7.3.20

Dejo de estudiar, Papá

Mi primer día en la tienda, es lo que tiene disponer de un negocio familiar. Estudiar no es lo mío, no me centro, me aburre y exige mucho esfuerzo para conseguir algo intangible en el largo plazo. Lo dejé tras un año y medio en la facultad de Psicología. Un año más y me hubiera graduado en bares y praderas.
La pradera de la Universidad es tentadora, especialmente durante la primavera que te invita al esparcimiento y la horizontalidad bien acompañado con unas cervezas y una rubia de clase que me acompaña durante las pellas. He llegado a llevarme a mi guitarra con todo el ánimo para el estudio del comportamiento humano. Tengo mi sitio reservado en la pradera, con una manta para poder tumbarme sin mucha molestia de las hormigas.
Mientras canciones de moda salen con naturalidad de las cuerdas de Benita, mi guitarra, mi rubia compañera de pellas, me pone ojitos, esta tarde tendré oportunidad carnal. No viene mal después de casi un mes de sequía. Dice mi amigo Nacho con toda la sorna que en él es habitual, que follo menos que un casado. Tiene razón y eso que su media no supera la mía. Sondeando a mis allegados, a esos que siempre te dicen la verdad, es cierto que la juventud ejerce de conquistadora en menos ocasiones de las que se les supone. Salvo el caso de Macarena, la morena tatuada de clase, esa sí que sube la media, creo que se ha cepillado a todos e incluso a alguna más de la clase. Cuando llegó mi turno con ella  me quedé con la sensación de ser un punto estadístico, no demostró especial habilidad para la experiencia que tiene acreditada, su interés es más en el previo, en la conquista. Una vez en faena su mente comienza a trabajar en su próxima presa. La última semana la he visto revolotear cerca de Tomás, el becario de la asignatura de estadística. Según dicen se va a casar el próximo verano y eso le convierte en objetivo prioritario para Macarena. Me da que al final le va a liar y comprometer su boda, solo por la estadística. En este caso qué bien traído.
El trabajo en la tienda no da para tres personas, comparto local con mis padres. Excesivo para los cuatro clientes despistados que entran por la mañana. Al primer cliente lo atiende mi padre, le conoce de otras ocasiones, pasan mucho rato hablando de toros, pasatiempo común de ambos. Tras la venta, salen juntos a la calle para fumarse un cigarrillo y continuar su acalorado intercambio de opiniones sobre el arte del toreo y las mejores faenas que recuerdan.
Coincide que mi padre se encuentra fuera cuando debo afrentarme a mi primer cliente, un señor recién jubilado. Me pregunta sobre determinados modelos de zapatos, buscando un par de zapatos cómodos y elegantes sin llegar a ser de vestir. Algo más ponible. Le recomiendo varios modelos, siempre entre los más caros del catálogo como me enseñó mi padre hace años. Termina por decidirse por un par de mocasines con cordones y suela gruesa, en verdad, muy cómodos. Paga a gusto el importe que le he redondeado a cien euros, perdonándole los cinco euros del precio fijado, costumbre comercial que implantó mi padre hace años, a los clientes del barrio, a esos que repiten, quita un poco del precio fijado. 
Mientras realizo la venta, mi madre, custodia de la caja registradora, asiente orgullosa al comprobar cómo he realizado la venta.  Me sonríe, le recuerdo a su padre, el fundador del negocio que heredaron mis padres cuando se retiró. Noto que tengo embajadora en casa ante mi abuelo y mi padre.
Los días pasan monótonos en la tienda, los viernes y sábados por la mañana son los días de mayor ajetreo, todos los clientes aprovechan su fin de semana para acercarse a comprar. Alguna tarde, tras la salida del colegio cercano, se acercan familias rodeadas de niños para renovar su calzado ya sea por el destrozo provocado por la afición a jugar al fútbol o por el crecimiento de los chicos que cambian de talla rápidamente.
Como medio para ganarse la vida, el negocio da para mantener a una familia, intelectualmente no me supone un reto y mis diecinueve años me empujan a algo más. No me veo vendiendo zapatos el resto de mi vida. Algo tengo que hacer.
Recibo la visita de mi rubia de las pellas, me echa de menos en el campus. También se aburre de la carrera elegida y desde que me he ido se encuentra perdida. Bajo la excusa de necesitar unos zapatos de tacón se acercó a nuestra tienda. No es un producto que trabajemos, vendemos a clientes del barrio  que suelen preferir calzado menos formal. No pierdo la oportunidad de acariciar sus piernas ayudándola con varios modelos de zapatos que tienen cuña alta y son más elegantes. No es lo que necesita y aún así se deja acariciar. La acompaño hasta la parada del autobús ofreciéndome a ir con ella la tarde del sábado al centro a zapaterías más elegantes para asesorarla.
- Me alegro mucho de verte, Lola
- Y yo. Llámame y quedamos para el sábado ¿vale?
Mi madre me comenta a mi regreso a la tienda, que una mujer que mantiene la pierna firme cuando la ayudas a calzarse y permite que poses tu mano más de lo debido es porque tiene verdadero interés en ti. 
- ¿De qué la conoces?
- De la facultad
- ¿Estáis saliendo?
- Coincidimos de vez en cuando Mamá
- Parece que ella quiere más
- No seas pesada
La entrada de una mujer mayor que se dirige directa hacia mi madre me libera de la conversación. 

La verdad es que me siento muy bien junto a Lola, lo pasamos bien juntos, no me planteo más compromiso o eso pensaba que era lo que pasaba.
Lola ansía mayor compromiso por mi parte y sin que yo sea consciente de ello, me da una última oportunidad el fin de semana. Si no doy un paso más en nuestra relación, empezará a interesarse por otros. Tenemos diecinueve años y me siento muy joven para unirme a alguien, también es cierto que mi mundo ha cambiado en los últimos meses, mi ambiente ya no está centrado en el estudio y en el ocio, ahora es trabajo, responsabilidad y horarios ocupados. Un mundo más adulto que además me ofrece menos oportunidades para conocer mujeres de mi edad, solo he conseguido entablar alguna conversación intencionada con chicas de acompañamiento, internas en su mayoría, de las clientes de avanzada edad.

El sábado por la tarde recupera en mi mente el ambiente juvenil de estudiante, todo el tiempo del mundo para disfrutar de la vida, sin más preocupaciones que los exámenes próximos. Lola me hace sonreír, me alegro mucho el haber podido quedar con ella, su nuevo perfume me atrapa igual que una goma elástica estira y me atrae hacia su cuello. El viento abre su melena corta dejando ver su oreja y un pequeño tatuaje en el cuello tras la oreja. El dibujo de un triángulo equilátero cuyo vértice superior está tapado con un círculo pequeño a su vez que permite ver el dos tercios del triángulo, Psichic Awareness, Conciencia psíquica. El logo que elegimos para nuestro grupo de clase un día de juerga etílica preparando algún trabajo en conjunto para no recuerdo qué asignatura. Lo que sí recuerdo es que fue nuestra primera vez. No puedo resistirme y beso su tatuaje, sorprendiendo a Lola.

- Para
- ¿Y ese tatuaje? ¿Es por mí?
- ¿Y por qué va a ser por ti?
- En recuerdo a una gran noche
- ¿Solo por eso?
- También fue el inicio de nuestra relación
- Ah ¿Tenemos una relación?
Acepto el reto de las miraditas, mantengo fijos sus ojos de color canela mientras con mi mano acaricio su cuello dejando para mi pulgar el roce con su cara y labios. La beso de verdad. El tipo de beso que genera electricidad y cortocircuita el resto de sentidos. Ese beso.
- Tenemos 

Lola me abraza como nunca ha hecho, me muerde la oreja. Sabe que no me gusta, sé que no me gustaba, parece que ahora me gusta, creo que me acostumbraré a tener húmeda mi oreja.

- ¿Cuándo te hiciste ese tatuaje?
- El día que te fuiste de la facultad
- ¿Y eso?
- Te echaba de menos, tontín. 

Mi evolución del mundo joven estudiante a adulto comprometido ha sido muy de repente, me sorprende, incluso me reta intelectualmente, debo definirme, comprenderme, organizar mi futuro. Lo de la tienda no lo veo, aún no. La psicología tampoco es lo mío. Lola es lo único adulto que me ocurre que no me choca, cierto es que el compromiso me asusta, como a ella, sin llagar al rechazo. Compartir con ella mis momentos de ocio me llena, su conversación es interesante e incluso retadora. Me insiste en seguir estudiando, me repite que ya tendré tiempo de ponerme a trabajar y últimamente su línea argumental va por compaginar ambas cosas. Sus consejos hacen mella en mi ánimo, en el mes de junio me convenzo y formalizo mi matrícula en la facultad de Administración de Empresas. No más psicología, busco algo más práctico. 

Ser adulto centra tu vida, me tomo en serio las clases y los estudios, dedicando los viernes por la tarde y la mañana del sábado a trabajar en la tienda. Mi responsabilidad sorprende a mi madre, mi padre e incluso a Lola. El cambio de psicología a empresariales también lleva un cambio de vestimenta, de corte de pelo, incluso de forma de hablar. Sin llegar a ser un pijo me acerco bastante a esa definición entre los vecinos del barrio que han visto mi evolución desde la sorpresa. Sigo con Lola, hacemos una pareja fuerte y unida. Gracias a ella he madurado y soy adulto. Muy centrado, responsable y audaz. 

Hasta aquí la historia de madurez personal y de crecimiento en pareja tradicional, una historia que bien pintada podría estar escrita en 1970 u 80. La realidad es otra muy distinta.

Empiezo a trabajar en la tienda con mis padres, nuestro barrio comienza a subir la edad de sus habitantes y cambia su estilo de consumo. Poco a poco la facturación de la tienda se resiente, en la misma calle han abierto otras tres zapaterías de la mano de franquicias internacionales que tiran los precios con calzado fabricado en Turquía o en China. Las ventas flojean, mis padres no saben cómo reaccionar y yo carente de experiencia y de la formación adecuadas tampoco me sé anticipar a la nueva realidad. Lola, tan maja, tan guapa, tan imán para los demás termina por elegir mejor pareja que yo, se decanta por un licenciado en economía que comienza su andadura profesional en una multinacional. Alguna vez me cruzo con ella cuando viene al barrio de visita para ver a sus padres, ahora viste como una ejecutiva, siempre con tacones, con falda que le sientan muy bien siempre y peinada con estilo. Un pibón. La semana pasada la vi subirse a su coche, un mini, muy pijo, muy de señora de otros barrios. Por lo que sé, vive en un apartamento en un barrio nuevo, en un ático junto con el ejecutivo. Parece que ahora su vida es muy inglesa, hace spinning, running, coche por renting y seguro que el fin de semana incluye folling y party.  

Por mi parte, yo sigo sin coche, sin vida, sin futuro. Mis padres jóvenes aún me piden que busque algo porque la tienda no da para todos y un nuevo ingreso nos vendría muy bien. Solo sé trabajar de dependiente y tocar la guitarra, poco curriculum puedo ofrecer. Mi vida es una sucesión de trabajos poco cualificados y mal pagados. Vivo con mis padres con casi treinta años porque no puedo permitirme una vida independiente. Mis relaciones con las mujeres, esporádicas y cada vez más chonis, con menos nivel intelectual. Mi carácter se agría, todo me parece mal, todo es culpa de las multinacionales, todo es culpa del capital. Comienzo a demandar justicia social, quitarle a los ricos para que los pobres podamos vivir. Demandar sin ofrecer nada a la sociedad. Merezco vivir mejor, demando una vivienda digna y barata, un trasporte rápido y gratuito, una enseñanza gratuita, que suban los impuestos a los ricos y nos subsidien a los pobres. No estudié, no quise formarme, no entiendo ni quiero entender la vida, prefiero lamentarme por la mía y exigir que el gobierno me la mejore. No destiné tiempo a mi formación ni a mi futuro y por ello culpabilizo a la sociedad a las Lolas por interesadas en un futuro mejor con otro hombre, a los directivos por tener dinero y vivir bien y al gobierno anterior por no ocuparse de los pobres.

Si hubiera estudiado habría entendido cómo funciona el mundo, que subir impuestos no reparte riqueza sino que paraliza el país, que vivimos en una sociedad igualitaria llena de oportunidades y solo los responsables que se forman y luchan por su futuro alcanzan las mejores posiciones en la sociedad, entendería que demandar sin ofrecer genera freno productivo, incapacidad para mejorar la productividad y a medio plazo nos empobrece. Ya es tarde para cambiar. Al final el mundo es para los luchadores, para los emprendedores. Los de la vida fácil frenan al colectivo. 

Recuerda el cuento de la hormiga y la cigarra. El que trabaja y se forma para el futuro, vive mejor. El que solo se divierte, se dedica al ocio y la guitarra, cuando llega el invierno se muere de hambre. 

Hijo mío, has decidido ser cigarra, te espera un futuro menos alegre. Cuando seas adulto dejarás de estar subvencionado por tus padres, demandarás la subvención del estado, del gobierno, de los demás y encontrarás que eso no existe hasta el límite que quieres alcanzar. Como padre soy consciente que estás tirando tu vida futura a la basura, desaprovechas oportunidades para mejorar, para formarte solo por el premio de la diversión a corto plazo, de lo fácil, ya sea la música,  los juegos en línea o los vídeos por YouTube, la vida en un futuro es algo más. Podrás tener ocio, diversión, viajes y todo lo que puedas permitirte con un trabajo honrado. Si decides dejar de estudiar, eliges trabajos de baja cualificación y peor retribución. Podrás vivir, por supuesto, honradamente, por supuesto, podrás ser feliz, por supuesto. Seguramente vivirás con menos calidad de vida, con menos oportunidades, con menos felicidad de la que te mereces. Es tu vida, tú eliges, Sé que te equivocas y como padre no puedo hacer nada más. Votarás a la izquierda que sigue mentalmente en el siglo XIX, demandarás lucha de clases, que no existe salvo en su mente demandante de subvención, odiarás a los que tienen solo por tener. Me odiarás por ello. No hijo, no te equivoques. Vota a quien quieras, demanda lo que consideres y recuerda puedes ser más y mejor, solo depende de ti y tu esfuerzo. El futuro es tuyo y tú lo pintas, el día de mañana recuerda las oportunidades que rechazaste, nadie te obliga a dejar los estudios ni la lucha de clases ni las injusticias sociales. 

Parábola para un hijo que no quiere estudiar



3.3.20

Jardinero de bonsais

Soy muy cuidadoso con mi trabajo, disfruto. Me relaja hasta el límite de perder la noción del tiempo, acaricio cada tallito, cada ramita, cada brizna. Todos los detalles son importantes. 
La belleza realmente es definitivamente el equilibrio, la perfección. ¿A quién no le abre lo bello? Todos elegimos por el atractivo.
Lo bello para serlo de verdad debe tener un 1% de imperfección, para evitar la simetría que convierte lo bonito en aburrido. La simetría supone admitir que existe algo igual que tu reflejo y ya dejas de ser algo  único, eres dos seres pegados, lo que te hace vulgar. La belleza es tal desde el momento que ese 1% llama la atención de manera imperceptible hasta conseguir atraer el deseo general.
Mi tarea de cuidado comienza lentamente, deslizando la palma de la mano por el jardín, mi corte de hierba preferido es el minúsculo, idealizo el corte de hierba del green en el golf, la agrostis stolonífera  un tipo de césped tupido y prieto como una alfombra persa de nudos. Una delicia el poder andar descalzo por ella, un placer pocas veces sentido. 
Me gusta que la pequeña pradera que cuido tenga el tallo del césped muy corto, si decides acariciarlo debes notar que es suave como la seda y corto, lo suficiente como para notar que existe sin llegar a pinchar.
El césped limpio, cortado en la misma dirección provoca un dibujo que al contraluz permite distinguir dos colores diferentes, uno brillante, el que recibe la luz y otro oscuro, el opuesto de cada pequeño tallo. 
Gusto de soplar a ras de superficie y observar el leve movimiento de los mini tallos que genera el aire expulsado en su dirección. 
Un peine de madera, con las cerdas cercanas y finas se convierte en mi herramienta preferida para alisar el prado, la madera evita la electricidad que crea la fricción de los fabricados en material sintético.
Recorto el exceso de longitud con una tijera de manicura, afilada y de fácil manejo. 
Cuido la parte central de la pradera respetando el borde de las raíces exteriores que asoman superficialmente avisando de la cercanía de la estrella del jardín. Es la parte más delicada de la composición, la que equilibra, la que adorna, la que da vida y atrae a los pájaros más golosos, hambrientos de su fruto dulce. 
Mi pequeño jardín huele a primavera, a suave dulce perfume de flores blancas, a frescor templado que invita a repetir. Su olor te abraza las neuronas, se te graba en la memoria para recordarte cómo huele la felicidad.
El pequeño jardín es capaz de mantener la temperatura que necesita de manera homogénea durante todo el año, las variaciones bruscas de varios grados le afectan negativamente, evito fuentes directas de calor, ya te digo que hay que cuidarlo.
Disfruto acariciando el césped, los bordes de las raíces y con sumo cuidado repaso las orillas de su pequeño lago.
Me acerco tanto en mi cuidado que sufro una sorpresa, algo fino entra en mi boca, ¡un pelo!
- ¿De qué coño será? 

2.3.20

Primer hijo

Costó mucho que vinieras, no lo sabes tú bien. Ensayo y error, como los científicos, repetido hasta el hastío. No venías, no agarraba. Cuando la vida me preparaba para asumir que mi simiente no prosperaría, cuando empezaba a valorar la opción de la adopción, decidiste venir. Empezaste a duplicar células.
El embrión se fue consolidando, grande, realmente largo con la cabeza grande. Cumpliste todos los días que dictaba el médico, no te retrasaste ni un día, tampoco manifestaste prisa, llegaste cuando tocaba.
El sistema sanitario priva a los padres de muchos momentos de felicidad, me tocó esperar a la puerta del quirófano los diez minutos que tardaste en salir gracias al fórceps aplicado. Un llanto breve, suave, sin llamar atención fue testigo de tu bienvenida a este mundo.
Una enfermera me entrega un rollo de sábanas verdes y azules que abrigan a una carita amoratada, lo primero que me viene a la mente es un chorizo. Largo y delgado. Dicen que la felicidad es la definición del momento que abrazas a tu hijo por primera vez. He tenido la suerte de tener muchos momentos felices en mi vida y te aseguro que tus primeros minutos en mi pecho los tengo grabados en mi mente por vida.
Felicidad, sí. Es algo más, es plenitud, es responsabilidad y sobre todo, es una alegría que viene de dentro. Me siento como nunca, me siento lleno, me siento importante, soy consciente que mi posición en la vida acaba de variar, la responsabilidad por ti nació junto contigo. Ya no soy Ramón, soy el padre de Carlos.
La misma enfermera que nos presenta me arrebata de ti. Balbucea algo sobre unas pruebas médicas y el calostro de la madre. 
Desde ese momento soy testigo de tu vida igual que el entrenador en un partido, desde la banda, puede indicar, señalar, gritar, hablar, aplaudir pero el que corre, choca, golpea, golea, despeja, ataca, defiende, sonríe, suda y vive, eres tú.
Un buen entrenador sabe cuando dejar al alumno volar.
Te has formado bien, con tus habilidades, con otras que necesitas afianzar, eres buena persona, íntegro, tímido, reservado y auténtico.
Vuela hijo, vuela, la vida es intensa, maravillosa y por momentos dura. 
Estás preparado. Vuela. 
Me quedo en la banda, por si me necesitas.

Vuela hijo. Vuela 

Anticipo de mi próximo libro: Mi primera vez

28.2.20

Redes sociales de toda la vida

Consuelo sin saberlo es la monitor de las redes sociales del barrio, está al cabo de la calle, todo lo que ocurre, sucede, respira o muere pasa por delante de ella. Lo valida y con su oportuna aportación imaginaria lo extiende por el vecindario.
Tiene sus preferencias a la hora de expandir cada nueva noticia, cuenta con sus incondicionales Lola, conserje del portal 63 y Maruja quien regenta la frutería El plátano feliz en el número 59 de la misma acera. Ambas se encargan de vocear y extender calle abajo, Maruja, y calle arriba, Lola, las historias relatadas por Consuelo.
Pasa la mañana apoyada en el palo de su escoba sacando lustre a su trozo de acera hasta justo donde inicia la fachada del siguiente número vecino, el 63, el de Lola. Suelen coincidir ambas a mitad de recorrido con una doble función; vigilar que la otra no desplace la suciedad hasta su mitad y ponerse al día de todo lo que ocurre en el vecindario.

La semana pasada se divorció doña Angustias a sus  setenta años, envió a su marido Esteban a tomar vientos. Después de aguantarse casi cincuenta años ella no pudo más. A pesar de su edad, Esteban se pasa la tarde en el bar. Empalma el café de después de comer, ese que en casa le niegan por su tensión arterial, la partida de dominó, la copita, la segunda y las que sean hasta la hora de cenar. Los días de fútbol, ni eso. Hasta las once ni se le ocurre plantearse subir a casa.
El miércoles se quedó sufriendo con su Real Madrid, que solo le da disgustos últimamente, para olvidar la pesadumbre por la derrota en casa con el equipo inglés, ahogó las penas con un par de whiskys DYC. Cuando quiso subir a casa eran las doce y media. Iba sin llaves. Empezó a llamar al timbre y a golpear la puerta cada vez con mayor escándalo. 
Angustias que necesita tomar pastillas para dormir, ni se enteró hasta que un bombero la despertó zarandeándola preocupado por si le había pasado algo. La sensación de sentirte en brazos de un bombero, un hombre de verdad, animó a Angustias quien seguía imaginando que estaba en un sueño erótico con final feliz, claro que al ver a Esteban en el quicio de la puerta hablando, se dio cuenta que no estaba en un sueño sino en un lío.
Pasado el mal entendido, por la mañana, muy de temprano, con paciencia para no olvidar nada, hizo tres maletas con toda la ropa de su marido y las puso en el descansillo de su piso. Aprovechó la ausencia de  Estaban con el cambio de cerradura que entretenía  al  cerrajero. 

- A la puta calle, no quiero verte más por aquí, con lo tranquila que voy a vivir yo sola.

Esteban ni se molestó en discutir, recogió las maletas y marchó a casa de su hija quien cometió el error de darle pensión a su padre. Pensaron padre e hija, equivocadamente que se le pasaría pronto el enfado a Angustias. Está muy harta, muy harta.

El suceso, ocurrido en el portal 63 se lo relató Lola con todo detalle pues ella al sentir las sirenas de los bomberos avisados por Esteban, salió a ver qué ocurría. Llegó a pasar al domicilio de Angustias que la despachó rápidamente. La casa muy bien amueblada, por cierto, se nota que tuvieron posibles gracias a sus dos sueldos, mobiliario elegante y moderno. Muy diferente a los del resto de vecinos que estiran la vida útil de sus muebles hasta que se rompen.

Consuelo con la información, moduló el suceso para hacerlo atractivo y exportable en pocas frases. En menos de dos horas todo el barrio de Tetuán estaba al día del liviano camisón de Angustias, de cómo abrazaba al bombero, de su pecho insinuante al resbalar el tirante de su prenda, de las miradas de celos de su marido y de la posterior discusión subida de tono preludio de su posterior salida de la vivienda conyugal. La prensa es la prensa. Una buena noticia no se puede echar a perder por la verdad. La verdad no interesa a nadie. 

Esta semana pasa sin noticias que adornar, Consuelo necesita carnaza. Sin poder compartir la vida de los demás, su conversación decae por banal, vacía e inculta como ella misma. Le encantan los chascarrillos, sacar conclusiones sin información y vivir la vida de los demás. La suya no tiene interés, casada con Miguel, un vasco seco y brutote quien apenas habla y prefiere la compañía de su radio antes que entablar un diálogo con su cónyuge cotilla. Sin hijos. Está a meses vista de su jubilación y por consiguiente de tener que abandonar la vivienda que le cede la comunidad de vecinos en el bajo del edificio. Solo pensar que tendrán que mudarse a su pueblo al norte de Burgos con escasos dos centenares de vecinos, le da algo. Su vida es esta calle. Llevan aquí treinta y cinco años, desde que ficharon a Miguel como portero hasta el momento de  su jubilación, posteriormente consiguió convencer al presidente y al administrador para que confiaran en ella para heredar el trabajo de la portería.

En el tercero D vive el matrimonio de Gabriel y Marisa, los más jóvenes de los vecinos propietarios,  que compraron la vivienda justo en lo más duro de la crisis y les salió muy barata. Con sus tres hijos. Gabriel ha cambiado de trabajo hace poco tiempo, matemático de formación trabaja en cosas esas de internet. Consuelo no entiende esos trabajos ni cómo se puede ganar dinero con eso. Un día sondeándole le comentó éste el dineral que ganan las famosas por publicar fotos haciendo poses en lugares o patrocinando productos. Miles de euros al mes. Una barbaridad. Le contó que había una famosa que opina cada día de los artistas y gente del famoseo en un portal de videos consiguiendo miles de seguidores diarios lo que le supone a ella miles de euros de ingresos.

Si eso es lo que hago yo todos los días y no cobro, piensa Consuelo. ¿Cómo podría yo ganar dinero con esto?

Consuelo es más de llenar su vida con el chismorreo, no lo hace por dinero, lo hace porque la alimenta de verdad, sin hablar de los demás no sabría llenar una vida sin alicientes, sin vicios, sin ilusiones y sin alma. ¿Qué va ser de ella cuando se jubile?¿Cómo se va a entretener?
Me da lástima, con lo sola que está.

- Calla Lola no seas mala
- No, Maruja, no soy mala. Es la verdad.

25.2.20

Amanda




Querida Amanda:

El fuerte amanecer que me saluda todas las mañanas a través de la ventana en mi habitación me recuerda a tu fuerza vital. Ese sol que se abre camino hacia nuestras cabezas, asoma en el horizonte iluminando mi estancia, filtrando sus rayos a través de la fina persiana de listones de cañas. 
Ese amanecer marca mi inicio de jornada, bajo a la playa para estirar y correr cerca de la orilla durante una hora. Necesito ese ejercicio para activarme cada día, ya sabes que este destino de servicio no me satisface, me regala insatisfacción el servicio a la patria impidiendo que salten la valla los emigrantes que han pasado todo tipo de calamidades en su búsqueda de un mundo mejor lleno de posibilidades. Me separa de tu compañía durante seis largos y húmedos meses. 
Mi habitación en la residencia militar es de lo más espartana, me recomendaron alquilarme un piso en la ciudad. Decidí quedarme en la residencia, soy cómodo ya lo sabes, además no hay nada más triste que un piso vacío al regresar del servicio.
Tengo miedo a que me olvides hija mía, para atender los gastos de esa clínica tan buena donde descansas necesito solicitar destinos con mayor paga que me alejan físicamente de ti. Quedas al cuidado de esas monjas tan cariñosas además de las visitas semanales de tu tía Eva.
La esclerosis lateral amiotrófica que ya se llevó a tu madre hace unos años se ha aposentado dentro de ti. La enfermedad gusano la llamaba tu madre, se apoderó de ella en dos años y medio. Mucho me dolió la lucha diaria, me consumía asumir que tantos cuidados no tendrían buen fin. Ambos sabíamos que era una pelea perdida de antemano. Suerte que te teníamos a ti, alegre, feliz, juguetona, siempre la hacías reír con tus entonces cinco añitos. 
Cuando te diagnosticaron el mismo gusano noté cómo mi alma se quebraba por dentro, desde entonces soy un cadáver andante, un zombi. Me duele verte así. Las monjas de la clínica me piden constantemente que pida el traslado para acompañarte. Difícil elección, revivir el sufrimiento que viví mientras tu madre se apagaba contigo y no poder pagar los mejores cuidados o trabajar en destinos rentables para poder financiar tus mejores cuidados sin mi presencia. Me traslado a Madrid cada quince días. Me permiten doblar turnos para poder unir cuatro días de permiso para compartir contigo cada minuto. Nada es fácil hija. Nos quedamos muy endeudados tras la enfermedad de tu madre, devolver los préstamos solicitados me quita casi la mitad del sueldo. Los bancos no me dan más crédito y estamos solos. Las monjas muy majas pero caras y en su orden no parece que exista la caridad cristiana gratuita.
Sé que me equivoco, tomo las decisiones equivocadas Cierto es que tu mirada al reencontrarnos me expresan comprensión y cariño. Tu mirada me alimenta. Si te digo la verdad ya ni lloro en el camino de regreso al norte de África, decidí disfrutar contigo cada minuto de convivencia.
Ayer me escribió un correo electrónico Sor Candelario para prepararme para el final. Este mediodía salgo hacia Madrid. He pedido una licencia a mi Coronel para acompañarte en tus últimos días. Me la han concedido sin ningún problema.
Amanda, cariño, te vas a ir con Mamá. Esperarme, con mucha paciencia eso sí. No tengo prisa en marchar aunque vivir se me hace cada día más duro.
Firmado, Papá

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Estimado Sr López:
Lamentamos mucho informarle de la situación terminal que presenta Amanda, el final de su enfermedad está próximo, sería de agradecer que pudiera acercarse para acompañarla en sus últimos días. Le ofrecemos ayuda de nuestros psicólogos del centro para aceptar la despedida y facilitarles el tránsito.

Atentamente,
Sor Candelario
Gerente
Residencia El descanso

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Estimada Sor Candelario:
Agradezco su aviso, mañana por la tarde estaré en la Residencia.
Un abrazo,
Luis López

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Querido Papá:

Si recibes este correo es porque saben en la Residencia que me muero, sepas que lo he escrito hace muchos meses cuando podía utilizar un puntero con la boca.
Quiero que sepas el gran cariño que tengo por ti, lo muy agradecida que estoy por la vida tan maravillosa que hemos compartido. No sé si me iré con trece o si llegaré a los catorce años. Este gusano como lo llamaba Mamá te deteriora, te dobla, te aplasta día tras día lo noto. También soy muy consciente de tu dolor, lo percibo en tus miradas. Eres una gran padre, siempre lo has sido y quiero que lo sepas. Si la vida me hubiera dado la oportunidad habría elegido como mi marido a alguien como tú. Leal, servicial, amante de los demás, cariñoso y buen padre.
No quiero que te entristezcas, ni te culpabilices por nada. Entiendo tu trabajo y tus destinos, mi enfermedad no avanza más lenta solo porque estés a mi lado. Me siento acompañada contigo.
Solo quiero que sepas que te quiero y que eres el mejor padre de todos.
Un beso
Amanda

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La sensación que me acompaña durante el viaje a Madrid es terrible, me preparo para la despedida de Amanda. Su vida pasa por mi mente como un rayo. No ha conocido el amor de juventud, ni la rebeldía  propia de su edad, ni ha experimentado con la mentira, la vagancia, el aislamiento, las redes sociales. Desde los once años sobrevive a su gusano. No dejo de sentir lástima por ella. Una vida corta, amputada, injusta. Su vida.

Poco antes de las seis de la tarde entro en la Residencia, un oasis de paz entre el ruido y las prisas del exterior. Al llegar a la habitación de Amanda me encuentro con mi hermana Eva, mi hija descansa dormida por efecto de algún sedante. Notan mi presencia en la planta y viene a recibirme Sor Candelario acompañada de un joven espigado con melena recogida en una coleta. Me repelen los melenudos, tantos años en el estamento militar me dicta mi conciencia y mis gustos, no me gustan las greñas. Me lo presenta como el psicólogo a quien despacho con muy buenas palabras. No soy capaz de centrarme en la conversación con él, solo me viene al cerebro, córtate el pelo,  menudas greñas, vaya pinta tienes y otras mucho más fuertes. No me fío y no quiero que hable con Amanda.

Finalmente nos quedamos solos y despierto a Amanda, a ella le gusta que la despierte cuando llego para saludarme con esos ojos verdes heredados de su madre. La abrazo y le sostengo su mano, pasan horas mientras la cuento historias, la informo que he recibido su correo que me envió Sor Candelario y  leo mi última carta que no llegué a enviar. 

Su mirada me despide, se apaga, lo noto, repite la liturgia de su madre. Se van juntas, están juntas, unidas. Guardarme un lugar cómodo. Mi querida Amanda, mi dulce hija.

Eva me abraza, estoy en paz, sereno, ya he pasado por esto hace poco. Me lo sé, conozco las fases del dolor. Tengo callo, me duele menos que la primera vez, esta vez estaba preparado. Sabía lo que iba a pasar.

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Estimado Sr. López:

Le adjuntamos la factura de nuestros servicios correspondientes al mes de enero del corriente
Atentamente,

Administración 
Residencia El descanso

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La vida sigue, incluso con sus imperfecciones y sus malas coincidencias.

Sigo cuidando de la valla al norte de África, un trabajo extraño, debes impedir que la salten y una vez han saltado les debes ayudar. Un sin sentido humanitario y de leyes protectoras de la civilización occidental.

Esta noche han saltado en avalancha varios centenares de emigrantes, descubrí a una mujer con mirada penetrante, decidida, con mucha fuerza. Una mirada oscura, ojos negros brillantes. Ojos de decisión. La mirada de Amanda, con otro color, la mirada de la fuerza. No hice por detenerla, la indiqué con un golpe de cabeza por dónde debía correr para evitar a los refuerzos de la Guardia Civil que venían en nuestro apoyo.

Amanda vive, con otro color, en otra vida. Esa mirada, esa fuerza. Era ella. Corre Amanda, corre. Te queda mucho viaje para llegar a tu destino. Bienvenida a Europa, bienvenida a casa.



23.2.20

Regalo

La semana próxima se casa mi hijo mayor, veintisiete años, un poco joven para la costumbre actual. Los jóvenes de hoy en día huyen del compromiso y suelen casarse más tarde, pasada la treintena. Ricardo, así se llama, encontró a su mujer ideal justo en el último año de sus estudios de derecho. Dieron juntos los primeros pasos en el mundo laboral, el master, la práctica jurídica, de becario explotado y finalmente encontrando trabajo. Ricardo optó por ingresar en un gran despacho de abogados para aprender y ser explotado con jornadas de doce horas diarias seis días a la semana. Nieves, la novia, prefirió ejercer en un pequeño despacho compartido con otra amiga, sus clientes en su mayoría mujeres las eligen para defender sus derechos en el juzgado de lo Social. Trabajo intenso que sí le permite, en cambio, disponer de un fin de semana completo para ella.
Ricardo y Nieves vinieron a visitarnos a casa para invitarnos a su boda. Quieren hacer una celebración pensada para compartir el momento con sus jóvenes amigos. La familia, un mal menor, está invitada. Eso sí, solo los más directos. Nada de primos, tíos, primos segundos y toda esa fila de compromisos de familia con la que no tienen contacto habitual. Junto con la invitación vienen dos tarjetas, una con el protocolo del enlace y otra con los datos de la cuenta bancaria a donde ingresas el dinero del regalo que piensan destinar a un viaje de un mes de duración a Australia y Nueva Zelanda.
- ¿No hay un sitio más lejos?
- Papá,  no empieces. Es el viaje de nuestras vidas y nos hace mucha ilusión
- Si es lo que queréis, bien está. No es momento para dar mi opinión, no me la han pedido y tampoco les importa mucho, la verdad. 
Tras la breve visita de Ricardo y Nieves, me quedo en shock. Mi hijo se casa, cómo pasa la vida
- ¿Sabes Encarna? No me lo imaginaba
- Raúl, si llevan cuatro años sin separarse ¿Qué esperabas?
- Que se fueran a vivir juntos y se casaran más adelante. Hay tiempo de sobra
- Tu hijo es muy tradicional y no me extrañaría que en ese mundo de despacho internacional estuviera muy bien visto el matrimonio por encima del emparejamiento
- Puede ser. Solo digo que no me lo esperaba. Espero que sepa elegir mejor de como lo hice yo la primera vez
- o yo las dos primeras 
- ¡Qué difícil es acertar con la pareja ideal!
- Mucho. 
- Pues regalar dinero me parece muy frío e impersonal. Además ¿Qué importe se espera que regalemos? No me gusta regalar dinero
- Eso es lo que quieren. El importe, deberá ser generoso. No sé qué importe se espera. 
- Miraré cuanto cuesta el viaje y en razón de ello, decidimos
- Vale. Lo que tú digas, bien estará Cariño
- Les quiero hacer un regalo diferente, me quedan dos meses para pensarlo

A la mañana siguiente, tras una larga meditada, decido escribir un libro de experiencias con entrevistas a personas de referencia de mi hijo, reflexionando sobre lo que significa matrimonio, vivir en pareja, la primera crisis, acertar en el amor, vivir la propia vida. Explicar en palabras de otros cómo se vive en pareja. Un manual de primeros auxilios.

- Encarna he pensado en escribir un libro corto de experiencias sobre los que supone vivir en pareja
- ¡Qué buena idea! ¿Cómo lo vas a hacer?
- Os voy a pedir a personas de referencia de Ricardo una reflexión en una carta con máximo cinco o seis páginas sobre algo que os ha marcado desde el punto de vista positivo o negativo la vida en común. Tú vas a ser la primera, voy a invitar a mi padre, a tus padres, a varios amigos, incluso a un socio de su despacho que conozco bien y alguno más que se me irá ocurriendo. Pueden ser relatos escritos o conversaciones que tengamos sobre las que yo puedo sacar las conclusiones más claras a modo de artículo de prensa. ¿Qué te parece?
- Puede salir algo chulo, espero que no te pongas pastelero. ¿Vas a invitar a su madre también?
- No jodas.

Encarna le cuesta escribir, mientras yo trabajo de periodista en un diario nacional de renombre, ella trabaja de vendedora en FNAC rodeada de libros, gran lectora y mi primera seguidora diaria en mi columna de análisis político. 

Tras dos días de concienzudo trabajo, me entrega un borrador de lo que considera que debe explicar a la joven pareja.

Queridos Nieves y Ricardo:

Me pide Raúl que os explique mi visión sobre la vida en pareja. No me considero una experta en ello, tengo la visión que me ha entregado la vida por haber tenido tres matrimonios en mi vida, estoy convencida que este último a su lado es el definitivo. Así lo siento desde hace doce años. La vida es una larga caminata donde en ocasiones tomas decisiones equivocadas y te unes al menos adecuado, en mi caso he necesitado de tres oportunidades para encontrar el amor, la comprensión y la estabilidad que llevaba buscando desde mi juventud. Os deseo lo mejor en vuestra vida y que ambos hayáis elegido de manera adecuada pues os vais a prometer fidelidad y amor eterno.
El mejor ejemplo que os puedo compartir sobre lo que significa la vida en pareja es relataros cómo terminé con mi primer marido y las razones que me llevaron a ello. No me arrepiento de haberlo hecho, solo lamento el largo tiempo que me costó tomar la decisión.
Me casé totalmente enamorada de un hombre mayor, casi de la edad de mi padre, con diecinueve años salí de la protección de mi madre en marcha a un hogar diferente. Mi difunta madre intentó hacerme cambiar de idea, que eres muy joven, que él es muy mayor, que es de otro país, con otras costumbres. Piénsatelo Encarni. Puedes esperar.
Hice caso omiso, ya sabéis lo terca que es la voluntad con esa edad. Me casé porque me daba la gana. No tuvimos viaje de novios no era su costumbre y además su sentido del ahorro era extremo, no gastaba ni para pipas. Me fui a vivir con él en una habitación en la casa de mis suegros, conviví con sus dos hermanas, otro hermano también casado y sus padres. El trabajo de la casa era para las mujeres y a la última en llegar le tocaba las funciones más desagradables, limpiar orinales, cuidar del anciano padre inválido y fregar los baños. La señora no hacía nada y mis cuñadas se encargaban de hacerme la vida lo más amarga posible, entre ellas hablaban beréber. Me costó mucho aprender esa lengua. Lo que nunca pude aprender fue mover la lengua gritando como hacen sus mujeres en las celebraciones populares. Vestir con un manto todo el día no me importó mucho, estar encerrada en la casa día tras día me consumió. Mi marido Ameqran se pasaba el día fuera de casa y en ocasiones tardaba días en aparecer, comerciante hábil solía viajar por varios puertos en busca de mercancías para vender en el interior de Marruecos. Durante una época sufrí de sífilis que me contagió tras uno de sus viajes donde frecuentaba prostíbulos y tabernas. 

En casa los pocos días que vivía también abusaba de la bebida. Sí ya sé que estáis pensando que los musulmanes no beben. Igual que existen cristianos buenos y malos, hay musulmanes seguidores de su doctrina y otros que no. Beber y violarme eran actos casi seguidos. 

Muchas de sus violaciones incorporaban violencia física. Llegó a dislocarme un hombro por la fuerza que utilizaba para inmovilizarme. Mi resistencia ante cada oportunidad de relaciones fue creciendo con el tiempo junto con mi odio por él y su familia.

La vida se complicó un poco más al fallecer mi suegro. La viuda se dejó llevar por la tristeza. Casaron a las hermanas para no hacerse cargo de su mantenimiento y quedamos en la casa solo los dos matrimonios. 

Mi cuñada nunca hablaba conmigo, ni lo intentaba. Sabía, porque los oía, que era víctima de abusos y palizas frecuentes. Su marido la violaba día tras día, siguiendo la rutina familiar. Nunca comprendí la poca empatía entre nosotras al ser ambas víctimas de abusos y vivir como prisioneras esclavas. 

Recuerdo que tuvo que ir a casa de su familia tras el aviso del fallecimiento de su madre, marchó para una semana de luto y lloros. Regresaba a su casa tras diez años de matrimonio estéril y doloroso. 

Me quedé sola en casa con los dos hermanos, mis ocupaciones de limpieza y cocina me impidieron darme cuenta de lo que iba a ocurrir. Mi función como mujer era servir la comida a los hombres y tras recoger podría comer yo si quedaba algo.

Esa noche tras su cena, me llamó Ameqran para compartir con ellos su sobremesa y me dio permiso para comer en su compañía. Se divertían ambos hermanos mucho, no paraban de reír y beber. Para disimular servían el alcohol en la tetera y bebían en vasos de los que utilizan para el té con hierbabuena.

Tras un buen rato bebiendo mientras yo comía en una esquina temiendo la sesión de golpes que me vendría por seguro esa noche, me tomó del brazo mi marido y me sentó ente ambos hermanos. Me sujetó con fuerza mientras su hermano me subía la túnica hasta más arriba del pecho, cortó mi ropa interior y empezó a sobarme con fuerza y poca habilidad mientras mi marido reía a carcajadas con los comentarios del hermano sobre lo blanca que soy, le recordaba la muerte decía. 

Me violaron por turnos hasta que terminé llorando hecha un ovillo sobre un cojín. Ambos hermanos descansaban tumbados durmiendo la mona exhaustos tras tanto sexo forzado. Con mucha dificultad, pues me dolía bastante todo el cuerpo, con marcas en las muñecas y un dolor horrible en mi interior, ni se habían molestado en utiliza algún lubricante, les daba igual. Me cubrí mi vergüenza con la túnica, sucia de comida y una mezcla de semen y sangre. Estaba en esos días ¿Sabéis? Me dirigí a la habitación de mis suegros fallecidos, tras meses cuidando del anciano sabía dónde de guardaba cada una de sus pertenencias. 

Encontré una vieja pistola recuerdo de su guerra contra los españoles, mi padre, militar me enseñó el uso de las armas. Comprobé su carga de balas y me dirigí al comedor donde seguían inconscientes  mis violadores. Apoyé el cañón de la pistola en la sien derecha de mi marido y disparé, desparramando sus sesos por la habitación. Su hermano despertó de su letargo con el ruido, de poco lo valió, dos disparos certeros le tumbaron definitivamente. Limpié el arma de huellas y la apreté bien en la mano de mi ya difunto marido. 

A la mañana siguiente,  tras ducharme y quemar en la estufa mi vestido manchado de sangre, me vestí de occidental y me dirigí con cuidado a la frontera Ceutí. Mi pasaporte español estaba caducado, el policía marroquí me dejó pasar gracias a una enorme cantidad de dishams que le entregué. 

Ya en España viajé hasta Barcelona para ganarme la vida. Pero esa es otra historia.

Este es mi regalo de boda, con moraleja. El mal está oculto y puede matar una relación, luchar por ella antes de que tengas que luchar por sobrevivir a ella.


Buen viaje, Joe

  Joe, simplemente Joe. Omitiendo, desde siempre, el rango familiar de tío. Recuerdo tu aterrizaje entre la familia cuando Ana, también sin ...