9.1.20

Insomnio

Duermo mal, es la verdad. Raro es que dos noches consecutivas sea capaz de dormir siete horas seguidas. O seis. Difícil. Ya ni recuerdo cuándo ocurría eso con naturalidad en mi vida.
Puede que sufrir descompensación por la presión arterial afecte, o sea el estrés o la genética.
Cada vez que me he decidido ir al médico para remediar esto, si es que existe remedio, sufro con paciencia estoica multitud de pruebas diagnósticas que no dan luz a nada en concreto. El doctor o doctora no suele encontrar lógica médica que explique el origen de mis síntomas hasta que llega la pregunta de siempre, el comodín de la baraja que les entregan en primero de medicina. 
- ¿Algún antecedente familiar?
La herencia genética es un gran aliado de los médicos cuando no tienen respuestas.
- Pues, no lo sé. Soy adoptado. Y me quedo tan ancho, sonriendo en mi interior al haber frustrado al doctor una salida honrosa a su diagnóstico.
En mi caso, me viene a la memoria con reiteración, mi abuela. Se pasaba prácticamente en vela las noches. Dormía muy pocas horas. Recuerdo que la sentía en el silencio nocturno, solo roto por el ritmo de consumo de sus caramelos de menta picktolin. A cada rato el sonido ahogado del envoltorio de papel plastificado al ser abierto para liberar el pequeño caramelo que mi abuela utilizaba para entretener su vigilia, adornaba el silencio de la noche. Acompasaba el ritmo de los ronquidos del abuelo con la apertura del dulce.
El lunes me desperté a las cuatro menos diez, el martes a las cinco y cuarto. El miércoles amanecí a las tres cuarenta y cinco. Madrugo mucho y una vez despierto, me cuesta mucho conciliar el sueño. La presión arterial se dispara y me despierto como un búho. 
Mi rutina es simple, me levanto, me abrigo bien, me asiento en mi butaca preferida del salón.Me cubro con la manta del sofá y me entretengo leyendo la prensa o escribiendo. 
Si tengo suerte, un par de horas después, me entra algo de sueño. 
El límite horario para la segunda oportunidad para recuperar el sueño lo fija el día de la semana que corresponde, si es laborable, las seis y cuarto de la mañana es mi hora oficial de levantarme. Si el sueño me regresa cerca de esa hora, me olvido, me ducho, afeito y me voy a trabajar con los ojos pegados de sueño. Aguanto, sin que se me note el cansancio durante todo el día con ese sueño a medias arrastrando tu interior durante el largo día. Lo peor, después de comer. Lo pasas fatal. 
Si es fin de semana, quizá me duerma durante otra hora a intervalos de veinte minutos y consiga descansar un poco, lo suficiente como para que la familia me vea locuaz y ocurrente.
Así llevo años, más de los que soy capaz de recordar.  Y cada semana me acuerdo de mi abuela.
No tomo excitantes, nada de café, té, ni colas. Nada que me ayude en ese tránsito de vigilia casi permanente. Durante una época me hice adicto a los refrescos de cola, me ayudaban a mantener el espíritu elevado durante el día. También es cierto que me acentuaba el insomnio, mis horas de amanecida eran más madrugadoras. Peor el remedio. Dejé los refrescos por la cafeína que extremaba la vigilia nocturna y perjudica mi tensión alta. También lo dejé por su alta concentración en azúcar que me llevó a cierto sobrepeso. 
Me acostumbré a superar el día a día sin excitantes a estar menos alerta, menos sobre reaccionado. 
Hoy he tenido suerte, no me preguntes cómo ni por qué. Me ha tocado mi lotería personal. Me acosté pasadas las diez y media porque me caía de sueño, dando cabezazos en el sofá mientras veíamos nuestra serie preferida. No aguantaba despierto, me fui a la cama.
Me despierto, como siempre, con un pequeño respingo. Siento que tengo un interruptor en la sien, clic, me duermo, clic, me despierto. Así de  sencillo. Abro los ojos, me siento bien. Busco el reloj despertador de la mesilla, las siete y cuarto. Casi nueve horas durmiendo. Viene a ser el doble de la media diaria.
Mi primera vez durmiendo como el resto de los mortales, mi primera vez desde tiempo inmemorial. Siento mi cerebro totalmente alerta, rápido, productivo. Increíble. Disfruto de mi primer día especial.

Esta noche siguiente regresaré a mi rutina, cuatro horas de sueño. No merezco tanta suerte seguida. 

6.1.20

Paloma viuda



Ascen enviudó hace dos años y se atrevió a quitarse el luto escasamente el mes pasado. Su Lorenzo se fue muy pronto, tras una enfermedad letal que desde que dio la cara hasta el suspiro final, fueron dos meses apenas.
Se casó con Lorenzo con veinte años y sus veintidós de vida de casados fueron agradables y fáciles de llevar. Dos hijas tuvieron, Ascensión, que hoy tiene veintiuno y Ramona, a quien llamaron así por su abuela materna pero que solo respondía al nombre de Mina, con diecinueve. Ambas estudian en la Universidad en Madrid. Su Lorenzo dejó muy preparado el futuro de ambas, asegurándose de que tuvieran un porvenir con mayores oportunidades.
Ascen se quedó sola en el pueblo, habitando esa casa grande que se construyeron en los años de bonanza. Lorenzo y Ascen regentaban un negocio de venta de electrodomésticos, siempre les fue muy bien. Ambos eran muy agradables y conocían cómo se maneja el vecindario, vendiendo a plazos a quien lo merece e incorporando un servicio de atención a domicilio a cualquier hora y día de la semana. El negocio seguía próspero porque Ascen no lo había abandonado, incluso le dedicaba muchas horas del día para llenar su soledad. 
Se quitó el luto y no le faltaron críticas a sus espaldas, no le importó. Dos años de luto son más que suficientes, no tiene intención de enterrarse en vida tras las ropas negras y con cuarenta y cuatro años. Ella tiene una figura muy atractiva, ojos grandes color avellana, melena corta hasta el final del cuello, pelo abundante, las curvas que tenía que tener y unas piernas largas. Se notaban carnes prietas. Una belleza.
Se gustó el primer día sin luto, cambiar medias negras por otras más claras, ponerse falda de color beige, acompañada de una blusa con un escote entreabierto que permitía insinuar su generoso pecho, terso y sin problemas de gravedad. Ese día volvió a sentirse mujer.
Salió a la calle decidida. Durante el corto paseo hasta su tienda, sintió las miradas de las mujeres a su espalda y alguna mirada de admiración masculina a sus andares, Ascen había vuelto.
Habían pasado dos meses desde aquel día y en la tienda se presentó Eulalia, la hermana mayor de su amiga Elisa. Su padre se empeñó en que todas sus hijas tuvieran un nombre que empezara por E: Eulalia, Elisa, Eva y Emilia. No tuvo hijos.
—Buenos días, Lala. ¿Necesitas algo? —la saludó sonriente Ascen, y sorprendida. Sabía que su familia, salvo Elisa, compraban en otra tienda de electrodomésticos que regentaba un primo de su padre, en la otra punta del pueblo.
—Ascen, vengo a hablar contigo. ¿Tienes un sitio más privado? —Ascen hizo una señal a su empleada y acompañó a Eulalia al pequeño despacho que tenía al final del local, donde ordenaba las facturas y tenía el ordenador para llevar la contabilidad de la tienda.
—Pasa, Lala. Es pequeño, pero suficiente para estar las dos tranquilas. Dime, ¿qué necesita tanto secreto?
—Como ya no estás de luto, todos los hombres del pueblo entienden que puedes ser un buen partido y vengo con recados de algunos a los que les gustaría cortejarte.
Ascen la miró muy sorprendida. Conocía de sobra esa costumbre antigua del pueblo de casar a viudas con viudos, costumbre de los años del hambre, donde se unían intereses: ella buscaba cobijo y mantenimiento, él cuidados y cocinera.
—Madre mía, Lala, ¿todavía se hacen así las cosas?
—Ea, prefieren utilizar una intermediaria antes que ofenderte y quedar en evidencia. Traigo recado de tres hombres que quieren cortejarte.
—Espera, espera —ya alarmada—, no me digas quiénes son, no me interesa y ni lo había pensado. Acabo de terminar el luto, pero por dentro sigo echando mucho de menos a Lorenzo. Además, tendría que explicárselo a mis hijas, que no sé si lo iban a entender. No me digas nada, ni un nombre.
—Ascen, no hay compromiso. Si necesitas más tiempo, así lo trasladaré, pero permíteme que te deje los nombres y te lo piensas con calma, el tiempo que tú necesites. Yo les transmitiré a ellos que es muy pronto aún y que sigues de luto por dentro.
Ascen no salía de su asombro, no se esperaba esta situación. Económicamente está muy bien, la tienda iba mejor que nunca y sus tres empleados eran fieles y honrados. Sus hijas están estudiando en Madrid y viven juntas en un piso que compró en el barrio de Moratalaz, muy bien comunicado. Ambas tenían un coche para desplazarse a clase y al pueblo cuando querían ver a su madre. Sentimentalmente, había descubierto el placer de la soledad, no tener que depender de nadie para nada. El cuerpo no le había pedido alegrías en estos años y parece que ese letargo sexual se mantenía. No estaba preparada para esto y menos para tener que elegir a un hombre a través de una intermediaria.
—Lala, es muy pronto, no estoy preparada. Agradece a estos hombres su interés, pero no me des sus nombres, no les beneficiará en nada. 
—Son buenos hombres, trabajadores, con su dinero y están también viudos. Unos señores limpios, ordenados y muy honrados.
—Lala, que no me des detalles, no me gustaría cruzarme con alguno por la calle y sentirme incómoda. Además, no es el sistema que elegiría para conocer a alguien.
—Bueno, como quieras, pero que sepas que no te van a faltar pretendientes. Eres muy guapa, con la vida resuelta y en buena edad. Solo hay que verte, hija. No quiero incomodarte más, me marcho, que tengo muchas cosas que hacer.
Ascen acompañó a Eulalia a la puerta del establecimiento, su sonrisa había desaparecido, estaba perpleja y no salía de su asombro. Ana, la empleada, notó el cambio de rictus y preguntó:
—¿Todo bien, jefa? —Ascen se giró para mirarla y asintió.
Pasó el resto de la mañana como flotando, en punto muerto. No fue una mañana de muchas visitas de compradores interesados, solo un par de clientes para comprar pequeños electrodomésticos, de los que se encargó Ana.
A la una y media cerraban para comer, hasta las cinco. Ascen volvió a su casa y una vez dentro llamó por teléfono a su amiga Elisa, la hermana de Eulalia. Elisa vive a escasos doscientos metros de Ascen y quedaron en verse a las cuatro, tras la comida.
Elisa, puntual como siempre, tocaba el timbre de la casa de Ascen y pasó al sentir el zumbido del pulsador que dejaba franca la puerta. Se dirigió directa a la sala de estar, donde sabía que Ascen tenía su rincón de leer.
—¿Qué es eso tan extraño que te ha pasado? —preguntó a modo de saludo Elisa.
—Hola, Eli, siéntate, que vas a alucinar.
Ascen le contó a su amiga la conversación de la mañana y Elisa, con una gran empatía, acompañaba su asentimiento de cabeza con sonidos que afianzaban la continuidad de la conversación: Ea… Hum… Mmm, Siii…
Elisa quedó en silencio mirando a los ojos de Ascen, tomó aire y sentenció:
—Joder con mi hermana. Sí, joder, mira que es antigua la jodía, y cómo le gustan estas cosas de ir de celestina, aparecer en todos los entierros, estar en todos los fregaos. Yo no le haría mucho caso. 
—Pero me ha hecho pensar.
—Claro, parece que te han despertado de un tortazo. A ver, Ascen, tienes dinero, una buena casa, tus hijas son mayores, una buena edad y encima eres muy guapa. No creo que te extrañe tanto ¿no?
—No me había parado a pensarlo, la verdad. No me he fijado en ningún hombre desde lo de Lorenzo.
—Amiga mía, enhorabuena, estás en el mercado. No te van a faltar pretendientes.
—Los hombres del pueblo son casi todos iguales y no me atraen. Además, tu hermana me hablaba de viudos, seguro que todos viejos, solitarios, buscando cocinera y compañera de cama. Yo le pido algo más al matrimonio. No estoy preparada, con lo bien que vivo sola ahora.
Elisa asentía. Se acercó para coger de la mano a su amiga:
—Haz lo que te pida tu cuerpo en cada momento —comentó mientras apretaba la mano de Ascen —y empezó a reír sin soltar la mano—. ¿Te imaginas a los viejos del pueblo rondando tu tienda todos los días? Piensa en Celedonio, que solo tiene dos dientes en la boca.
Ascen soltó la mano de Elisa de golpe:
—Quita, quita ¡Qué horror! ¿Te imaginas? ¡Ajjj! Ya no se me va a quitar esa imagen en todo el día, casi me dan ganas de volver a ponerme el luto.

—Vete este fin de semana a Madrid con tus hijas, distráete un poco y te ríes contando la anécdota de mi hermana la Celestina.

4.1.20

Música interior

Un fenómeno curioso me ocurre desde hace un par de años. No tiene secuelas, no duele, no cansa. Simplemente es curioso.

De un tiempo a esta parte, mi cerebro rescata canciones de mi niñez. Canciones que sin venir a cuento mi cerebro canturrea a intervalos durante varios días, dos o tres hasta que el fenómeno se repite con diferente melodía y vuelve a empezar.

Hay canciones de anuncios de la televisión: "Yo soy aquél negrito del África tropical..." La canción del Cola Cao de los años 70.

Hay canciones eclesiásticas: "Juntos como hermanos..."

Canciones de programas de televisión infantiles de mis años: "Somos los hermanos malasombra, somos malos de verdad..." de los Chiripitifláuticos. Con el Capitán Tan, Valentina, Locomotoro y muchos más.

Canciones de la radio: "Eva María se fue, buscando el sol en la playa..." de Fórmula V.

Canciones y canciones, surgen así por generación espontánea, aparecen en mi mente para recordar.

¿Será la edad?¿Es una estrategia del cerebro de recuperación neuronal para evitar el olvido?

No sé, me sorprende y lo disfruto.

Esta confesión quizá te preocupe querido lector o te haga sonreír. Es algo que convive conmigo últimamente. 

Voy a dejarme llevar, casi me alegro cuando surge una nueva canción, que me ameniza mis viajes de ida y vuelta al trabajo, las esperas en médicos, restaurantes o cines. Tengo un hilo musical interior con cierto toque melancólico.

¿Cual será la próxima canción? No lo voy a forzar, cada recuerdo surgido de manera espontánea me evoca una situación pegada a esa música. Revivo píldoras del pasado.

¿Te pasa a ti?

Da igual, me quedo siendo así de raro. Me hago gracia a mí mismo.

2.1.20

Jugando con los números 2020 - 2002. Ascenso del Atleti

Empezamos año y me pongo a jugar con los números, pensar en el 2020, nuestro año recién estrenado, me lleva al 2002 año del sufrimiento y de la alegría final.

27 de abril de 2002. Luis Aragonés se sienta en el banquillo, en el banco de fuera. Vestido con su chandal azul oscuro y su escudo, nuestro escudo, el del Atleti, en el corazón. Su chandal huele a humo, a tabaco, muchos cigarrillos consume durante el encuentro. Con gestos de rabia intenta animar a sus jugadores. No para. Lleva a su Atleti en la sangre.

El partido pide cabeza, calma, llevar el ritmo, no precipitarse. Luis es todo lo contrario, raza, pasión e intensidad. El partido empieza loco. Marca el Nastic, ya empezamos, tarde de pasión rojiblanca. 

La afición llena el viejo Calderón. Hasta la bandera. Hay ganas de ascenso. Dos años en segunda son muy, muy largos. Injusto este segundo año tras aquel larguero en Getafe en el descuento del último partido de liga. Ese balón significaba volver a primera en 2001. No estaba escrito. Otro año de purgatorio.

Ese año consumí más prensa escrita y radio sobre el Atleti que en todo el resto de mi vida. Un equipo apañado, con coraje y corazón. Poco juego y mucha intensidad. Y gol. El uruguayo Correa, Marcos Alonso, Mono Burgos en la portería y un muy niño Fernando Torres empujaban cada fin de semana a este equipo con alma de Aragonés.

El club se volcó en este partido, si el Atleti gana es de primera. Incluso hizo lo que nunca un atlético debe, vender la piel antes de matar al oso. Cuando el marcador se puso favorable con el 3-2, el video repetía un lema: "somos de 1ª"

Espérate que es el Atleti. Empatamos, remontamos, nos empataron de nuevo. Ese Cuellar qué bueno era. Correa metió el golazo de su vida, el campo se vino abajo, el 3-2. Parecía definitivo. 

Recuerda, somos el Atleti. El marcador publicitando que somos de primera y nos pitan falta en contra en el borde del área rojiblanca, en el descuento, en el puto minuto 91 y Cuellar de nuevo marca un golazo, por toda la escuadra. Después la heroica. Hasta Mono Burgos subió al área contraria. No había tiempo. Oportunidad perdida.

El Atleti no estaba muerto, también usa otras vidas. Esta vez se vistió de blanco y azul. Del vecino Leganés que nos hizo el favor el domingo 28. Ganó al Recreativo en Huelva, 1-2. Ese resultado convirtió al Atleti en equipo de primera. A falta de cuatro jornadas, el Atlético de Madrid tenía 12 puntos más que el cuarto clasificado, el Recreativo, al que le tiene ganado la diferencia de goles particular. Matemáticamente el Atleti vuelve a ser de primera.

Me alegré. Recuerdo que la rabia del casi del sábado no me permitió disfrutar del todo por el ascenso el domingo. Prefiero ganar en mi campo, no de carambola. Pero, oye, también vale.

Lo que me trae el juego de números, un recuerdo, un sentimiento, una hermandad, una afición. Mi cerebro quiso que los años 2001 y 2002 los tuviera aparcados. En 2003 nació mi hijo mayor y con el Atleti en primera, ¿Qué más se puede pedir?

Aupa Atleti.

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1.1.20

SAP

La niña no quiere jugar. Es viernes, al final del horario escolar le toca estar con su padre. Pasa el recreo de la comida sola en la esquina más lejana del patio, donde sabe que ni a los profesores ni a las monjas que cuidan y vigilan la convivencia en esa hora, se les va a ocurrir acercarse. Total, nunca pasa nada.

Durante la hora posterior a la comida, Mamen llora, habla con su amiga imaginaria, Carolina. Su único deseo es desaparecer , volverse invisible.

Mamen no entiende a su madre, se pasa los días estrujándola contra su pecho, repitiéndola cada dos por tres lo importante que es ella en su vida, que va a estar siempre ahí cuidándola, que es la mejor y llega el viernes y dice: tienes que ir con tu padre y Esa a pasar el fin de semana.

- Te lo vas a pasar muy bien. Hablaremos todos los días. Verás como enseguida estás aquí conmigo.
- No quiero ir
- Si vas a estar muy bien. Si tu padre te quiere. Te va a comprar muchas cosas que tiene mucho dinero.

Mamen no entiende nada. Diariamente, cada vez que tiene oportunidad, su madre, cuando habla con su abuela, tía, vecina o profesora solo escucha descalificaciones, insultos, falsedades acerca de su padre. Si es que no la quiere, nunca la llama, no cumple sus obligaciones de pago, que es un tal y un cual. Eso sí, nunca, nunca, que en eso tiene mucho cuidado, se lo dice directamente a Mamen. Se ocupa de hablar muy alto y de esta manera, permitir a Mamen estar al día de sus opiniones, críticas y descalificaciones. En todo caso, será la niña que escucha conversaciones de adultos. 

Mamen es un niña de once años, adorable, feúcha, a imagen de su padre. Desordenada, no le gusta estudiar ni esforzarse. La vida es para divertirse. No le gusta llamar la atención, prefiere el silencio y pasar desapercibida. Las maestras muestran predilección por ella precisamente por eso, nunca monta líos en clase, siempre se mantiene tranquila. En su colegio conviven en la misma clase, doce nacionalidades diferentes. Todos los alumnos con timbres de voz agudos y elevados. Les gusta utilizar a plena potencia su registro sonoro para ganarse la atención del resto. En ese caos de acentos y gritos, Mamen es un ángel, un problema menos para la maestra.

En el interior de Mamen ha crecido un desapego muy grande por su padre y por Esa, Cristina, su novia. Mujer guapa, más joven que su madre, sonriente y amable. Para ella no es sincera, además de ser culpable de llevarse a su padre.  

Odiar a su padre la acerca más a su madre, desea que ella la defienda y la permita evitar las visitas paternas. Se le hacen eternas. No quiere estar y cada minuto dura una década.

No le gusta esa casa, está ordenada, tiene normas, duele ensuciar, debe ir con cuidado para no hacer ruido, la cama que le ha comprado su padre es bonita y grande. Aún así siempre dirá que no le gusta. Lo peor de la casa paterna es el olor, huele a Esa, a su perfume hipnotizante, que atrae y  cautiva. 

Huele muy bien. Para Mamen, aunque le gusta, siempre dirá que huele mal. La espera a que llegue  ll lunes cuanto antes prolonga la sensación de eternidad cada fin de semana. Suerte que su madre le ha dado un amuleto para que se acuerde de ella y lo abrace como haría si estuvieran juntas.

Cuando peor lo pasa es en la época de exámenes, su padre la obliga a estudiar hasta asegurarse que domina el temario. Para ella, sentarse delante del cuaderno, es un castigo. Hace tiempo que tomó la decisión de no anotar nada en la agenda, así su padre no se enteraría y no la haría estudiar. El muy capullo está perfectamente informado por su tutora en el colegio, la madre Prudencia. Esa hijaputa con cara de uva pasa. Seguro que la tiene manía. 

El lunes por la noche adorna el interrogatorio materno respecto a su estancia en casa de su padre con todo tipo de detalles del gusto de su madre. Le cuenta lo mal que se lo han hecho pasar en el fin de semana. Su padre la ha tenido estudiando tres horas hasta saberse la lección, Mamen lo relata con un me castigó toda la tarde en mi habitación. Si han ido al cine y a cenar pizza, lo disfraza como una cena aburrida donde solo hablaban los adultos ente sí, excluyéndola. Omite que la película fue elegida por ella. Olvida también que la pizza estaba muy buena y que Cristina le dedicó toda la cena escuchando activamente sus breves comentarios.  

Cristina es solo Esa. Su padre un abusador que no merece vivir. Sabe que al final, todo su comportamiento tendrá recompensa, su madre le permitirá quedarse con ella y evitarle el suplicio de volver con su padre y Esa.

Echa de menos a su padre, así lo dice en el colegio cuando le preguntan los maestros. Queda muy bien. El día que su tutora planeó una cita con su padre, huyó, no le quiere ni ver. Le odia. No sabe por qué.

Se queda con su madre durante años, su padre no existe. Olvidarle ayuda a borrar el dolor.

Su padre la escribe sin recibir respuesta. Desea invitarla a merendar, le esquiva. La espera a la puerta del colegio, ella sale por otra. Finalmente desiste, tiene derecho a no sufrir, a vivir, a no desear morirse cada vez que su hija le hace un desplante. Ya se le pasará, ya volverá.

Pasan los años, pasa la vida. No vuelve.

Mamen no recuerda por qué odia a su padre. Ella no le quiere, le ha olvidado. Quiere tener un padre, pero no a Ese que vive con Esa.

SAP (Síndrome Alineación Parental) es un conjunto de síntomas que son consecuencia del uso de diferentes estrategias por parte de un progenitor, en las que ejerce influencia en el pensamiento de los hijos con la intención de destruir la relación con el otro progenitor.



Buen viaje, Joe

  Joe, simplemente Joe. Omitiendo, desde siempre, el rango familiar de tío. Recuerdo tu aterrizaje entre la familia cuando Ana, también sin ...