7.9.20

El valor de un abrazo

 


Para Fede y Paqui


El ser humano aún con las costumbres matizadas por las diferentes culturas, necesita del contacto con sus semejantes. El tacto ya sea más íntimo a imagen del extremo oriente o más extrovertido como en el mediterráneo; siempre está presente en nuestras relaciones. 

El tacto y la mirada crean vínculos de afecto entre los humanos. Ayuda a identificar los sentimientos, a dar apoyo, a consolar y a amar. Somos seres sociales, casi gregarios. Un abrazo expresa más sentimientos que mil palabras, una mirada franca une una conversación por encima de la retórica. Los amantes buscan el contacto, los amigos se abrazan, se apoyan. Los amigos en culturas de Asia lo demuestran andando unidos con las manos enlazadas, en culturas como la nuestra los amigos se abrazan y besan al encontrarse.

Estamos unidos a nuestra especie gracias al contacto. Unir las yemas de los dedos con las de otra persona genera un crecimiento de la empatía y de la energía vital. Los espíritus de los unidos sienten que adquieren una deuda vital con el espíritu de la otra persona.

Dicen que cuando muere alguien muy cercano, te duele en el alma. Ese vínculo espiritual se rompe y el superviviente nota la ausencia hasta el punto de somatizarlo como dolor.

Tu descendencia hereda además de la carga genética, la suma de abrazos, de caricias, de  roces. Toda esa fricción mezcla los espíritus entre progenitores e hijos consiguiendo nuevas relaciones espirituales. Es el secreto de la prevalencia del ser humano. El contacto reiterado fabrica espíritus homogéneos, por esa razón, cuando por ley de vida los mayores nos dejan, su espíritu pervive entre nosotros. Siempre queda mucho de nosotros en el mundo. Cuanto más abracemos, amemos, toquemos y besemos, más huella dejamos.

Tengo dolor en mi corazón. Paqui se ha ido, joven, jovial, sonriente y alegre. Su espíritu se ha frotado tanto con los nuestros, que mucho de ella se queda. Solo tengo que recordar su risa para verla sentada con nosotros. Su mirada profunda, con coraje, sentida y limpia la hemos perdido. Lo que sentía con esa mirada, perdurará mientras viva. 

Te quiero mucho, Paqui. Me conformo con sentirte cerca, gracias por rozarte, gracias por repartir tu bondad entre todos nosotros, todos somos un poco tú. Tu espíritu perdurará entre nosotros.


6.9.20

Nuevos vecinos

 


La urbanización “El pinar” es un recinto de casas unifamiliares con amplias parcelas que permiten disfrutar de un jardín, piscina e incluso canchas de padel o tenis. Construidas la mayoría de las viviendas en los años ochenta del pasado siglo, en el fin de la moda de la segunda residencia en la sierra. Poco a poco los campos colindantes se han ido urbanizando, promocionado por los ayuntamientos, de viviendas adosadas en su mayoría. La mejora de las carreteras, la prolongación de la línea de ferrocarril con conexión directa a la capital con alta frecuencia de trenes y el cambio en los gustos de las familias que apostaron por una vida urbana en el medio rural favoreció que familias trabajadoras de la capital fijaran su residencia en la sierra. 

Este cambio de moda afectó a la urbanización “El pinar”, los propietarios históricos espaciaban cada vez más sus visitas a sus segundas residencias, sus hijos crecieron y tienen sus vidas; las casas son muy grandes para acoger a los matrimonios con edad avanzada. Los altos precios que han llegado a alcanzar las viviendas de la sierra y sus amplias parcelas convirtieron sus fincas en atractivo para los constructores. Muchos vecinos terminaron por vender sus casas. Nuevos vecinos aparecen por la urbanización con sus coches de gran cilindrada, sus trabajos importantes y sus vidas urbanas. Ya no se ven grupos de chicos en bicicleta explorando los alrededores, ni cazando lagartijas. Abundan las motos e incluso los mini coches que no dejan de ser un motocarro con volante. La vida cambia. 

La gran casa de los Martinez, antaño la envidia de la urba, vecinos de la parcela de mi familia, desapareció bajo la presión de las palas escavadoras, en su lugar levantaron cuatro casas con parcela que según nos informamos costaron cerca de millón y medio cada una. Los nuevos vecinos son majos. En la primera casa, la más cercana a la mía, vive una mujer de unos cuarenta, aparente, bien vestida que conduce en Q3. Madruga mucho para ir a la capital, siempre en traje de chaqueta. Media melena muy cuidada y zapatos de tacón. Todas las mañanas aparece en zapatillas blancas de tenis y sus zapatos de tacón en la mano. Se cambia al llegar a su trabajo. Tiene una hija de unos siete años al cuidado de una interna de origen peruano. No le conozco padre. 

En la segunda vivienda se aloja un matrimonio de similar edad que la anterior, también coches de alta gama. Tienen tres hijos entre catorce y once años. Todas las mañanas salen con sus chaquetas verdes y sus pantalones grises. Está claro que son alumnos del colegio de opus que está a unos doce kilómetros. Un autobús pasa a recogerles por la mañana pronto. La tercera casa es de un matrimonio maduro, no llegan a los sesenta y por lo que comentó el día que vino a presentarse es prejubilado de Iberia. Fue piloto y su mujer también se prejubiló con él. Viven muy cómodamente, viajan con asiduidad. El golf es su deporte preferido, ambos suelen ir al campo de la urba dos o tres mañanas a la semana. Una mañana coincidí con ellos, juegan a buen ritmo con ánimo de pasear. No se molestan en terminar los hoyos en el green. Levantan bola y siguen. Tras sus dieciocho hoyos marchan a su casa para sus rutinas. Muy educados y sociables, en poco tiempo se han dado a conocer entre los históricos de la urba

Los habitantes de la última casa son los que me tienen más intrigado. Una familia de cinco miembros, matrimonio con abuela y dos hijos, chica y chico. El pack completo. Su vestimenta es más desenfadada de lo habitual en la comarca. Las chicas de la familia tienen por costumbre ir con túnicas a modo de vírgenes vestales. Los chicos, más hippies. El olor a chocolate de sus pipas llega hasta mis dominios estando a bastante distancia. Juan, el marido y padre, conduce un opel con veinte años de antigüedad. Maite, su mujer, se mueve en bicicleta, de esas con la cesta en el manillar. Los hijos de unos quince o dieciséis años van al instituto del municipio que se encuentra a unos dos kilómetros, distancia que recorren a pié cada día. 

Me intrigan, por lo distintos que son y porque tengo menor visión desde mi ventana de su casa. He dedicado los últimos meses a observarles, no soy cotilla, es por curiosidad sana, comprender cómo pueden vivir esos vecinos tan diferentes. ¿De qué hablan?¿Qué les preocupa?¿Cómo han podido pagar esa casa cuando aparentan menores ingresos que los nuevos vecinos? Ayudado de mi cámara con zoom, vigilo fundamentalmente a Maite ya que Juan pasa mucho tiempo fuera de casa. Hace yoga por las mañanas, instruye a la empleada del hogar que limpia y cocina sobre las tareas del día y tras sus ejercicios desaparece de mi control durante unos veinte minutos que es cuando debe ducharse, deduzco porque aparece siempre con una túnica clara color hueso y el pelo mojado que deja secar al aire en su terraza. Todo aparentemente normal. Juan llega a eso de las ocho y media todas las tardes y los chicos en su horario escolar. 

Me intrigan varios detalles, nunca les he visto comprar comida ni sentarse a la mesa a comer. No recuerdo imágenes de desayunos, ni de tazas de café o comidas en la cocina o en el jardín. Con lo importante que es para mí la comida, me cuesta entender que una familia no dedique tiempo a disfrutar de los alimentos. También me llama la atención que al anochecer, nunca encienden luces en la casa. Su pequeño jardín sí cuenta con iluminación, lo que me demuestra que no tienen problemas para pagar el recibo de la compañía eléctrica. Y lo que más me mosquea es que no tienen contacto físico entre ellos, en las ocasiones que coinciden los cinco, mantienen una distancia personal exacta entre ellos, que suelen mantenerse en pié en un círculo imaginario. Por cómo se dirigen a Maite, está claro que ella es la responsable, la jefa de la familia. Todas las decisiones son consultadas con ella. Mide unos centímetros más que Juan y que los chicos. Le calculo 1,85 a Maite; 1,80 a Juan y los chicos aproximadamente 1,75 metros. La abuela un poco más bajita. Maite es la jefa. 

Ayer por la noche, a eso de las diez, llegó el vecino de la segunda casa. Por despiste puso las luces largas de su coche, solo un instante, apenas unos segundos, hasta que se dio cuenta y las apagó justo antes de bajar de su vehículo. El potente chorro de luz de sus faros iluminó el salón de la cuarta familia. La escena iluminada la tengo grabada desde ese instante, en un perfecto círculo, pude apreciar a Maite con más espacio a sus lados y los otros cuatro respetando las posiciones  atentos a la madre. Juraría que se estaban comunicando sin hablar, en la oscuridad de su vivienda y suspendidos en el aire. Poco tiempo se iluminó la estancia y puede ser un efecto óptico con el que mi cerebro me quiere involucrar para seguir investigando. Estoy seguro que estaban levitando vestidos los cinco con unas túnicas sencillas. Casi como unos fantasmas, flotando en mitad de su salón, sin hablar. Noté la mirada de la abuela en dirección a mi habitación, como si notara mi presencia en la habitación a oscuras. Noté su mirada fuerte en mis ojos mientras una voz interior me decía, tranquilo somos pacíficos. 

Esta mañana he coincidido con Maite en la parada del autobús que me lleva a la estación del ferrocarril, de camino a la universidad. Me ha saludado y hemos hecho el recorrido comentando banalidades. Tiene una voz sensual, que te acaricia el oído y mece su cerebro embrujando mis neuronas. Tiene la capacidad de transmitirte una tranquilidad y una paz desconocidas para mí hasta hora. Noto que su conversación agradable y armoniosa me atrapa. No soy consciente mientras ocurre, simultáneamente a cómo recibo las palabras de Maite, mi cerebro va olvidando la escena de ayer por la noche. Al llegar a mi parada, me levanto con cuidado para evitar golpear a alguien con mi mochila de estudiante. Me despido con educación y bajo del autobús. ¡Qué voz! Para enamorarse de ese rumor. Casi juraría que no abrió la boca en ningún momento que se comunica directa a mi mente.

Por la tarde, de regreso, actúo sin pensar, mis rutinas dictan mis acciones. Ducha, música, estudio y cena. Tras la cena, mi rutina dicta limpiarme los dientes y repasar mi diario de exploración, donde escribo mis avances con la familia hippie. Leo lo que escribí ayer y no lo reconozco, no tengo memoria sobre lo ocurrido. Pongo toda mi atención en lo descrito. Estoy preparado. Hace semanas que decidí escribir todos mis descubrimientos y me conjuré que nunca dudaría sobre lo que escribí por si me pasaba algo. 

Mantengo la vigilancia hasta media noche. El recuerdo de esa voz me acompaña, Maite me está hablando directamente. Me está invitando a su casa, ahora. Dudo, no sé si fiarme. Insiste. Una atracción sexual nace en mí, con una fuerza desconocida que me llama para ir corriendo a la casa. Me resisto, no me fío.

Una imagen se me aparece delante de mí. 

No temas, soy Maite, me dice sin abrir la boca ni articular palabra 

¿Quién eres?¿Quienes sois? 

Somos amigos que hemos venido a vivir aquí, no podemos volver a nuestra casa, una fuerza externa muy bien entrenada invadió nuestro hogar y nos hemos escondido aquí. 

¿Quiénes sois?

Amigos

¿Amigos? 

Mira al cielo estrellado en dirección sur, descubrirás una estrella de color azul, de allí venimos, de un planeta muy parecido a este tan acogedor.

Me voy a dormir, no estoy para cuentos.

Al abrir las sábanas para entrar en mi cama, veo a Maite desnuda sobre la misma. 

Tienes que creerme, Oscar, nuestra seguridad va en ello 

¿Cómo te llamas? 

Elipán, me dicen. Para tí Maite. Me dice mientras toma mi mano acercándome hacia ella. A las caricias a mi cerebro se unen sensaciones en mi piel. Su voz embriaga, su tacto enloquece ¿Cómo no voy a confiar?


2.9.20

Lucía ojos azules

 

Lucía es mucho de enumerar, de contar. Trabajó durante un tiempo en una guardería infantil a cargo de quince niños de dos años de edad. Uno, dos, tres, hasta quince. Lo hacía continuamente. Al salir del aula, al regresar, mientras comían. Su gran temor era perder un niño, una responsabilidad a la que nunca llegó a acostumbrarse. Por eso dimitió. 

Mas la costumbre sumadora se le quedó y la incorporó a su día a día, con gran trajín, cuenta y cuenta. Una, dos, tres mujeres embarazadas. Seis carros de mellizos por la calle, ocho ancianos con zapatillas deportivas, siete culonas con mallas compresoras negras, cincuenta y dos escalones hasta el garaje, seis mil novecientos trece pasos en su paseo matutino antes de prepararse para ir a trabajar. 

Esta tarde han quedado en la casa familiar para celebrar el encuentro anual entre los primos Blazquez, quince nada menos. Lucía es puntual y como siempre, se presenta la primera. La recibe su abuela con quien comparte nombre y color de ojos, azules llenos de vida. Color océano los llama su abuela Lucía. 

Hola cariño, siempre la primera, pasa, ven, ayúdame con los preparativos. Supongo que tus primas y primos llegarán con retraso, como siempre. 

La abuela hace de anfitriona interesada en mantener el contacto entre la segunda generación de su linaje consciente de que es que al faltar ella fácilmente los contactos se diluirán por efecto de las quince vidas y sus evoluciones. 

Todos los años, en la primera semana de septiembre organiza una merienda a la que invita a todos sus nietos a los que lleva comprometiendo para la causa durante todo el año, impidiendo cualquier deserción y eso que Emilio siempre lo intenta, hasta ahora sin éxito. Menuda es la abuela cuando se empeña en algo.

Van llegando los primos y Lucía contando. De uno hasta dieciséis. Algo falla, vuelve a empezar, se repite así misma que no se cuenta a la abuela. Uno, dos, tres, dieciséis. Empieza a fallar. Ella siempre ha sido infalible con los números, no hay sucesión que se le escape. Vuelve a contar. Uno, dos, tres, cambia de habitación y suman cinco más, van ocho, en la terraza cinco más, van trece y en la cocina dos más con la abuela que sumándose hacen dieciséis. 

Abuela, ¿cuántos somos? 

¡Qué pregunta más extraña, Lucía! ¿Cuántos vamos a ser? Los de siempre. 

Lucía regresa hasta la puerta de la casa y repite el conteo. Riguroso, científico y ordenado, sin permitir que nadie cambie de escena. Dieciséis. Busca en el aparador de la entrada una pequeña libreta y un bolígrafo. Sabe que su abuela siempre tiene a mano esa libreta para apuntar imprevistos que necesita comprar. En la primera hoja, la lista de la compra. Su mirada acaricia con amor la letra inclinada y perfectamente alineada de la abuela. Pasa la página para utilizar una hoja en blanco. Vamos a ver Lucía, no te vuelvas gilipollas, escribe los nombres de los primos por orden y origen de tío.

Esperanza, Emilio y Nacho. Celia, Marta, Lucía 1 y Juan. Luis y María. Alejandro, Juan Antonio, Jorge y Javier. Su hermano Miguel y ella, Lucía 2. Total quince. 

Vamos a hacernos una foto de recuerdos todos. 

Ya suena Juan Antonio, el enamorado de retratar cada encuentro, cada vez que se juntan comparte un álbum en google fotos con cuarenta o cincuenta instantáneas de la reunión. Suelen estar muy bien y ayudan a recordar con el paso de los años cómo cambian de moda y apariencia.

Salgamos al jardín, instruye Juan Antonio. 

Ordena a los primos, con la abuela en el centro de los dos escalones de bajada a la hierba. Los altos atrás, las primas abajo con la abuela. Fija su cámara al trípode que siempre va con él y gracias a su mando a distancia, dispara un sin fin de fotos. Luego cambia las posiciones para la foto sin la abuela. Repite el protocolo de disparo. 

Tras el ejercicio de retrato colectivo, la abuela llama y fija el inicio de la merienda que consiste en una mesa repleta de comida con dos pilas de platos para que cada uno se sirva y pueda comer de pie o sentado en las sillas colocadas alrededor de la sala. De esta manera favorece la comunicación entre todos, evitando las limitaciones que produce la mesa que casi te obliga a dirigirte a los que se sientan más cerca. Perdiendo la oportunidad de conversar con los más alejados.

La cercanía de edad entre todos ayuda mucho a crear un ambiente de complicidad. Ocho años distancian a la mayor, Esperanza, con el pequeño, Javier. Durante los años escolares ocho años es un mundo. Ahora con todos adultos se reducen las diferencias, se facilita la unión y se asientan las relaciones creadas hace años al calor del veraneo en conjunto. Coinciden ejemplos donde más que primos, son amigos. Les unen lazos antiguos, complicidades adolescentes e incluso aprendizajes naturales llenos de curiosidad y morbo. 

Lucía reconoce que cada año siente pereza para ajustar sus tiempos para dedicar un día a la merienda de la abuela, acude gracias a su insistencia implacable, al igual que le ocurre a cada uno de los asistentes. Están juntos por lo pesada que es la abuela y por cómo es capaz de decir a cada uno la frase necesaria para asegurarse su presencia. 

Lucía reconoce que cada año se alegra por compartir la experiencia y disfrutar de su familia en un ambiente agradable y cercano.

Sobre la mesa quedan doce medias noches, ocho pastas de mantequilla y tres porciones de tarta de Santiago que hace la propia abuela. Nada más. Poco queda por contar. Un éxito.

Juan Antonio, termina su álbum, tras enseñarle en exclusiva a la anfitriona que disfruta de cada una de las instantáneas, lo comparte con el resto de los presentes. Reciben todos los primos la invitación para adherirse al álbum de recuerdo. Sesenta y dos fotos. El año que más. Dos de los corrillos formados comparten comentarios de cada una de las instantáneas. Alguna risa remarca situaciones cómicas descubiertas por el objetivo de la canon de JuanAn. Lucía se anima a repasar por encima las fotos, esa noche en casa las verá despacio. Las fotos en el jardín llaman su atención, están todos e instintivamente suma. Dieciséis con la abuela en el centro, sonriente y con sus ojos azules llenos de felicidad. La siguiente foto es donde están los primos sin la abuela. Otra vez dieciséis. 

Vuelva a contar, no puede ser. Dieciséis. Levanta la mirada de su móvil, encuentra los ojos de su abuela esperándola. Mirada amable que la hace comprender que ella sabe lo que está pasando. Lucía se levanta para acercarse a su abuela.

Lo sé hija mía, lo sé. Sólo tú lo ves ¿verdad? 

¿Quién es? 

Eres tú, mi amor, tu imagen de hace mucho tiempo, de cuando te fuiste con doce años. Es hora que tu alma descanse. 

- Estoy aquí, abuela. Y entonces ¿salgo dos veces?

Sales con tu imagen del pasado y la que tendrías hoy. Una imagen idéntica a como era yo con veintitrés años. Piensa, mi amor, piensa ¿Con quién has hablado hoy?¿Qué has comido? Repasa las fotos. 

Lucía repasa las sesenta fotos restantes. 

No estoy en ninguna, abuela, salvo en las de grupo 

Porque no estás. Sé que has venido a por mí, te intuía desde hace tiempo. 

Las Lucía del pasado y del presente desplazan su mirada alrededor de la sala, la familia pierde nitidez se difuminan hasta borrarse todos los cuerpos. Se han quedado solas, el reloj de pared del salón marca con sus campanadas las diez de la noche, en septiembre ya es de noche. Los ojos azules infinitos de Lucía se apagan. Una vecina comentará que vio volar, en la oscuridad, a dos gorriones en dirección a la luna. Dos gorriones azules. Azul océano.


27.8.20

¿Quién soy?

 

  


Me siento adormecido, cansado y comprimido. Parece que esta vez he dormido mucho tiempo de siesta, noto mi cuerpo agarrotado y perezoso. Sin ganas de activarse. Abro los ojos, mucha luz, fuerte y molesta ¡qué extraño! Si para dormir necesito oscuridad absoluta, nunca duermo con las persianas levantadas. 

No reconozco la habitación, pintada de blanco con un enorme ventanal con vistas a otro edificio cercano recibo luz directa desde la izquierda iluminando el apoyabrazos del horrible sofá de plástico imitando la piel de color gris claro. Una mesilla auxiliar vacía y nada más. Un nuevo intento para cambiar de postura, ni caso, mi cuerpo sigue adormecido, no me responde. Consigo girar el cuello hacia mi izquierda. Una pared blanca desnuda. Descubro en mi brazo una toma doble en mi arteria. Una vía utilizada por una toma de lo que parece suero fisiológico y la otra vía está cerrada. 

Sigo sin recordar dónde estoy y qué hago aquí. Noto varios cables sujetos por ventosas en mi pecho. Por tercera vez me concentro. Mi deseo es moverme, esta vez noto que mi mano izquierda se acerca a mi cintura, la uña del dedo índice rasca mi piel cerca de la nalga.  

Siempre encontré un especial gustito al rascarme las nalgas justo después de despertarme. Si es posible a dos manos. Mi primer gesto ha sido ese, rascarme el culo. Con la mirada vigilo la mano derecha con el ánimo de repetir la gesta izquierda. Se encuentra más retirada del cuerpo y aunque noto la flexión y extensión de las falanges, no consigo contactar con mi culo. Me quedo sin rascado. Esta actividad física que me traigo ha llamado la atención de alguien, parece que los cables que tengo pegados al cuerpo han chivado que algo pasa. Aparece una monja pequeñita, con mirada despierta un tanto entrecruzada con una verruga del tamaño de una lenteja en el mentón. Luego me enteraré que se llama Sor Luz, por la cara que puso al notar mi mirada la bauticé Sor Presa. Comienza a aletear como una polilla aprendiendo a volar, pequeños saltos adornar su vuelo, no parece muy alta, escaso metro y medio, delgada como un fideo y una cofia en el pelo de color blanco nuclear. Todo blanco y una verruga. Duda si acercarse, hablar, vuelve por sus pasos y la oigo gritar desde la puerta. Regresa por fin, se me acerca, toma mi mano y acaricia mi frente. 

Buenos días, Miguel

La miro con curiosidad, consigo apretar su mano lo que la sorprende de nuevo, da un salto inesperado. ¿Por qué me llama Miguel? ¿Dónde estoy? ¿Quién es? No me salen palabras de mi boca. Al intentar hablar noto un tubo de goma. Así es imposible. 

Tranquilo, ahora viene la doctora. No intentes hablar que te puedes hacer daño. A ver si te pueden quitar el tubo. Dios mío, un milagro. Un milagro. 

Cruza la puerta de la habitación una mujer decidida, esta es más alta, viene enfundada en un pijama verde, en su bolsillo en el pecho escrito M. Milla. Deduzco que es médico por el fonendoscopio que adorna su cuello, se acerca revisando mis constantes en la pantalla que tengo a mi espalda. 

Muy bien, Miguel, bienvenido al mundo. Una grata sorpresa. Me dice Sor Luz que tienes capacidad para mover la mano, perfecto. Si entiendes con que te digo, aprieta dos veces, por favor. 

Siempre fui un chico muy bien mandado e hice el movimiento solicitado. La doctora Milla sonríe, noto en su mano que empieza a relajarse. Alarga su mano hasta mi mano izquierda. 

¿Puedes repetir el gesto, Miguel? 

A ver si me quitan el puñetero tubo de la boca y les aclaro que me llamo Luis. La sonrisa de Milla confirma que mi mano izquierda también es capaz de apretar. 

Vamos a hacerte unas pruebas para ver cómo estás y reaccionas. Me gustaría quitarte el tubo y el respirador. Ahora vendrán a por ti para acompañarte hasta la sala de resonancia. Te pido un poco de paciencia. Después de tanto tiempo no sabemos cómo despierta tu cuerpo. Quiero asegurarme antes de pecar por precipitación. En un par de horas vuelvo a verte y te comento ¿vale Miguel? 

Giro la cabeza de derecha a izquierda acompañado de un gruñido, intento decir que me llamo Luis, con tanta cosa en la boca solo se escucha UI, UI. La doctora Milla interpreta mi gesto como impaciencia y calma mi angustia con una caricia en mi cara. ¡Tengo barba! Me dejo llevar, en un par de horas me dirán algo. Los empleados de este hospital trabajan de manera muy diligente, en pocos segundos vienen a por mi, se llevan la cama conmigo encima y todos esos cables y tubos. En un ascensor grande cuento tres personas a mi alrededor, el celador que empuja la cama, un enfermero con los brazos tatuados como si de un marino se tratara y  Sor Presa, que ha dejado de bailar y toma la voz cantante. Pequeña y mandona. Las dos horas se doblan llenas de pruebas médicas y visitas esporádicas de una sucesión de especialistas médicos. Cada uno a su tema. Al regresar a mi habitación, una cara llorosa con media melena color claro se me acerca hasta abrazarme. Sus lágrimas mojan mi cuello, resbalan hacia mi espalda por la nuca. ¿Quién es esta mujer? Se supone que soy alguien importante en su vida. 

Miguel, cariño, ¿estás bien? 

Y dale con el Miguel de los cojones. ¿Quién es esta mujer? Tiene cara agradable, mantiene rasgos de una belleza natural descuidada, su cara lleva escrito el sufrimiento. Lo ha debido pasar muy mal en su vida. Viene vestida con humildad, limpia y con un olor a colonia limpia. Su mano no deja de apretar la mía, me acaricia y besa si parar. Está claro que me tiene cariño. Por fin, de nuevo, la doctora Milla. 

Miguel, tu caso es un auténtico milagro, hemos estado revisando tu situación actual comprándola con los informe médicos que teníamos de ti. Es todo sorprendente, incluso hay cosas que no somos capaces de comprender, además de despertar de un coma tras varios años dormido, has sanado de dolencias previas. Algún error hemos apreciado en los informes, pues tienes las muelas del juicio cuando según los registros te las quitaron hace veinte años. Enhorabuena. La prueba de retirada de la respiración asistida la han pasado con éxito, voy a retirarte el tubo, te aviso que te va a molestar.

La doctora da instrucciones a los presentes en la sala para que abandonen la estancia, la llorona se resiste hasta que la perseverancia de Sor Presa la convence. Se quedan la doctora y el enfermero tatuado. Mueven la cama hacia la mitad de la estancia. Me permite comprobar el pequeño jardín existente a la salida del hospital. Me choca el modelo de vehículo que veo en la entrada, me recuerda a un huevo cocido, otros que pasan repiten diseños similares. La doctora Milla gira mi cabeza, me mira a los ojos y me pide que no me mueva. El tubo sale rascando por su trayectoria, me irrita la garganta. Tengo sed. El tatuado sube el cabecero de la cama permitiendo que me incorpore y me sienta más cómodo. 

- Vamos a llevarte a la UCI durante un par de días para tenerte en vigilancia, no intentes hablar aún, tienes la garganta muy irritada, vamos a darte calmantes y a hidratarte. Puedes beber agua a demanda, pero asegúrate que bebes más de dos litros al día. ¿Lo has entendido, Miguel? 

No soy Miguel. Me duele hablar, consigo que se me entienda. La doctora Milla parece que comprende la situación, la revisión de los informes médicos la han hecho dudar. No cree en los milagros y menos en la recuperación de muelas. Algo no le encaja 

De acuerdo, por ahora, lo dejaremos entre nosotros, no vamos a liar más a la gente ¿Cómo te llamas? 

Luis 

Noto que mi garganta escuece mientras trago un rastro de sangre tras el esfuerzo 

Luis, de verdad, no hables. Descansa. Bebe líquidos. Esta noche estoy de guardia y vendré a ver cómo estás. Por ahora, vamos a dejar que sigan pensando que eres Miguel. Confía en mí. 

La vida en la UCI es tediosa, en lugar de estar en la sala común, me han destinado una habitación individual con muchos cables y cámaras. Una enfermera, Rosa, acude cada veinte minutos para comprobar mis datos y mi ánimo. Profesional y minuciosa, se le nota capaz con habilidad para trabajar en la UCI. Distante y fría, no es capaz de entablar una conversación de más de tres palabras conmigo. Me mira un instante, revisa las pantallas y se despide con un cariñoso apretón en mi brazo. Poco más. Insisto en moverme, cada vez responden mejor mis extremidades a mis deseos de movilidad. Soy capaz de mover el brazo para alcanzar el vaso para beber. No tengo fuerza. He perdido la masa muscular por inacción. Mis dedos de los pies también responden. Un avance. 

La llorona, ya sin lágrimas, aparece, debe ser la media hora de visita que permiten. En la UCI no hay sillas para las visitas, se mantiene de pie junto a mi cama. La miro extrañado, descubro a una persona preocupada por mí. Mi gran soledad junto con el aburrimiento desde que me han dejado al cuidado de Rosa me empujan a conocer más a esta mujer, por lo menos compañía tengo asegurada. Habla y habla sin parar, no sé quienes son Lucía y Emilio por lo que parecen han terminado el colegio, Lucía en la universidad se prepara como ingeniera. ¿Como yo? Vamos, ni en sueños soy yo ingeniero. ¡Esta alucina! Y Emilio en la academia militar. Todo muy lejano, todo muy diferente a mí. Un detalle me da un poco de luz. La llorona lleva un pase colgado por una cinta de tela al cuello. La V visible en gris la marca como visitante. Lucía Aguirre. La llorona tiene nombre. Empiezo a encajar. Me besa en los labios y me acaricia la barba antes de irse, su tiempo de visita ha terminado como bien le recuerda la triste de Rosa. 

Hasta mañana cariño, descansa. Los niños se van a poner muy contentos. 

Rosa casi empuja a Lucía hacia el exterior. Se nota que le gusta estar sola con sus enfermos, que además, no suelen hablar. 

Poco tiempo después aparece la doctora Millán, fiel a su promesa. A ella, sí que le facilitan una silla. Cierra la puerta y se sienta a mi lado. 

Hola Luis 

Hola 

No hables, te puedes hacer daño. 

Le hago el gesto de la escritura con la mano derecha. Ella asiente y sonríe. 

Mañana te daré algo para escribir, ahora quiero que me escuches atentamente, tienes mucho en lo que pensar. 

Muevo la cabeza con suavidad para hacerla entender que estoy preparado. 

Llevo investigando desde la última vez que hablamos y voy a darte datos. Estamos en el año 2019 llevas dormido diez años en coma profundo. Por tu historial naciste en Badajoz en 1970. Gracias a que tu familia siempre se ha resistido a desenchufarte de la ayuda mecánica para vivir estamos aquí ahora sentados. Estamos en Madrid, parece que estás casado con Lucía y tienes dos hijos. Ella ha sufrido mucho estos años para sacar adelante la familia, tu pensión no es muy alta y su trabajo está poco remunerado. Además de vivir durante tantos años pensando que su marido es un cadáver vivo gracias a las máquinas. Durante los últimos cinco años ha perdido la fe y sus visitas cada vez han sido más espaciadas. Este año parece que solo vino el día de vuestro aniversario, el uno de junio. Estamos a diez días de las navidades. 

¿Cómo te llamas? 

Es mejor que no hables. Disculpa, no me he presentado. Me llamo Marta Millán. Soy médico en este hospital desde hace catorce años y diariamente he pasado por tu habitación para ver cómo estabas. Siempre igual, dormido. Tras diez años inmovilizado has perdido fuerza muscular, que recuperarás con ayuda del fisio. Tienes llagas en la espalda de estar siempre tumbado, que se curarán. Lo que no comprendo es tu historial médico, no cuadra con los datos del reconocimiento de esta mañana. Según tu historial, te extrajeron las cuatro muelas del juicio, deberías tener una cicatriz por una rotura de tibia en un accidente de moto e incluso parece que te operaron de apendicitis en 1995. No tienes cicatriz. Lo que tengo claro es que Miguel Pérez no eres. Me creo que te llamas Luis, lo que no me cuadra es la reacción de tu familia. Todos están convencidos de que eres Miguel. ¿Tienes algún hermano? 

Niego con la cabeza 

¿Algún primo? 

Vuelvo a negar. Consigo subir mi mano izquierda hasta su brazo, bebo agua con la otra mano y me animo a beber para poder hablar  

Nací en 1942 y no sé qué hago aquí. ¿Crees en la reencarnación? 

Marta me mira, me aprieta la mano, se me acerca y me besa en los labios. 

Haz memoria Luis, en 1962 nos casamos en Zamora. Yo también he vuelto 

¿Ana? Ana ¿Cómo es posible? 

Nos deben una vida

18.8.20

Ganar y ganar y volver a ganar


La ilusión abona la esperanza. La realidad de las victorias o las derrotas alimentan o rompen el equilibrio emocional del aficionado. En la alegría todo es fácil. Es en la derrota cuando surge un luto que cada uno lleva de manera personal. 

El aficionado pragmático, con experiencia de sufridor y memoria suficiente como para recordar cada golpe y cada "casi lo conseguimos". Ese aficionado pausado, un tanto distante queriendo dominar sus sentimientos y sus reacciones. De lágrima fácil y espíritu inquebrantable te lo puedes encontrar gritando como loco en Hamburgo tras el triunfo agónico del Atleti ante el Fullham, masticando por tercera vez la salchicha espaciada alemana que repite como el pepino en verano. O en Bucarest disfrutando del mejor Falcao de la historia donde él solo destrozó a los hermanos bilbaínos en pocos minutos. Y en tantos otros lugares. También lloró en Lisboa durante esa final del minuto 94, el año del descenso, en Getafe cuando no se consiguió ascender por un gol. No vive del fútbol, tiene una vida plena y ni el Atleti le condiciona su vida. Sabe disfrutar del Atleti cuando sale cara y sufre menos cuando sale cruz.

El aficionado pasional, con experiencia animando incondicionalmente. No comparte ir al campo a comer pipas. Solo comprende seguir el partido saltando y bailando. Los noventa minutos de pié, cantando y animando. Se siente más auténtico, más comprometido y más importante cuando anima y gracias a su impulso los jugadores corren, saltan y aciertan más. El equipo no puede vivir sin él. No analiza mucho, es una persona de acción. Su mérito consiste en terminar ronco al final de cada partido. Vive todos los eventos y finales en directo. Viajó en coche compartiendo aventura con otros tres como él para asistir a las finales de Hamburgo, Bucarest, Lisboa, Lion y Milán. Incluso un verano se animó a visitar el Principado de Mónaco para la Supercopa. Casi se arruina con los precios del principado y tuvo que lidiar con el enfado de la familia por irse a mitad de agosto para ver un partido de verano. Pero allí estuvo apoyando a su Atleti. Él sin el Atleti no puede vivir, no puede respirar. 

El aficionado verbal. Ese que piensa con la lengua, locutor incansable de cada jugada del partido. Habla, anima, critica, escribe en el chat y comenta con los vecinos de grada cada acción. Somete a juicio sumarísimo cada instante. Radia los partidos criticando a los jugadores en cada jugada desafortunada. Tiene sus jugadores preferidos, siempre a salvo de la crítica y otros que al menor fallo o imprecisión les fulmina sin piedad. Se siente frustrado cada vez que perdemos, vuelca su frustración en el entrenador, en un jugador o en el consejero delegado. Su visión sobre cómo debe ser el Atleti es emocional, cambiante y desmedida, justo como dice su personalidad. Otro que no entiende la vida sin el Atleti. Por encima de la familia, amigos u otras aficiones.

El aficionado temeroso, el deprimido por obligación. Si algo puede salir mal, con el Atleti, saldrá mal. Su filosofía es de sufrir cada instante y si es posible, con anticipación. No hay partido que desde unas horas antes no te traslade sus miedos y "el verás que hoy no ganamos" o "con esta alineación no jugamos ni a las chapas".  Su ejemplo más fiel es ir ganado 3-0 a falta de cinco minutos del final y todavía ver peligro en la remontada del rival. Sus piernas no paran de vibrar durante los noventa minutos, los nervios se apoderan sus rodillas y le impiden parar. Hay un instante donde disfruta, justo en el pitido final si hay victoria. Durante unos minutos, justos los que necesita para concentrarse en el siguiente partido, en el próximo rival y encontrar razones que nos imposibiliten ganar. No comparto su visión atlética, la respeto por supuesto, como a todos. Todos los que me he encontrado de este grupo, puedo asegurar que son los que tienen el sentimiento de pertenencia más acusado. Se sienten más del Atleti que ninguno. Sufren más que nadie, cierto es, Sentir, todos los aficionados sentimos a nuestra manera, por igual. Sufriendo más o menos.

Esta semana pasada nos eliminó el Leipzig, un equipo alemán muy bien preparado físicamente con un juego moderno, presionante y algo de suerte. Nosotros jugamos a un nivel muy inferior, sin garra, colocación y siempre a remolque. Desconozco si ha influido el calendario, la semana de vacaciones tras la liga tardía por el virus o si simplemente son mejores. Mi corazón atlético me dice que no jugamos bien y si esta vez tuviéramos eliminatoria a doble partido, habríamos remontado. Mi cerebro atlético me dice que en este año de transición bastante hemos hecho, construir un equipo sólido y joven lleva tiempo. Parece que necesitamos un delantero goleador que nos ayude a ganar. Perder a Griezmann tiene su precio hasta que explote Joao y el equipo asimile automatismos en ataque, a semejanza de los adquiridos en defensa.

¿Frustrado por la eliminación? la verdad, no. ¿Me hubiera gustado ganar? claro que sí. Quiero ganar la Champions y la Liga. Para ello hay que crecer, que nos respeten las lesiones y meter miedo desde el primer partido. Nos tienen que temer.

El año que viene hay que mejorar, como aficionado no me vale juzgar la temporada en función de nuestros objetivos mínimos de cada año, quedar tercero y entrar en Champions. Solo desde la ambición se espera el triunfo, ser líder. Ganar. Valoro la vida en función del mercado y de la competencia. El Atleti tendrá un buen año si gana, no me importan los objetivos, el único fin que entiendo es ganar y así, siempre cumples los objetivos. Es hora de creernos que somos grandes, los hay más ricos, sí. Ninguno con nuestro corazón, nuestra afición y nuestro sentimiento. 

Toca volver a levantarse y crecer.

Como decía nuestro Luis Aragonés: "Ganar y ganar y volver a ganar"

Aupa Atleti

13.8.20

Un cuento de verano


Emilio, prototipo de español medio, criticón, muy de opinar sobre todo sin experiencia en nada en concreto. Cierto es que durante un par de años dedicó mucho tiempo y esfuerzos a preparar su oposición, una vez asentado en el puesto público, su día a día laboral se acerca bastante a ver pasar la vida. Desconoce lo que es el esfuerzo para cerrar bien el mes, los meses malos de facturación, los intentos de venta fallidos, las exigencias de los clientes siempre insatisfechos, la competencia feroz en cada oportunidad de venta, el no llegar a fin de mes y el no tener pagas extras. Su puesto de funcionario le permite una vida cómoda, sin muchos lujos, con mucho tiempo diario para dedicar a su persona. Un horario cómodo, compañeros de oficina tan relajados como él que se convierten en tertulianos sobre la actualidad política y social cada mañana. 

Su ánimo le pide más actividad. Su vida cómoda de 8 de la mañana a 3 de la tarde no le llena su espíritu. Su afición por opinar de todo sin saber de nada unida a su habilidad en la expresión oral le abre las puertas de un programa de radio vespertino en una cadena local. Conoce a la locutora en una noche de concierto en un local del barrio que le ficha tras una serie de noches de pasión. El jodido es feo que te cagas y aún así gracias a su labia sabe cómo embaucar a las mujeres, que no le faltan en su cama. Tras unos meses en el programa de radio le permite dar el salto a una cadena nacional de medio pelo con línea editorial muy de izquierdas donde la crítica, la fábula y la demagogia fácil de vestir entre mensajes tradicionalmente comprados por sus oyentes. “El poder de las multinacionales”,” nos controlan las fuerzas ocultas de la derecha reaccionaria”, “que vienen los fachas”, “la fuerza de lo público”, “la libertad”, “república”, “derecho a vivienda”  y otras del estilo, son muy de su agrado.

Desde su estreno en la tertulia, Emilio destila demagogia populista sin importarle las incorrecciones formuladas, él en su línea de criticar todo lo que hacen las empresas más importantes del país, los empresarios más exitosos, los políticos tradicionales a los que describe como corruptos, franquistas, cobardes, inmovilistas o lejanos a la ciudadanía. Nadie se libra de su crítica desde su atalaya dogmática ataca a todo el sistema. Nota que sus seguidores crecen, se identifican con él todos los que se sienten oprimidos por la sociedad, los empleados precarios, los trabajadores de toda la vida, los de izquierda. 

Varios de sus compañeros de trabajo le animan a montar una plataforma reivindicativa para tratar de unir a los descontentos con el sistema. Consiguen apoyos en las embajadas de países con ideología extrema que sientes agraviados con el mundo capitalista y con España en particular. A través de estas embajadas contactan con políticos de esas naciones que les invitan durante las vacaciones a compartir en seminarios y congresos su visión de la economía y la sociedad española. No le cuesta, gracias a su habilidad en la exposición, conseguir fondos para alimentar la creciente plataforma de gente que se siente oprimida o simplemente poco valorada. Organiza una acampada ilegal en la Puerta del Sol, pagando cien euros la noche a los primeros voluntarios que se enfrentaron con los tímidos policías que se acercaron para frenar la planta de tiendas de lona. Tras nueve días, los cien euros volaron junto con sus voluntarios. Ya tenían relevo de otros espontáneos que no pedían nada y comenzaron a organizarse para el avituallamiento unos, otros para los debates continuos con ideas de todo tipo para organizar la vida de los españoles. Todo parte de suprimir el estado represor, cambiar las instituciones e implantar un modelo asambleario donde todo está sujeto a debate e interpretaciones. 

Consigue los cimientos donde lanzar un nuevo modelo de partido desde fuera del sistema, aunque asumiendo la legalidad y la organización habituales. Sus mensajes más repetidos son que no son un partido político y que están fuera del sistema. Su carisma cuando se dirige al público en las asambleas populares a las que asiste, crece sin remedio. Es el líder y todos le identifican como la cabeza de las ideas revolucionarias. Su carrusel de compañeras de alcoba que ascienden en importancia en la jerarquía dirigente es el ejemplo de nepotismo más claro de los últimos siglos en nuestro país. Finalmente el no-partido político se presenta a las elecciones europeas consiguiendo su escaño. Emilio ha pasado de ser un funcionario gris aburrido a eurodiputado en un par de años. Impresionante. Aprende a comportarse como un político bien regado con el altísimo sueldo de eurodiputado con todos sus privilegios en asesoramiento, viajes, estancias y premiado por dietas de asistencia. Es un ejemplo vivo de aquello que siempre criticó. 

Lleva mal las criticas a su nula gestión y a su nepotismo entre sábanas. Su reacción siempre es amplificar lo corrupta que es la derecha reaccionaria y las influencias de esta entre el empresariado que presiona a la prensa en su contra pues se siente que incomoda al poder vigente. Sus seguidores borrachos de mensajes negativos diarios, conscientes de que tienen una oportunidad para cambiar el mundo a su favor, no valoran la realidad de los datos, se creen sus mensajes sin dudar. Aprieta su equipo en España la bases populares, alentando la presión desmedida a las personas, sin importar los daños colaterales a menores o vecinos. “Escraches” les llaman e incluso encuentran justificaciones democráticas para explicar a sus seguidores que todo es legal, limpio, honrado y moral. 

Tanto ruido mediático, con mucha prensa pendiente de cada gesto, expresión o nueva acompañante. Sigue siendo la novedad y a la prensa le encanta lo que rompe lo habitual.

Nuevas elecciones y nuevo resultado favorable, toca reinventarse. Otra asamblea creada para vestir que el no-partido es un partido, que el antisistema, entra en el sistema y validar a los líderes. Primeros desencuentros entre los dirigentes. Los más románticos con la idea original de la asociación antisistema se dan de baja. No admiten moralmente el cambio a ser un partido tradicional, con normas y cargos tradicionales. Se compra una casa propia de un burgués, a un precio sorprendentemente barato para lo que fija el mercado en un entorno vecinal muy lejano a su ideología de boquilla. 

La historia se repite siempre entre las formaciones de extrema izquierda. Se desgastan en guerras internas, depuran a los disidentes para terminar siendo partidos tradicionales personalistas. El culto al líder, imagen perpetua en su propaganda. Lo que sea por tocar poder. Reinventarse, traicionar a las bases, mentir al electorado, expulsar a los colaboradores, aliarse con el demonio si es necesario, con los enemigos de la nación, con quien sea. Y lo consigue, justo cuando comienza a confirmarse la tendencia estadística de desgaste, pérdida de influencia y de votos. Seis años después, el triste funcionario con mucha labia, llega al poder. 

Algo cambia en el mundo de Emilio, ahora le critican cada decisión y comentario, cada gesto, cada alocución. Aprende a sufrir “escraches” que ya no son democráticos ahora son reaccionarios. Recurre para defenderse a las fuerzas del orden, antes represoras ahora garantes de su seguridad. Descubre un juez investigando que tiene indicios de actividad criminal por un lío con la tarjeta telefónica de una antigua colaboradora sobre la que se sospecha su cercanía con los servicios secretos de nuestro país vecino. Para colmo otro juez investiga la financiación ilegal, los sobre sueldos ilegales y la existencia de una caja con dinero opaco fiscalmente tras la denuncia de un antiguo empleado represaliado injustamente por el partido no-partido. 

Malos tiempos esperan a Emilio, la justicia le aprieta, su acción gobernante es insignificante para España y para las esperanzas de los que le apoyan. La prensa le ha perdido el respeto, le ataca sin piedad, con parecida virulencia a la que empleaba Emilio para atacar a los medios de comunicación. Busca maniobras de distracción desviando la atención hacia un debate estéril sobre la necesidad de la monarquía. Parece que España, en su mayoría, no es monárquica aunque los españoles valoran la figura del Jefe del Estado como garante de la unidad nacional por encima del mejor político.

Todo tiene su momento, la pasión, la moda, el frío y el amor. Emilio, tu compañero de poder tiene mucha historia detrás, incluso ha sobrevivido a dirigentes de todos los tamaños, incluso los que desmerecían su cargo. Como compañero de viaje ha demostrado en la historia que cada vez que se alía con un partido más a la izquierda consigue alimentarse de él y termina desgastando tanto al compañero que en las siguientes elecciones casi desaparece. Pregunta al PCE e IU. ¿Dónde terminarás, Emilio? Cuando los tuyos se queden en casa desanimados por la espera a que su cuento imaginario se haga realidad. 

Los cuentos, cuentos son.

Buen viaje, Joe

  Joe, simplemente Joe. Omitiendo, desde siempre, el rango familiar de tío. Recuerdo tu aterrizaje entre la familia cuando Ana, también sin ...