Miguel es el más ordenado y concienzudo de la familia, por esa razón sus dos hermanas gemelas delegan en él todo lo referente a la herencia familiar. Tres meses han pasado desde que su madre se fue, noventa días sin vida ni visitas en la casa familiar. Los tres hermanos tienen la vida resuelta y con los sesenta años ya cumplidos, marchan con una velocidad menos en el día a día. A ninguno le entusiasma especialmente heredar alguno de los muebles antiguos que su madre cuidaba con mimo, por supuesto el resto de muebles viejos provoca el mismo efecto. Se venderán junto con la casa, salvo los muebles buenos que vendrá a tasar en un rato un anticuario. Mientras llega la hora de la cita, Miguel corre la casa marcando con post-it de colores los cuadros, vajillas, marcos con fotos y adornos de plata completando tres lotes de similar composición y valor para repartirse los hermanos.
Consulta la hora en el viejo reloj de pared que tras estos meses desatendido tiene sus manillas paradas en las ocho menos cinco, actualiza la hora sincronizando con la que marca su teléfono y gira la llave hueca dando vida al tic tac que ha marcado la existencia en la casa desde que recuerda. El sonido del reloj riega de vida la estancia, lo viejo y lo antiguo mutan a añejo con solera y clase. Sube las persianas y abre las ventanas, el aire se renueva y clarea el ambiente, tampoco conviene que el anticuario tase muebles antiguos con un ambiente cerrado y agobiante. Aún resta una hora y media para la visita, decide subir a la buhardilla, el trastero familiar donde subían a la hora de la siesta cuando era niño.
Todo sigue igual, ordenado dentro de lo que es una habitación creada para el olvido, paso previo a la visita al punto limpio. Si tienes una casa grande, normalmente tienes sitio para guardar trastos y más te cuesta tirarlos. Miguel vive en un piso mediano en un barrio residencial de Madrid, con trastero en el sótano, no le gusta acumular, cada vez que algo nuevo entra en casa, el sustituido sale hacia otra vida, ya sea regalado, donado o tirado a la basura. Lo aprendió de Lucía, su mujer, camisa que entra, camisa que sale. No se permite armarios a reventar. Es ineficiente. Si ya no se pone una prenda, la sustituye por otra y la antigua desaparece, la moda no vuelve igual.
Recorre la mirada por los baúles de siempre, el primero de ellos recuerda que era donde rescataban ropas antiguas, plumas, batas de seda, adornos y collares de la abuela que utilizaban sus hermanas y él para disfrazarse en las tardes de juegos a la hora de la siesta. Lo abre y cierra al instante, recuerda perfectamente su contenido. Sobre la tapa pega post-it verde y amarillo, los que utiliza para marcar los lotes de Marta y María, sus hermanas. El segundo baúl contiene ropa de cama y toallas de hilo bordadas con la inicial J, el ajuar de mamá que nunca utilizó, un trabajo fino de bordado encargado por la abuela a las monjas jesuitinas cuando mamá cumplió los quince años. Costumbres de antiguo obligaban a la novia a ir equipada al matrimonio, más por presión social que por utilidad. Ni un solo uso ha tenido el ajuar. Cierra el baúl y pega sobre la tapa los post-it verde y amarillo de nuevo. Sus hermanas sabrán encontrar uso a este conjunto textil. El tercer baúl es el desconocido, siempre estuvo cerrado con llave y no supieron cómo abrirlo en su juventud. Su madre lo mantenía cubierto con un mantón grande a sabiendas que ocultarlo de la vista reducía la tentación de sus hijos. Intenta abrirlo y está cerrado, recuerda el cajón mágico de la cómoda de su madre y regresa al dormitorio, abre el primer cajón del mueble de almacenaje y rebusca en la cajita de metal situada a su derecha, una aguja con cuatro lados de medio centímetro de grosor de hierro es la punta que abre un cajón oculto en el fondo del segundo cajón donde su madre guarda las llaves y mil euros en efectivo “por si acaso”, recupera el pequeño llavero con cuatro llaves y regresa a la buhardilla.
Tras varios intentos consigue abrir el baúl misterioso, está perfectamente ordenado. A la derecha una colección de cuadernos, cada uno de ellos corresponde a un año, sonríe al recordar que su madre escribía todas las noches antes de acostarse en su diario, que custodiaba bajo llave. Su colección de diarios anuales desde 1947 hasta 2011, parece que con la muerte de papá abandonó la costumbre de escribir cada noche sus vivencias y sentimientos. A la izquierda tres carpetas anchas de colores, de esas rígidas con solapa y cierre con goma elástica, varios álbumes de fotos. Su mano elige las fotos, daguerrotipos y fotos antiguas de los bisabuelos, no reconoce a nadie, personas sin nombre del pasado que se fueron antes de nacer él. Deja los álbumes a un lado del baúl y elige la primera carpeta, al alzarla comprueba que en la portada está escrito el nombre de Marta, la siguiente María y la última de color azul, Miguel. Elige la suya y la abre intrigado, un ejemplar del periódico ABC con fecha 29 de abril de 1960, la fecha de su nacimiento. La portada del diario es una foto de la princesa Soraya montando a caballo en la Feria de Sevilla. Deja con cuidado el periódico y ojea el siguiente papel guardado en la capeta, certificado de nacimiento en la Clínica San Ramón de Madrid firmado por Eduardo Vela, ginecólogo. Ese nombre le golpea el cerebro, quiere recordar y no le viene. Abre las carpetas de sus hermanas y el mismo ritual, periódicos de la fecha, en su caso los diarios YA y ABC fueron los elegidos, los aparta, certificados de nacimiento firmados en la Inclusa de la Paz, al año siguiente, 31 de mayo de 1961, Marta nació a las doce y catorce minutos, apareciendo María veinte minutos después. El certificado parece enmendado en el día, parece sobre escrito un uno sobre un cero -Se equivocaría de día el ginecólogo - piensa Miguel.
Rebusca entre los diarios de su madre, elige el del año de su nacimiento y ojea hasta encontrar la fecha.
“30 de abril, Miguel y yo fuimos nerviosos a las seis de la mañana a la clínica San Ramón, tal y como nos instruyeron accedimos por la puerta de urgencias que se encuentra en la planta sótano de la fachada posterior. Dejamos el coche cerca y entramos en la clínica. Sor María nos estaba esperando, nos acompañó a un despacho al final del pasillo en la misma planta, nos dio la enhorabuena - Es un niño y está sano -. Miguel entregó un sobre con el importe demandado y firmamos los papeles que nos puso por delante, En el certificado de nacimiento ya estaban nuestros apellidos e incluso la documentación con mi ingreso y alta hospitalaria. Otra monja apareció con el niño en brazos vestido con la ropa que nos habían pedido un mes atrás, de color blanco y las iniciales de nuestros apellidos - sin cintas de colores, esas se las ponemos nosotras al nacer, rosa para las niñas y azul para los varones-. Abrigado con el mantón que también habíamos dejado en depósito. Salimos del hospital camino del pueblo, a mi madre la había estado comentando mi embarazo imaginario y nos venía muy oportuno ir a enseñar a Miguel para dejar pasar el tiempo antes de regresar a Madrid. Tres horas de viaje durante las que no me separé de mi niño, tan bueno que era, dormidito todo el rato. Como un santo.”
Miguel sorprendido, busca el diario correspondiente al nacimiento de sus hermanas
“3 de junio, Llegamos a la Inclusa de la Paz a medianoche, Nos atendió Paqui Manzanares, nunca me olvidaré de ella, larga, delgada, vestida de negro y peinada con un moño un tanto gris. Viuda de guerra donde se casó con diecisiete y desde entonces sin conocer varón. Su carácter seco y desagradable chocaba con la maternidad y el trato con bebés. Nos pidió más dinero porque venían gemelas. - Son rubias con ojos claros, lo digo por cómo van a explicar su origen -, yo le contesté que mi suegro es rubio y mi marido tiene los ojos azules. - Pues entonces más fácil. Si me permiten el dinero...- Miguel pagó lo que nos pidieron inicialmente y se comprometió a regresar en cuanto abrieran los bancos para saldar la deuda. - En ese caso, por la mañana les entregaremos a las niñas-. - Niñas, Miguel, me emocioné con la noticia. A las diez de la mañana regresamos con el resto del dinero y nos pudimos llevar a Marta y María con nosotros. Regresamos al pueblo con los tres hijos igual que hicimos con Miguel hijo, para no levantar sospechas en Madrid.”
- A ver cómo se lo cuento yo a las niñas - piensa Miguel que despierta de sus pensamientos con el timbre de la puerta, el anticuario es puntual a la cita.
Tras cerrar la puerta al anticuario que se ha mostrado poco entusiasmado con los muebles, Miguel busca en internet con su móvil algo de información, Incluir en la búsqueda Clínica San Ramón, Eduardo Vela e Inclusa de la Paz le lleva a incontables páginas de prensa donde explican y especulan con las historias de niños robados a madres solteras o sin recursos mientras repartían los niños entre familias pudientes del régimen.
-¿Quién es o fue mi madre biológica?¿Me entregó de manera consciente y libre u obligada?¿Cómo se lo digo a mis hermanas?¿Quién soy yo?¿Tengo otros hermanos?
- ¡Menuda herencia, mamá!