17.3.20

Diario de un viejo confinado en casa



- ¿Dónde vas?
- A dar un paseo
- No puedes ni debes
- Necesito que me de el aire, no aguanto más, tengo que moverme. Llevo aquí encerrado una semana entera
- Es una irresponsabilidad hacia ti y hacia los demás
- Me voy, no lo soporto
- Diego, no salgas, no seas cabezón
- Entonces los vecinos de la casa de enfrente, como tienen urbanización privada y cerrada, pueden salir de uno en uno a pasear y nosotros como vivimos donde vivimos ¿no?
- No te fijes en lo que tienes o no tienes, piensa que lo único que te han pedido es que te quedes en casa
- Pero si la calle está llena de viejos paseando y sentados en un banco al sol
- No exageres, que tengamos unos pocos vecinos irresponsables no nos convierte a todos en irresponsables. Dime una cosa, si supieras que saliendo a la calle una persona se puede infectar y morir ¿podrías vivir tranquilo el resto de tu vida?
- Yo estoy bien
- No sabemos si tenemos el virus y lo podemos transmitir
- Me voy a volver loco encerrado en casa
- Pues haz algo útil

Diego es consciente que Asun tiene razón, no puede ir por ahí libre contagiando o contagiándose de este virus mortal. No tiene miedo, su pensamiento es a muy corto plazo, a su necesidad física por moverse. Se siente atado en su piso pequeño. Está tan acostumbrado a su paseo matutino de casi diez kilómetros, saliendo de casa hacia el oeste en apenas dos kilómetros llega a la Casa de campo donde tiene su recorrido ya establecido paseando por una senda sin tráfico y al aire libre. Sus paseos le permiten lucir un atractivo bronceado durante todo el año,  envidia de sus vecinos más sedentarios. Su gran actividad física le fortalece frente a las enfermedades, a sus ochenta y un años con dificultades coronarias y una historia clínica que incluyen varias neumonías le convierten en persona de riesgo ante la nueva enfermedad. Le duele más ser un gato enjaulado, tener que moverse solo entre los sesenta y cinco metros de casa llena de muebles y obstáculos. Choca continuamente con Asun quien también necesita actividad física.

- Me voy a por el pan, informa Asun
- ¿Y para ti no es peligroso?
- Soy más joven que tu y algo tendremos que comer ¿no?
- ¿Más joven? Dos meses. No es diferencia.
- Tú tienes más riesgo
- Casi los mismos que tú
- Está decidido, me voy a por el pan. Ahora mismo regreso.

Asun marcha decidida a paso firme, cierra la puerta con cuidado no le gusta hacer ruido, prefiere evitar dar un portazo. Se dirige al ascensor pulsa con insistencia el botón de llamada y espera con paciencia a que la cabina se desplace con lenta parsimonia entre los pisos. Al llegar a la calle, mira a ambos lados de la puerta, se siente como una furtiva que está incumpliendo las normas, una travesura pasados los ochenta. La panadería habitual está en la siguiente manzana, pasa de largo, hay otra a quinientos metros, su pan es de peor calidad aunque le da una oportunidad para pasear que no va a desdeñar. Enfila acera abajo cruzando por comercios vacíos, en la esquina necesita apoyarse en la barra de la señal de tráfico para subir el escalón de la alta acera. Sigue su marcha sin cruzarse a nadie por el camino, la ciudad se mantiene desierta. Gira la esquina a la derecha donde casi se choca con otra anciana que viene de sus compras.

- Perdón
- Uy, Asun no te había visto
- Hola Lola, voy a por el pan y así me da un poco el sol
- Bueno te dejo que dicen que no debemos juntarnos
- Adios
- Ve con Dios, da recuerdos 
- De tu parte

Al llegar a la panadería ve que hay una fila en el exterior, cuatro personas esperando, todas mayores, les conoce a todos de vista de toda la vida en el barrio. Espera su turno, la referencia espacial se pierde con la edad, en lugar de respetar los dos metros de distancia entre ellos, los cinco completan los dos metros. Se saludan con amabilidad, incluso la sexta para la fila, toca por la espalda a Asun para confirmar la vez

- ¿Eres la última?
- Sí, sí

El tercero de la fila tose un par de veces lo que provoca un pequeño movimiento hacia atrás de los miembros de la fila

- Tranquilas, es alergia

Llega su turno, compra dos barras de candeal, las de toda la vida y regresa a casa, despacio enseñando la evidencia de su compra para evitar las preguntas de la policía que patrulla las calles. Abre con dificultad la pesada puerta de hierro de su portal, empujando con fuerza para hacerse hueco. Una vez dentro del edificio, pellizca por segunda vez el pico de la barra. Qué rico está el pan recién hecho, con la mano se cepilla la barbilla de las pocas migas delatoras que se le han quedado en la barbilla. Al llegar a casa, Diego no está.

Diego espera a ver asomado a la ventana de la cocina a Asun en la calle, una vez que comprueba que ha ido a la panadería más lejana, agarra su abrigo, bufanda y gorra de lana y sale con precipitación a la calle. Repite la misma rutina que Asun para llamar al ascensor, pulsar repetidamente el botón y martillear el pomo de la puerta. Tras cincuenta y siete años juntos, muchas de las costumbres de uno se han convertido en hábitos comunes. En la calle desfila hacia arriba, en sentido contrario al camino de Asun. Marcha en dirección al parque donde se encuentra su sucursal bancaria, la excusa perfecta que ha fabricado el gobierno para los paseos de los ancianos.

El parque se encuentra cerrado con cintas de la policía para evitar que los vecinos se agolpen en el mismo e incrementen los contagios exponencialmente por la multiplicación de los contactos de las personas. El banco se encuentra a cien metros y desde la lejanía puede observar lo poco que le permiten sus ojos describir una fila de personas para acceder al mismo.

Al llegar a la entidad financiera se sorprende encontrar a quince personas esperando, los dos metros distancia entre personas no se cumplen, la media de edad de los que esperan supera los setenta con facilidad. 

- ¿Va lento?  pregunta a la última
- Va rápido
- Bien porque no tengo todo el día

Tras cuarenta minutos de espera en la calle, llega su turno, accede al local y se sorprende al comprobar marcas en el suelo señalando la distancia de seguridad de dos metros para proteger a los empleados y los propios clientes.

- ¿En qué puedo ayudarle Diego?
- Necesito el PIN de mi libreta para poder sacar dinero del cajero

Una vez que ha conseguido su PIN, accede al cajero automático y retira cien euros en billetes de veinte para futuras compras, regresa a casa aprovechando los pocos rayos de sol que se filtran entre las nubes, disfruta de cada paso dado en libertad. Se cruza con Miguel, el vecino del cuarto que también parece que viaja hacia la entidad financiera, saludo a distancia entre ambos y cada uno a su vida. De camino a casa, con dinero fresco en el bolsillo, para en la frutería de Fahad, un paquistaní muy majo que se gana a la clientela gracias a su simpatía y enorme sonrisa blanca.

Elige varias frutas y verduras para reponer las existencias en casa, aprovecha para charlar un minuto con Fahad que sufre un proceso de alergia por el polen del plátano, el árbol decorativo que está plantado cada cuatro metros a lo largo de la calle. Estos días ha empezado la polinización y sus efectos son demoledores para los habitantes que sufren alergia. Moqueo continuo, picor de garganta y algún estornudo.

Intercambian los productos, rozan sus manos en el momento del pago, recoge sus dos bolsas continuando hasta su domicilio cuando llega a casa se encuentra a Asun de morros

- ¿Siempre tienes que hacer lo que te da la gana?
- He ido al banco para que me facilitaran el número secreto para poder utilizar la libreta en el cajera automático y a la vuelta he comprado algo de fruta y verdura en Fahad

Se saludan con un beso en los labios, Asun le quita las bolsas de las manos y comienza a colocar la fruta en el frigorífico. Ninguno de los dos se lava las manos después de sus excursiones mañaneras, se acuerdan justo antes de hacer la comida, que como siempre Asun se lava bien y antes de poner la mesa Diego hace lo propio.

Seis días más adelante, Diego amanece con fiebre, su temperatura supera los treinta y ocho grados, llaman a sus hijos y al teléfono del Servicio de Salud de la Comunidad Autónoma. El 112. Llaman y tras varios intentos infructuosos, vuelven a llamar al hijo mayor, a Diego quien decide llamar él a urgencias. Tras muchos intentos consigue que le confirmen el envío de una ambulancia para recoger a su padre  para acercarle al hospital. 

En la ambulancia viajan ambos, Asun y Diego. Diego con fiebre, Asun comienza a notarse rara. Ninguno regresará, no conseguirán vencer al nuevo virus. 

Quédate en casa, nada hay más importante que tu vida. Ni el pan, ni la fruta, ni el dinero. No salgas, quédate en casa. 

Ellos no sabrán nunca el resultado de sus acciones de ese día. Tendrán consecuencias. El panadero sufrirá el virus y conseguirá recuperarse. El frutero Fahad se libra de padecer la enfermedad. Antonio otro vecino que utiliza la misma señal de tráfico para ayudarse a subir la acera, enfermará tras tocarse la cara y tampoco lo superará. Lola ingresa el día anterior a Asun, con la misma suerte que sus vecinos. El empleado del banco, sufre el virus en casa y se recupera tras quince días de aislamiento. Miguel con escasas salidas al exterior, cuidadoso para evitar el contacto, se libra de la enfermedad. En definitiva, los  peor parados, los de mayor edad.

Mensaje: Quédate en casa
Y si eres mayor: Quédate en casa.

Tus nietos lo agradecerán.


12.3.20

Primero lo importante

Apelamos a la responsabilidad individual para que los ciudadanos limiten sus desplazamientos especialmente los colectivos de mayor riesgo. El último mensaje lanzado desde el Gobierno para preparar a los españoles en su concienciación para evitar la propagación de la enfermedad.
Paralelamente los expertos sanitarios definen la población de mayor riesgo a las personas de edad avanzada con problemas previos respiratorios o coronarios y especialmente a aquellos que unen dos o tres de estas características. 
Resulta paradójico encontrar aglomeraciones de personas de alto riesgo en los supermercados y mercados comprando ingentes cantidades de comida, jabón, detergente e incluso papel higiénico. 
Colas y colas de viejos en el supermercado, unos tosiendo, otros con mascarilla, la mayoría simplemente asustados de que les falten productos. 
Desde el pasado martes, cuando el gobierno decretó que España entraba en régimen de vigilancia reforzada y cambió los mensajes hasta ese momento tranquilizadores por otros mensajes con un tono más tenso y preventivo, nuestra población de alto riesgo ha decidido dedicar su tiempo a desarrollar actividades incompatibles con su situación de población de alto riesgo. Deciden acudir en masa a  comprar en Grandes Superficies, ir al médico para que les recete sus medicinas habituales e al banco. 
Donde vayas te encuentras con viejos. Inconscientes, con el temor en la mirada anticipándose a una imaginaria escasez, preocupados por la caída de los mercados que les provoca una sensación de quiebra y ruina económica.
Analizando el riesgo real a sufrir como país un desabastecimiento general o el riesgo de sufrir una crisis financiera que nos empuje a una quiebra económica que nos sume en la indigencia; aunque preocupantes son riesgos inferiores a los problemas de salud en población débil cuando toman decisiones que les lleva a convivir en aglomeraciones de personas  sin guardar la distancia de seguridad recomendada. Multiplicando el riesgo de manera exponencial.
Teodoro aguanta paciente la cola en el Ahorra Más, habituado a su cesta semanal de productos hoy se encuentra empujando un carro repleto de productos que ha elegido Concha. Encuentra del todo exagerada tanta compra, ni en Navidad ve un carro como ese. Conoce a Concha y es mejor no discutir con ella al respecto de la compra y la cocina. Es su departamento y no admite injerencias de ningún tipo, por supuesto, según la única opinión válida, la de Concha, Teo no tiene ni idea de cómo se organiza una casa. En su momento cuando trabajaba en su despacho de abogados sabía mucho de leyes, de juicios y recursos, de las cosas de casa nada hasta el punto que en la cocina no entra ni para servirse una cerveza. Por lo pronto es mejor mantenerse con la boca cerrada. Teo empuja con paciencia al ritmo que avanza la fila en dirección a la caja. Llevan hora y media en el super rodeados de todos los ancianos del barrio, con el mismo miedo común. Miedo a que falte. Cuando pague la compra, contratará el servicio a domicilio a su edad no están para cargar mucho peso. Salvo lo fresco y los imprescindible que Concha seleccionará con ansia en la misma caja que serán los que lleven en bolsas hasta su domicilio.
Tras la agotadora experiencia en el supermercado decide ir al Banco para hablar con la Directora. Susana. Una chica muy maja y servicial que le suele atender con mucha paciencia.
La sucursal del Banco se encuentra frente de su casa, cruzando por el semáforo son escasos cuarenta metros. Atraviesa la puerta con la esperanza de poder hablar con Susana en un rato. Se sorprende al ver esperando más de cuarenta personas, todos los asientos previstos para acomodar a los clientes que esperan están ocupados, incluso las sillas de atención al público también. Se nota ansiedad e impaciencia en todos los clientes, los empleados tienen la mirada apagada y resoplan agotados por el ritmo incansable por atender a tanto público, se agobian solo de ver la espera de clientes. No tienen tiempo ni para salir a tomar un café. Lo pasan mal. 
Teo se dirige a la máquina que ordena las citas, su número el A34, en el mismo papel térmico le informa que tiene 19 personas por delante. No se lo puede creer. Se intenta marcar un viejo, colarse por la cara. No cuela, la sucursal está llena de viejos que se lo impiden, solo al notar sus intenciones le gritan
- Está ocupada, te toca esperar
- Ya, ya. Solo miraba si había alguna silla libre al fondo
Teo disimula su frustración, le toca esperar o largarse. Lo prudente para su salud es irse a casa ya bastante riesgo ha asumido con la experiencia en el supermercado. Lo valora e inicia el camino de regreso cuando justo salta el aviso sonoro anunciando el siguiente en el orden de atención. Un vecino se levanta y con paso dificultoso se acerca hacia la mesa que le asignan, deja una silla libre junto al cajero automático instalado en el centro del patio. Cacharro enorme instalado en el centro para molestar. La casualidad decide por él, finalmente se queda. Lo importante es lo importante, su dinero. Sus ahorros para complementar la pensión, no vayan a quedarse en la indigencia. Mira el reloj que hay en la pared, las once y cuarenta.
El servicio de caja cierra a las once y media, atienden a tres personas con número que se mantenían a la espera, cuando terminan su trabajo, uno de los cajeros se encarga de cuadrar, el otro, Miguel, abandona el mostrador para acercarse a los clientes que esperan a ser atendidos por la Directora o por alguna de las comerciales. 
- ¿Les puedo ayudar en algo?¿Saben que pueden realizar gestiones por el cajero o por el teléfono?
Nadie le responde, comparten los mismos temores a la ruina, a perderlo todo. Con lo tranquilos que estaban con los antiguos depósitos a plazo y sus cartillas de ahorro. Aquello sí que era fácil de entender. Ahora con estos líos la Bolsa no gana para sustos. Cierto es que sumando los últimos tres años han ganado con sus inversiones, pero claro en los últimos días ese beneficio se ha evaporado. ¿Y si quiebra todo?¿Y si terminan arruinados?. Pasan otros dos clientes, esto va muy lento. Cerca de la una y cuarto, cuando su estómago le está recordando que en quince minutos es su hora de comer, le toca su turno. Susana le espera de pié en la puerta del despacho, le reconoce.
- Buenos días Teo, pasa. No te doy la mano, nos han recomendado reducir el contacto por prevenir ¿sabes? Pasa, siéntate por favor
- Mira Susana estoy muy asustado con todo esto, parece que todo se termina. Me gustaría venderlo todo y dejarlo en la cuenta.
- ¿Cuánto quieres pagar a Hacienda?
Golpe bajo, esto no se lo esperaba. Lo de pagar lo lleva siempre mal
- Mira, voy a enseñarte tus posiciones, tienes plusvalías desde el inicio de tus inversiones. Si decides vender tendrás que pagar impuestos por los beneficios. Que los tienes. Además no es buena idea, recuerda la crisis anterior del SARS o la de la Gripe aviar, en ambas crisis sanitarias, también provocadas por virus como este, la bolsa cayó rápidamente. Cierto es que  en cuanto pasó la crisis sanitaria se recuperó al momento y continuó subiendo hasta alcanzar una subida del 10% al año ¿te lo quieres perder? ¿Ahora? ¿Sabes que los ricos están dando órdenes de compra en bolsa porque está barata?

Hace una pausa breve para enfatizar como importante su siguiente pregunta

- ¿Y vosotros os vais a ir al pueblo como hacen otros vecinos para minimizar contactos y riesgos?
- ¿Al pueblo?, no sé, lo que diga Concha. Me extraña con todo lo que hemos comprado esta mañana.

Susana le cambia el tema de conversación con mucha habilidad, aprovecha la cara de duda que se le ha puesto a Teo para levantarse y hacerle entender que la conversación ha terminado, tiene todavía varios clientes esperando para repetir la conversación.

Teodoro vuelve a casa sin tener muy claro en qué situación han quedado sus ahorros, se fía de Susana, es mejor dejarlo así. No entiende de Bolsa y lo cierto es que está ganando. Lo último que se le pasa por la cabeza es pagar impuestos por vender. Se siente cansado, entre la compra y el banco está agotado.

- ¿Ya estás aquí? ¿Puedes poner la mesa?
- Claro, Cariño. Me lavo las manos y en un minuto.
- No tengo sitio en la nevera para guardar tanta comida, mira si tú consigues guardar lo que está encima de la mesa dentro del frigorífico.

Suspira, sus tareas no terminan aún. Está deseando poder dormir la siesta, se encuentra muy cansado. Ese picor de garganta que le acompaña desde esta mañana va a más, siente un poco de frío en la espalda.

- Creo que tengo algo de fiebre
- Ay Dios, ay, ay. ¿Qué vamos a hacer?
- Por lo pronto tomarme la temperatura





8.3.20

Coronavirus en el barrio

Adolfo se mueve con dificultad, anhela la movilidad de sus años jóvenes. Repite que su mejor época fue la decena de sus cincuenta, cuando la experiencia vital y los hijos mayores les permitieron a Marisa y a él un periodo de segunda juventud con el ocio muy presente en sus agendas, viajes, teatro, restaurantes, citas con amigos, incluso se reencontraron entre las sábanas, tras décadas de amor mecánico y periódico, recuperaron el ánimo de probar, experimentar y sorprenderse. La imposibilidad del embarazo que lleva la edad la aprovecharon bien, recuerda Adolfo mientras maldice su marcha pausada ayudado de un bastón. Operado dos meses atrás de su rodilla, la prótesis y él se adaptaron gracias a la exitosa rehabilitación. En cosa de un mes andarás como siempre le dice el fisioterapeuta. Con ochenta y un años tiene una buena vida.

Tres años atrás decidió inscribirse en el Centro de Día de Mayores cercano a su casa, el día es muy largo y la convivencia con Marisa se estaba deteriorando por puro aburrimiento. La manera más habitual que encontraron para combatir el hastío fue discutir por cualquier cosa, preferentemente por pequeños detalles que molestan en la convivencia. Ese ruidito que haces al masticar, sube el volumen de la tele que no me entero, pasas las horas y no me dices nada o cállate un rato que no paras de hablar. Discutir es un pasatiempo de viejos. Salvo por las tardes.

Todas las tardes sus nietas María y Nuria de trece y once años, hijas tardías de Marisa que tras su divorcio encargó a sus padres la custodia vespertina de sus hijas mientras ella trabaja. A las cinco y media aparecen ambas y la alegría llega a la casa. Marisa tiene preparada la merienda para sus nietas, conoce sus gustos e incluso el volumen ideal de sus bocadillos según el día de la semana. Tras la merienda cada una elige una habitación y dedican una hora al estudio y a sus deberes escolares. Los abuelos respetan el ambiente de estudio evitando incluso encender la televisión, suelen leer y si conversan lo hacen en voz baja. Tras el estudio la alegría llena la casa, Nuria, la pequeña es muy charlatana y les entretiene con anécdotas del colegio, errores de los profesores, chascarrillos de recreo, tropezones hilarantes y su preferida, la monja gruñona, Sor Evelina. La Directora del colegio que no para de reprender a los alumnos por cualquier razón, gorda, amargada, estricta, seria y aburrida, la pusieron de mote La rompehielos por su enorme volumen corporal y porque cuando se mueve los alumnos se apartan para evitar estar a su alcance. En el patio del recreo visto desde un piso superior la imagen de rompehielos es evidente, Sor Evelina según va andando los alumnos se apartan a ambos lados de su enorme figura volviéndose a juntar a su espalda. 

María, más callada y también más rocera prefiere el calor de su abuelo, pasa la tarde junto a él con las manos entrelazadas. A ambos les brillan los ojos, sienten un amor verdadero y profundo. Son uña y carne.

Adolfo tras despedirse de Marisa quien prefiere seguir con su rutina en casa y salir a dar su paseo con alguna vecina al parque cercano, sale a la calle con paso precavido con el bastón en su mano derecha, no se apoya en él. Hace caso a las recomendación de  su fisio y solo lo utiliza como punto de apoyo leve. En pocos días se atreverá a moverse sin la ayuda de la madera. Avanza a buen paso, rápido para la edad que tiene, siempre se ha mantenido en forma y tiene decidido cuando termine la rehabilitación volver a la rutina de tres días en semana al gimnasio. Se siente joven, ir al Centro de Día es por socializarse. Siempre ha sido amigo de sus amigos, poco dado a ampliar mucho su círculo. La vida le ha ido arrebatando a alguno de sus amigos y familiares. O amplía relaciones o la soledad le pesa. 

En el Centro de Dia hace migas con un grupo de chicos de su edad, amigos del paseo al aire libre, la petanca y el baile. Esto último se le da peor y aún así lo intenta. El día de baile semanal en el Centro realmente da igual la habilidad de los bailarines para moverse al compás de la música, una de las consecuencias de la esperanza vital es la menor longevidad de los varones, razón por la que son minoría en el salón y las mujeres de edad, descaradas y activas, no paran de demandar pareja para el baile, alguna incluso le tira los tejos para algo más. La edad de oro para alguno de los bailarines que se está poniendo las botas.

Felipe el mejor bailarín, de buena planta, más de uno ochenta a sus ochenta y seis años es el más demandado parece que baila mejor en horizontal que en la pista donde lo hace mejor que todos los demás con diferencia. Se corre la voz sobre sus habilidades y talla entre las féminas. Él se deja querer hasta el punto que tiene una agenda de conquistador envidia de Rodolfo Valentino.

Adolfo llega hasta la puerta del Centro y se lo encuentra cerrado por orden de la Consejería de Sanidad de la Comunidad de Madrid, un equipo médico volante del 112 está en la puerta del Centro y le pide que se quede un momento que van a hacerle unas pruebas para descartar. En la furgoneta que hace de ambulancia ve sentado a Felipe en su turno de pruebas. Positivo. Se lo llevan en la ambulancia para el hospital, un gesto de despedida con la mano antes del cierre de la puerta de la ambulancia es su último contacto con el bailarín. Otra ambulancia toma el relevo, le invitan a entrar, no puede evitar sentirse nervioso. Las pruebas dan negativo, le dan una hoja con recomendaciones médicas y le piden que pase tres semanas de cuarentena en su casa sin salir. Ante las preguntas de los facultativos, les informa que convive con su mujer y sus nietas. 

Ante el primer síntoma de fiebre o malestar llamen al 112 e iremos a su domicilio, no se desplace al Centro de Salud ni al hospital. Regresa a casa preocupado, en los escasos veinte minutos que ha permanecido en la puerta del Centro cuatro ambulancias han partido para el hospital con sendos ancianos. Adolfo y tres mujeres. Por la noche se enterará en las noticias que doce ancianos han sido internados en el hospital aquejados del virus ese de los chinos, cinco de ellos con problemas respiratorios. A su mente le llega la imagen de Emilio y de Juanita ambos con su carrito con el oxígeno a rastras. Lo tienen difícil ambos.

El Centro de Día ayuda a convivir con la despedida,  es parte de la vida y con sus edades mucho más. Las amistades aunque pasajeras son profundas, el dolor por la despedida no lo es, son conscientes que el final es común para todos y aprenden a vivir con ello. No ha tenido relación con los del oxígeno pues no coinciden en las actividades, Adolfo es más de paseo y ejercicio a diferencia de estos que son más sedentarios. Por lo general los del carrito han sido muy fumadores y eso les une al final sin fuelle.

-¿Tres semanas? Marisa se asusta. La recomendación también es para ella y las niñas.
- Eso me han dicho
- Eso no puede ser , es una barbaridad y ¿Qué vamos a comer? y ¿Las niñas?
- Tenemos que avisar a su madre
- Has dado negativo ¿no?
- Eso me han dicho
- Pues entonces, nada de nada
- Vamos a llamar al 112 y a ver qué nos dicen
- Primero voy a llamar a Marisa (hija) a ver qué opina, son sus hijas.

La conversación entre madre e hija, ambas igual de desinformadas, no termina con ninguna determinación concreta. Hacer caso de la prensa es un error por la enorme desinformación que publican y los conceptos erróneos que divulgan. El gobierno no actúa de manera diligente, normal llevan tanto tiempo tras la trinchera criticando al que toma decisiones por cada cosa que hace que ahora que es su turno de gobernar no saben anticiparse a las necesidades, no son conscientes que no pueden echar la culpa a otro, es su momento, tienen que tomar decisiones y gobernar. Qué difícil es tomar decisiones, explicar las cosas bien, tener una jerarquía clara en la comunicación y en la decisión. Una pandilla sin líder constructivo es una banda. Enfrentarse a una crisis sanitaria con una banda es lo que trae, desinformación, falta de previsión, falta de coordinación, mentiras y exculpaciones mientras la progresión aritmética de afectados multiplica los enfermos hora a hora. Su miedo antropológico a la toma de decisiones, a reducir la libertad de movimiento, a restringir la libre circulación propio de los complejos históricos de la izquierda española supone que durante dos semanas el virus se propague más rápido que en los países vecinos. Sin controles sanitarios en aeropuertos, sin medidas claras para centros con concentración humana, su vergüenza reprimida de izquierdas les condiciona evitan tomar medidas efectivas por miedo a sus propias contradicciones y a su público entregado por si se les echa encima por precipitación. Se ríeron de las medidas extremas tomadas por China, Taiwan, Italia, se creen más listos que los demás. Dos semanas más tarde tenemos los Centros de Día de ancianos cerrados en todo el país y eso que algún político con miopía nacionalista sigue pregonando que el ADN de su Región es inmune al virus frente al resto de España. Al día siguiente los datos reales le callan, el virus no entiende de idiomas ni de fronteras. Tenemos barrios y poblaciones aislados. El coronavirus está con nosotros y tenemos que luchar contra él.

Adolfo llama, con el manos libre del teléfono encendido para que Marisa escuche lo mismo que él y evitar una discusión posterior.
- 112 ¿En qué puedo ayudarle?
Explica sus edades, en cierre del Centro de Día, su negativo en el test de hoy y la recomendación de quedarse en casa tres semanas. La convivencia con sus nietas y sus dudas sobre cómo actuar ¿vivir con naturalidad o encerrarse?¿decir a sus nietas que no vengan?¿comprar comida para un mes?
El facultativo del 112 les tranquiliza y les pide vida normal evitando concentraciones de personas. Ante el primer síntoma de malestar llamar al 112 y encerrarse en casa. Ampliar la recomendación de limpieza de manos y evitar el contacto cercano con otras personas, incluidos besos, abrazos y darse la mano.

No quedan muy convencidos. Deciden mantener su vida igual con el miedo en el cuerpo por ellos mismos y por sus nietas. Dicen que los niños están libres, no se fían. ¿Separarse de su nieta María? Esos abrazos le dan la vida cada tarde. No saben cómo hacer para evitarles el mal a sus nietas. Por lo que cuentan es una enfermedad que transmiten los viejos.

Dos días más tarde, la evolución de la enfermedad obliga a los políticos acomplejados a chocarse con la realidad, la expansión es tan alta que decretan aislamiento del barrio y confinamiento de todos los habitantes en sus domicilios. El ejército patrulla por las calles para detener a cualquier transeúnte sin autorización.

Adolfo y Marisa se miran. Tienen tres semanas para discutir a todas horas. En este momento necesitan su mutuo apoyo, se abrazan como hace tiempo, fuerte, sintiendo la vida, notando sus corazones. Saldrán de esta. ¡Qué miedo se pasa!. Las niñas están en su casa. El colegio también ha cerrado sus instalaciones durante semanas. Varios profesores han enfermado, La rompehielos se ha librado, los virus evitan la mala leche. ¡Puede ser el remedio! la mala lecha. 

¿Será esta la razón por la que ningún político enferma?

7.3.20

Dejo de estudiar, Papá

Mi primer día en la tienda, es lo que tiene disponer de un negocio familiar. Estudiar no es lo mío, no me centro, me aburre y exige mucho esfuerzo para conseguir algo intangible en el largo plazo. Lo dejé tras un año y medio en la facultad de Psicología. Un año más y me hubiera graduado en bares y praderas.
La pradera de la Universidad es tentadora, especialmente durante la primavera que te invita al esparcimiento y la horizontalidad bien acompañado con unas cervezas y una rubia de clase que me acompaña durante las pellas. He llegado a llevarme a mi guitarra con todo el ánimo para el estudio del comportamiento humano. Tengo mi sitio reservado en la pradera, con una manta para poder tumbarme sin mucha molestia de las hormigas.
Mientras canciones de moda salen con naturalidad de las cuerdas de Benita, mi guitarra, mi rubia compañera de pellas, me pone ojitos, esta tarde tendré oportunidad carnal. No viene mal después de casi un mes de sequía. Dice mi amigo Nacho con toda la sorna que en él es habitual, que follo menos que un casado. Tiene razón y eso que su media no supera la mía. Sondeando a mis allegados, a esos que siempre te dicen la verdad, es cierto que la juventud ejerce de conquistadora en menos ocasiones de las que se les supone. Salvo el caso de Macarena, la morena tatuada de clase, esa sí que sube la media, creo que se ha cepillado a todos e incluso a alguna más de la clase. Cuando llegó mi turno con ella  me quedé con la sensación de ser un punto estadístico, no demostró especial habilidad para la experiencia que tiene acreditada, su interés es más en el previo, en la conquista. Una vez en faena su mente comienza a trabajar en su próxima presa. La última semana la he visto revolotear cerca de Tomás, el becario de la asignatura de estadística. Según dicen se va a casar el próximo verano y eso le convierte en objetivo prioritario para Macarena. Me da que al final le va a liar y comprometer su boda, solo por la estadística. En este caso qué bien traído.
El trabajo en la tienda no da para tres personas, comparto local con mis padres. Excesivo para los cuatro clientes despistados que entran por la mañana. Al primer cliente lo atiende mi padre, le conoce de otras ocasiones, pasan mucho rato hablando de toros, pasatiempo común de ambos. Tras la venta, salen juntos a la calle para fumarse un cigarrillo y continuar su acalorado intercambio de opiniones sobre el arte del toreo y las mejores faenas que recuerdan.
Coincide que mi padre se encuentra fuera cuando debo afrentarme a mi primer cliente, un señor recién jubilado. Me pregunta sobre determinados modelos de zapatos, buscando un par de zapatos cómodos y elegantes sin llegar a ser de vestir. Algo más ponible. Le recomiendo varios modelos, siempre entre los más caros del catálogo como me enseñó mi padre hace años. Termina por decidirse por un par de mocasines con cordones y suela gruesa, en verdad, muy cómodos. Paga a gusto el importe que le he redondeado a cien euros, perdonándole los cinco euros del precio fijado, costumbre comercial que implantó mi padre hace años, a los clientes del barrio, a esos que repiten, quita un poco del precio fijado. 
Mientras realizo la venta, mi madre, custodia de la caja registradora, asiente orgullosa al comprobar cómo he realizado la venta.  Me sonríe, le recuerdo a su padre, el fundador del negocio que heredaron mis padres cuando se retiró. Noto que tengo embajadora en casa ante mi abuelo y mi padre.
Los días pasan monótonos en la tienda, los viernes y sábados por la mañana son los días de mayor ajetreo, todos los clientes aprovechan su fin de semana para acercarse a comprar. Alguna tarde, tras la salida del colegio cercano, se acercan familias rodeadas de niños para renovar su calzado ya sea por el destrozo provocado por la afición a jugar al fútbol o por el crecimiento de los chicos que cambian de talla rápidamente.
Como medio para ganarse la vida, el negocio da para mantener a una familia, intelectualmente no me supone un reto y mis diecinueve años me empujan a algo más. No me veo vendiendo zapatos el resto de mi vida. Algo tengo que hacer.
Recibo la visita de mi rubia de las pellas, me echa de menos en el campus. También se aburre de la carrera elegida y desde que me he ido se encuentra perdida. Bajo la excusa de necesitar unos zapatos de tacón se acercó a nuestra tienda. No es un producto que trabajemos, vendemos a clientes del barrio  que suelen preferir calzado menos formal. No pierdo la oportunidad de acariciar sus piernas ayudándola con varios modelos de zapatos que tienen cuña alta y son más elegantes. No es lo que necesita y aún así se deja acariciar. La acompaño hasta la parada del autobús ofreciéndome a ir con ella la tarde del sábado al centro a zapaterías más elegantes para asesorarla.
- Me alegro mucho de verte, Lola
- Y yo. Llámame y quedamos para el sábado ¿vale?
Mi madre me comenta a mi regreso a la tienda, que una mujer que mantiene la pierna firme cuando la ayudas a calzarse y permite que poses tu mano más de lo debido es porque tiene verdadero interés en ti. 
- ¿De qué la conoces?
- De la facultad
- ¿Estáis saliendo?
- Coincidimos de vez en cuando Mamá
- Parece que ella quiere más
- No seas pesada
La entrada de una mujer mayor que se dirige directa hacia mi madre me libera de la conversación. 

La verdad es que me siento muy bien junto a Lola, lo pasamos bien juntos, no me planteo más compromiso o eso pensaba que era lo que pasaba.
Lola ansía mayor compromiso por mi parte y sin que yo sea consciente de ello, me da una última oportunidad el fin de semana. Si no doy un paso más en nuestra relación, empezará a interesarse por otros. Tenemos diecinueve años y me siento muy joven para unirme a alguien, también es cierto que mi mundo ha cambiado en los últimos meses, mi ambiente ya no está centrado en el estudio y en el ocio, ahora es trabajo, responsabilidad y horarios ocupados. Un mundo más adulto que además me ofrece menos oportunidades para conocer mujeres de mi edad, solo he conseguido entablar alguna conversación intencionada con chicas de acompañamiento, internas en su mayoría, de las clientes de avanzada edad.

El sábado por la tarde recupera en mi mente el ambiente juvenil de estudiante, todo el tiempo del mundo para disfrutar de la vida, sin más preocupaciones que los exámenes próximos. Lola me hace sonreír, me alegro mucho el haber podido quedar con ella, su nuevo perfume me atrapa igual que una goma elástica estira y me atrae hacia su cuello. El viento abre su melena corta dejando ver su oreja y un pequeño tatuaje en el cuello tras la oreja. El dibujo de un triángulo equilátero cuyo vértice superior está tapado con un círculo pequeño a su vez que permite ver el dos tercios del triángulo, Psichic Awareness, Conciencia psíquica. El logo que elegimos para nuestro grupo de clase un día de juerga etílica preparando algún trabajo en conjunto para no recuerdo qué asignatura. Lo que sí recuerdo es que fue nuestra primera vez. No puedo resistirme y beso su tatuaje, sorprendiendo a Lola.

- Para
- ¿Y ese tatuaje? ¿Es por mí?
- ¿Y por qué va a ser por ti?
- En recuerdo a una gran noche
- ¿Solo por eso?
- También fue el inicio de nuestra relación
- Ah ¿Tenemos una relación?
Acepto el reto de las miraditas, mantengo fijos sus ojos de color canela mientras con mi mano acaricio su cuello dejando para mi pulgar el roce con su cara y labios. La beso de verdad. El tipo de beso que genera electricidad y cortocircuita el resto de sentidos. Ese beso.
- Tenemos 

Lola me abraza como nunca ha hecho, me muerde la oreja. Sabe que no me gusta, sé que no me gustaba, parece que ahora me gusta, creo que me acostumbraré a tener húmeda mi oreja.

- ¿Cuándo te hiciste ese tatuaje?
- El día que te fuiste de la facultad
- ¿Y eso?
- Te echaba de menos, tontín. 

Mi evolución del mundo joven estudiante a adulto comprometido ha sido muy de repente, me sorprende, incluso me reta intelectualmente, debo definirme, comprenderme, organizar mi futuro. Lo de la tienda no lo veo, aún no. La psicología tampoco es lo mío. Lola es lo único adulto que me ocurre que no me choca, cierto es que el compromiso me asusta, como a ella, sin llagar al rechazo. Compartir con ella mis momentos de ocio me llena, su conversación es interesante e incluso retadora. Me insiste en seguir estudiando, me repite que ya tendré tiempo de ponerme a trabajar y últimamente su línea argumental va por compaginar ambas cosas. Sus consejos hacen mella en mi ánimo, en el mes de junio me convenzo y formalizo mi matrícula en la facultad de Administración de Empresas. No más psicología, busco algo más práctico. 

Ser adulto centra tu vida, me tomo en serio las clases y los estudios, dedicando los viernes por la tarde y la mañana del sábado a trabajar en la tienda. Mi responsabilidad sorprende a mi madre, mi padre e incluso a Lola. El cambio de psicología a empresariales también lleva un cambio de vestimenta, de corte de pelo, incluso de forma de hablar. Sin llegar a ser un pijo me acerco bastante a esa definición entre los vecinos del barrio que han visto mi evolución desde la sorpresa. Sigo con Lola, hacemos una pareja fuerte y unida. Gracias a ella he madurado y soy adulto. Muy centrado, responsable y audaz. 

Hasta aquí la historia de madurez personal y de crecimiento en pareja tradicional, una historia que bien pintada podría estar escrita en 1970 u 80. La realidad es otra muy distinta.

Empiezo a trabajar en la tienda con mis padres, nuestro barrio comienza a subir la edad de sus habitantes y cambia su estilo de consumo. Poco a poco la facturación de la tienda se resiente, en la misma calle han abierto otras tres zapaterías de la mano de franquicias internacionales que tiran los precios con calzado fabricado en Turquía o en China. Las ventas flojean, mis padres no saben cómo reaccionar y yo carente de experiencia y de la formación adecuadas tampoco me sé anticipar a la nueva realidad. Lola, tan maja, tan guapa, tan imán para los demás termina por elegir mejor pareja que yo, se decanta por un licenciado en economía que comienza su andadura profesional en una multinacional. Alguna vez me cruzo con ella cuando viene al barrio de visita para ver a sus padres, ahora viste como una ejecutiva, siempre con tacones, con falda que le sientan muy bien siempre y peinada con estilo. Un pibón. La semana pasada la vi subirse a su coche, un mini, muy pijo, muy de señora de otros barrios. Por lo que sé, vive en un apartamento en un barrio nuevo, en un ático junto con el ejecutivo. Parece que ahora su vida es muy inglesa, hace spinning, running, coche por renting y seguro que el fin de semana incluye folling y party.  

Por mi parte, yo sigo sin coche, sin vida, sin futuro. Mis padres jóvenes aún me piden que busque algo porque la tienda no da para todos y un nuevo ingreso nos vendría muy bien. Solo sé trabajar de dependiente y tocar la guitarra, poco curriculum puedo ofrecer. Mi vida es una sucesión de trabajos poco cualificados y mal pagados. Vivo con mis padres con casi treinta años porque no puedo permitirme una vida independiente. Mis relaciones con las mujeres, esporádicas y cada vez más chonis, con menos nivel intelectual. Mi carácter se agría, todo me parece mal, todo es culpa de las multinacionales, todo es culpa del capital. Comienzo a demandar justicia social, quitarle a los ricos para que los pobres podamos vivir. Demandar sin ofrecer nada a la sociedad. Merezco vivir mejor, demando una vivienda digna y barata, un trasporte rápido y gratuito, una enseñanza gratuita, que suban los impuestos a los ricos y nos subsidien a los pobres. No estudié, no quise formarme, no entiendo ni quiero entender la vida, prefiero lamentarme por la mía y exigir que el gobierno me la mejore. No destiné tiempo a mi formación ni a mi futuro y por ello culpabilizo a la sociedad a las Lolas por interesadas en un futuro mejor con otro hombre, a los directivos por tener dinero y vivir bien y al gobierno anterior por no ocuparse de los pobres.

Si hubiera estudiado habría entendido cómo funciona el mundo, que subir impuestos no reparte riqueza sino que paraliza el país, que vivimos en una sociedad igualitaria llena de oportunidades y solo los responsables que se forman y luchan por su futuro alcanzan las mejores posiciones en la sociedad, entendería que demandar sin ofrecer genera freno productivo, incapacidad para mejorar la productividad y a medio plazo nos empobrece. Ya es tarde para cambiar. Al final el mundo es para los luchadores, para los emprendedores. Los de la vida fácil frenan al colectivo. 

Recuerda el cuento de la hormiga y la cigarra. El que trabaja y se forma para el futuro, vive mejor. El que solo se divierte, se dedica al ocio y la guitarra, cuando llega el invierno se muere de hambre. 

Hijo mío, has decidido ser cigarra, te espera un futuro menos alegre. Cuando seas adulto dejarás de estar subvencionado por tus padres, demandarás la subvención del estado, del gobierno, de los demás y encontrarás que eso no existe hasta el límite que quieres alcanzar. Como padre soy consciente que estás tirando tu vida futura a la basura, desaprovechas oportunidades para mejorar, para formarte solo por el premio de la diversión a corto plazo, de lo fácil, ya sea la música,  los juegos en línea o los vídeos por YouTube, la vida en un futuro es algo más. Podrás tener ocio, diversión, viajes y todo lo que puedas permitirte con un trabajo honrado. Si decides dejar de estudiar, eliges trabajos de baja cualificación y peor retribución. Podrás vivir, por supuesto, honradamente, por supuesto, podrás ser feliz, por supuesto. Seguramente vivirás con menos calidad de vida, con menos oportunidades, con menos felicidad de la que te mereces. Es tu vida, tú eliges, Sé que te equivocas y como padre no puedo hacer nada más. Votarás a la izquierda que sigue mentalmente en el siglo XIX, demandarás lucha de clases, que no existe salvo en su mente demandante de subvención, odiarás a los que tienen solo por tener. Me odiarás por ello. No hijo, no te equivoques. Vota a quien quieras, demanda lo que consideres y recuerda puedes ser más y mejor, solo depende de ti y tu esfuerzo. El futuro es tuyo y tú lo pintas, el día de mañana recuerda las oportunidades que rechazaste, nadie te obliga a dejar los estudios ni la lucha de clases ni las injusticias sociales. 

Parábola para un hijo que no quiere estudiar



3.3.20

Jardinero de bonsais

Soy muy cuidadoso con mi trabajo, disfruto. Me relaja hasta el límite de perder la noción del tiempo, acaricio cada tallito, cada ramita, cada brizna. Todos los detalles son importantes. 
La belleza realmente es definitivamente el equilibrio, la perfección. ¿A quién no le abre lo bello? Todos elegimos por el atractivo.
Lo bello para serlo de verdad debe tener un 1% de imperfección, para evitar la simetría que convierte lo bonito en aburrido. La simetría supone admitir que existe algo igual que tu reflejo y ya dejas de ser algo  único, eres dos seres pegados, lo que te hace vulgar. La belleza es tal desde el momento que ese 1% llama la atención de manera imperceptible hasta conseguir atraer el deseo general.
Mi tarea de cuidado comienza lentamente, deslizando la palma de la mano por el jardín, mi corte de hierba preferido es el minúsculo, idealizo el corte de hierba del green en el golf, la agrostis stolonífera  un tipo de césped tupido y prieto como una alfombra persa de nudos. Una delicia el poder andar descalzo por ella, un placer pocas veces sentido. 
Me gusta que la pequeña pradera que cuido tenga el tallo del césped muy corto, si decides acariciarlo debes notar que es suave como la seda y corto, lo suficiente como para notar que existe sin llegar a pinchar.
El césped limpio, cortado en la misma dirección provoca un dibujo que al contraluz permite distinguir dos colores diferentes, uno brillante, el que recibe la luz y otro oscuro, el opuesto de cada pequeño tallo. 
Gusto de soplar a ras de superficie y observar el leve movimiento de los mini tallos que genera el aire expulsado en su dirección. 
Un peine de madera, con las cerdas cercanas y finas se convierte en mi herramienta preferida para alisar el prado, la madera evita la electricidad que crea la fricción de los fabricados en material sintético.
Recorto el exceso de longitud con una tijera de manicura, afilada y de fácil manejo. 
Cuido la parte central de la pradera respetando el borde de las raíces exteriores que asoman superficialmente avisando de la cercanía de la estrella del jardín. Es la parte más delicada de la composición, la que equilibra, la que adorna, la que da vida y atrae a los pájaros más golosos, hambrientos de su fruto dulce. 
Mi pequeño jardín huele a primavera, a suave dulce perfume de flores blancas, a frescor templado que invita a repetir. Su olor te abraza las neuronas, se te graba en la memoria para recordarte cómo huele la felicidad.
El pequeño jardín es capaz de mantener la temperatura que necesita de manera homogénea durante todo el año, las variaciones bruscas de varios grados le afectan negativamente, evito fuentes directas de calor, ya te digo que hay que cuidarlo.
Disfruto acariciando el césped, los bordes de las raíces y con sumo cuidado repaso las orillas de su pequeño lago.
Me acerco tanto en mi cuidado que sufro una sorpresa, algo fino entra en mi boca, ¡un pelo!
- ¿De qué coño será? 

2.3.20

Primer hijo

Costó mucho que vinieras, no lo sabes tú bien. Ensayo y error, como los científicos, repetido hasta el hastío. No venías, no agarraba. Cuando la vida me preparaba para asumir que mi simiente no prosperaría, cuando empezaba a valorar la opción de la adopción, decidiste venir. Empezaste a duplicar células.
El embrión se fue consolidando, grande, realmente largo con la cabeza grande. Cumpliste todos los días que dictaba el médico, no te retrasaste ni un día, tampoco manifestaste prisa, llegaste cuando tocaba.
El sistema sanitario priva a los padres de muchos momentos de felicidad, me tocó esperar a la puerta del quirófano los diez minutos que tardaste en salir gracias al fórceps aplicado. Un llanto breve, suave, sin llamar atención fue testigo de tu bienvenida a este mundo.
Una enfermera me entrega un rollo de sábanas verdes y azules que abrigan a una carita amoratada, lo primero que me viene a la mente es un chorizo. Largo y delgado. Dicen que la felicidad es la definición del momento que abrazas a tu hijo por primera vez. He tenido la suerte de tener muchos momentos felices en mi vida y te aseguro que tus primeros minutos en mi pecho los tengo grabados en mi mente por vida.
Felicidad, sí. Es algo más, es plenitud, es responsabilidad y sobre todo, es una alegría que viene de dentro. Me siento como nunca, me siento lleno, me siento importante, soy consciente que mi posición en la vida acaba de variar, la responsabilidad por ti nació junto contigo. Ya no soy Ramón, soy el padre de Carlos.
La misma enfermera que nos presenta me arrebata de ti. Balbucea algo sobre unas pruebas médicas y el calostro de la madre. 
Desde ese momento soy testigo de tu vida igual que el entrenador en un partido, desde la banda, puede indicar, señalar, gritar, hablar, aplaudir pero el que corre, choca, golpea, golea, despeja, ataca, defiende, sonríe, suda y vive, eres tú.
Un buen entrenador sabe cuando dejar al alumno volar.
Te has formado bien, con tus habilidades, con otras que necesitas afianzar, eres buena persona, íntegro, tímido, reservado y auténtico.
Vuela hijo, vuela, la vida es intensa, maravillosa y por momentos dura. 
Estás preparado. Vuela. 
Me quedo en la banda, por si me necesitas.

Vuela hijo. Vuela 

Anticipo de mi próximo libro: Mi primera vez

Buen viaje, Joe

  Joe, simplemente Joe. Omitiendo, desde siempre, el rango familiar de tío. Recuerdo tu aterrizaje entre la familia cuando Ana, también sin ...