Ivanov descuelga su teléfono seguro, mantiene el color rojo elegido por los mandatarios de la extinta Unión soviética. Sobresale entre el resto de aparatos de comunicación. Pulsa la tecla 1 tres veces y espera con paciencia mientras repasa en su reloj de muñeca la hora local, las cuatro de la tarde en Washington son las nueve de la mañana. Conoce la rutina de su homólogo americano. A las ocho y media trabaja en el despacho, sus fuentes le han confirmado que tiene la agenda apretada desde las once de la mañana, ahora está libre de compromisos. Tres tonos después, Marllow descuelga animoso.
- Buenos días, Vasili, buenas tardes para ti
- Buenos días John, espero no molestarte
- Sabes tan bien como yo que hoy tengo una mañana tranquila.
- Desconozco el significado de esa palabra, tranquila. Nunca he experimentado esa sensación, debe ser desconcertante no preocuparse por nada ni tener que tomar decisiones
- Te noto muy filósofo esta mañana, ¿En qué puedo ayudarte?
- No te llamo para solicitar ayuda, te llamo para proponerte una alianza - ¿Alianza?
- Sí. Creo que a ambas naciones les interesa que seamos socios
- Venga, dispara
- ¿Cómo interpretas la desaparición de divisiones enteras que se mantenían cerca de la frontera con Rusia?
- Desconcertante, al menos
- Desde Rusia llevamos mucho tiempo vigilando sus movimientos en la frontera, en ocasiones hemos llegado a pensar en intervenir en legítima defensa ante la amenaza más que evidente de su disposición a lo largo de la frontera.
- Me imagino. Hemos seguido los acontecimientos, seguramente con menos interés que vosotros y también nos ha sorprendido tanto movimiento de tropas en la frontera como la desaparición de esas divisiones con todo su armamento. ¿Qué propones?
- Compartir información e interferir en China de manera coordinada, combinada o complementaria, igual me da. Con el fin de neutralizar la amenaza.
- Parece que la amenaza más real es contra Rusia
- En un primer momento, sin duda. Coincidimos que los chinos son insaciables
- Coordinar esfuerzos nos cuesta demasiado y debemos dar muchas explicaciones, recuerda el ejemplo de Siria. Propongo realizar acciones desestabilizadores que se complementen. De esta manera, actuaremos dentro de nuestras habituales toma de decisiones. En apariencia se tratan de acciones sin relación alguna y siguiendo patrones de intereses patrios individuales. Deberíamos ponernos ambos en común las acciones una vez al mes para valorar la escalada o no de acontecimientos
- Brillante, John, así lo haremos.
Tras colgar, Vasili no puede evitar sentir un frío descendente por su espalda. La coordinación mutua depende mucho de la capacidad de apertura de información que demuestre cada líder. Sabe que la franqueza no es el fuerte de John Marllow. Y de él, tampoco. En el fondo, hagan lo que hagan ambos, molestarán y mantendrán ocupados a los chinos. En el fondo es el objetivo, obligar a China a dedicar recursos y tiempo para defenderse es un manera de retrasar su expansión.
John Marllow cuelga el teléfono y se mantiene pensativo, aparentemente Rusia teme a China. Eso bien llevado puede ser una oportunidad para América. Sus más serios rivales enzarzados entre ellos. Hablará con la Agencia, una idea empieza a alimentarse en su cerebro. Anota unas breves notas de la conversación entablada con el dirigente ruso, sin conclusiones ni ideas adicionales. Solo escribe los hechos como lo haría un historiador, evitando dejarse influir por el ambiente.
Aprieta el interfono para solicitar la presencia de Susan, comprueba por su reloj que tiene media hora antes que la agenda decida su día.
- Hola Susan, ponme con Tom Richardson quiero hablar con él en privado en un hueco que me fabriques hoy
- Estuvo ayer aquí
- Lo sé, los temas que tenemos que tratar no se despachan por teléfono, que venga. ¿A qué hora le decimos?
- A las 13:30 decide Susan tras consultar la agenda presidencial, tenemos quince minutos antes de prepararnos para la comida con veteranos de guerra
- ¿Veteranos?¿De qué guerra?
- Me temo que de todas. Son diecisiete veteranos. Solo será un pequeño discurso, un brindis y un par de fotos. Media hora, cuarenta minutos. Después le preparamos la comida en su residencia
- Bien, avisa a la primera dama
- Está avisada
- ¡Qué grande es!
Susan lleva tantos años al servicio del Presidente que conoce el significado de tan buen humor en John. En el fondo lo que peor lleva es la distancia física de su Molly. Cada reencuentro es un bálsamo para John y para el mundo, de manera indirecta. Después de cada contacto matrimonial, las decisiones de Marllow son más pausadas, lógicas y certeras. Hoy va a ser un buen día para América.
Laura termina la reunión a primera hora de la mañana con sus compañeros de sucursal, descubre en la puerta esperando a que sea la hora de abrir el servicio a Adolfo que la sonríe desde la calle esperando un poco de compasión para dejarle pasar sin esperar los cinco minutos que faltan para la hora establecida. Laura consulta a sus compañeros y la situación de seguridad de la caja con el dinero ya guardado en los servidores y en el cajero automático. Se dirige a la puerta y deja pasar a Adolfo. De manera muy profesional le guía hasta el despacho, una vez dentro y lejos de las miradas del resto, le saluda con un par de besos.
- ¡Qué madrugador! ¿Necesitas algo?
- He venido para firmar los contratos de los que me hablaste
- De acuerdo, siéntate mientras los imprimo. Tengo un buen recuerdo de la cena en casa de Ana. No sabía que sois familia. Me lo pasé muy bien
- Y yo, estuvimos hablando toda la noche, dejamos un poco de lado a los demás, no sé si fuimos descorteses y tu marido ¿no se enfadó?
- No es mi marido y no tiene por qué molestarse, ni se enteró
Mientras la impresora va expulsando con ritmo cadencioso las numerosas hojas de los contratos, Adolfo le recuerda a Laura la posibilidad de asistir al partido del sábado frente al Valencia
- Me encantaría, claro que sí. Yo llevo los bocatas
- De acuerdo, ¿Cómo quedamos?
- Ya hablamos esta semana. ¿Dónde vives tú?
- A cinco minutos andando de aquí, este es mi barrio
- ¿Y como vas habitualmente al Metropolitano?
- En metro, es lo más cómodo
- Si te parece, podemos quedar aquí en el metro, yo aparco en mi plaza del trabajo y vamos juntos
- Perfecto, así continuamos la conversación
- Vale, mira ya están todos los contratos con la oferta reflejada. Firma aquí y aquí. ¿No los lees?
- Ya he leído la sinceridad en tus ojos, eres de fiar, no necesito leer tanto papel para que me diga que yo me obligo y el banco me puede.
Tras la marcha de Adolfo, no puede evitar sonreír al notar que su olor se queda en la mano y en la cara tras los besos en las mejillas. Ay, ay, ay, Laurita, que te gusta el florista.