13.1.20

Como casi siempre perdimos por penaltis, la próxima vez campeones

Las horas previas prefiero estar ocupado en otras actividades. Parte de la vida del seguidor está condicionada por los tics y supersticiones que te vas creando con las experiencias vividas animando a tu equipo. Llegas a vestirte igual que hiciste en la última victoria, repites zapatos e incluso menú. Todo con tal de ayudar.


Hoy es la primera final del año, en un torneo de nueva creación al que fuimos sin mucha ilusión, hasta el punto que solo cincuenta socios solicitaron entradas para la semifinal, el club a estos pocos animosos les regaló las entradas. Otra cosa es el viaje y estancia en Arabia Saudí.



Para sorpresa de todos los comentaristas, organizadores, periodistas y resto del universo fútbol, el Atleti ganó al Barcelona gracias a su cambio de estrategia en los últimos veinticinco minutos, remontó el partido y provocó una crisis institucional en Barcelona que son de muy mal perder.



La final contra el vecino, contra el de siempre. Además lleva mejorando su juego y resultados en los últimos meses. No tenemos enfrente a Cristiano, quedan los demás. Casi cualquier miembro de la plantilla blanca vale como la suma de la plantilla atlética. Es un juego descompensado en función del poderío económico de cada equipo. 


Mi esperanza, nuestra esperanza es la lucha, el coraje y la suerte se alíen a favor de los nuestros de nuevo.


Primera parte muy de vigilarse ambos equipos, el Atleti presionando en campo contrario, incomodando al Real Madrid en todo el campo. Cuando el Atleti tiene el balón, se atasca. Aparentemente no tiene plan de ataque solo plan de presión. Juega a ahogar al contrario, a agotarlo, a esperar su oportunidad.



El Real Madrid abusa de los balones cruzados a los extremos, intenta hacer dos contra uno contra los laterales rojiblancos. Se choca contra un muro. El Madrid juega sin ideas, ataca sin daño. Un leve remate permite a Oblak adornarse con una palomita, para la foto, para el recuerdo. Sin peligro.



Ambos lo dejan todo fiado a la segunda parte. La continuación mantiene el mismo planteamiento durante los primeros veinte minutos, hasta que empiezan los cambios de refresco.


Zidane lo fía a los jóvenes, no tiene más banquillo. Se equivoca, no tienen perfil. Las finales son para hombres, estos son niños, habilidosos con poco carácter. El carácter lo suple su capitán manteniéndose en el campo a pesar de un esguince más que evidente.

Simeone mueve el banco con más criterio, elige experiencia, habilidad y músculo. Le gana la partida posicional.  Poco a poco la posesión del balón cambia, el Atleti se cree que puede, se va acercando. Al Madrid le faltan oxígeno e ideas. Al Atleti le sobran garra y lucha faltándole un toque de visión y puntería.

Final del partido, la prórroga va pintándose de rojiblanco. Corre más, ataca más, se lo cree más. El peligro no llega el partido muere al borde de las áreas. Es un partido táctico, igualado. Solo se puede ganar a los puntos.

En los últimos minutos el Atleti puede ganar, incluso una expulsión al borde de la agresión de Valverde a Morata, le roba una ocasión de gol mano a mano contra el portero, le roba el sueño de una posibilidad. Tangana, nervios, empujones. Esto se acaba.

¡A los penaltis no!. ¡Que al Atleti le cuesta marcarlos!. 

Final. A penaltis y ganó el de casi siempre, por penaltis. El Madrid los juega con la confianza de quien casi siempre los gana, el Atleti se enfrenta a ellos con la inseguridad del que falla más veces que acierta.

Apago la tele, orgulloso del trabajo realizado, del planteamiento del Mister, del esfuerzo, del coraje. Nos faltaban Koke y Costa, no se notó por garra. Yo les eché de menos, qué quieres que te diga.

Me preparo para la siguiente, este año tendremos más roce con los vecinos. La siguiente vez será más en serio, será nuestra oportunidad, será la de verdad.

Vamos Atleti. Ya queda menos. Lo tenemos en la mano. Ya cuento los días que faltan para nuestra próxima oportunidad. Seremos campeones


12.1.20

La vida de Lucía

Lucía se levanta con cuidado, sus huesos marcan el ritmo de su vida. Necesita calor, utiliza una manta eléctrica para dar vida por la noche a sus articulaciones.

La cama, de 135 cm, como las de antes. En su momento escasa por la envergadura de ambos, su Rafael abultaba mucho, grande y fuerte de joven que maduró a enorme y gordo después. Él se quedaba con casi toda la cama. Lucía, buscaba su huequecito acoplándose a la anatomía de su compañero que en agradecimiento compartía su calor personal. Lo mejor de su Rafael, su calor.

Cuando Rafael se fue, hace un par de inviernos, su corazón dejó de palpitar. Demasiado cuerpo para mantener con lesiones cardiacas. La dejó sola, sin despedirse. Un domingo en la siesta, se acostó y ahí se quedó. No le oyó llamarla, si es que lo hizo. No sintió ningún aviso. Solo recuerda que tras la película de la sobremesa le pareció raro que siguiera en la cama. Fue a despertarle porque después por la noche  le cuesta conciliar el sueño si duerme mucha siesta. Allí estaba, en su posición, tumbado en su costado izquierdo.

La llamó, zarandeó, gritó. Inútil. Se había ido. No se habían despedido.

Su vida desde entonces en soledad. Con sus achaques, sus dolores y con frío, desde entonces con frío.

Consigue finalizar los movimientos para vestirse con ropa cómoda para estar por casa. Es miércoles, hoy viene su hija Laura con la compra y algo cocinado para tirar la semana. 

Se rasca la cabeza, nota poco pelo. Con la melena tan poblada que tenía de joven. Lástima de embarazos. Cuatro embarazos y solo uno viable, el de Laura. Los otros se fueron según nacieron. Igual que su pelo, se fue y no volvió. La lámpara no funciona, se ha fundido la bombilla. Desenrosca y comprueba que los hilos se han separado. Se la llevará para comprar una igual en la ferretería que está cerca del mercado.

Anda despacio, dejando su habitación con la ventana abierta para ventilar, destino a la cocina. Prepara su desayuno habitual, una tostada y un café con leche. Poca cosa. Enciende su radio, sintonizada de siempre con su cadena preferida. Coincide en ese momento con publicidad. La radio es su gran compañía diaria, hasta habla con ella.

- Los Fernández son muy amables. Canturrea el divertido anuncio de limpieza de alfombras que es un habitual a esa hora. Siempre le hizo gracia, qué tendrá que ver la limpieza de alfombras con la amabilidad. Si algún día decide limpiar las suyas les llamará. 

Suena la puerta de la calle al cerrarse, llega Laura.

- ¿Mamá?
- Estoy aquí

Laura llega cargada con tres bolsas, ya ha pasado por el mercado y el súper. Deja un papel sujeto con un imán en la nevera, retirando otro igual del miércoles anterior.

- Mira Mamá aquí te dejo el menú de la semana

Coloca las fiambreras de comida que ha preparado en la nevera, con notas adheridas indicando el día de la semana previsto para cada plato. Reparte la verdura y fruta en el cajón. 

Besa a Lucía y se sienta junto a ella para acompañarla en su desayuno.

- Me he encontrado a Paca en el pollero
- ¿Y cómo está?
- Dice que mucho mejor, ya se atreve a andar sola. Se operó hace dos meses de cadera y está encantada.
- La llamaré para que se pase por aquí. No me siento muy católica para salir con estos fríos.

Laura se prepara otra tostada. Renegando de la carmela.

- Mamá te voy a comprar un tostador de pan, esto de la carmela es un atraso.
- A mí me gusta como queda. El pan de tostador queda más seco
- Y más rápido, te tuesta ambos lados simultáneamente. No tienes que estar dando la vuelta.
- Para lo que tengo que hacer, así me distraigo
- He pensado llevarte a la peluquería
- ¿A mí?
- Sí, para que te arreglen un poco, así sales y te relacionas con otras mujeres
- ¿Qué van a hacer con estos cuatro pelos que me quedan?
- Venga te ayudo a vestirte y nos vamos. Tengo hora reservada
- No me apetece
- Lo sé, pero no te puedes negar. Me vas a hacer quedar mal si no vamos

Tras un breve paseo llegan a la peluquería. Una de esas de barrio obrero, en el salón de su casa, Amparo ha organizado su oficio. Palangana para lavar la cabeza, espejo, sillón profesional giratorio y reclinable. Está todo apagado.

- No hay nadie. Estará haciendo la compra
- No espera, creo que he oído un ruido. Volveré a llamar

Al abrir la puerta aparece la cara amable, redonda y feliz de Amparo.

- Hola Lucía, hola Laura. Pasad.

El salón está a oscuras, Lucía casi tropieza con una silla en su camino. Amparo enciende la luz

- ¡Sorpresa!

Lucía mira con picardía y cariño a Laura. Frente a ella, sus amigas de toda la vida. Angelines, Conchita, Dolores y María Asunción. Compañeras de colegio, instituto, boda y hasta de paritorio.

- ¿Y esto?
- ¿No recuerdas Mamá? este año celebráis los sesenta años de la salida del colegio. Decidisteis celebrarlo hoy, en febrero en recuerdo al accidente de  Marta. 
- Sesenta años. ¡Cómo pasa la vida! Ya tengo setenta y seis que me pesan como si fueran noventa.

La alegría de las amigas se nota por el tono de voz que emplean, un poco sordas todas, elevan la voz como colegialas. Ríen y hasta se bromean entre ellas. La fiesta continuará en un restaurante cercano, tienen tiempo. Ampara debe dejarlas bellas y deslumbrantes.

- Lucía, a la comida viene mi cuñado Manuel
- Ese está calvo
- Será posible, ¿Cómo puedes ser tan exigente?
- No quiero aguantar a un viejo, bastante tengo yo conmigo misma todos los días
- Te hará compañía
- Me voy a comprar un perro. Prefiero un perro o un loro antes que a un viejo. Es buena persona, pero prefiero estar sola. Todavía no me acostumbro a la ausencia de Rafael como para meter a otro hombre en casa

Las amigas ríen y charlan, básicamente de sus achaques, citas médicas y se ponen al día de sus familias.

Lucía dedica una mirada de cariño a su Laura. Qué sorpresa tan agradable. Hace mucho tiempo que no está con ellas, desde el entierro de Rafael. Las echa de menos.

- Gracias, hija

Laura se va a sus quehaceres. Lucía está en buenas manos.

- En dos horas vuelvo a por ti, habrá que vestirse para la comida

Lucía siente que han cambiado los papeles, ahora Laura se comporta como su madre. La vida será así, no le gusta. Volverá a ser ella la dueña de su vida.

- Iré a casa yo sola, ven a por mí a casa para ir juntas al restaurante
- De acuerdo Mamá, adiós

Hoy es un gran día, echo de menos a Rafael, con él la fiesta sería un éxito. 

- ¿Te has enterado de...?

Lucía sonríe, no recuerda que le duelan los huesos.










10.1.20

Personaje

- ¿Otra vez? Tú no puedes estar aquí
- Ya ves, no te vas a librar de mí tan fácilmente
- No debería estar hablando contigo. Ya no estás
- Eso te crees tú
- Te recuerdo que yo soy el escritor
- Me da igual, estoy dentro de ti y me apareceré cuando me apetezca
- Tu personaje murió en la novela anterior, se acabó, desaparece
- Si estoy aquí es porque te arrepientes de alguna manera. No quieres olvidarme. Si de verdad estoy muerto como dices, bórrame.

Roberto era un personaje secundario de mi última novela. Una aventura policíaca del género negro con detectives, ambientes llenos de vicio, humo, drogas y alcohol. Le cogí cariño, se comportaba como mi hermano pequeño, leal, simpático, inocente, capaz de encontrar la humanidad más oculta en los más villanos. Como escritor no supe sacarle más provecho en la novela. No avanzaba en la trama, llegó a ser un personaje molesto, no era primordial para la resolución del caso, tampoco se enamoró de la corista, sin vicios reconocidos, no era extorsionable, insulso para una trama llena de sobresaltos, sorpresas y giros inesperados. En el Cluedo lo hubieras descartado antes de empezar. Y para colmo con una profesión anodina, sexador de pollos.

Me lo cargué y de forma triste, trivial, circunstancial, en un accidente de tráfico. Me dolió matarle. Yo le creé y también le borré. Un sacrificio innecesario, finalmente la novela resultó ser un fracaso absoluto, escasas ventas y muchas críticas.

Las críticas y opiniones de mis escasos dos docenas de lectores fueron sin piedad. Ten amigos para esto.

Calificaron la novela igual que al personaje de Roberto. Las más crueles que recuerdo fueron
* tras cien páginas, aún no ha pasado nada. De mi amigo Esteban. 
* me he perdido, al final no sabía quién es quién. Anónima aunque por su redacción adivino a mi hermano Luis.

Los ejemplares editados y no vendidos, se trituraron. Para mi tortura, me quedé con cinco ejemplares que ahí están, en lugar preferente del estante del fracaso junto con el resto de mis publicaciones.

Como penitencia me queda Roberto, producto de mi imaginación. Un calvario diario que se atreve a contestarme hasta en sueños.

- Escribe un libro con mi personaje
- No puede ser, estás muerto
- En una época anterior. Aprende de la saga de la Guerra de las galaxias, juega con las épocas.
- Olvídalo. No tienes gancho
- ¿y tú te llamas escritor? invéntate algo para mi

Me giro en la cama y consigo dormirme. Roberto no ha aprendido a entrar en la fase de sueño profundo. Afortunadamente.

Suena el despertador. Las seis. Mierda, es lunes. Me tengo que ir a trabajar para ganarme la vida. Administrativo en la Gestoría Antúnez, que desempeño con pocas emociones y escasas habilidades. Mi única compañía es Olga que los lunes me recuerda a Olivia, la novia de Popeye. Delgada como un lápiz, siempre de negro y fea de las de verdad. Es tan fea que corta el hipo. 

Antúnez se pasa las mañanas visitando clientes y regresa la media tarde, poco antes de cerrar dejando su rastro de anís. Olga es muy eficaz, una verdadera máquina, ella realiza el ochenta por ciento del trabajo de la gestoría. Antúnez no se encarga de nada administrativo, El capta y mantiene a los clientes que eficazmente atiende Olga.

¿Que qué hago yo? Pues poco, la verdad. Mi principal habilidad es perder el tiempo aparentando estar ocupado. Tan bien realizo la simulación que Antúnez ha entrevistado a varias personas para encargarse de los nuevos pedidos, ya que yo estoy a tope.

Para evitar que Olga se harte y me denuncie al jefe, me encargo de sacarla un par de días entre semana, al cine, a tomar algo, incluso algún roce consumado también. La tengo en el bote. Mucho cuidado debo tener porque es de las que se emocionan y ennovian para cazar al pardillo de turno. 

Los fines de semana me escaqueo con la excusa del cuidado de mi madre en una residencia. A mi madre la despacho en una hora el domingo por la mañana mientras sigue la misa por televisión. Da igual quien vaya, no te reconoce. Hay día que me presento como su padre o como su primo, incluso he llegado a ser la Reina de Inglaterra. Da igual su Alzheimer es devastador, creo que ni se reconoce a si misma en el espejo. El resto del fin de semana, escribo, borro, escribo, borro hasta completar un proceso auto destructivo del que no soy capaz de salir.

- Hola Pedro. Ese soy yo
- Joder Roberto, déjame en paz
- Te recuerdo que me prometiste escribir un libro con mi personaje
- Esa promesa no la recuerdo
- ¿Has avanzado ya en la idea?
- No escribo sobre muertos ¿te vale una esquela?
- Piénsalo, si escribes sobre mi, desapareceré de tu cabeza porque me quedaré en el papel

Roberto se ha quedado conmigo, me acompaña en este edificio tan bonito todo de blanco, con los pasillos de paredes de azulejo blanco, huele a amoniaco por las esquinas. No entiendo por qué me atan a la cama tras a cena. Cambió todo desde el día que me lié a golpes de orinal con otro interno, Oscar, al que llamaba Roberto y le gritaba: te voy a matar otra vez.

- Buenas noches Pedro
- Vete a la mierda. Estás muerto

9.1.20

Insomnio

Duermo mal, es la verdad. Raro es que dos noches consecutivas sea capaz de dormir siete horas seguidas. O seis. Difícil. Ya ni recuerdo cuándo ocurría eso con naturalidad en mi vida.
Puede que sufrir descompensación por la presión arterial afecte, o sea el estrés o la genética.
Cada vez que me he decidido ir al médico para remediar esto, si es que existe remedio, sufro con paciencia estoica multitud de pruebas diagnósticas que no dan luz a nada en concreto. El doctor o doctora no suele encontrar lógica médica que explique el origen de mis síntomas hasta que llega la pregunta de siempre, el comodín de la baraja que les entregan en primero de medicina. 
- ¿Algún antecedente familiar?
La herencia genética es un gran aliado de los médicos cuando no tienen respuestas.
- Pues, no lo sé. Soy adoptado. Y me quedo tan ancho, sonriendo en mi interior al haber frustrado al doctor una salida honrosa a su diagnóstico.
En mi caso, me viene a la memoria con reiteración, mi abuela. Se pasaba prácticamente en vela las noches. Dormía muy pocas horas. Recuerdo que la sentía en el silencio nocturno, solo roto por el ritmo de consumo de sus caramelos de menta picktolin. A cada rato el sonido ahogado del envoltorio de papel plastificado al ser abierto para liberar el pequeño caramelo que mi abuela utilizaba para entretener su vigilia, adornaba el silencio de la noche. Acompasaba el ritmo de los ronquidos del abuelo con la apertura del dulce.
El lunes me desperté a las cuatro menos diez, el martes a las cinco y cuarto. El miércoles amanecí a las tres cuarenta y cinco. Madrugo mucho y una vez despierto, me cuesta mucho conciliar el sueño. La presión arterial se dispara y me despierto como un búho. 
Mi rutina es simple, me levanto, me abrigo bien, me asiento en mi butaca preferida del salón.Me cubro con la manta del sofá y me entretengo leyendo la prensa o escribiendo. 
Si tengo suerte, un par de horas después, me entra algo de sueño. 
El límite horario para la segunda oportunidad para recuperar el sueño lo fija el día de la semana que corresponde, si es laborable, las seis y cuarto de la mañana es mi hora oficial de levantarme. Si el sueño me regresa cerca de esa hora, me olvido, me ducho, afeito y me voy a trabajar con los ojos pegados de sueño. Aguanto, sin que se me note el cansancio durante todo el día con ese sueño a medias arrastrando tu interior durante el largo día. Lo peor, después de comer. Lo pasas fatal. 
Si es fin de semana, quizá me duerma durante otra hora a intervalos de veinte minutos y consiga descansar un poco, lo suficiente como para que la familia me vea locuaz y ocurrente.
Así llevo años, más de los que soy capaz de recordar.  Y cada semana me acuerdo de mi abuela.
No tomo excitantes, nada de café, té, ni colas. Nada que me ayude en ese tránsito de vigilia casi permanente. Durante una época me hice adicto a los refrescos de cola, me ayudaban a mantener el espíritu elevado durante el día. También es cierto que me acentuaba el insomnio, mis horas de amanecida eran más madrugadoras. Peor el remedio. Dejé los refrescos por la cafeína que extremaba la vigilia nocturna y perjudica mi tensión alta. También lo dejé por su alta concentración en azúcar que me llevó a cierto sobrepeso. 
Me acostumbré a superar el día a día sin excitantes a estar menos alerta, menos sobre reaccionado. 
Hoy he tenido suerte, no me preguntes cómo ni por qué. Me ha tocado mi lotería personal. Me acosté pasadas las diez y media porque me caía de sueño, dando cabezazos en el sofá mientras veíamos nuestra serie preferida. No aguantaba despierto, me fui a la cama.
Me despierto, como siempre, con un pequeño respingo. Siento que tengo un interruptor en la sien, clic, me duermo, clic, me despierto. Así de  sencillo. Abro los ojos, me siento bien. Busco el reloj despertador de la mesilla, las siete y cuarto. Casi nueve horas durmiendo. Viene a ser el doble de la media diaria.
Mi primera vez durmiendo como el resto de los mortales, mi primera vez desde tiempo inmemorial. Siento mi cerebro totalmente alerta, rápido, productivo. Increíble. Disfruto de mi primer día especial.

Esta noche siguiente regresaré a mi rutina, cuatro horas de sueño. No merezco tanta suerte seguida. 

6.1.20

Paloma viuda



Ascen enviudó hace dos años y se atrevió a quitarse el luto escasamente el mes pasado. Su Lorenzo se fue muy pronto, tras una enfermedad letal que desde que dio la cara hasta el suspiro final, fueron dos meses apenas.
Se casó con Lorenzo con veinte años y sus veintidós de vida de casados fueron agradables y fáciles de llevar. Dos hijas tuvieron, Ascensión, que hoy tiene veintiuno y Ramona, a quien llamaron así por su abuela materna pero que solo respondía al nombre de Mina, con diecinueve. Ambas estudian en la Universidad en Madrid. Su Lorenzo dejó muy preparado el futuro de ambas, asegurándose de que tuvieran un porvenir con mayores oportunidades.
Ascen se quedó sola en el pueblo, habitando esa casa grande que se construyeron en los años de bonanza. Lorenzo y Ascen regentaban un negocio de venta de electrodomésticos, siempre les fue muy bien. Ambos eran muy agradables y conocían cómo se maneja el vecindario, vendiendo a plazos a quien lo merece e incorporando un servicio de atención a domicilio a cualquier hora y día de la semana. El negocio seguía próspero porque Ascen no lo había abandonado, incluso le dedicaba muchas horas del día para llenar su soledad. 
Se quitó el luto y no le faltaron críticas a sus espaldas, no le importó. Dos años de luto son más que suficientes, no tiene intención de enterrarse en vida tras las ropas negras y con cuarenta y cuatro años. Ella tiene una figura muy atractiva, ojos grandes color avellana, melena corta hasta el final del cuello, pelo abundante, las curvas que tenía que tener y unas piernas largas. Se notaban carnes prietas. Una belleza.
Se gustó el primer día sin luto, cambiar medias negras por otras más claras, ponerse falda de color beige, acompañada de una blusa con un escote entreabierto que permitía insinuar su generoso pecho, terso y sin problemas de gravedad. Ese día volvió a sentirse mujer.
Salió a la calle decidida. Durante el corto paseo hasta su tienda, sintió las miradas de las mujeres a su espalda y alguna mirada de admiración masculina a sus andares, Ascen había vuelto.
Habían pasado dos meses desde aquel día y en la tienda se presentó Eulalia, la hermana mayor de su amiga Elisa. Su padre se empeñó en que todas sus hijas tuvieran un nombre que empezara por E: Eulalia, Elisa, Eva y Emilia. No tuvo hijos.
—Buenos días, Lala. ¿Necesitas algo? —la saludó sonriente Ascen, y sorprendida. Sabía que su familia, salvo Elisa, compraban en otra tienda de electrodomésticos que regentaba un primo de su padre, en la otra punta del pueblo.
—Ascen, vengo a hablar contigo. ¿Tienes un sitio más privado? —Ascen hizo una señal a su empleada y acompañó a Eulalia al pequeño despacho que tenía al final del local, donde ordenaba las facturas y tenía el ordenador para llevar la contabilidad de la tienda.
—Pasa, Lala. Es pequeño, pero suficiente para estar las dos tranquilas. Dime, ¿qué necesita tanto secreto?
—Como ya no estás de luto, todos los hombres del pueblo entienden que puedes ser un buen partido y vengo con recados de algunos a los que les gustaría cortejarte.
Ascen la miró muy sorprendida. Conocía de sobra esa costumbre antigua del pueblo de casar a viudas con viudos, costumbre de los años del hambre, donde se unían intereses: ella buscaba cobijo y mantenimiento, él cuidados y cocinera.
—Madre mía, Lala, ¿todavía se hacen así las cosas?
—Ea, prefieren utilizar una intermediaria antes que ofenderte y quedar en evidencia. Traigo recado de tres hombres que quieren cortejarte.
—Espera, espera —ya alarmada—, no me digas quiénes son, no me interesa y ni lo había pensado. Acabo de terminar el luto, pero por dentro sigo echando mucho de menos a Lorenzo. Además, tendría que explicárselo a mis hijas, que no sé si lo iban a entender. No me digas nada, ni un nombre.
—Ascen, no hay compromiso. Si necesitas más tiempo, así lo trasladaré, pero permíteme que te deje los nombres y te lo piensas con calma, el tiempo que tú necesites. Yo les transmitiré a ellos que es muy pronto aún y que sigues de luto por dentro.
Ascen no salía de su asombro, no se esperaba esta situación. Económicamente está muy bien, la tienda iba mejor que nunca y sus tres empleados eran fieles y honrados. Sus hijas están estudiando en Madrid y viven juntas en un piso que compró en el barrio de Moratalaz, muy bien comunicado. Ambas tenían un coche para desplazarse a clase y al pueblo cuando querían ver a su madre. Sentimentalmente, había descubierto el placer de la soledad, no tener que depender de nadie para nada. El cuerpo no le había pedido alegrías en estos años y parece que ese letargo sexual se mantenía. No estaba preparada para esto y menos para tener que elegir a un hombre a través de una intermediaria.
—Lala, es muy pronto, no estoy preparada. Agradece a estos hombres su interés, pero no me des sus nombres, no les beneficiará en nada. 
—Son buenos hombres, trabajadores, con su dinero y están también viudos. Unos señores limpios, ordenados y muy honrados.
—Lala, que no me des detalles, no me gustaría cruzarme con alguno por la calle y sentirme incómoda. Además, no es el sistema que elegiría para conocer a alguien.
—Bueno, como quieras, pero que sepas que no te van a faltar pretendientes. Eres muy guapa, con la vida resuelta y en buena edad. Solo hay que verte, hija. No quiero incomodarte más, me marcho, que tengo muchas cosas que hacer.
Ascen acompañó a Eulalia a la puerta del establecimiento, su sonrisa había desaparecido, estaba perpleja y no salía de su asombro. Ana, la empleada, notó el cambio de rictus y preguntó:
—¿Todo bien, jefa? —Ascen se giró para mirarla y asintió.
Pasó el resto de la mañana como flotando, en punto muerto. No fue una mañana de muchas visitas de compradores interesados, solo un par de clientes para comprar pequeños electrodomésticos, de los que se encargó Ana.
A la una y media cerraban para comer, hasta las cinco. Ascen volvió a su casa y una vez dentro llamó por teléfono a su amiga Elisa, la hermana de Eulalia. Elisa vive a escasos doscientos metros de Ascen y quedaron en verse a las cuatro, tras la comida.
Elisa, puntual como siempre, tocaba el timbre de la casa de Ascen y pasó al sentir el zumbido del pulsador que dejaba franca la puerta. Se dirigió directa a la sala de estar, donde sabía que Ascen tenía su rincón de leer.
—¿Qué es eso tan extraño que te ha pasado? —preguntó a modo de saludo Elisa.
—Hola, Eli, siéntate, que vas a alucinar.
Ascen le contó a su amiga la conversación de la mañana y Elisa, con una gran empatía, acompañaba su asentimiento de cabeza con sonidos que afianzaban la continuidad de la conversación: Ea… Hum… Mmm, Siii…
Elisa quedó en silencio mirando a los ojos de Ascen, tomó aire y sentenció:
—Joder con mi hermana. Sí, joder, mira que es antigua la jodía, y cómo le gustan estas cosas de ir de celestina, aparecer en todos los entierros, estar en todos los fregaos. Yo no le haría mucho caso. 
—Pero me ha hecho pensar.
—Claro, parece que te han despertado de un tortazo. A ver, Ascen, tienes dinero, una buena casa, tus hijas son mayores, una buena edad y encima eres muy guapa. No creo que te extrañe tanto ¿no?
—No me había parado a pensarlo, la verdad. No me he fijado en ningún hombre desde lo de Lorenzo.
—Amiga mía, enhorabuena, estás en el mercado. No te van a faltar pretendientes.
—Los hombres del pueblo son casi todos iguales y no me atraen. Además, tu hermana me hablaba de viudos, seguro que todos viejos, solitarios, buscando cocinera y compañera de cama. Yo le pido algo más al matrimonio. No estoy preparada, con lo bien que vivo sola ahora.
Elisa asentía. Se acercó para coger de la mano a su amiga:
—Haz lo que te pida tu cuerpo en cada momento —comentó mientras apretaba la mano de Ascen —y empezó a reír sin soltar la mano—. ¿Te imaginas a los viejos del pueblo rondando tu tienda todos los días? Piensa en Celedonio, que solo tiene dos dientes en la boca.
Ascen soltó la mano de Elisa de golpe:
—Quita, quita ¡Qué horror! ¿Te imaginas? ¡Ajjj! Ya no se me va a quitar esa imagen en todo el día, casi me dan ganas de volver a ponerme el luto.

—Vete este fin de semana a Madrid con tus hijas, distráete un poco y te ríes contando la anécdota de mi hermana la Celestina.

4.1.20

Música interior

Un fenómeno curioso me ocurre desde hace un par de años. No tiene secuelas, no duele, no cansa. Simplemente es curioso.

De un tiempo a esta parte, mi cerebro rescata canciones de mi niñez. Canciones que sin venir a cuento mi cerebro canturrea a intervalos durante varios días, dos o tres hasta que el fenómeno se repite con diferente melodía y vuelve a empezar.

Hay canciones de anuncios de la televisión: "Yo soy aquél negrito del África tropical..." La canción del Cola Cao de los años 70.

Hay canciones eclesiásticas: "Juntos como hermanos..."

Canciones de programas de televisión infantiles de mis años: "Somos los hermanos malasombra, somos malos de verdad..." de los Chiripitifláuticos. Con el Capitán Tan, Valentina, Locomotoro y muchos más.

Canciones de la radio: "Eva María se fue, buscando el sol en la playa..." de Fórmula V.

Canciones y canciones, surgen así por generación espontánea, aparecen en mi mente para recordar.

¿Será la edad?¿Es una estrategia del cerebro de recuperación neuronal para evitar el olvido?

No sé, me sorprende y lo disfruto.

Esta confesión quizá te preocupe querido lector o te haga sonreír. Es algo que convive conmigo últimamente. 

Voy a dejarme llevar, casi me alegro cuando surge una nueva canción, que me ameniza mis viajes de ida y vuelta al trabajo, las esperas en médicos, restaurantes o cines. Tengo un hilo musical interior con cierto toque melancólico.

¿Cual será la próxima canción? No lo voy a forzar, cada recuerdo surgido de manera espontánea me evoca una situación pegada a esa música. Revivo píldoras del pasado.

¿Te pasa a ti?

Da igual, me quedo siendo así de raro. Me hago gracia a mí mismo.

Buen viaje, Joe

  Joe, simplemente Joe. Omitiendo, desde siempre, el rango familiar de tío. Recuerdo tu aterrizaje entre la familia cuando Ana, también sin ...