23.1.20

Una semana con el abuelo







Laura deambula por la cocina haciendo tiempo, el calor estival es insoportable a la hora de la siesta. Su abuelo Manuel reposa en su sillón en una postura poco recomendable para su dolor de espalda. 
Por experiencia conoce Laura la conveniencia de permitirle descansar, lo necesita. Si le despiertas de su siesta se pondrá muy impertinente y no merece la pena. Total está dormido.
Se turnan los cuatro nietos para acompañar al abuelo por semanas durante el mes de julio. 
La vida en la aldea asturiana es tranquila, demasiado para Laura acostumbrada a la marcha de Oviedo. En la aldea quedan más vacas que vecinos y los que quedan comparten edad con el abuelo. Está Chisco el viejo gruñón de la casa más cercana y Covadonga una vieja maestra que se quedó sorda hace muchos años. Suelen refugiarse en sus casas la mayor parte del tiempo, salvo los escasos días de sol que aprovechan ambos para captar el calor para sus cuerpos y salen para encontrarse bajo el manzano que une las tres propiedades.
La mañana la entretiene el abuelo en pastorear y pasear por las sendas que llevan al monte. A eso de la una ya cansado regresa a su sillón. Antes de la comida, caen diez minutos de sueño reparador, tras su comida, abundante como buen asturiano, siesta en el mismo sillón. La tarde transcurre despacio con la radio de fondo, entretenido con tareas manuales que mantiene ágiles sus dedos.
A Laura su semana se le hace eterna, sin wifi y sin jóvenes por los alrededores, no tiene nada que hacer. Pocos libros se ha traído y su ánimo tampoco encuentra consuelo en la lectura. Le duele el alma. Pelayo, su novio de los últimos dos años decidió cambiar, ya no te quiero le espetó y la despachó para arrimarse a una nueva que había aparecido por la Uni. Sin ninguna explicación la despachó, está   dolida, despechada, sintiéndose un envase utilizado, un desperdicio. No es que su relación hubiera sido muy pasional desde el principio, tampoco se atrajeron como imanes, ni se buscaban continuamente. Era una relación muy relajada, casi distante. Empezaron como por obligación, los amigos de la pandilla empezaron a ennoviarse entre ellos y solo quedaron ellos, se juntaron porque era lo más cómodo, lo esperado y se llevaban bien. 
En ningún momento se paró a pensar sus sentimientos hacia Pelayo. Al llegar a la aldea recapacitó y llegó a la conclusión que estaban juntos por presión social, tenían que haber mantenido la amistad sin pasar a otro estadio.
Físicamente, Pelayo, no es su tipo. Ahora cae en la cuenta de su tacañería con los besos, las caricias y el infrecuente, escaso y aburrido sexo entre ellos. Con veinte años follaba menos que sus padres tras veinticinco años casados. Eso no es normal.
El abuelo todas las noches antes de acostarse la invita a salir con él la mañana siguiente a dar una vuelta por las vaques, así te da el aire. No la apetece madrugar, andar diez kilómetros, ver vacas, árboles e insectos. Demasiado para su cuerpo sedentario. Esa noche, tras la breve cena, su abuelo la vuelve a invitar.
- Vale. Pero no me canses mucho güelu
Manuel se va a dormir con una sonrisa en la cara. Le ha hecho feliz.
- Mañana a las seis salimos, ponte el despertador.
Manuel gusta de descansar en la cama desde bien pronto. No se duerme hasta casi las once, su rutina es acostarse pronto manteniendo el calor en la cama, escuchando su radio, hasta habla con ella. La radio es su única compañía durante el largo y duro invierno. Es su familia y con ella mantiene conversaciones continuamente
- ¿Puedo pasar güelu?
- Pasa hija ¿Qué te preocupa?
Laura busca consuelo, se tumba en la cama apoyando su cabeza en el pecho de Manuel quien ha apretado su brazo derecho para abrazarla.
- No entiendo por qué me ha dejado Pelayo. ¿Qué les pasa a los hombres?
- Al hombre se le gana en la cama y con la risa. Manuel sentencia.
Laura mira a su abuelo, en pocas palabras ha dado en el clavo. Con Pelayo poca cama y nada de risas.
Se acurruca un poco más junto a Manuel quien la acoge bajo su brazo derecho y la arropa con la colcha fina. No necesitan hablar más, con ese abrazo basta.
Primero una lágrima, después otra y otra y otra hasta llegar al hipo. Laura se desahoga, su dolor, su rabia, su tristeza necesitan salir. Moja el pecho de su abuelo quien no se mueve, simplemente acaricia la cara de Laura una y otra vez. Cuando el hipo y el riego de Laura desaparecen, se decide a comentar
- Laura si no le quieres ¿para qué estar con él? Tú te mereces estar con alguien al que quieras y que te quiera.
- No me gusta nadie en Oviedo
- ¿Quién te dice que debe ser de Oviedo o de Gijón o asturiano? Cuando le conozcas lo sabrás
- Nadie me quiere güelu
- Yo sí, mi niña
- No cuenta, pero gracias por decírmelo
Las seis de la mañana es muy pronto para Laura, aún así se ha despertado a tiempo, preparado café, dos tazas y el zurrón con el almuerzo para el paseo. El tenue amanecer matizado por las verdes montañas abre el día, la hierba está húmeda de la noche, nota fresco. Elige una sudadera, se cuelga el zurrón y se sitúa a la derecha de Manuel. Comienzan a caminar por el sendero en dirección a la montaña, las vaques veranean en alto, sueltas alimentándose del prado natural. 
Manuel ha bajado su ritmo habitual para facilitar a Laura acomodarse a su marcha, oye cómo resuella al ritmo del esfuerzo andando cuesta arriba. No son de hablar sin necesidad, la conversación la guardan para luego durante el almuerzo.
- Jacintaaaaa. Manuel llama a una de sus vacas que se ha apartado de la manada. 
- ¿Cual es?
- Aquella roja, la que está apartada. Se habrá peleado con Rosa, la número 432, es muy mandona y gusta de molestar bastante al resto de la manada.
- ¿Las conoces a todas?
- Claro, a todas
Manuel acaricia a varias de sus vacas que se acercan al reconocerle. Habla con cada una de ellas, se prodiga en caricias.
- Las vacas buscan el roce, sentir el cariño. Como los novios
- Güelu 
- No es una crítica. Cuando encuentres el amor y a la persona adecuada te saldrá de manera natural acariciar, besar, rozarte y la pasión. Obligar a los sentimientos no produce satisfacción ni placer más bien al contrario, tensión y un dolor interno que crece poco a poco en tu interior. Ven toca a Jacinta es muy dócil y mansa, no temas. Ven
Laura ayudada por Manuel acaricia el lomo y la testuz del animal, tras los primeros segundos de temor nota como sus caricias producen un relajo en el animal y en ella misma.
- ¿Lo ves? Dar y recibir caricias cuando hay sentimientos producen satisfacción y atracción. Jacinta te ha admitido en unos segundos, los mismos que has necesitado tú para sentir que te hace bien acariciar. Ambas habéis ganado y ambas al rozaros os habéis sentido más cercanas. Jacinta te recordará de por vida cada vez que vengas por aquí.
- Es una vaca
- Las vaques tienen sentimientos más limpios que muchas personas y sobre todo que casi todos los novios del mundo. Si alguna vez te sientes mal, un rato con ellas te devuelve la confianza en la vida
La mañana pasa fugaz, el sol gana ya la vertical. La sudadera de Laura abre su cremallera aun pronto para quitársela es un signo que va a hacer calor también hoy.
Eligen una piedra grande y plana en una zona de sol y sombra para la pausa del almuerzo. Manuel come con pasión rural, Laura más comedida se siente más cansada físicamente que hambrienta. Está disfrutando del paseo y la experiencia con su abuelo. Empieza a alegrarse por su oportunidad de convivencia a solas.
El regreso a casa es también en silencio, hay que respetar los tiempos de silencio y reflexión del Güelu. 
- Un coche, anuncia Manuel
Laura reconoce el vehículo color rojo de cuatro puertas, su ceño se tensa. Su rictus gira a tensión
- Es el coche de Pelayo. ¿Qué coño quiere este y qué hace aquí?
- No tienes más que preguntarle
Pelayo sale al encuentro de ambos
- Buenas tardes
Manuel saluda con la cabeza mientras continua desfilando hacia su casa
- Os dejo solos para que podáis hablar tranquilos
Laura se para frente a Pelayo, le mira fijamente dispuesta a la batalla.
- Hola Laura
- ¿Qué haces aquí?
- Vengo a hablar contigo, siento que me porté mal y te mereces una explicación
- Quedó todo muy clarito el otro día. Cambiaste de novia y ya está
- No he cambiado de novia, la he dejado
- Un record, dejas a dos novias en el mismo mes. Enhorabuena
- Siento haberte hecho daño, no supe hacerlo mejor, te mereces una explicación y disculparme 
- No voy a volver contigo Pelayo
Laura está muy dolida y muy lejos de ponerle fácil las cosas a su ex novio.
Manuel se tropieza en la entrada de la casa y cae de bruces al suelo
- ¡Güelu!. Corre Laura hacia él mientras grita
Pelayo reacciona y sale detrás de Laura. Manuel está en el suelo, no se mueve. Llegan ambos jóvenes a su altura.
- Espera, déjame un segundo. Pelayo estudiante de medicina se hace cargo de la situación. Nota que algo pasa, por encima del golpe y su consecuencia en el rostro.
- Vamos a girarle para que se mantenga tumbado en posición fetal. Mientras le reconozco.
- Se ha caído, nada más
- Lau, me temo que puede ser algo más
- Manuel, Manuel ¿Cómo te encuentras?
Manuel tiene dificultad en hablar, mira a ambos buscando una explicación. No les ve bien. Dirige la mirada hacia Laura, intenta hablar
- Veo mal. Se le escucha
- Lau, llama a una ambulancia tenemos que llevarle a urgencias
La ambulancia tarda veinte minutos en llegar, durante ese tiempo Pelayo intenta que Manuel siga la conversación, está desorientado. Cuando llegan los sanitarios se lo encuentran en la misma posición, cubierto con una manta. Se hacen cargo de él. Laura sube a la misma ambulancia para acompañarle.
- ¿A qué hospital le llevan?
- Al Covián
- Os sigo
En la sala de espera del hospital, Pelayo se sienta junto a Laura, en silencio. Está preocupado por Manuel.
- ¿Qué tiene mi güelu?
- No soy médico aún, vamos a esperar
- En la casa no dudaste y enseguida reaccionaste pidiéndome que llamara a urgencia. El médico de la ambulancia me ha dicho que quizá le hayas salvado la vida. ¿Qué tiene?¿Un infarto?
- Puede que un ictus, vamos a esperar.
- Gracias por estar aquí 
- Somos amigos, no te voy a dejar sola en este trance. ¿Has llamado a tus padres?
Niega con la cabeza
- ¿Quieres que les avise yo?
Laura a penas contesta, asiente con la cabeza imperceptiblemente
La puerta de urgencias se abre
- ¿Familiares de Manuel Noriega?
Laura se pone en pié 
- Sí
- Ha habido suerte, han avisado pronto y de manera oportuna, ha sufrido un ictus. Parece que hemos llegado a tiempo. Le haremos más pruebas y queda ingresado unos días. 
- ¿Puedo pasar?
- Por supuesto, pasad a verle un momento. En cuanto le asignen habitación, os quedáis allí más cómodos
Manuel descansa en una camilla, le han curado el golpe en la cara, muestra la nariz amoratada señal que su cuerpo no reaccionó protegiéndose de la caída. Mira a ambos jóvenes.
- No te preocupes mucho mi niña, estas cosas pasan a los viejos, nos caemos. Menos mal que estás aquí Pelayo, gracias por ocuparte de Laura.
- Vamos a subirle a la habitación, pueden esperarle allí.
- ¿Qué habitación?
- La 304. Pueden subir por el ascensor junto a la máquina de café. En diez minutos le subimos
La habitación se encuentra vacía, sin cama es impersonal y fría.
- Gracias Pelayo por ayudarme, no sé qué habría hecho de estar yo sola
- Lo mismo Lau, lo mismo
- No habría reaccionado tan bien como tú
- Siempre reaccionas de la manera adecuada, aunque te estén haciendo daño
Laura regresa mentalmente a la conversación interrumpida en la casa
- Pelayo no es el momento. 
No necesitan hablarse son amigos desde la infancia, se conocen muy bien, ambos saben lo que pasa. Toca dejar fluir la vida, liberarse de unas cadenas que se han atado inconscientemente. Son amigos, nada más. Un abrazo lo atestigua
- Veo que ya os habéis perdonado. Entra la cama con Manuel en la habitación. Espero que me invitéis a las bodas, a las dos
- Güelu, ¡Cuánto me alegro que estés mejor!
- Voy a avisar a tus padres, querrán venir 
Laura se lanza a la cama para abrazar a Manuel
- Mi niña
- Güelu
No hace falta más, un abrazo, las caricias y el roce. Nada más. Manuel consigue una prórroga.



21.1.20

Anuncio corporativo

Esteban se apresura por el ancho pasillo franqueado por despachos acristalados, la planta noble es lo que tiene. Muchos despachos y salas de reuniones. Recibió una convocatoria urgente para una reunión plenaria en el aula principal junto con todos los responsables intermedios, los responsables del éxito de la compañía.
En la sala están todos. El anuncio es importante, está claro. Inquietud general, nadie sabe el motivo de esta reunión, unos especulan con cambios en el organigrama, otros con dimisiones. Especular es el vicio de los mediocres. Esteban se mantiene a la espera.
Entran la Presidenta seguida de la Consejera Delegada y el resto de su plana mayor, un selecto grupo de cinco socios fundadores. Tres mujeres y dos hombres, estos ya mayores, los padres de las actuales dirigentes que son primas entre sí.
Toman asiento, el silencio reina en la sala. Los treinta y cinco cargos intermedios, incluso los del apoyo administrativo y mantenimiento. Todos presentes y expectantes. No es un anuncio de ventas, es algo institucional.
Enciende el micrófono la Presidenta, doña África Maestre.
- Buenos días a todos, disculpad la urgencia de la invitación.
Curiosa manera de denominar a su convocatoria urgente, invitación, a ver si alguien tiene los suficientes arrestos como para obviarla. Sigue la Presidenta hablando.
- Esta pasada noche ha ocurrido un hecho relevante que afecta a nuestra compañía y os queremos hacer partícipes. Es un hecho que nos permitirá competir con las primeras firmas del mundo en nuestro sector. Cambiamos de la noche a la mañana, de ser líder nacional a referencia mundial.
Los asistentes se miran entre ellos buscando un anticipo sobre lo que está hablando. Esteban interroga con la mirada a Carmen, jefa de Gabinete de la Presidenta y fuente de rumores e informaciones. Además de compañera ocasional de Esteban en sus desfogues de algunos martes. Ambos cambian su hora de gimnasio por otros ejercicios físicos. Carmen no sabe nada. Qué extraño.
Toma la palabra la Consejera Delegada, Mónica Maestre.
- Buenos días a todas y todos.
Mónica abusa del lenguaje inclusivo, en ocasiones suena a ridícula, ridículo por la reiteración innecesaria. Quiere demostrar que dirige una compañía mayoritariamente femenina y con marcadas políticas inclusivas que no dejan de ser discriminatorias para los varones por razones de género.
- Esta pasada noche hemos llegado a un acuerdo de fusión con la compañía referente en nuestro sector en los últimos años, Fullpower.
El rumor se dispara en la sala. Fullpower es la empresa líder en nuestro mercado y a la vez famosa por su lejanía con los trabajadores por su política de personal al límite de la humanidad. Cada año debes demostrar que eres el mejor, cada año el tercio de los peores empleados en resultados son despedidos. Son unos auténticos tiburones sin alma. La segunda compañía del sector, la sueca Förskott se especializó durante años en pescar de ese tercio de despedidos. Ganó cuota mundial y arrebató clientes muy relevantes a Fullpower. Son famosos por la conciliación y su excelente clima laboral. Colaboradores habituales de nuestra compañía cuando coinciden intereses europeos en España. No se lo tomarán nada bien. 
Mónica sigue hablando, desgranando un torrente de datos, cifras, previsiones que la verdad, no importa más que a la primera línea del consejo. El auditorio necesita conocer qué va a ser de ellos.
- Para terminar, Mónica hace una pausa para asegurarse la atención del auditorio, informaros que en este momento cesan de sus funciones el Consejo, incluidas Presidenta y Consejera Delegada. Permítanme que les presente a John Möller, CEO de Fullpower.
Conecta en la pantalla la figura del nuevo jefe, sentado en el pico de la mesa de su despacho. Se trata de una grabación, por la diferencia horaria. La luz que entra por sus ventanas imposibilita que sea en directo. Habla desde Texas. Estados Unidos.
- Buenos días a todos en España, bienvenidos a Fullpower, el líder mundial que con esta adquisición se hace más fuerte y da un paso decidido por ganar presencia en Europa...
Su conversación enlatada es seguida por todos con atención, hasta los presentes con menor nivel de inglés, escuchan con atención e intentan descifrar el lenguaje no verbal con ánimo de adivinar sus intenciones con nuestros puestos de trabajo. El discurso es el propio de un acto protocolario de presentación, la sangre y los disgustos para otro momento.
Termina la reunión. La inquietud general sobre el futuro individual y colectivo abona los corrillos de compañeros preocupados. Con la mirada Esteban busca a Carmen, no se cruzan, la ve revoloteando cerca de África. Todo apunta a que Carmen comparte destino y sale de la compañía esa mañana. Luego la llamará. Se centra en un corro de compañeros dados a la pesadumbre y la depresión. Les deja con sus malos augurios. 
En la soledad de su despacho tiene un segundo de inspiración. Toma su teléfono y marca de memoria el número de Sara, su contacto de su mismo nivel en Förskott España
- Buenos días Estaban ¿Cómo estás?
- No voy mal, te llamo para darte una noticia en primicia, antes que abra el mercado
- ¿Una confidencia? Dime
Siempre se han caído bien, se respetan y admiran. Han trabajado muy bien juntos hasta el punto de labrar una amistad sincera, profesional y personal. El marido de Sara coincide con Estaban en el campo del Atleti cada quince días. Es buen tío y se llevan bien. El verano coincidieron una semana en  Marbella. La mujer de Esteban, Lourdes, hace muchas migas con Sara. El pegamento está extendido. Son casi familia.
- Nos acaban de anunciar que nos ha comprado Fullpower y echan a nuestras jefas.
- No jodas. ¿Y tú que vas hacer?
- Todavía no lo sé. Si necesitáis un experto como yo, estoy en el mercado.
- Esteban te llamo más tarde, entiende que debo dar la noticia.
- Corre a dar la primicia antes que otro se te adelante
Esteban se mantiene con la mirada fija en el teléfono. Empieza a notarse en shock. Marca el teléfono de casa para avisar a Lourdes.
A las doce de la mañana, recibe una llamada de Sara.
- Esteban. ¿Comemos juntos? Puede que tenga buenas noticias para ti.
El próximo mes, Esteban viaja a Estocolmo para negociar los flecos de su incorporación. No le gustan los yankees, prefiere a los rubios, ya les conoce, son de fiar. 
Por un momento piensa en reclutar a Carmen y mantener su idilio esporádico. Recuerda que Sara y Lourdes con amigas. Eso le hace desechar la idea. No conviene unir amor, familia y trabajo. 
En el mundo de yuppie no hay prisioneros, no hay amigos. No hay personas, solo números. Solo importan los resultados. 

20.1.20

Llueve

Con la precisión de un reloj suizo, salgo de mi casa cada día a la misma hora. Siete y cinco minutos. Tardo seis minutos en llegar a la parada del autobús que me acerca al centro. El autobús suele aparecer uno o dos minutos después.
Hoy está desagradable la mañana, fría y lluviosa. El aguanieve llena de reflejos plateados la mañana, aún oscura. Falta más de una hora para que amanezca.
Espero mi turno en la fila de acceso al autobús, soy el tercero, los otros dos viajeros los mismos de todas las mañanas. Pico el bono transporte y me acerco a mi asiento preferido, justo pasada la puerta trasera, en la ventana izquierda para entretenerme con el tráfico.
Dos paradas mas adelante, parada importante, se suben muchas personas, reconozco a casi todas. Compartimos transporte a diario, también nuestros resfriados y otras enfermedades de rápida propagación. Entra ella. Nos miramos como cada mañana. No nos hablamos, simplemente marcamos territorio con la mirada.
Sé que se llama Marina, así la llamaron una mañana dos señoras cuando bajaban en su parada. Ojos marrones, pelo castaño oscuro, media melena lisa. Siempre de vaqueros gastados, estrechos y tobilleros. Zapatillas tenis blancas, camisa que alterna a diario, blanca, de cuadros o a rayas, chaqueta azul marino, pañuelo en el cuello y abrigo que se abre según sube al autobús.
Elige seguir de pié, a dos metros de mí, en la zona sin asientos. Viaja de espaldas al sentido de la marcha, estamos cara a cara. Así todos los días, durante todo el año.
Marina se baja una parada antes del final de trayecto, que es donde lo hago yo. Nos sonreímos justo antes que se abotone el abrigo. En cuanto abre las puertas en la parada, ella sale precipitadamente. Anda rápido, aparenta ir justa de tiempo.
En mi parada empieza mi mundo, mi vida responsable. Diez minutos andando y llegaré a la oficina para empezar un aburrido día moviendo papeles. Me encargo de las incidencias en los hogares de los clientes asegurados en mi compañía, coordino a los tasadores, fontaneros, electricistas y demás gremios. Muchas incidencias, pocos solucionadores y mucha impaciencia de todo el mundo. Llego pronto, me merece la pena. Siempre hay mucho lío. 
A las cinco y media regreso hacia la parada del mismo autobús, me tomo mi tiempo, he terminado mi jornada y no tengo prisa. En casa no me espera nadie. Vivo solo. Me divorcié hace tres años. Realmente se divorció mi ex. Encontró al hombre de su vida y la dejé marchar. No me importó mucho, la verdad. Hay cuernos que no duelen, alivian. Nos habíamos aburrido de vivir juntos. Sin hijos, todo fue rápido y civilizado. No he vuelto a saber de ella, salvo que terminó casándose y divorciándose de nuevo en el mismo año. A mis treinta y ocho años estoy solo, no cuidé mis amistades de toda la vida, me centré exclusivamente en mi relación con Paula. Sí se llamaba Paula. Me equivoqué al apostar por ella, Paula se fue. No hay nadie más. Me cuesta hacer amigos, soy de pocas palabras y no tengo gracia en la conversación. Estoy solo.
La parada del autobús está llena, una docena de personas esperan. No ha dejado de llover en todo el día y eso complica el tráfico, viene con retraso. No es normal. Guardo mi turno en la fila con el paraguas extendido, la lluvia arrecia, moja cuando cae y también cuando rebota en el suelo.
Una voz a mi espalda me despierta de mi ensoñación.
- Hola
Me giro y me encuentro con la mirada de Marina. Empapada por la lluvia. Acerco mi paraguas protegiéndola del manto de agua que cae.
- ¿Me estás siguiendo? pregunta Marina con picardía.
- Eso puedo decir yo. Estás en mi parada.
- Coincidimos todos los días 
- Cierto. Te veo bajar en una parada anterior. No recuerdo haber coincidido nunca para la vuelta.
- Me han cambiado mi clase de refuerzo. Voy a una academia para prepararme. Estoy en segundo de ADE, me cuestan las matemáticas y en la academia nos enseñan a aprobar, que es lo que quiero, no busco el premio Nobel. 
- ¿Te apetece ir a tomar algo?. Aquí solo nos mojamos. Podemos coger el siguiente bus y con suerte irá más descargado
Marina asiente despreocupada. 
Nos dirigimos a una cafetería cercana. Las infusiones animaron nuestros cuerpos y la conversación surgió natural. Dos personas que se ven día a día, paran su rutina para conocer a una persona nueva en su vida. 
Casi doblo su edad. No me importa, parece que a Marina tampoco. 
Marina se apoya en el radiador buscando reconfortar su cuerpo y secar un poco su empapada ropa.
Empieza una nueva vida. Se hará tarde, muy tarde. Recordaré ese frío y esa lluvia siempre. El tiempo de ese día, de nuestro día.
Han pasado quince años, seguimos juntos. Los días de aguanieve y frío salimos a tomar una infusión a la cafetería. Algo tiene de embrujo que nos anima. La melancolía propia de un día de lluvia a nosotros nos anima.
Hoy llueve, Marina sonríe. Y mira que la quiero.

19.1.20

Amalia y su viejo marido

Amalia sabe que se le ha terminado el chollo, todas las mañanas tras su desayuno gusta sentarse en su sillón reclinable para relajarse leyendo. Dedica una hora aproximadamente a su pasión más antigua, se recuerda a si misma con ocho años devorando las estanterías de su abuelo quien la animaba y nunca censuró sus lecturas. El conocimiento humano está en los libros, la decía. Pasaron los clásicos, textos jurídicos e incluso enciclopedias. Su pasión desde entonces ha sido y es leer. Es su hora diaria y nadie se la va a quitar. 

Deposita el libro con cuidado en la estantería, en la balda utilitaria con sus cosas de diario, gafas, taco de escritura, bolígrafo, mandos de la televisión y cable, el retrato de su única nieta, Alicia, un calendario solidario de su ONG preferida y su libro, el elegido.

Roberto revolotea como una mariposa cerca de las flores. Nunca lee. Respeta la hora de Amalia con impaciencia mientras repasa la prensa en silencio, no vaya a molestar la concentración de su mujer.

Amalia se dirige a sus labores, sabe que no va a volver a sentarse hasta después de la comida. Todo son obligaciones. Empieza con su cama que estira con esmero eliminando las arrugas propias del descanso. Su lado con unos finos surcos propios de quien se mueve poco. El lado de Rober totalmente marcado, nervioso y activo cada noche es una lucha entre él y sus sueños. Rara es la noche que no la despierta con sus sonidos, movimientos o porque se lleva la manta en alguna de sus luchas.

Repasa el baño, la gusta disfrutar de las toallas perfectamente dobladas, extendida en sus toalleros de reposo para que luzcan aparentes. Elimina la multitud de gotas de agua que deja Rober en el mueble del lavabo. Se aburrió hace décadas de reclamarle un poco de cuidado en el uso del lavabo. No tiene sensibilidad y además está ella para ir detrás colocando y limpiando. Se dirige al armario de la limpieza, ayer avisó Mara, la empleada doméstica por dos días en semana, que necesitaba solucionar papeles de extranjería, compensará las horas mañana. Se aprovisiona de productos y detergentes para el baño. Le da un repaso, limpia en inodoro y lo bautiza con lejía. Cuidadosamente con una bayeta repasa y deja el baño perfecto. Con buen olor y lustroso.

Pasa la mopa por el suelo de madera de toda la casa mientras aprovecha para ir colocando cojines, ordenando habitaciones y abriendo ventanas para ventilar.

Roberto se mantiene sentado en su sillón, se ha aburrido del periódico, no hay nada nuevo, salvo la percepción que España se rompe, la economía se estanca y el nivel de los políticos es muy escaso. Los españoles se conforman entre elegir corruptos o ineptos. Difícil decisión. Roberto prefiere a los primeros pues aunque solo sea por interés personal favorecen el crecimiento. No cambia su postura, ni mira, lleva años de entrenamiento, cuando Amalia limpia, es mejor no decir nada, ni moverse. 

Los suspiros de Amalia cambian de estancia, la escucha entrando en la cocina. El ruido de los cacharros, sartenes y ollas anticipa mucha dedicación culinaria. Va a estar entretenida un par de horas preparando comida y base para días venideros.

- Rober, ¿Puedes cerrar la ventanas?. Suena a gritos desde la cocina.
- Voy


Aprovecha, ya que está de pie para una vez cerradas todas, ducharse, afeitarse y vestirse. Se prepara para su paseo diario.

El calentador se encuentra en la pequeña terraza de la cocina, avisa a Amalia que Rober se está duchando. En media hora se irá. Recuerda que necesita varias verduras para el cocinado, escribe en un papel una pequeña lista. Apio, cebollas, tomates y un pimiento rojo. El papel se queda sobre la mesa de la cocina. Enciende la radio y busca su canal de música, la entretiene mientras trajina paso va paso viene.

- Amy, me voy a dar un paseo
- Te he dejado una lista de cosas que necesito de la verdura. ¿Puedes ir un momento a la frutería del moro?
- No me da tiempo, he quedado con Luis para andar.
- Si es un momento, solo cinco minutos
- No me da tiempo, lo siento

Roberto se va rápido por no discutir.


Amalia se seca sus manos en su delantal, baja la llama hasta el mínimo en dos de los fuegos que tiene en marcha, repasa los pasos pendientes. Deja la cocina al mínimo y se dirige a su habitación para ponerse algo de abrigo para bajar al moro. Descubre la ropa de estar en casa de Roberto sobre la cama, de cualquier manera, sin doblar, hecho un higo su jersey, los pantalones del revés y los calcetines por el suelo del revés y a un metro de distancia uno de otro. La camiseta sobre la silla auxiliar y los calzoncillos de ayer encima del bidé. Las toallas recién colocadas han vuelto a su postura post Rober, enrolladas en equilibrio peligroso. El lavabo salpicado de gotas de agua y jabón, pegotes de espuma de afeitar adornan el grifo e incluso el suelo del baño. La toalla de la ducha, mojada sobre la tapa del inodoro. 

Normalmente lo recoge todo, lo coloca de nuevo, vuelve a limpiar y cuelga la toalla del tendedero de la terraza de la cocina para que se seque. Lo ha hecho durante los treinta años de matrimonio, todos los días, continuamente. Roberto la da más trabajo que sus dos hijas, que ya marcharon de casa para fundar sus familias.

Hoy se ha hartado. Algo en su cerebro se enciende. Ya está bien. Deja todo tirado. Olvida su abrigo para bajar un momento. Regresa a la cocina, apaga los fuegos y deja todo empantanado. En la entrada de la casa hay un enorme espejo, se mira. Cara cansada, ojeras, se descubre arrugas encima de labio que la envejecen, la piel de los pómulos caída. Para sus cincuenta y nueve años, aparenta unos cuantos más. Dicen que casarse con un hombre mayor te hace mayor. Roberto se jubiló hace años, vive como tal a sus setenta y uno, sus amigos están en la misma situación y los que se mantienen casados lo están con mujeres de su edad. Amalia está rodeada de viejos.

Repasa su peinado desaliñado con sus dedos, su figura sigue siendo su mejor tarjeta de presentación. Está muy bien, se mantiene delgada y ágil con todo en su sitio y sin celulitis. Si no fuera por esa cara cansada...

- A la mierda. Recita en voz alta reafirmándose.


Deposita el delantal de la cocina sobre la mesa del recibidor, con paso decidido abre su armario, elige ropa cómoda y elegante, como todo lo que tiene. Se viste con agilidad y se marcha. Se toma el día libre.

Sobre la mesa del salón deja una nota sujeta con el mando de la tele, el mejor aliado de Roberto.

Me he ido, llegaré tarde. Hazte de comer lo que quieras, sin las verduras que no podías comprar no he podido terminar los platos. Recoge el baño que lo has dejado hecho una pocilga. A.

- Joooder. Lo único que sale de su boca. Roberto sabe que algo no va bien. Y además cuando firma como A, significan problemas.


Esa noche A no regresa a casa para dormir. Se queda en casa de su hermana. Está muy harta.

Roberto no entiende nada, Amalia no comprende por qué ha aguantado tanto. Ha decidido dejar de servir, dejar de ser la madre cuidadora de un viejo malcriado, quiere vivir, quiere el divorcio. 

Sus hijas no la entenderán. Su hermana sí, la ha escuchado durante años quejarse. Ya no puede más.

17.1.20

La primera vez

Oscar se ha levantado nervioso, no puede evitarlo. Procura aparentar normalidad entre su familia. Prefiere evitar el roce y dedicarse a leer o a escuchar música. 

Es sábado, su madre, Carolina, lleva desde primera hora de la mañana trajinando en la cocina. Hoy vienen los hermanos mayores de Oscar, con sus novias a comer a casa. Ambos se independizaron en cuanto pudieron, con veinte y veintidós años respectivamente.

Oscar tiene veintiuno.

- A tu edad, tus hermanos mayores ya eran independientes.
- Cierto, pero yo estudio

Carolina tiene un don que ejerce a diario con habilidad y reiteración. Tocar los cojones a su hijo. Realmente tocar los cojones a todo el mundo. Oscar sospecha que sus hermanos se fueron de casa más por dejar de soportar a su madre que por sus ansias por enfrentarse al mundo.  Podían haber esperado un par de años mas, mejor les hubiera ido económicamente. 

A Carolina hay que aguantarla. El único que sabe hacerlo sin perder su equilibrio emocional es Jaime. El padre de Oscar quien soporta estoicamente las embestidas de su miura particular. Pobre Jaime, cuando Oscar se marche toda la atención destructiva de Carolina caerá sobre él. Se hará el sordo que es su gran habilidad. ¡Qué paciencia tiene!

Oscar tiene una cita especial hoy por la tarde. Sus padres se marcharán después de la comida a una boda en Aranjuez y tienen previsto dormir en el hotel de la celebración. No regresarán hasta el domingo a la cena. Oscar tiene la enorme casa a su disposición.

Durante la comida se muestra reservado, no quiere aparentar ansiedad ni translucir nada, su madre tiene un radar muy afinado. Participa poco en la conversación, su hermano mayor, Santiago, lleva el peso de la conversación contando anécdotas simpáticas de su trabajo como camarero. Se gana bastante bien la vida gracias a las propinas, más que generosas, de los habituales del restaurante donde pasa los días y las noches.

La sobremesa es breve, se arreglan y se marchan pronto. La boda es a las ocho y hay que llegar hasta allí. Los hermanos se fugan con algo de dinero en el bolsillo, generosidad de Jaime sin que se entere Carolina, muy de ahorrar.

Las siete y se queda solo en casa. Inicia su ritual de transformación, afeitado, encremado, perfumado, peinado, vestimenta. El olor penetrante de su colonia anuncia su con varios metros de anticipación. Sus nervios cada vez peor. Con veintiuno y hoy, por fin, se estrena.

Nota su pulso acelerado, presión arterial fuerte, su corazón lucha por salir del pecho. Cefalea, sudor de manos. Si nunca le han sudado.

Decide beber una tila para tranquilizarse. Está super amarga. Más azúcar. Pone música para relajarse. Si se pudiera dormir diez minutos. La ansiedad le puede. Mueve los dedos como un pianista enfadado.

Suena el telefonillo. Elena ha llegado. Se recompone, respira hondo, que no se te note impaciente. Se recuerda.

Del ascensor sale una sirena, bañada en un perfume con rasgos asiáticos. Es un choque de olores. Elena aparenta serenidad, quiere ir despacio, modera su ansiedad. Ambos se conocen, ya se han explorado, se han gratificado, rozado y susurrado, les falta hacerlo unidos, juntos, dentro. Culminar. 

Ambos viven en un entorno conservador, con profundas raíces religiosas y censurador de los sentimientos más naturales. Su educación frena sus instintos y la presión del qué dirán o de lo que se espera que hagan les asfixia. No son libres, hasta hoy. Se quieren, se atraen, se desean. Ya tienen edad. Ya es hora.

Zero y Light, ambas Coca-Colas se quedan en la bandeja del salón, sobre la mesa central. Es su momento, su oportunidad, su deseo. Son adultos. Sus cuerpos se llaman. A la mierda la apariencia de serenidad, el deseo les empuja. Hoy se conocen mejor que nunca.

Memorable, no. Recordable, sí, por lo simbólico. Tienen mucho que aprender, mucho que coordinarse, mucho que descubrir. Por hoy ya está bien. Sus sonrisas lo atestiguan. Ya lo han hecho. Han tenido su primera vez.

Vendrán otras, muchas otras. Siempre se acordarán de esta, de la primera.

- Elena, ¿Qué prefieres, hacer el amor o echar un polvo?
- Echar un polvo
- Entonces, vamos a empezar otra vez

Mejor, mucho mejor.

Haber preguntado antes.


16.1.20

Puede ser un gran día

El despertador rompe la paz del descanso, es uno de esos de radio, programado para sonar a las 6:05 de la mañana. Ayer lunes vino Rosa, empleada del hogar de confianza. Le tocó limpiar a fondo la habitación seguramente con su fuerte mano pasando el paño de limpieza movió la rueda del volumen. 

Soy de muy mal levantar, prefiero ir poco a poco. Sintonizo mi emisora habitual con un volumen bajo, entre el uno y el dos. Susurrante mas que bajo. Para ir acostumbrando mi ser a la vida.

La muy joputa de Rosa me lo ha subido al ocho y con ello mi tensión arterial a catorce cuando ha sonado la radio informándome a voz en grito de las primeras medidas del gobierno de la publicidad continua. No sé si harán algo, pero cada reunión que hacen lo venden como si fueran los inventores de la piedra y de la pirámides del antiguo Egipto. ¡Qué poca vergüenza tienen!. Hablan para sus seguidores que les compran todos los mensajes sin filtro alguno.

Mi salto mañanero ha sido de medalla olímpica, casi choco con la lámpara del techo. ¡Joder! 

Empezamos mal y así sigue. Enciendo el grifo del agua caliente, el calentador de gas tarda en hacer efecto, desconozco los litro de agua que se desperdician en la espera, calculo que al menos dos o tres cubos de fregar diariamente. Mucha agua para el pensamiento sostenible de moda. Ahora la moda está en decir que somos sostenibles, el estadio superior  del ecologismo. Asociado a la marca. Es lo que hay.

Me desnudo y el agua sigue fría. ¡Me cago en todo! Me cubro con el albornoz y viaje a la cocina para revisar el calentador. El genio de mi hijo al apagar la calefacción la noche anterior ha movido la programación y eligió la posición de descanso en el panel del calentador, pensada como elección cuando nos vamos de viaje, no facilita agua caliente. Vuelta a la ducha. 

Si el día sigue mal para qué va a mejorar. Me corto afeitándome, en la comisura del labio. Con lo que sangra ahí. Estoy por acostarme de nuevo, va ser lo mejor, lo presiento, pinta mal el día.

Mi reloj me recuerda que ya voy tarde, cada minuto de retraso en salir son cinco o seis minutos más de atasco en la M-30. Bajo al coche sin desayunar y parto con prisa, tengo prevista una reunión importante en el trabajo donde me juego posiblemente un ascenso de categoría asignándome la gestión de un gran cliente.

Llueve. Buena noticia para el planeta, para reducir la contaminación en la ciudad y terrible para el tráfico. Todo el mundo en Madrid sabe que cuando llueve los coches se multiplican, nacen por generación espontánea o por esporas. Atasco y de los que se recuerdan. Casi las siete menos diez, el turno para la publicidad en la radio. Subo el volumen, es mi parte preferida, aprovecho y analizo lo que hace la competencia. Me dedico a ello. A la publicidad.

La M-30 está colapsada, los luminosos informan de un accidente en el carril lateral. Estoy a dos salidas, a un kilómetro y medio escaso. En condiciones normales, diez minutos. Veremos lo que me toca hoy.

El móvil suena, mi jefa impaciente

- Ruben ¿Vas a tardar?
- Ana hay un atasco monumental provocado por un accidente, no sé lo que tardaré. ¿Han llegado ya los clientes?
- Aún no. Han llamado que salen del aeropuerto ahora. Parece que el tráfico desde Barajas está muy mal.
- Espero llegar en veinte minutos.

¡Crash! Una furgoneta blanca de reparto ha decidido que sus prisas son más importantes que las del resto de los conductores. Ha alcanzado al coche de mi derecha. Su conductora se pone muy nerviosa y se queja de su cuello. Cincuentona con gafas de pasta anticuadas, ropa antigua, de vieja al volante, con el abrigo puesto de su Dacia Sandero, coche barato sin prestaciones modernas. Un viaje al pasado de la automoción puesto de moda gracias a las penurias económicas de muchos españoles. Sale el macarra de la furgoneta, con su gorra de beisbol encajada en la parte alta de su cabeza buscando aparentar centímetros que le faltan. La mejor defensa es un buen ataque, grita en su acento de español hablado con media boca abierta, mascando las palabras. No tío, la culpa es tuya. La señora estaba parada como todos los coches de la fila y tus prisas le han alcanzado. Inician movimiento lateral hasta el arcén para los papeles. La señora llama por su móvil.

Aviso a mi aplicación de navegación del accidente, somos una sociedad colaborativa por las redes sociales y con el móvil. A la señora del golpe la dejamos sola. En un arranque de civismo me viene la intención de llamar a la policía municipal para dar parte de lo que he visto justo en el momento que el tráfico se aligera y me permite avanzar. La reunión con los italianos es más importante, aprovecho el momento y acelero. Esta vez el tráfico mejora un centenar de metros puedo utilizar la primera salida disponible y salir de la ratonera. Dudo un segundo, giro el volante hacia la derecha y un BMW blanco de los llamados todocaminos, mitad coche mitad furgoneta, me golpea en mi ala derecha.

Mierda de día. Me quedo sin coche. La culpa ha sido mía. Joder.

Del BMW sale una mujer de treinta y muchos, delgada, bien arreglada, maquillada con gusto, ojos verdes, guapa. Preocupada por mí.

 - ¿Estas bien?¿Te has hecho daño? Perdóname, no te he visto entrar. Voy con prisa

Mi pensamiento práctico sonríe, la culpa es mía y esta pobre mujer me lo está poniendo fácil para el parte del seguro. Me evitaré la subida de prima por siniestro culpable para el año próximo.

- Estoy bien. Gracias. ¿Y tú? Me obligo a aparentar preocupación por ella. ¿Tu coche puede circular? Podemos avanzar hasta la salida y una vez arriba de la cuesta firmamos el parte del accidente en un minuto.

Que si puede circular, qué gilipollas soy. Si su coche-tanque está sin un rasguño. Más me vale preocuparme por el mío que a duras penas gira la rueda. Subo la cuesta mientras llamo a la compañía de seguros para que me envíe asistencia, la rueda roza con la chapa. No puedo continuar.

Gloria, así se llama la conductora, firma el parte que he redactado sin leerlo. Le da igual. Me dice que el coche es de renting. Se va con prisas, tiene una reunión importante me dice.

Veinte minutos después aparece la asistencia que se lleva mi coche al taller, consigo un taxi para llegar a la oficina, tarde muy tarde. Ana mi jefa está de los nervios, los italianos ya han llegado con su publicista en España que es quien va a coordinar la campaña europea a nosotros nos tantean para el marketing de cercanía y radio, algo minoritario en sus acciones que no les merece la pena encargarse prefieren buscar un proveedor pequeño y barato, nosotros.

La publicista, elegante, guapa, bien vestida. Gloria. Me mira con indiferencia, no me reconoce. Ella está en la cima. Me siento mientras noto la patada en el tobillo de Ana, nuestra pequeña compañía se juega mucho en este contrato.

- Comienzan las discrepancias en el nuevo gobierno... 

La radio susurra melodiosamente, las seis y cinco de la mañana. Hoy tengo un día importante. Ha sido un mal sueño. Me levanto con ánimo. Puede ser un gran día.

Buen viaje, Joe

  Joe, simplemente Joe. Omitiendo, desde siempre, el rango familiar de tío. Recuerdo tu aterrizaje entre la familia cuando Ana, también sin ...