14.1.23

Síndrome de la hoja en blanco

 



Llaman "Síndrome de la hoja en blanco" al bloqueo creativo del escritor, ese que aparece cuando no se te ocurre nada que plasmar en la hoja o cuando la idea que te está rondando por la cabeza no llega a mutar en un texto concreto.

 

Así llevo varias semanas, el mismo tiempo en el que han coincidido las vacaciones navideñas y mi proceso de análisis interior de el por qué no he conseguido dar a conocer mi última novela, Quién, a un público más amplio.

 

He realizado presentaciones de la novela en cuatro ciudades diferentes, presencia activa en medios de comunicación escritos, radio e incluso televisión local; he llegado a ser hasta intrusivo en redes sociales dando a conocer mi novela y tras todo esto, siento que toco techo.

 

La promoción por redes sociales, por muy necesaria e intensa que sea tiene la virtud de su capacidad de llegada a personas que te siguen, en mi caso, amigos, antiguos compañeros de trabajo, clientes y muchos compañeros de las letras. Entre todos ellos, muchos han adquirido la novela, incluso a los que no les interesa la lectura. Aquí siento que son una excepción los ejemplares que me quedan por vender. 

 

Durante las presentaciones del libro y en los días posteriores se vendieron ejemplares en las librerías del lugar, nuevos lectores que si no olvidan, ganaré para próximos títulos en los que trabajo.

 

Las apariciones en prensa ayudan a dar cierta relevancia al autor y a su obra aunque su impacto es limitado y su llamada a la acción para la compra no creo que sea inmediata. Lo mejor de la presencia en prensa es su capacidad para ser reenviada utilizando las redes sociales y de esta manera multiplicar su audiencia.

 

¿Y ahora, qué? Me encuentro en una encrucijada o recupero el trabajo con mi próxima novela "Barro" que tuve que dejar aparcada para centrarme en la promoción de "Quién" o me reinvento en nuevas promociones para seguir animando las ventas de mi actual novela en el mercado.

 

Me conozco, sé que aunque llevo varios intentos infructuosos para seguir presentando mi novela y el desánimo busca su hueco en mi alma, me concederé una nueva oportunidad para dar a conocer a "Quién". Las excelentes críticas que estoy recibiendo de los lectores me animan a continuar en este camino con poca recompensa económica.

 

No es por presumir pero creo que la novela tiene un nivel alto que puede ser del interés del público lector en general y en particular, de los amantes de la novela negra contemporánea. La novela tiene ritmo, una historia original, una trama sorprendente, variedad de personajes que se complementan, localizaciones atractivas y aun siendo ficción, muy creíble. Los que la han leído me dicen que sienten que están viendo una serie de televisión.

 

¿Y entonces, por qué no revienta el mercado? Algo estoy dejando de hacer, quizá he agotado mi capacidad de llegada, mi influencia es menor de lo que imaginé o simplemente no sé alcanzar otros mercados. Creo en la calidad del producto terminado, lo que descarta que esta sea la razón de su freno en la explosión comercial. Además me avalan los comentarios recibidos de personas que no conozco ni no tienen por qué dedicar tiempo a regalarme el oído. 

 

Es un mercado saturado y bajo el dominio de un oligopolio dual donde dos grupos editoriales controlan más del 90% del mercado en España, con un exceso de oferta en las librerías. Cada año, salen al mercado en España 80.000 títulos nuevos a los que hay que sumar la auto-publicación. Las estadísticas que traslada el sector demuestran que desde la pandemia, sube el número de ventas de libros e incluso de lectores.

 

Solo tengo que aprender a encontrarlos mientras lucho para que las pocas librerías que tienen mi libro en su catálogo lo mantengan. Si pierdo los puntos de venta es del todo imposible crecer.

 

Mientras todo esto ocurre, mi parte creativa se resiente. No hay nada peor que enfrentarse al reto de escribir que pensar que el resultado final por muy trabajado que esté, no interesará a casi nadie.

 

Nos encontramos en las letras.

1.1.23

1 de enero

 


Trasnochar le afecta bastante por su costumbre de despertarse todos los días a la misma hora, llueva, truene o haga sol. Después de aguantar casi dos horas del tedio televisivo tras comer las uvas con las campanadas y brindar, se acularon en los sillones para mirar la pantalla, comentar entre bostezos si alguien conocía al artista que por turno se asomaba por el escenario y mantener una conversación banal interrumpida cada vez que asomaba un nuevo cantante. Cambiaban de canal en cuanto cortaban para realizar una pausa publicitaria o si el artista en cuestión no era del gusto de alguno de los hermanos.

 

Su cuñada, aburrida, decidió recoger poco a poco los platos y copas para adelantar trabajo y, de paso, encenderse algún que otro cigarro en la cocina, lejos de la mirada censora de su marido.

 

Los canales compiten ofreciendo la misma oferta enlatada de música de calidad variable, tras la tercera vez que apareció repetido un cantante imitador de El Fary decidió que era su momento, Andrés se levantó dando por concluida su participación en la fiesta. 

 

Doscientos metros dista su casa de la vivienda de su hermano y cuñada. Calle abajo se cruza con varios jóvenes con paso acelerado camino a sus fiestas de fin de año, alegres y llenos de vida hormonada, atufando a desodorante a base de feromonas. ¿Dónde quedó la costumbre de usar colonia o perfume? 

 

El ruido de los cohetes y petardos lanzados desde las ventanas le acompaña durante su corto recorrido hasta su domicilio. Sin quejarse vigila las ventanas que se abren para reaccionar si ve caer algún petardo que le pueda buscar.

 

Una vez en casa, ni el viejo Sultán levanta los ojos para saludarle, prefiere mantenerse recostado en su manta de dormir junto al sofá. Ni un ruido, es hora de acostarse. Dientes, pis y a la cama, como le decía su madre hace cincuenta años.

 

A las seis de la mañana su entrenado cuerpo le exige levantarse, y sin atisbo de pereza, salta abandonando su caliente cama. Necesita un café bien cargado antes de encargarse de Sultán que ya merodea a su alrededor. Los finos pantalones de su pijama no son capaces de abrigarle las piernas y un incipiente temblor incontrolado en sus muslos le marca el ritmo con sus convulsiones mientras reconoce la tosecilla esa que aparece siempre que tiene frío. 

 

Sustituye en la alcayata de la pared de la cocina, el calendario con hojas mensuales, esta vez tocan fotos de montañas nevadas. Inaugura la hoja con el mismo pensamiento de cada uno de enero: –actuarialmente ya tienes un año más— De esta manera se flagela sin esperar a su cumpleaños en mayo. La autocompasión es uno de sus deportes preferidos que sigue con ahínco para destruir su escaso ánimo jovial.

 

Este año le caen sesenta y no quiere ni pensarlo, su deterioro físico asoma implacable anunciando con breves señales lo que le viene, la próstata, el mal dormir, la lívido que le abandona, las rodillas crujientes y ese puto dolor de espalda. Poco queda de aquel orgulloso treintañero sonriente que arrasaba entre las féminas. Huyó del compromiso y desde hace años la losa de la soledad le acompaña cada atardecer, Sultán su viejo compañero es ya un anciano que holgazanea casi todo el día. La radio, seguir alguna que otra serie de relleno en su plataforma de televisión preferida y releer sus innumerables novelas que pueblan su librería son su única compañía.

 

Elena, su cuñada fumadora, le invita cada dos semanas al club de lectura que organiza en su casa sentándole siempre junto a Floren, una viuda sin hijos muy guapa, elegante, divertida, sonriente, perfumada y más simple que un ajo porro. 

 

–Te conviene Floren, algo me dice que sois compatibles.

–Elena, te lo agradezco, pero a mi edad no estoy para recordar cómo se conquista a una mujer.

– Si a Floren ya la tienes ganada, solo hay que ver cómo te mira...

 

Andrés recuerda para sí las veces que coincidió con Floren veinticinco años atrás. Un volcán lleno de pasión, desinhibida, viciosa e insaciable. Mal casada con un notario viejo, rico y del opus. Parece que salvo para procrear no la tocaba y como resultó que no podían concebir entre ambos por incompatibilidad seminal terminó por abandonarla por inservible. Andrés llenó los enormes vacíos físicos y emocionales de Floren. Todo fue perfecto hasta que ella le confesó su amor y su deseo de compartir vida. Andrés huyó del compromiso permitiendo que su decisión labrara el inicio de una profunda melancolía que con el paso de los años fue creciendo. Media vida después se la encontró en una de las citas literarias de Elena y notó cómo su acartonado corazón despertó un deseo antiguo y reconocible. 

 

¿Es posible recuperar, a los sesenta, la pasión perdida y su antiguo vicio? nota cómo su cuerpo despierta de un largo coma físico y emocional que durante una generación le tuvo postrado en una vivencia tenue y aburrida. Durante las últimas semanas el viejo recuerdo Floren mirando a Cuenca le despierta con sudores y palpitaciones. Algo tiene que hacer al respecto, tanta contención no es sana.

 

Sultán le recuerda que es la hora de su paseo matutino, le empuja las piernas apremiando a su dueño para bajar a la calle. Encuentra a Andrés muy extraño últimamente, despistado y hasta sonriente. Cuando le huele la entrepierna, reconoce los matices de las notas propias del celo. A sus doce años perrunos no recuerda haber olido nunca así a Andrés —¿será que los humanos tardan en madurar? mientras la hembra que elija no me moleste que haga lo que quiera— piensa Sultán. 

 

Sultán, en su vejez, sabe lo que le conviene a Andrés. Si tiene la posibilidad de ayudarle lo hará, pero ahora lo urgente es bajar a la calle antes de que estalle su vejiga.

24.12.22

Feliz Navidad, Benito

 


En cada familia o grupo de amigos existe la figura del hermano gruñón, ese o esa al que le gusta pinchar, destacar el error, decir la última palabra y presumir de que no le gusta la Navidad.

 

Benito se despereza bajo el edredón de su cama intentando ordenar el día que tiene por delante, se ha tomado el día libre y afortunadamente no tiene nada que hacer, salvo llevar dos botellas con vino de Rioja para la cena en casa de su madre. Echa de menos a Laura, se levantó muy temprano para irse a trabajar. Su empresa no facilita dar el día 24 como libre a sus empleados aunque sí les permite salir de la oficina a la una y media otorgándoles la tarde libre. A eso de las dos regresará para comer y dormir la necesaria siesta que le permitirá aguantar la velada nocturna sin que la venza el sueño por su costumbre de acostarse pronto a diario.

 

Decide aprovechar la mañana fría y nublada para darse una vuelta por el barrio, cobrar la pedrea de un décimo de lotería premiado y comprar el pan. En el paseo se cruza con varios vecinos que le desean feliz noche, felices fiestas o feliz Navidad, según la costumbre de cada. A cada felicitación contesta con un "igualmente" cada vez más desganado. No comprende tanta felicidad construida por la obligación de celebrar estas fechas en compañía de familiares y amigos por obligación. Es partidario de juntarse cuando apetece sin obligaciones impuestas por el calendario.

 

La pereza le va subiendo a cada parada de autobús que rebasa en su caminar, la publicidad agota. Cada marquesina está adornada con un cartel de 2 metros de alto con fotos de perfumes, productos de belleza o descuentos en líneas telefónicas, todos ellos adornados con árboles, nieve, bolas doradas y resto de iconografía navideña.

 

—Feliz Navidad, Benito— suena a su espalda mientras nota cómo se le clava la frase atravesando por debajo del omóplato hasta llegar al corazón. Se obliga a darse la vuelta y descubre sonriendo a Carmen, la vecina del sexto reluciente con su belleza perfecta. Su mirada consigue, en un instante, que desaparezca la punzada por la felicitación recibida y nota Benito que una creciente lujuria le invade. Es algo incontrolable e ilógico, consciente de que la triplica en edad y de lo imposible de la situación imaginada no puede reprimir una sonrisa torpe más propia de un adolescente inseguro que de un adulto que peina cada vez más canas.

 

Carmen sigue su camino ajena a las emociones provocadas en Benito que se contenta contemplando el perfecto andar de la vecina. ¡Qué bien le sientan esos pantalones que arrancaría a mordiscos para morir entre sus nalgas! Benito sigue parado en mitad de la acera, su musa se ha unido a otras tres jóvenes gritonas que celebran su encuentro hablando y riendo fuerte mientras caminan hacia la parada de metro.

 

—Feliz Navidad, Carmen— dice para sus adentros Benito.

 

De regreso a su casa y tras ordenar la habitación, se mete en la cocina para preparar la comida mientras la radio encendida recuerda en cada corte publicitario y en los comentarios de los periodistas las fechas en las que nos encontramos. Cocinar le relaja y se esmera en conseguir buenos platos para sorprender, está improvisando sobre el plato preferido de Laura mientras contesta, en voz alta, a la radio en una conversación imaginada con los comentaristas del programa de entretenimiento. 

 

—Tanta Navidad y felicidad, pero si se nota que no os aguantáis.

—Otra vez con lo mismo.

—Y ahora una receta navideña. Vaya truño de receta, eso no se lo come nadie.

—Estoy de publicidad de colonias hasta la coronilla...

 

Prueba el cocinado y nota que no está rico. No sabe igual que en otras ocasiones. Algo le falta y mucho le sobra. No hay quien se lo coma. Laura está a punto de llegar, tendrá que improvisar porque esto no lo puede servir.

 

El sonido de la cerradura al abrir anuncia que Laura regresa de su media jornada pre-festiva. Su sonrisa perenne fue lo que le enamoró hace casi treinta años y sigue produciendo el mismo sentimiento que no ha matizado los años de convivencia. Deposita una bolsa sobre la mesa de la cocina.

 

—Traigo la comida, cariño. He recordado lo mucho que te afecta esta fecha y lo que se nota en tus cocinados. Se puede guardar para mañana en la nevera si consideras que lo que han preparado queda rico. Me cambio y regreso a ayudarte.

 

Benito prepara la mesa eligiendo los cubiertos adecuados para el menú que ha traído Laura, descorcha una botella de buen vino y mientras corta un poco de pan siente el abrazo desde su espalda de su compañera. ¡Qué bien le conoce y cómo sabe solucionar el problema culinario de cada año sin un reproche!

 

—Feliz Navidad, cariño.

—Feliz Navidad, Benito.

 

 

 

18.12.22

La gotera

 



Tic, tic, tic... el sonido rítmico consigue relajar el alma desasosegada de Almudena. Las gotas de agua caen dentro del cubo de fregar que ha colocado para evitar males mayores mientras espera la llegada del fontanero del seguro para reparar la avería del vecino de arriba.

 

Durante años Almudena deseó comprar una vivienda en el centro de la ciudad, una de esas con fachada elegante del siglo XIX, gruesos muros y altos techos. Vivir en el centro tiene como inconveniente las dificultades para circular con el coche, ese que tiene casi abandonado en el bajo de su casa. Principalmente por lo angosto del acceso y por tener que enfrentarse a un examen de conducir cada vez que se anima a sacarlo de paseo. Rodeado de columnas y con un pasillo estrecho, un par de centímetros le separan de las paredes a cada maniobra. Lo normal es que se mueva a pie. Decoró su piso de largos pasillos con los muebles heredados de su abuela con dos generaciones más de historia. 

 

El reloj del salón marca con su golpe de campana las cuatro de la tarde. Tras vaciar por segunda vez el cubo tiene la impresión de que el flujo de líquido va minorando. Parece que el fontanero ha cortado el acceso y comienza su trabajo.

 

El goteo se espacia definitivamente y al perder el hipnotismo del agua cayendo, su relajación se pierde, regresando a la melancolía diaria. Un estado en el que se sumerge desde que Manolo se marchó. El muy cabrito no tuvo otra idea que alquilar el piso de arriba de manera que el sonido del crujir de la tarima a cada paso alerta a Almudena de lo que ocurre sobre su cabeza, escucha a sus nuevas amigas e incluso tiene que soportar los viernes de chicos donde las risas se van distorsionando al compás del consumo de botellas de cerveza mientras juegan a las cartas con la música de fondo a todo trapo.


 

Almudena no llega a reponerse de la ausencia de Manolo. Coinciden en sus horarios laborales y cada mañana salen a la misma hora de casa. Ella espera tras la puerta de su piso hasta escuchar los pasos de Manolo bajando la escalera y hasta que no supera su planta no quiere salir para evitar coincidir con su mirada. No es capaz de mantenerla sin sentir la llamada a la dependencia emocional que la tuvo unida a él durante varios años.

 

Un profundo olor a gel de baño, bálsamo para después del afeitado y colonia Loewe permanece en la escalera tras el paso acelerado de Manolo hacia su trabajo a dos manzanas de allí. Almudena elige bajar los escalones en lugar del ascensor, la atrae ese olor tan grabado en su memoria, olores a abrazos en el sofá y a viajes a la playa. Nota que su melancolía crece a cada peldaño hasta que al alcanzar la calle, una perla emerge de su ojo malogrando su maquillaje al resbalar por su mejilla. 

 

Le duele la ausencia y le atormenta el roce por la vecindad obligada y no querida. Mientras busca el abono trasporte en el bolso, llega a la conclusión de que tiene que hacer algo para solucionar este desasosiego.


 

Aumentan los ruidos en el piso de arriba, muchas pisadas. En la calle un ambulancia y dos patrullas de la policía. El fontanero accedió a la vivienda franqueado por el conserje para buscar la avería y descubrieron al inquilino inconsciente sentado en la bañera llena de agua coloreada de color cereza. Se ha abierto las venas tras atarse con unas esposas al grifo. Curiosa manera de suicidarse, tomando medidas para evitar el remordimiento.

 

Sobre su mesilla de noche una caja de Orfidal totalmente vacía y las llaves de las esposas.

 

Almudena baja las escaleras echando de menos el olor a gel, bálsamo y colonia. Hoy ya no llora en el descenso. Una vez en la calle gira a la derecha en dirección al Centro de Salud, su médico de atención primaria no duda en firmar nuevas recetas de ansiolíticos. –Te veo mejor, Almudena, parece que el Orfidal te está ayudando –le comenta su doctora.

 

–No lo sabes bien, doctora.

11.12.22

Pedro el guapo

 



Comienza su jornada pronto, muy pronto, unos pocos minutos pasadas las cinco de la mañana. Sin pereza desfila hacia el cuarto de baño con un cuidado supremo para respetar el descanso de Begoña. Su mujer siempre necesitó dormir mucho más que él. Ese es su secreto para mantenerse bella y deseable con esa piel que al rozarse provoca en Pedro una reacción física muy evidente mientras su deseo carnal se apodera de su mente.

 

Tras una ducha larga y vigorizante, dedica unos minutos a afeitarse con su cuchilla preferida frente al espejo empañado por los vapores del agua caliente. Con la toalla que cuelga junto a su lado del lavabo limpia en vaho del espejo para poderse ver. Se encuentra guapo e irresistible en su desnudez. Se peina con precisión cuidando su mechón canoso que le favorece mucho en las fotos. La imagen es lo primero. Besa al aire con un gesto dirigido a su reflejo, sonríe. Se siente preparado para el día que tiene por delante.

 

Pasa por el vestidor y elige uno de sus trajes preferidos, solapa, talle y pantalones estrechos; ideales para presumir de percha. El color elegido para hoy es poco convencional, berenjena. Acompañará su serenata prevista para hoy, volar cualquier posibilidad de trabajo en conjunto con su compañero Alberto. No le soporta, sobre todo porque le recuerda a su padre. Siempre cumplidor, ordenado y lógico. Dotado de un enorme sentido común con el que compensa su falta de conocimientos técnicos. 

 

Hubo una época en la empresa en que los dos departamentos principales colaboraron y desarrollaron estrategias conjuntas. Resultado de esa unión de esfuerzos vinieron los mejores años para la compañía, ascenso de ventas, crecimiento de clientes satisfechos y un clima laboral envidiado. Ahora las cosas no funcionan así. Pedro está muy satisfecho por la colaboración recibida por parte de los negocios minoritarios que ante el riesgo de ser amortizados se echaron en brazos del más grande para convertirse en imprescindibles. Como pago a esta unión, han visto recompensados sus presupuestos de publicidad y medios aunque sus ventas se mantienen en los niveles previos.

 

Alberto mantiene su oferta de diálogo y colaboración, incluso alentado por los socios de la compañía que ven con preocupación la deriva de Pedro que, en ocasiones, da la sensación de que piensa que es él es el dueño de la sociedad. Nada más lejos de la verdad. Los socios le mantienen mientras la rentabilidad alcanzada cumpla los mínimos razonables y eso comienza a ser imposible.

 

La directora financiera ha alertado sobre la debilidad del balance previsto para el cierre del ejercicio. Sobre endeudamiento, baja actividad, mano de obra improductiva, exigencia de subidas salariales por encima de la rentabilidad por ventas y exceso de capacidad productiva inactiva. Un cuadro que anticipa problemas de liquidez y solvencia.

 

El plan de Alberto consiste en retener el gasto, ajustar la producción a la demanda, flexibilizar los contratos laborales de forma que la compañía sea capaz de satisfacer la demanda sin llenar los almacenes de productos con riesgo a convertirse en caducos antes de su venta. Incrementar la colaboración entre todos los departamentos buscando sinergias y mercados alternativos que permitan incrementar la actividad y los beneficios, aprovechar las ventajas fiscales para favorecer la modernización del equipo productivo con el fin de ser mucho más competitivos y optar a nuevos clientes.

 

El plan de Pedro es potenciar la publicidad. Promocionar la imagen de marca aprovechando su propia estampa personal, confundiendo al mercado con la identificación de marca y personaje. El incremento de los costes en publicidad favorecerá también a sus departamentos afines. Las ventas no mejoran tras mucho gasto en imagen haciendo dudar a los socios de la bondad de esta estrategia aunque los datos de un mercado en descenso se utilizan por Pedro para defender su estrategia vendiendo como un éxito mantenerse en niveles similares a ejercicios anteriores. –En un mercado descendente, estamos consiguiendo crecer en cuota de mercado– repite Pedro cada vez que se cruza con alguien encantado de escucharle unos segundos.

 

El comité ejecutivo de la mañana será muy parecido a los anteriores, los socios mayoritarios escucharán y se guardarán para ellos sus impresiones. Todo parece indicar que en la próxima Junta de accionistas tienen previsto un cambio de consejero delegado y esa es la esperanza de Alberto quien no desprecia la habilidad de Pedro para convencer a los socios mayoritarios gracias a sus medias verdades adornadas con una sonrisa y un control sobre unidades de la empresa que de no ser por él habrían desaparecido aplicando la lógica del mercado.

 

Regresa al dormitorio deslizándose sobre sus calcetines para no molestar con sus pisadas el descanso de Begoña que adorna la blanca almohada con su melena castaña rojiza. Reprime con fastidio el impulso por besarla, recoge su reloj que descansa sobre la mesilla y sale de la estancia en silencio. Las seis de la mañana, una buena hora para salir hacia la oficina, gusta de llegar el primero para dar imagen de ser quien dedica más tiempo a su labor y que vela por los intereses de todos. Imagen, nada más que imagen. Todos le conocen ya de sobra, todos han vivido en mayor o menor medida los sinsabores de la espera infructuosa por la solución de alguno de sus problemas perfectamente conocidos por Pedro y tras haberse comprometido en solucionarlo no ha hecho nada por ello. El culto por la imagen multiplica el número de retratos de Pedro colgados por todos los departamentos de la compañía, recuerda a la época de los retratos en blanco y negro con la foto del Caudillo presidiendo cada estancia. Otro ejemplo más de que no por mucho repetir un lema, una frase o una foto se es más popular.

 

El espejo del ascensor descubre que Pedro se ha cortado afeitándose. Una pequeña gota de sangre, aun brillante, justo antes de coagular adorna su barbilla y le otorga una apariencia mundana y cercana. Habrá que aprovechar la oportunidad. La imagen es lo más importante, a la mierda el consejo. Cambio de agenda: sesión de fotos y reunión con el departamento de comunicación. Las estadísticas confirman que las ventas se mantienen gracias a trasladar su imagen de "latin lover" y qué mejor ocasión que lucir un pequeño corte. 

 

Begoña sigue descansando, se ha apoderado de todo el ancho de la cama y del calor residual que Pedro dejó entre las sábanas. Repite el sueño que le traslada a varios años atrás cuando ambos eran jóvenes y diseñaron una vida en común llena de buenas intenciones y justicia para todos. Las fotos de ambos repartidas por la casa expresan complicidad, compañerismo y felicidad. La imagen se ha convertido en el motor de sus existencias, del resto ya no queda nada.   

4.12.22

El éxito viaja en maleta

 


Dicen que el éxito es concluir una tarea, culminar algo de manera feliz o recibir buena aceptación de alguien. Asociamos el éxito a imágenes con los brazos abiertos celebrando la culminación de un tanto, de un título deportivo o de la consecución de un logro personal o profesional. Conseguir el reto se asocia con felicidad y por lo general solemos abrir los brazos para festejarlo.

 

Me repiten los amigos del barrio que tengo éxito, que se nota, un buen coche, una mujer inteligente a mi lado, ropa de marca, trabajos con cargos escritos en inglés y cosmopolita. Me paso la mitad de la jornada viajando de un lado a otro del mundo. Los aeropuertos se parecen todos una barbaridad salvo por la luz, los sonidos y los olores. Reconozco donde estoy en función de estos tres factores.

 

La luz. Solo cuando resplandece el ambiente, la vista de clarifica y los objetos toman vida por esa luminosidad fresca y definitiva sé que me encuentro en Madrid. Los aeropuertos del sur también son luminosos gracias al sol predominante aunque lucen menos, será por la bruma, será por el polvo, será por lo que sea. Son diferentes. El Cairo tiene luz roja filtrada por la polución y el polvo del desierto. Ammán su polvo es blanquecino. En cambio, en el norte y en Norte América son oscuros reflejo de su climatología casi siempre nublada que otorga a la luz una apariencia plomiza y grisácea.

 

Los sonidos. Los aeropuertos mediterráneos y los de la india son ruidosos, con risas estridentes y conversaciones en tono elevado. Los nórdicos son silenciosos, donde nadie quiere molestar y deambulas entre zombis paseando vasos de cartón con café mientras sondean las pantallas de sus celulares.

 

Los olores. Unos huelen a humedad, otros a flores y los desérticos a polvo en suspensión.

 

Me encuentro esperando la hora de embarque de mi séptimo vuelo de la semana y eso que estamos a martes. Hincho mi pecho inhalando una colección de olores. Huelo a cerrado, a húmedo, a moqueta pisada, a café aguado, a colonia monótona... me quito mis perennes gafas de sol y la luz grisácea tamizada por un banco interminable de nubes oscuras apenas me hace guiñar la mirada. Me concentro para percibir los sonidos, un grupo de procedencia árabe charlan animadamente a unos metros de distancia y aunque modulan su hábito captan la atención de las miradas censoras del resto de zombis enfrascados en sus periódicos, libros o teléfonos. El personal de servicio es multiétnico con escasa presencia de blancos rubios que mayoritariamente visten los uniformes de seguridad. No tengo duda, Hamburgo. La tarjeta de embarque me lo confirma. Una breve sonrisa dibuja mi rostro, esta tarde me toca la luminosa, ruidosa y caótica Roma. Disfrutaré de una cena en solitario mientras preparo la reunión de la mañana siguiente antes de regresar a casa.

 

Llaman a embarque y tras de mí, rueda una pequeña maleta. El éxito viaja en maletas con ruedas. Eso pensaba yo cuando las relaciones internacionales hicieron florecer mi negocio. 

 

En Madrid, de regreso, le pido al taxista que me lleve a casa pasando por el centro evitando la M-30. —Quiero ver un poco de vida– le digo. En un parque un grupo de jóvenes juegan al fútbol, voces, gritos y brazos en alto celebrando un gol. Ahí está el éxito y no viaja en maleta con ruedas.

 

Nadie me recibe con las mismas ganas de abrazos que traigo yo tras tres días y medio fuera. Soy un extraño en mi propia casa, miradas frías y lejanas me hacen sentir como un huésped incómodo. Todas las semanas es lo mismo, me toca reconstruir las relaciones tras las ausencias. Mi mujer me sonríe sin alegría, todos los sinsabores de la convivencia con los niños los ha tenido que gestionar ella sin apoyo. Cuando me ve, me informa de lo ocurrido pero ya es tarde para celebrar los avances de los chicos o para recriminar una mala acción. Siento un enorme vacío por todo lo que me pierdo por la falta de convivencia y recibo frialdad por lo tarde que aparezco, como si estuviera de visita hasta mi próximo vuelo.

 

Cuatro años de éxito paseando mi maleta aeropuerto en aeropuerto consiguen que mi proyecto empresarial llame la atención de una multinacional sueca que me hace una oferta irrechazable. Es mi oportunidad para estar en casa dedicando mis esfuerzos a otra ocupación que me permita convivir con la familia compartiendo todos los momentos de la vida, los buenos y los menos agradables.

 

El precio de venta es desmesurado, tan alto que me permitiría vivir jubilado desde los treinta y nueve años. Mi último viaje desde Estocolmo me pesa como una losa, vuelvo millonario y muy cansado tras años de vuelos, aeropuertos, hoteles sin alma y desayunos de bufé. 

 

Al entrar en casa, encuentro la casa desangelada con la calefacción y las luces apagadas, la cocina desordenada con los platos y tazones del desayuno sobre la mesa, una radio encendida en el baño del fondo me llama y me dirijo a apagarla. Caigo en el detalle de los armarios, abiertos y vacíos.

 

Puedo confirmar que el éxito no viaja en maletas con ruedas. El éxito se madruga, se trabaja y se lucha cada día en compañía de tus seres queridos. De nuevo, me toca esforzarme más que nunca para reunir a mi familia y poder, finalmente, levantar los brazos. 


Buen viaje, Joe

  Joe, simplemente Joe. Omitiendo, desde siempre, el rango familiar de tío. Recuerdo tu aterrizaje entre la familia cuando Ana, también sin ...