrazas y alguna ventana de las que se asoman al Parque de la Cuña Verde en el distrito madrileño de La Latina".

¡Qué mala suerte, Lacy! comenta en voz alta Miguel. - ¡Qué mala suerte!

Bonitos ojos que no pudieron ver lo que caía del cielo en la noche húmeda de noviembre. La vida tiene estas sorpresas. La notica le recuerda un detalle, se ha quedado sin pelota de tenis. Rebusca en el altillo del armario hasta localizar una lata cilíndrica donde aún quedan dos pelotas más. Lacy tendrá un nuevo juguete mañana, la vida sigue.

Solo espero no estar pendiente del cielo como los galos de los cuentos de Asterix con su temor a que el cielo caiga sobre sus cabezas.

Lacy mira a Miguel, sin  perderle de vista. Forman una gran pareja, sabe que después de la comida toca siesta en el sofá. Lacy ya se acomoda en su manta. Es la costumbre de los domingos por la tarde y nada la va a cambiar. Mira, Miguel baja el volumen de la televisión y selecciona el canal de animales. Por delante veinticinco minutos de reposo. 

Los domingos son pausados y melancólicos, incluso después de que te caiga el cielo sobre tu cabeza.

14.11.20

Yago

 


Mirar sin ver

Oír sin escuchar

Pensar sin razonar

Soñar sin dormir

Alegrar sin reír.

Le haces feliz, correr, saltar

jugar y bailar.

Sus horas contigo pasan sin sumar

se divierte sin hartar.

Eres su fiel amigo sin alma.

Tu tiempo es el de su capricho,

hasta que aparezca un incentivo nuevo

disfruta de tus momentos de gloria,

te lo aseguro 

Terminarás en el cajón de la escoria.


Benito pasa las horas jugando con su madelman de uniformes militares. Su última adquisición asciende rápidamente a compañero preferido, su compañía diaria.

Duerme y se baña con él, lo transporta en el bolsillo de sus pantalones, bautiza a todos como Yago en homenaje a su hermano mayor Santiago. Militar que sirve en misiones de paz patrocinadas por Naciones Unidas. Los últimos meses sirve en la unidad de infantería acorazada en un lugar remoto de África central. Un casco azul con bandera española cosida en el hombro bajo su insignia de teniente. 

Santiago se siente útil y orgulloso de contribuir a la paz en el mundo, no es consciente del vacío que deja en Benito cuando él se va de misión durante meses a la otra punta del mundo. 

Los muñecos articulados uniformados le sustituyen en el alma de Benito quien habla y habla sin parar con el Yago de turno. Los juguetes de su padre, recuperados del trastero de los abuelos, son reciclados cada semana por Consuelo, su madre. Elige del cajón de los juguetes olvidados al más antiguo, lo limpia y envuelve como regalo nuevo para Benito. 

Mantienen esa rutina semanal, todos los sábados Benito estrena nuevo Yago, juguete reciclado y bien cuidado. Cuarenta años han durado. Los juguetes de la niñez de papá acompañan el corazón en espera continua de su hijo pequeño. El que nunca crecerá, con un cuerpo de diecinueve años de edad regido por un cerebro de ocho. Generoso y cariñoso se hace de querer, entrega sin reservas todo su amor, confiado hasta el extremo, vive en un mundo sin maldad. No llega a entender en qué consiste el trabajo militar de su hermano, no sufre por no valorar el riesgo al que se enfrenta a diario, en su imaginación Santiago vive aventuras viajando por lugares remotos, las mismas que vive él con cada Yago en sus manos.

Dedicado a Fundación Oxiria 


8.11.20

Tren a Córdoba

 


Solo pude conseguir un billete de segunda en el tren nocturno, la cabina con ocho asientos enfrentados ya huele a humanidad, ¡Qué suerte la mía!, me tocan seis soldados de regreso de su permiso y una señorita amedrentada con la compañía que me mira y sonríe buscando consuelo a su situación de inferioridad numérica. Vestida con un traje de chaqueta cuidado con esmero hasta alargar su lustre después de muchos usos. Limpia y humilde. Zapatos gastados de suela de goma, tras sus gafas de pasta unos ojos oscuros hundidos por la miopía bajo unas cejas pobladas. Tiene pinta de maestra de escuela rural, soltera y entera. Huye de los soldados y su conversación chabacana y soez, presumiendo de sus conquistas de la semana. 

Buenas noches, saludo

Los saldados mueven la cabeza como respuesta a mi saludo sin perder el hilo de su conversación mundana. La maestra me responde con idéntico saludo. Nuestros asientos están enfrentados. Une más si cabe sus rodillas en una forzada postura decente, un tanto anticuada para su edad.

¿Van ustedes hasta Cádiz? Pregunto para hacerme una idea de la duración de la compañía en el viaje 

Nosotros nos bajamos en Aranjuez. Uno de los soldados contesta sin desviar su mirada de la ventanilla.

Buena noticia, la soldadesca estará una hora como máximo en el compartimiento. Si tenemos suerte y nadie se monta en el tren, podremos descansar.

Yo paro en Córdoba. La maestra enseña su dulce y melodiosa voz. 

Su voz atrae por un instante la atención de los soldados que reanudan su charla gobernada por las hormonas. El sonido de su voz acaricia mi cerebro, sin llega a hipnotizar me hago consciente del poder de esa voz en mi voluntad. Es un sonido que te deja huérfano con el silencio, quieres oír su voz continuamente. Ni cansa ni adormece, acompaña. Me animo a entablar conversación, sólo por el ánimo de escucharla.

¡Córdoba! Vamos al mismo lugar

Buen destino. No me gusta viajar de noche. Me gusta viajar por la mañana, me entretiene ver el paisaje y prefiero llegar de día.

Se revuelve buscando acomodo en su asiento, una novela surge entre sus manos. No está para muchas conversaciones. Un marca páginas señala el lugar donde continuar la lectura. Cuida el libro. Sus pequeñas y delgadas manos sostienen el libro con delicadeza. Su mirada acaricia cada línea acompasando su respiración al ritmo de la lectura. Una pequeña sonrisa se insinúa en sus labios, está disfrutando de la lectura. De cuerpo presente en el tren su espíritu ha viajado hasta la historia que está leyendo, Su jersey de cuello alto ceñido ayuda a imaginar su contorno, de pecho firme y generoso. Cada subida de respiración acerca el paraíso hacia mis ojos. Uñas cuidadas, labios pintados. La maestra es sutil, cómoda y delicada. 

Reconozco la novela, la compré la semana pasada y se mantiene pendiente de lectura sobre mi mesilla de noche. Debe estar bien, juzgando las reacciones de la maestra mientras su mirada recorre línea a línea las páginas del libro. Los soldados se aburren de fanfarronear, dos de ellos salen al pasillo para fumar, los demás intentar dormitar el rato que les queda de libertad. Imito su comportamiento. Me rebullo en mi asiento y cierro los ojos. La marcha cadenciosa y el sonido de las ruedas al pasar por las uniones de los railes me ayudan a abandonarme con intención de descansar. Al regresar los fumadores, noto el roce en mi pierna que me despierta del letargo, recompongo la postura justo cuando se abre la puerta del compartimento sin muchos miramientos. El revisor.

Billetes, por favor.

Comprueba los ocho boletos y cierra repitiendo la brusquedad de su manera de abrir y cerrar las puertas de los compartimientos de los vagones. Modos y movimientos repetidos decenas de veces en cada recorrido que supervisa.

Las luces en el exterior activan a los soldados, asoma la estación de Aranjuez. Cruzo los dedos durante la parada, nadie sube. Buena noticia. Miro a la maestra quien por un momento se distrae de la lectura. Nuestras miradas coinciden. La mantengo mientras reanudo mi intento por tener una conversación para oír el sonido de su voz.

Parece que vamos a tener suerte

Eso parece, la conversación que mantenían los soldados me abrumaba

Son jóvenes y pasan el día encerrados, no creo que tuvieran intención de molestar, espero que no la hayan ofendido

No me ofenden, me paso el día entre adolescentes y estoy acostumbrada. Solo que para viajar prefiero la tranquilidad

¿Se dedica a la enseñanza?

¿Lo dice porque estoy rodeada de adolescentes? No exactamente. Trabajo en una residencia de menores. Un reformatorio

Con lo mejorcito de cada casa

La mayoría son víctimas de la sociedad, alguno es cierto que poca salida tiene en la vida salvo delinquir. ¿Y usted?

Trabajo de comercial para una empresa industrial de la periferia de Madrid, viajo un par de veces al mes para cerrar tratos. Vendo máquinas de construcción y agrícolas. Me permite relacionarme con muchas personas que es algo que encuentro gratificante. Me encanta conocer otras vidas, sus costumbres y cómo se organizan. Tengo curiosidad ¿cómo es la vida en un reformatorio?

Se parece mucho a un internado o a un orfanato. No deja de ser una casa-escuela con sus horarios rígidos y normas establecidas. Les enseñamos oficios intentando que tengan una salida profesional con la que ganarse la vida honradamente. Lástima que muy pocos les ofrecen una oportunidad cuando salen y vuelven a lo único que conocen, el robo y la violencia

Usted debe ser la buena de la casa, se la ve pausada, educada, cuidada y prudente. Seguro que los chicos buscan consuelo y consejos con usted

Hago lo que puedo, más que de madre actúo como tía o hermana mayor. Me respetan y escuchan. Me encargo de un grupo de diez chicos con los que compartimos convivencia por las tardes y noches. Durante las mañanas cada uno tiene sus obligaciones escolares o en los talleres

Entonces ¿vive con ellos?

Sí, durante un año. Después es voluntario continuar o salir a otro trabajo. Mis padres viven en Madrid y no tengo donde vivir en Córdoba. Acepté este trabajo, me quedan seis meses. Me gusta estar con ellos, ayudarles, sentirme útil

Tiene mucho mérito lo que hace, renunciar a una vida por servir a los demás

Dicho así parece que soy una monja. No tengo tanto mérito, necesito el trabajo y como no tengo a nadie a quien echar de menos es más fácil este aislamiento. Tras un año en el reformatorio, podré optar a otro destino en el ministerio. Mi intención es regresar a Madrid

¿Entra algún novio en sus planes?

No hago planes, la vida viene como viene. No necesito un novio o marido para sentirme plena, reconozco que me gustaría tener un compañero de vida que me respete y me ame como soy

Le sobrarán pretendientes

¿Y usted, cómo va de amores?

He salido a mi padre. Se casó tarde, casi a los cuarenta con una mujer mucho más joven que él. Mi madre dice que no se aguantaba ni él de las rarezas que tenía tras tantos años viviendo solo. Me estaré volviendo tan raro que las mujeres me evitan

No tiene pinta de tener cuarenta

Para eso me quedan once años, tengo tiempo de encontrar a alguien

Yo le veo amable, educado, limpio y con trabajo. No le conozco como para pensar que tenga rarezas. No veo inconveniente para que pueda conocer a una chica

Hasta ahora lo difícil es que me guste una, a menudo pienso que me estoy reservando para la mejor.

Le veo exigente

Quizá. ¿Podemos tutearnos? Me llamo Miguel 

Sonia

Un golpe de viento anuncia que el tren entra en un túnel, las luces se apagan algo que pasa en ocasiones en los desvencijados trenes españoles. El olor a gasóleo quemado entra por la abertura de la ventana, me levanto para cerrarla y salvar esa molestia. Regreso hacia mi asiento justo cuando recuperamos la luz y dejamos atrás el túnel.

Cariño, ¿Otra vez te has despistado? No sé qué voy a hacer contigo. Ven siéntate ¿Qué haces levantado?

¿Sonia?

Estoy aquí

Ante mí, sentada a mi derecha en el AVE dirección a Córdoba, una adorable anciana con el pelo teñido de mechas rubias, manos finas con las venas marcadas, gafas de montura “al aire”, traje de chaqueta impoluto y su eterno jersey de cuello vuelto. La misma Sonia de los últimos cuarenta años. Ese túnel dejó atrás una boda en Madrid, varios cambios de trabajo y de ciudades, dos hijas, un nieto. Una vida completa olvidada por culpa de esa maldita enfermedad que se come los recuerdos e incluso se come quien soy realmente. En mi memoria guardo, libre de carcoma, aquel viaje en tren donde conocí a Sonia, el momento más importante de mi vida. El resto de la vida lo he ido olvidando. Me quedo con lo importante.

Mi vida es un viaje en tren a Córdoba.


Buen viaje, Joe

  Joe, simplemente Joe. Omitiendo, desde siempre, el rango familiar de tío. Recuerdo tu aterrizaje entre la familia cuando Ana, también sin ...