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27.2.21

PRIMER ATLETI. Incluido en mi nuevo libro: PRIMERA VEZ

 



Anticipo del nuevo libro: PRIMERA VEZ.

Pueden adquirir ejemplares en Amazon o contactando con el autor aquellos que prefieran ejemplares firmados o dedicados. Existen formato papel y digital.


Primer Atleti

Triste día de final de mes, un 30 de octubre de 1993 con frío y tonos en gris amenazantes de lluvia e incluso nieve. Diego no para quieto en ningún momento, está muy

nervioso. Ha llegado el día esperado; ni la lluvia ni la nieve más inoportunas le van a privar de ir a ver a su Atleti esa tarde.

La jornada se hace larga, los minutos pasan muy lentos. Como si no fueran de sesenta segundos, ese día los minutos duran cien, doscientos. La comida, preparada con cariño por su madre, huele muy bien. Su plato preferido es el elegido para degustarlo ese día, ¡su día con mayúsculas! Se trata de lenguado en salsa verde y patatas panaderas. Pero el estómago de Diego está cerrado, no puede con todo. Por primera vez en la vida no termina aquel plato. Su madre arquea una ceja, no quiere preocuparse y lo achaca a los nervios. Le conoce y se queda vigilante.

Las seis y Diego lleva preparado ya más de una hora. Ha elegido la camiseta rojiblanca con el nueve y con su nombre impreso en la espalda, un regalo de Reyes. Le está grande, cosa que agradece, así puede lucirla sobre el jersey. Solo queda tapada por el abrigo y por la bufanda de lana roja y blanca tejida por la abuela Luisa.

Doce años, tres meses... y el día más importante de su vida. Cruza la puerta junto a su padre, Miguel. Orgulloso de su hijo, quiso darle la sorpresa de un partido de liga en el Calderón. Miguel no es del Atleti, huele a vikingo por los cuatro costados, es el único madridista en la familia. Pero este sábado es simplemente el padre de Diego, se le ve nervioso, más silencioso de lo habitual, desea que su hijo sea feliz, desea que gane el Atleti.

Viajan en metro. Miguel, por acompañar a Diego, luce una bufanda rojiblanca propiedad de su suegro Diego, socio desde que nació. El calor del metro obliga a descolgar los abrigos. Con una mano en la barra del vagón, la izquierda la utilizan para sujetar su prenda gruesa. Tras casi una hora de viaje, llegan por fin a la estación de Pirámides. Se le antoja estrecha y pequeña, a duras penas puede esta engullir a todos los aficionados que salen apresuradamente de los vagones buscando la calle, aire fresco y menos viciado.

Algunos aficionados cantan el himno del club, otros jalean acompañando. Cuando salen a la plaza ya es noche cerrada en el exterior, los días de otoño son cada vez más cortos, se nota que se hace más tarde. Aunque Diego es más de luz, más del día, este sábado para él no se pone el sol. Se ajusta el abrigo y la bufanda, siente el cambio de temperatura.

Hacen parada en un puesto de venta de chucherías. Miguel compra una botella de agua y una bolsa de pipas. Han llegado con tiempo, su intención es pasar por la tienda del club. Tiene las pupilas tan abiertas que no cabe en sí de gozo. Allí admira equipaciones, complementos, balones, botas, juegos de mesa y hasta albornoces; todo con el escudo del club. Es observado por Miguel, que se siente generoso y está dispuesto a redondear la sorpresa con un regalo de recuerdo. Diego no se decide, da vueltas por la tienda igual que un marchante de arte en una sala de exposiciones.

Un instante le delata con ese brillo en la mirada... esa alegría al final de sus ojos marrones. Se trata de una tarjeta con la foto de su ídolo, Caminero, y firmada. Las miradas de padre e hijo se cruzan un instante y Miguel asiente mientras sonríe; Diego le sale muy barato, se conforma con poca cosa. Guarda la foto en el bolsillo interior de su abrigo, Diego está seguro de que le dará suerte en el partido. Miguel sujeta el brazo izquierdo de su hijo para luego mantenerse, juntos, entre todas aquellas personas. Es día grande, el campo se va a llenar.

Atlético de Madrid-Barcelona, partidazo: el Barcelona de Koeman, Guardiola, Romario, Bakero, Zubizarreta, todos unos cracs; el Atleti, apañado con coraje y corazón, como dicta su himno.

Miguel localiza la puerta que les corresponde, ha conseguido que le preste su abono, y el de un «amigo vecino», su suegro. Su suegro no tiene el corazón como para soportar un partido contra en Barça y, si es para su nieto, todo son facilidades.

―Solo espero que un madridista como tú no le gafe la ilusión al niño ―le recordó cuando le dejó los carnés.

Las localidades son muy buenas, están en la zona que tiene acceso por la M-30. A cubierto, por si decide llover; a la altura del palco presidencial, justo encima del banquillo local. Diego no deja detalle sin escrutar, disfruta hasta del calentamiento previo de los jugadores.

―Mira, papá, ahí están los titulares. Allí, los suplentes.

Los atléticos lucen camisetas de algodón, con manga larga y cuello. A todos le viene grande, es la moda, se trata del mismo modelo que lleva Diego.

―¿Eres el nieto de Diego? A ver si nos traes suerte hoy ―comentó un aficionado de la fila anterior. 

El partido empieza vibrante, con dominio alterno. Se nota al Barcelona mejor posicionado y con grandes jugadores. Seguros y orgullosos, defienden la primera posición en la clasificación de la Liga. El Atleti es peleón, no deja de ser un equipo de media tabla; los décimos y con una plantilla apañada sin grandes estrellas, un equipo preparado para correr en velocidad y jugar a la contra.

A los diez minutos entra el primero del Barcelona. Romario se ha marchado de Solozábal con una habilidad propia de un genio del balón. En media hora Romario marca tres goles y estrellado un balón en el larguero. Pinta mal. Miguel mira a Diego preocupado por su posible desilusión. Diego sigue animando y vibrando con cada jugada de su equipo. Festeja los saques de esquina como previos a gol, corea los cánticos de los animadores del fondo, incansables, sin desfallecer por el resultado adverso ni por la temperatura fría de la noche.

En el descanso los bocadillos de chorizo que les ha preparado su madre vuelan. Esta le dijo:

―Te los voy a hacer de chorizo, así es un bocadillo rojiblanco. Si quieres, a tu padre le dejo solo la miga en blanco.

―No, mamá, hoy papá es del Atleti.

Los bocadillos vuelan mientras calienta Kiko. Y la segunda parte empieza con presión atlética y en dos minutos Kosecki inaugura el marcador local. El campo es una olla a presión, todos animan, mucha es la distancia en el marcador, hay fe en los chicos.

La falta lejana disparada por Pedro, con mucha fuerza, se cuela entre las manos de Zubizarreta. Veintipocos minutos y marca el segundo gol. Se abre la puerta de la esperanza en una afición que anima ahora más fuerte si cabe.

A la media hora un nuevo tanto de Kosecki empata el partido. Solo en ese momento los nervios traicionan, durante unos minutos, a Diego. Tras la expulsión de Pirri su ánimo se viene un poco abajo. La inseguridad y el tremendismo colchonero hacen mella en su fe. El «fondo» sigue animando sin parar. Diego siente la mano de su padre en la rodilla; la está moviendo constantemente con un gesto inconsciente, no es para menos, hemos empatado con el Barcelona.

Faltan dos minutos, el acoso del Barcelona es incesante, un balón es rechazado y sale corriendo, veloz, es Kosecki hacia la portería rival. Le acompaña a su izquierda Caminero, que recibe el pase y remata cruzando para evitar la salida del portero... ¡Gol!

―¡Gol... gol!
―De Caminero, hijo.
―¡Gol...!

Se abrazan padre e hijo. Hace años que ambos no se abrazaban; crecer tiene como condicionante que abandonas el roce con tu padre. Ese momento vale oro. Diego es feliz. Gol de Caminero, gol de su Atleti, gol para ganar al Barcelona. Siente el calor de su padre, lo echaba de menos.

Para Miguel es un instante de felicidad, ha merecido la pena ir al fútbol. Ese abrazo de Diego significa mucho, muchísimo. Se compromete a buscar oportunidades para compartir tiempo con él. «Y si hay que hacerse del Atleti, se hace uno del Atleti». Además, le ha gustado cómo juega el equipo, cómo lucha, cómo se anima en este campo; qué diferencia con el otro.

Besó en la frente a Diego, que le miró sorprendido mientras seguía saltando como loco.

―¡Gol de Caminero! ¡Gol!

La vuelta a casa la hacen en una nube. No importa el calor del metro ni lo abarrotado que va, tampoco el hambre le recuerda que casi no había comido hasta ahora. Sentado en el vagón, Diego mira a su padre, que acaricia la bufanda del Atleti.

―¿Sabes, Diego?, me he convencido, es mi primera vez también. Soy del Atleti.

20.2.21

Boda entre infieles

 



El día de la boda se notó entre los invitados las diferencias sociales y de ambiente entre ambas familias. Los Porras mayoritariamente son extrovertidos, charlatanes, vociferantes, descuidados en su apariencia lucen una elegancia desgastada cuidadosamente buscada, ropa de marca con tendencia a lucir con una talla más amplia y sin planchar. Una forma estudiada para aparentar que mantienen intactos sus orígenes humildes de obreros que sacaron adelante sus familias con mucho trabajo, solidaridad, apoyo ente ellos y mucho sentido común. Estiraban la vida de su ropa y calzado esmerándose en su conservación, insistieron a sus hijos por el camino del estudio en la esperanza que les abriera a un futuro con una vida menos dura que la de sus padres. Emigraron desde provincias periféricas donde abrirse camino es mucho más complicado por la falta de oportunidades y el dominio de la economía que disfrutan unos pocos limitando las opciones del resto ajeno a su círculo cercano. Los Macas presos de la imagen, todos impolutos en sus trajes y vestidos de diseño italiano, color negro predominante, gafas de sol y olor a perfume caro. Evitan bailar para no arrugar su imagen, hablan en susurros y te juzgan con la mirada. De tradición dirigente, durante generaciones siempre han vivido cerca del poder y las influencias. Consejeros, directivos y dirigentes de las principales empresas del país. Sus negocios siempre salen triunfantes gracias a sus relaciones personales.

Pedro Maca y Pablo Porras unieron sus vidas en una ceremonia en apariencia austera. Se excedieron en el número de invitados para darse importancia, repitieron costumbres criticadas por ellos de las familias dirigentes y aristocráticas, el exceso. 486 personas acudieron a la celebración del enlace, la fiesta más grande de las que se recuerdan en el salón de bodas contratado a las afueras de la capital. 

Pedro, cuida los detalles, le gusta salir bien en las fotos, trabajar lo que se dice trabajar, poco, su principal mérito es avanzar en la vida sin sudar ni romper nada, su habilidad es aprovechar el trabajo ajeno, apropiarse de las ideas y ponerle su cara guapa haciendo creer a todos que es un genio. Huye de los problemas y jamás se compromete con nadie y mucho menos para salvarle de sus dificultades no vayan a salpicarle. Seguramente pasará a la historia como un dirigente que nunca se equivocó de acción, si le juzgaran por la inacción su sentencia sería demoledora por mucha habilidad para disimular y desviar la atención que demuestre. Un observador externo de un país vecino le define como la única persona que es capaz de excusarse en causas externas y salir indemne solo porque tiene una bonita cara y dura, muy dura. Pedro es guapo, cuida su imagen hasta el punto de teñirse o desteñirse las canas en función del mensaje que quiere transmitir. Se le ha visto maquillarse ojeras para dar la impresión que se desvive por los demás y trabaja más que nadie. Sus discursos memorizados le convierten en un busto parlante, se limita a repetir los que le dicta su reducido grupo de consejeros que le preparan lo que decir y hacer en cada momento. Un perfecto equipo de marketing. Le falta espontaneidad, siempre habla con dos días de retraso cuando aparecen los problemas y si hay datos positivos no duda en apropiarse de ellos e incluso hacerse la foto. Un perfecto maniquí dirigido desde la sombra por mentes preparadas para sacar provecho de la imagen, hablar sin decir nada y ganar por aburrimiento aprovechando despistes o fallos de sus rivales. No le pidas planes reales de crecimiento, ni capacidad de convencimiento entre sus iguales. Se siente cómodo en el mundo de las medias verdades, de la sonrisa a la cámara y repitiendo consignas vacías con cara afectada. Transmite con la disimulada pasión de un telepredicador, siempre diciendo a los demás lo que supone que quieren escuchar, utilizando bonitas palabras y sobre todo decir lo que se debe hacer. Él nunca dará ejemplo por hacer solo por decir. Culpabiliza a los demás de los fallos, los problemas son siempre por errores de otros, él nunca se equivoca, será porque nunca hace nada. Tiene patente de corso por su cara bonita y su discurso taimado, hasta que se le gaste el encanto. Algún día será desenmascarado. Pedro es el aceite flotante. Por su naturaleza aprovechada y alejada del esfuerzo, es infiel a todo, a las ideas, a los conflictos, al esfuerzo, a las relaciones. Solo existe un ser en su universo, él mismo. Solo él.

Pablo Porras lleno de contradicciones programáticas, de discurso fácil lleno de consignas grandilocuentes en un intento de llenar de argumentos sus proclamas llenas de falsas promesas de igualdad, lucha de clases, revolución, derechos a cambio de nada, agenda social y eslóganes de culto entre los desfavorecidos. Seguidor de la cultura soviética dirigente, haz lo que quieras, vístelo como quieras, rodéate de fieles sumisos y aprópiate de los lujos y beneficios de los ricos manteniendo la apariencia de seguir siendo pobre. El perfecto ejemplo comunista del lo mío es mío y lo tuyo es nuestro. Critica a los ricos por serlo, a las empresas por ganar dinero y por emplear a trabajadores, proclama el derecho a vivir subvencionado sin esfuerzo ni trabajo, incita a la revolución porque en el lío gana. Cuanto peor estén las cosas, mejor le van las cosas a Pablo. Un mundo lleno de lucha, desigualdad y marginalidad solo por elevarle a él al púlpito de los elegidos, proclamar discursos vacíos de razón aliñados con citas históricamente creídas por los suyos igual que los versículos de los textos sagrados se admiten como única razón válida para los creyentes menos críticos con la supuesta única verdad. Infiel como Pedro, muy pagado de sí mismo, su imagen personal es desaliñada a propósito, feo, encorvado con mucha labia, tanta que es capaz de seducir a los más cercanos. En su vida se ha aupado sucesivamente en diferentes parejas a las que ha abandonado sin miramientos una vez que había logrado sus servicios. Le utilizan los ambiciosos de poder sin responsabilidad, los que gustan de disfrutar de beneficios solo al alcance de unos pocos sin tener que pagar por ellos. Se rodea de una cohorte de bien alimentados sin escrúpulos, en manada tienen fuerza, por separado no mantienen una conversación inteligente pues patinan por su componente ideológico que empapa su razón sin convencer a su intelecto. Robots vacíos que repiten consignas y aspirar a vivir igual o mejor que a los que critican por envidia. Desean lo que ven sin valorar el esfuerzo y la dedicación que necesitaron hasta conseguir su posición. 

Durante los últimos tres años, Pablo y Pedro han definido a la perfección lo que es una relación sin confianza mutua, sin intereses comunes y donde solo les une la ambición de poder y de fastidiar al contrario. Construyen una unión para ir a la contra más que una alianza con un plan de mejora y crecimiento. Dos personas egocéntricas, narcisistas, infieles y con tendencia a mentir y tergiversar la realidad para amoldarla a sus intereses. Su relación se ha caracterizado por la intermitencia, épocas de unión y compañerismo seguidas de épocas de luchas internas, alejamiento e infidelidad. 

Tras muchas dudas, decidieron unir sus destinos. Las primeras entregas de su trabajo en común son poco esperanzadoras, la economía con la mayor caída conocida en tiempos de paz y comparando mucho peor que la de los vecinos, tasas de desempleo con datos cada vez más preocupantes, deuda pública en máximos históricos, problemas territoriales permanentes que no saben solucionar porque se relacionan con aprovechados y mentirosos como ellos con intereses opuestos, sin liderazgo para evitar equivocarse en la lucha contra la pandemia, errando por omisión. Pero ya sabemos que la culpa la tienen los españoles por salir a la calle, Europa por tardar en enviar vacunas, las Comunidades por no tomar decisiones. La culpa es de los otros, siempre de los otros.

Estos días, de nuevo, están de morros ente ellos. El guapo se esconde para que no le pregunten y solo se atreve a salir del castillo para visitar a amigos en Extremadura y el feo también se oculta después de haber tirado la piedra no vaya a ser que alguien le recuerde que la actuación de él y sus amigos recuerda mucho a la irresponsabilidad de un recién descabalgado dirigente mundial que jugando a movilizar las protestas le terminaron por alcanzarle. 

¿Cuándo hacen más mal? ¿Cuando están juntos o cuando se separan? Son infieles y como a todos los infieles, cuando les pillan, lo niegan hasta generar duda en el contrario. Ellos no han sido. La culpa es de los otros. Se volverán a unir para continuar con su camino de destrucción arrasando el futuro de todos por su inacción.

En democracia, gobiernan los más votados. Tenemos lo que nos merecemos como sociedad. Los culpables, sin duda, son ellos. Y por un momento les voy a dar la razón utilizando uno de sus argumentos, sí, los responsables no son ellos: somos nosotros por elegirles a ellos. 

Que se divorcien, nos irá mejor a todos. Quiero volver a votar no me gusta lo que están haciendo. El problema que veo es que no hay dónde elegir, los de enfrente no son mejores. España elige entre infieles y mediocres. ¡Qué plan!

3.2.21

Mellizos

 




Lucía espera con paciencia el resultado del test de embarazo, en el fondo de su consciencia está más que convencida del resultado positivo. Su noviazgo enlatado de los últimos cuatro años languidece gracias a la visita de la apatía y la previsibilidad. Sigue queriendo a Miguel, sin la pasión que debería sentir. Comparten las tardes de los miércoles en la misma salita, cada uno con sus ocupaciones, él con su ordenador portátil salta de las series a los juegos o a leer en internet. Ella prefiere la televisión, la entretiene más. Cuatro años antes los miércoles por la tarde eran festivos, se buscaban, exploraban todos sus poros, era el día de investigar, probar y jugar. No recuerda el miércoles que se cortó la racha y se quedó en el día que si estaba de buenas, quizá. Antes ni se lo planteaba. 

El día que cumplió treinta y cuatro años su reloj de las prisas empezó a marcar las horas y los días. De repente su inexistente vocación de madre surgió e implicó a Miguel en una serie de encuentros los días propicios sin considerar la predisposición a amar que tuviera en ese tramo horario o del calendario. 

Lo primero, olvidar la píldora, con el riesgo que lleva en el mes siguiente a provocar una ovulación múltiple en la mujer, algo de lo más natural. Os recomiendo que esperéis un mes más para poneros a caminar - Les comentó el ginecólogo al que consultaron

Ese primer mes fue un tobogán de emociones, al retirar la ingesta de hormonas diarias su cuerpo reaccionó como una adolescente en celo. Será por la pérdida de hormonas artificiales o será por su repentinas ganas de ser madre o por el despertar de su reloj de las prisas, lo cierto es que se sentía muy predispuesta incluso en días de mucho trabajo y que nunca el deseo se había apoderado de su cuerpo. Miguel acompañó a Lucía de muy buen grado en el nuevo camino hacia la paternidad. También es su ilusión hasta el punto que este nuevo objetivo alimenta el deseo incrementando el número de intentos, sus sonrisas anuncian a los demás de la buena época que están viviendo.

Viviendo entre tanta euforia olvidan la recomendación del médico, total, hay que aprovechar el momento. Miguel se salta su cita semanal de los jueves con sus amigos del barrio, tiene prisa por volver a casa, tiene el capricho de repetir la machada del día anterior. Ni en sus mejores sueños había cumplido a ese nivel, la predisposición de Lucía ayudó y llegar al límite del morbo entre ellos les empujó a una sesión memorable, por lo menos para Miguel.

No contó con que los jueves es también el día que Lucía elige para tomarse algo después del trabajo con sus compañeros de la redacción. El último jueves del mes es cuando cierran la edición de la revista y suelen terminar tarde, no saben por qué, siempre pasa algo que les empuja a terminar tarde. En esa ocasión, por alguna alineación astral incomprensible terminaron la revista mucho antes de lo habitual y decidieron celebrarlo saliendo a cenar y a tomar una copa.

La copa fueron varias en una discoteca de moda. Lucía lo daba todo, comer, beber, bailar, reír estaba muy guapa, el centro de todas las miradas incluidas las de Juan Carlos, el nuevo programador de la empresa. Alto, musculoso, barba de moda, bien vestido y que huele a almendras. El bollicao le bautizó Sandra la secretaria del jefe. Joven y guapo. Nunca habían hablado mucho más que lo estrictamente necesario, veintitrés años el más joven de la plantilla. Cerca de media noche fueron desertando de la fiesta los empleados para volver a sus casas, Lucía estaba eufórica y se lo pasaba muy bien, tan bien que no recordaba desde cuando no había sentido esa sensación. De regreso del baño cayó en la cuenta que solo quedaban Juan Carlos y ella, todos los demás habían desaparecido. No le preguntes cómo se despertó a eso de las dos y media de la madrugada desnuda salvo sus medias negras sujetas a sus muslos, enrollada en una sábana interminable donde reconoció el logotipo de un conocido hotel del norte de la ciudad. Se vistió con cuidado para regresar a casa con la intención de dormir enfundada en su pijama de caras. Los viernes tras la edición de la revista la costumbre era no volver a la oficina, estaban todos liberados en compensación por los esfuerzos de la noche anterior. Por delante un fin de semana tranquilo.

Tres meses después apretaba la mano de Miguel mientras disfrutaban asustados de la ecografía que les confirmaba su próxima paternidad, mellizos. Cruzaron sus miradas entre asustados y felices por la confirmación. 

¿Dos?¿Qué vamos a hacer, Miguel?

Saldremos adelante.

Recordó la recomendación médica sin querer comentarlo con Lucía, no es plan de mal meter, las cosas son como son. Además ¿No querían ser padres? Pues toma doble ración. La vida cambia, tras el nacimiento con las tareas multiplicadas, deciden que Lucía dispondrá de media jornada y en la revista la permitirán ejercer el teletrabajo durante unos años, Miguel para compensar la merma de ingresos, encontrará un nuevo trabajo mejor pagado y mucho más intensivo en horario. Difícil equilibrio entre paternidad y economía. La conciliación es algo de lo que los políticos hablan sin solucionar. La familia se organizó alrededor de los chicos y los turnos. La pasión y la intimidad se pierden en el baúl de los recuerdos. Conciliar pañales, enfermedades infantiles con deseo y sentirse guapo exige mucha ilusión y luchar por algo que existe aunque se olvide durante meses.

Chico y chica, comparten pelo oscuro con la madre, de pequeño tamaño y tranquilos. Aunque eso cambia a los pocos días, cuando Miguel hijo comienza a demostrar lo inquieto y movido que será toda su vida. La niña, Lucía, es pausada, muy como su padre. En el primer cumpleaños de los niños, un gesto recordó a Lucía al bollicao. No puede ser, pensó.

Aprovechando un momento de tranquilidad tras dejar a los chicos en el colegio, Lucía repasa las fotos del tercer cumpleaños, Lucía se da un aire a parece un su suegra, delgada, de gestos pausados, muy de entretenerse con un lápiz como Miguel. Son tal para cual, la niña de sus ojos quien cada vez se parece más a él. Miguel hijo es grande, musculoso, inquieto con una mirada de pillo que le recuerda a aquella noche loca de cierre de edición. ¿Será de Juan Carlos? Mejor no decir nada. 


La superfecundación heteropaternal existe, está documentada en los pocos casos que la familia recurre a la ciencia para analizar el origen genético de los hijos. Clic en el enlace de la noticia en el diario El País:

El extraño caso de mellizos con padres diferentes - El país


30.1.21

Tu mano (microrrelato)





Abrí los ojos y delante de mí, tu mano extendida, llama la atención por las uñas perfectamente cortadas, las venas marcadas dibujando caminos de aspecto varonil y rodeando la muñeca una pulsera de cuerda con los colores de la bandera nacional que te regalé yo por tu cumpleaños. 

Acepto tu mano y noto cómo me acoges, cómo me regalas seguridad y sosiego. Olvido el dolor del golpe en las rodillas por la caída, siento la paz que transmites, me llevas a un mundo seguro, a tu mundo.

Desde el día del accidente, solo yo disfruto del poder para verte, mamá lucha por no olvidarte, toda la casa es un santuario en tu nombre. “Su maldita afición por la bicicleta”, murmura para sí cuando piensa que yo no escucho. Si supiera que te puedo ver, otra vida llevaría. Mi bicicleta la vendió por wallapop y todo lo relacionado con las dos ruedas, también. Le duele ver ciclistas por la carretera, les grita: “que os van a matar, que os van a matar”. Te veo sonreír, sé que la entiendes. Tus manos huelen a ti. Gracias por no abandonarnos.

10.1.21

Temporal en Madrid

       



       La nevada histórica que llevaban anunciando en las noticas los últimos días se ha cumplido, treinta horas de caída de copos blancos sin un minuto de respiro. No hemos visto nada igual en nuestras vidas, los mayores intentan recordar acontecimientos similares ocurridos hace años y no se ponen de acuerdo sobre cual fue más grande. Lo cierto es que esta es enorme.

Los primeros copos aparecieron antes de la hora de comer del viernes y como suele ocurrir en estas latitudes, apenas cuajó, los copos mutan a estado líquido en cuanto se posan en calzada, acera, vehículos o tejados. Solo a base de insistir en la caída el mundo vegetal comienza a admitir la acumulación de nieve entre sus ramas y hojas. 

Tres horas más tarde, coincidiendo con el final de la jornada laboral en muchas de las empresas se empezó a acumular en el suelo y sobre los coches estacionados en la calle. La estampa de las calles era de postal, diez o doce centímetros de espesor blanco y frío cubría todas las superficies expuestas. Y la nieve seguía cayendo sin parar, a un ritmo suave y constante. Padres con hijos en el final de sus vacaciones de Navidad aprovechan para jugar con la nieve y esculpir muñecos en los parques y jardines. Los que cumplen su horario laboral salen como todos los viernes a la hora de comer y se enfrentan al camino de regreso a casa con la circulación cada vez más complicada por la acumulación de copos en la calzada y la inexperiencia al volante en situaciones invernales de los conductores por estas latitudes. Viernes es sinónimo de atasco por las carreteras de la ciudad, el resto de días la vuelta a casa se reparte entre las tres y las ocho lo que se traduce en mucho tráfico continuo con apenas interrupciones. Los viernes todos salen a las dos y media. Los diseños de las carreteras no contemplan este flujo concentrado y aparecen los parones y atascos en los trayectos. Hoy con la nieve, mucho peor.

Agustín ha conseguido escaparse un poco antes de la oficina, suerte que no hay ningún jefe al frente hasta el próximo lunes. Todos disfrutan de días de descanso tras un año muy jodido de trabajo por culpa de este virus que ha venido a visitarnos para recordar que no somos inmortales. Sobrelleva la mañana con un café bebido y media tostada con tomate. Hoy se ha perdonado la tostada, como todos los meses de enero, lucha contra la obesidad tras unas navidades repletas de calorías y alcohol. Sus pantalones han cerrado con dificultad y él sabe que o recupera su figura de hace un mes o peligra todo su armario por obsoleto. Tiene tanta hambre que su estómago se lo recuerda con quejidos de demanda. Sube al coche decidido a llegar a casa para un fin de semana casero en compañía de Susana quien hoy no ha ido a trabajar presencialmente, los viernes teletrabaja.

Agustín es contrario al teletrabajo, le cuesta organizarse sin poder relacionarse en persona con los compañeros y clientes, él que es muy del trato humano no lleva bien las reuniones por video, el consigue mejores resultados y es más convincente entre personas que entre pantallas. Además en teletrabajo no tienes un segundo libre. Entre video y video trabajas para el hogar, te escapas cinco minutos para comprar el pan, recibes al mensajero de las compras a distancia, pones la lavadora, tiendes la ropa, preparas algo de comida, vamos un sin parar de hacer junto con la sucesión de reuniones virtuales convocadas más por la necesidad de mantener contacto entre los compañeros que para lograr avances concretos. No tiene tiempo para desarrollar sus proyectos. Cuando termina su jornada es cuando deja de sonar el teléfono y el ordenador, en esa tranquilidad puede dedicar dos o tres horas para cumplir con sus requerimientos de trabajo. Al final una prolongación de jornada obligada por la falta de productividad creada con la sucesión de reuniones diarias. No es un sistema eficiente ni respetuoso con la conciliación familiar. 

Su relación con Susana se ha resentido durante los meses del confinamiento, el no salir de casa dedicando horas y horas a reuniones telemáticas junto con la obligación de la entrega de responsabilidades les restó tiempo de relación agotando sus fuerzas hasta el punto de convertirlos en desechos humanos demandantes de sofá para dejar caer sus cuerpos agotados. La conversación se agotó junto con la paciencia ante el televisor. Todo es aburrido. La quiere por encima de todo, echa de menos ese momento previo a la cena cuando ambos se sonreían conscientes que empezaban sus horas en común, solos uno con el otro.

El atasco en la M40 es de campeonato, parece que ha ocurrido un accidente más adelante apenas avanzan unos metros por minuto. La nieve no para de caer, por ahora si te mantienes en la rodadura del coche precedente el coche se apoya en asfalto se puede circular. Fuera de la rodadura la nieve acumula ya más de quince centímetros de espesor.

Por el retrovisor nota a lo lejos la señal de luces intermitentes naranjas, divisa un camión quitanieves intentando avanzar por el carril de la izquierda. La hilera de vehículos que le preceden no consiguen desviarse al carril central que también está colapsado. Sin el quitanieves delante me temo que no vamos a poder seguir el camino. Dos agentes de la Guardia Civil de tráfico se acercan sobre sus motos con la señal de alarma azul encendida avisando de la urgencia. Conducen con habilidad entre los coches a pesar de la nieve acumulada. Su misión es liberar el carril izquierdo para permitir el avance del quitanieves. 

Las cuatro, el estómago de Agustín ha interrumpido su concierto demandando alimento consciente que hoy comerá con retraso. Lleva veinte minutos parado, la fila de coche no progresa, tras una hora de habilidad policial el quitanieves ha superado cuatrocientos metros en su camino hacia el inicio de la aglomeración. Cada vez cuesta más salir de la rodadura en la calzada. Algún coche ha resbalado al subir a la nieve y ha terminado chocando con otro complicando más la tarde. Echa mano del teléfono para avisar a Susana. 

Cariño no sé cuando llegaré. a casa, estamos totalmente parados en la carretera y aún no he llegado al túnel.

Susana le informa que lo que ha visto en las noticias y solo puede desearle suerte. Está todo muy complicado.

A las seis y cinco anochece en Madrid, en las últimas dos horas se ha acercado a casa quinientos metros, le restan doce kilómetros. La rodadura previa a los coches se ha perdido gracias al caer incesante de copos de nieve. Sobre el puente que atraviesa la autopista, perfectamente iluminado por las farolas, ve a personas esquiando disfrutando de la nieve. Hay gente para todo.

Las nueve de la noche, sobrevive Agustín gracias a la climatización del coche, menos mal que su depósito de gasolina está prácticamente lleno. Ya ni recuerda que tiene hambre, se entretiene repasando sus pertenencias. Ha vaciado la guantera, su cartera de documentos del trabajo e incluso se ha asomado al maletero para ver qué puede serle útil. Del maletero trae dos botellas de agua de medio litro, la reserva de las que utiliza para hidratarse mientras maneja el auto, los dos chalecos amarillo fosforescente de emergencia y un paquete de galletas pasadas de fecha con relleno de limón, recuerdo del viaje a Galicia del pasado mes de julio. Pocas cosas útiles, una navaja que siempre lleva en el coche, recuerdo de sus épocas de montañero, un corta uñas, un lápiz, tres bolígrafos, dos chupa chups y un cable para el móvil que aprovecha para conectar al coche y así recargar la batería del teléfono. Decide cenar un par de galletas y un caramelo de palo. Se raciona los alimentos ante la perspectiva de pasar la noche y parte de la mañana en el coche.

Susana le llama a las diez para ver cómo está, la conversación se prolonga por varios minutos, la conversación más larga que recuerda durante los últimos meses. La echa de menos, no solo hoy, sino la de antes, la del mes de julio en vacaciones. Sonriente, calmada, abierta, espontánea, libre para salir. El confinamiento les está pudiendo.

A las once decide tumbar su asiento, se pone el abrigo y los chalecos los utiliza para cubrir los pies. la calefacción a buena temperatura. Apaga la radio e intenta relajarse para dormir un poco. Tarda en conseguir el letargo de descanso, la postura y la situación no acompañan, serán las doce y media cuando cesan los ruidos de los coches vecinos y consigue dormirse. A las dos y cuarto, una mujer grita a unos metros de distancia. Se incorpora saliendo del vehículo, la nieve vence bajo su peso y le entierra por encima de los tobillos, un coche situado a treinta metros de distancia tiene la luz interior encendida, la puerta abierta y dos personas afuera agachadas. Otro grito, decide acercarse para ayudar en lo necesario.

Alicia se esfuerza en mantener la compostura, su hija ha decidido salir hoy al mundo para no perderse la nevada, adelanta dos semanas a las cuentas. Alicia tiene experiencia de otros dos partos previos, intenta hacerse dueña de la situación, en cambio Manuel su hermano está dominado por los nervios y la precipitación. La otra persona decide dejar hueco a Agustín pues no sabe bien qué hacer. Agustín avisa que regresa a su coche para llamar por el teléfono a emergencias.

112 ¿En qué puedo ayudarle?

Mire estamos atrapados en la M40 bajo el paso a nivel de El Pardo y una señora se ha puesto de parto

¿Se encuentra bien?

La veo muy tranquila, solo que los que estamos no sabemos cómo ayudarla

¿Puedo hablar con ella? 

Espere un momento que estoy a unos metros

Deja el teléfono en manos de Alicia quien con tranquilidad informa a emergencias de su situación, incluso del ritmo de las contracciones. Calcula que tiene para un par de horas. Le devuelve el teléfono y le aprieta la mano justo al coincidir con una contracción. Sus miradas se enlazan, la entiende a la primera. Su puesto está ahí, a su lado. Pasa al interior del coche sentándose en el asiento del conductor, de lado. Ofrece su mano a Alicia quien no duda en aferrarse a ella. Necesita un apoyo, sentir que es persona. Su hermano revolotea como una mariposa alrededor del coche hasta que Alicia le grita:

- ¡Manolo!, ¡Cierra la puta puerta!. ¡Se me está congelando todo!.

Una ambulancia del SUMMA aparece lentamente gracias a sus cadenas por encima del puente, aparca en la zona más cercana al terraplén de la derecha y dos personas bajan con cuidado la pequeña ladera para acercarse a la autopista. Llegan hasta el coche de Alicia, las seis de la mañana, en cosa de una hora comenzarán las primeras luces del día. Sigue nevando sin parar. Agustín regresa a su vehículo, la nieve depositada le llega hasta las rodillas. Está congelado y empapado de rodillas hasta los pies, sube la temperatura de la calefacción de su coche sin sentir alivio, el frío lo tiene dentro.

Con las primeras luces observa que prácticamente todos los coches están vacíos, sus ocupantes decidieron salir al anochecer para buscar refugio en algún lugar cercano. No se le ocurrió antes. Si lo hubiera hecho, Alicia no se habría sentido acompañada y solo habría tenido a la loca de su hermano. Gracias a la ayuda de dos Guardia Civiles que han llegado al lugar pudieron subir a Alicia hasta la ambulancia. 

Las diez de la mañana, abandono mi coche, según el google maps a dos kilómetros está una estación de metro. Un paseo de una hora y cuarto enterrándose en nieve hasta las rodillas a cada paso, empapado y con los zapatos destrozados consigue llegar hasta el suburbano. Dos horas más tarde entra en su casa. Susana le abraza con fuerza, como antes, le besa, como antes, le mima, como antes. Una noche separados por el temporal han necesitado los sentimientos para ponerse al día. Le prepara la bañera con agua muy caliente, sabe que Agustín se va a constipar, no es de aguantar mucho el frío. Unos minutos en el agua reparadora y comienza a recuperar sensaciones en los pies, los pinchazos en sus dedos le afirman que vuelven a la vida. Y no solo sus pies vuelven a la vida. Susana muy observadora comprueba el amanecer en el interior de la bañera, se anima hasta a compartir el agua. Los dos juntos comparten agua y temperatura. Todo vuelve a ser como antes. 

12.12.20

Venganza



Sus pisadas decididas, fuertes y rítmicas suenan amplificadas por el eco de la calle vacía, el piso adoquinado ayuda al efecto sonoro. Las botas camperas de color negro desgastadas por el uso sobreviven gracias al cuidado diario, cepillo y betún. Rubén lo aprendió de su abuela -unos zapatos cuidados y limpios dicen mucho de quien los lleva-.

El ritmo del paso señala la prisa del viandante, las cinco de la mañana, no sabría decirte si es pronto o tarde. La ropa de Rubén es más propia de quien regresa que de quien sale. Es tarde. Cada centenar de metros vuelve la cabeza para echar un vistazo rápido como asegurándose de que no viene nadie en su búsqueda.

Rubén murmura algo entre dientes, mastica sus palabras hasta convertirlas en un ruidito prácticamente inaudible, salvo para su cerebro. 

- Te lo tienes merecido por cabrón ¿Qué te habías pensado?¿Que iba a consentir siempre tus mentiras? Se acabó

Se acabó, cabrón, se acabó 

Se acabó 

Dos kilómetros más al sur, en un banco junto al Templo de Debod, Ismael reposa mirando hacia la oscuridad de la casa de campo. Es demasiado pronto para disfrutar de una de las mejores vistas de Madrid. La humedad de la madrugada escarcha el entorno, el reflejo de la luz de la luna ilumina las minúsculas gotas de agua sobre la barandilla metálica del mirador y el cabello de Ismael. Y él sin moverse. 

Desde su derecha se acerca corriendo Adela, madrugadora compulsiva, dedica los amaneceres a correr enfundada en su ropa deportiva de marca con predominio del color rosa como seña de identidad. Diez kilómetros cada mañana para activar su vida, intenta compensar con ejercicio su vida sedentaria. Su lucha para evitar el crecimiento de sus muslos y la flacidez como le ha pasado a sus hermanas, la motivan cada mañana. Odia la herencia genética que la predispone a convertirse en un AS de picas. Tirando a bajita, culo y muslos amplios, hombros estrechos y pecho inexistente. No quiere ser como la abuela, ni como su madre y hermanas. ¿Por qué?

Adela observa a un hombre sentado en el banco frente a la barandilla, -debe estar bebido para estar ahí sentado con la pelona que está cayendo-. A medida que reduce la distancia y al no observar movimiento alguno se plantea que está dormido, seguramente por efecto del alcohol. Por un instante se preocupa por él, - va a pillar una pulmonía -, piensa. Descarta en su cabeza el parar a preguntarle, ya es mayorcito, sabrá cuidarse. Justo en el momento que la ruta de su carrera pasa junto al banco donde descansa Ismael, siente que sus pies resbalan, siente un líquido viscoso que unido al rocío de la noche sobre el suelo de granito le hace perder el equilibrio. Cae de culo y siente de inmediato que sus mallas deportivas de color negro con una raya rosa del ancho de tres dedos se empapan. Nota su culo y el inicio de sus muslos mojados.

Ismael ni se inmuta, no da señales de ser consciente del accidente que ocurre a un metro escaso de sus rodillas.

Hola, ¿Te encuentras bien?, pregunta Adela

Silencio. Ismael mantiene su postura. Adela se incorpora mojándose la mano izquierda al apoyarla en el suelo para hacer palanca para levantarse. - Espero que no sea vómito, me puede dar algo - Mira la palma de su mano y girándola hacia la luz de la farola más cercana. Color oscuro. Ismael sigue sin reaccionar. Le toca en el hombro.

Hola, ¿Estás bien?

El grito de Adela se oye hasta en Plaza de España, Ismael cae sobre el banco en una postura forzada. No ha emitido ningún sonido, Mantiene la piernas recordando su postura sentado y el cuerpo rígido sobre las tablas que hacen la función de asiento. Apoya su peso en el hombro izquierdo.

Adela vuelve a insistir, mueve su hombro derecho sin conseguir respuesta. En el brazo derecho de Adela tiene su teléfono móvil que utiliza como podómetro testigo de sus carreras y como sintonizador de radio que ameniza sus carreras en solitario. Llama a emergencias que envían en menos de cinco minutos un coche de la policía municipal y una ambulancia al lugar.

Tras un breve reconocimiento médico le estabilizan, mantiene un pequeño hilo de vida y a él se aferran para salvarle la vida. Se lo llevan con prisa al hospital más cercano.

Ha perdido mucha sangre. Informa el médico de la ambulancia al agente que prepara el atestado de los hechos.

El mismo agente que interroga a Adela sobre lo sucedido.

A estas alturas, Rubén ha tenido tiempo suficiente para llegar a su casa. Su respiración agitada denota el esfuerzo realizado durante la marcha rápida, Intenta una y otra vez limpiar los restos de sangre de su mano, - El muy cabrón se lo merecía -, Sigue mascullando palabras entre dientes. - A mí no vuelves a hacérmelo -, -cabrón mal nacido -. La sangre seca marca con su oscuro granate las comisuras de las uñas justo donde se une con la carne. Se frota con decisión ayudado del cepillo de uñas que casi nunca utiliza. Descubre manchas en su jersey de cuello alto, negro claro.

Instintivamente se lo quita y decide ducharse. Necesita pensar. Debe organizar una historia creíble sobre su noche. Piensa en deshacerse de su ropa manchada. Prepara una bolsa de basura con la ropa que llevaba puesta esta noche. Duda si tirar sus botas o no, las tiene cariño, esos pliegues sobre la piel que marcan su historia le traen buenos recuerdos. Decide indultarlas, una vez que suba de tirar la basura las limpiará. El camión del servicio de basuras pasa poco antes de las siete de la mañana para vaciar los cubos de desperdicios de los vecinos de su portal.

El agente interroga a Adela, sobre su profesión, razones para estar en el parque y parece que le cuadra la versión de la corredora en cuanto le enseña el histórico del podómetro. diez kilómetros diarios casi por la misma ruta y con el mismo horario. En la conversación el agente, reconstruye con su imaginación los hechos.

Ismael estaba inconsciente, ha perdido mucha sangre. El pene fuera del pantalón hace pensar que alguna experiencia sexual disfrutaba, muy posiblemente recibía una felación. Uno de los testículos se lo han arrancado de manera traumática. - De un mordisco - Un crimen pasional seguramente. Eso es trabajo del inspector de policía, el agente va uniendo datos para su informe. Libera a Adela que se ha quedado fría durante la hora que se ha mantenido en el lugar de los hechos. Regresa a su domicilio, por hoy ya ha tenido suficiente. Se dirige a la acera por un camino de tierra que une el templo con Paseo Rosales. Pisa algo blando. -Una mierda de perro, seguro -, levanta su pie y una masa ovalada con un colgajo parecido a un cordón aparece bajo sus nike.

Agente, creo que he pisado el testículo que buscan.

Rubén no consigue dormir, rememora el momento de furia que sintió cuando Ismael le confesó que no podía seguir así, no quería renunciar a su vida, a sus hijas. Reconoció su cobardía para enfrentarse a su entorno. - No soy tan valiente como tú, Rubén. Lo dejaste todo por mi. Lo siento yo no puedo hacer eso -

Compartían un juego, Rubén ataba a Ismael a un banco del parque mientras con caricias le llevaba al límite. Hoy rebasó ese límite,  le arrancó con violencia uno de sus atributos de un desgarrador mordisco. Por un momento se le ocurrió introducírselo en la boca al hijo de puta de Ismael. Lo tiró al aire mientras tapaba la boca de su ya examante para acallar los alaridos e insultos que profería. La sangre brotaba con fuerza bombeando flujo oscuro de manera rítmica, en pocos minutos perdió el conocimiento por el dolor y la pérdida de fluido. Le desató y marchó a paso ligero en dirección Moncloa dando un rodeo pues su casa está en dirección opuesta. Se deshizo de la cuerda en un cubo de basura y se perdió entre las calles solitarias de Madrid.

La policía no consigue encontrar las razones por las que un hombre pierde un testículo en mitad de la noche, las marcas en las muñecas y tobillos insinúan que en algùn momento estuvo atado. ¿Una prostituta?, ¿un chapero? Por la zona siempre encuentras compañía de alquiler. Ismael se encuentra grave, los médicos le han salvado la vida tras varias transfusiones de sangre. Dice que no se acuerda de nada.

Tiene mucho que callar, nota el peso de las miradas inquisitorias de sus hijas y las de su mujer quien siempre sospechó en silencio la existencia de otra. Las tres en silencio esperan una explicación, una razón, un algo. Ismael tiene mucho que callar y mucho que perder. El análisis de sangre detectó restos de sustancias prohibidas. Utiliza esa coartada para su afianzar su versión del olvido de todo lo ocurrido. 

Estaba drogado y no recuerdo nada, agente. 

Ya encontrará una versión para su familia en la intimidad de su casa. En conciencia reconoce que le ha jodido la vida a Rubén, el único amor que ha tenido en su vida. Su penitencia será vivir una vida convencional y hetero sin emociones y carente de pasión. Sin amor, con cariño y convivencia. Nada más.

Adela cambiará su rutina diaria, no volverá a pasar por el parque pisahuevos, se deshará de su ropa deportiva sucia de sangre ajena. Varias semanas de tratamiento médico necesitará  para recuperar su control vital y enfundarse una nuevas mallas para trotar por el amanecer madrileño. En otra dirección.

Rubén se mudará a Tarifa, el destino soñado por Ismael y él como refugio para su amor. Se dejará seducir por varios príncipes tostados al sol y el viento del sur. Calmará sus instintos y su corazón se quedará vacío para siempre, sin alma.

La vida no es como la imaginas, es como viene. Termina en tablas, nadie gana, solo sobrevives.

28.11.20

Líneas paralelas

 


La vida por lo general fluye entre dos mundo paralelos que no paran de mirarse sin llegar a cruzar sus caminos. El caso de Alfredo es el ejemplo más claro que conozco al respecto, su vida transcurre entre dos realidades paralelas que nunca se mezclan y le condicionan en su forma de entender la vida. 

El mundo del esfuerzo, del trabajo diario, el de la lucha que identifica con su madre. Empresaria que tras muchos desvelos consigue sacar adelante una pequeña sociedad que da empleo y con ello, posibilidades de vida a veinte familias. Dedicada en cuerpo y alma a su empresa condicionada con su gran sentido de la responsabilidad hacia esas familias. Cada retraso en el cobro de sus servicios le duele en el alma por lo que supone de demora en el pago de las nóminas de sus trabajadores. Recuerda Alfredo los meses aquellos donde sufrieron la quiebra de uno de sus clientes más importantes y la deuda que les dejó a deber que estuvo a punto de provocar el cierre de su empresa. Gracias a la paciencia y ayuda de sus empleados pudieron salir para delante y seis meses más tarde pudo su madre atender todos los retrasos de las retribuciones debidas. Fue una época muy estresante para todos en casa. Alfredo, sus hermanos y su padre convivieron junto con los nervios maternos quien nunca tuvo la habilidad de separar su vida profesional de la familiar. 

Quien tiene una empresa, siempre la tiene en la cabeza, solía decir en su descargo. Su madre, Cristina, se adjudicó la tarea de despertar a los hijos, prepararles el desayuno y acercarles al colegio todas las mañanas. Era su manera de conciliar lo imposible, trabajo con responsabilidad y familia. Según bajaban del coche sus hijos, comenzaba su jornada pegada al teléfono. Antes de llegar a la oficina habla con sus responsables de departamento y con un par de clientes siguiendo el orden de rotación para atenderles a todos que se había impuesto desde hacía años. No hay mes que falle en completar la ronda de llamadas con ellos. La cercanía y el trato agradable la avalan y es su manera de junto con un servicio de calidad estar cerca de sus necesidades. Llegar a tiempo es mucho más rentable y eficaz que vender a demanda y bajando precios. Los años de esfuerzo han dibujado en su rostro profundas arrugas, en la frente tiene dibujados los desvelos, esfuerzos y tesón; cerca de los labios señalan su afabilidad y sonrisa perenne. Por efecto de esos surcos, desde lejos Cristina siempre sonríe. Alfredo sabe distinguir por el brillo de los ojos si es alegría real o solo el gesto dibujado. 

La relación madre-hijo es profunda y llena de complicidades desde antiguo. Excede la relación de otras madres e hijos. Siempre fue su hijo preferido, el que más se parece a ella. Por el que es capaz de sacrificarse por encima de sus obligaciones. Su vida independiente la inauguró hace un par de años, incluso ahora convive con una joven alegre y prudente que evita competir con Cristina, entiende que ambos necesitan su espacio conjunto y no es conveniente asaltarlo. A diario se comunican, Alfredo y Cristina recargan pilas en cada conversación, los días que les es imposible conectar sienten un gran vacío y sus cuerpos sufren con la abstinencia.

La otra línea paralela la perfila Andrés, su padre. Funcionario de escala básica en la Comunidad de Madrid. Nunca supo explicar muy claramente su cometido en su trabajo. Recuerda Alfredo que en los trabajos escolares típicos para definir a sus padres en una redacción, esa que servía para seleccionar frases que adornaran su cartulina de regalo por el día del padre, no sabía qué poner. Nunca supo realmente en qué trabajaba su padre, ni conoció a ninguno de sus amigos del trabajo. De él aprendió la tranquilidad, el sosiego, la perspectiva, que el tiempo lo soluciona todo, que los que deciden cambian y en cambio él se mantiene.

Andrés por su cómodo horario de trabajo y su vocación formadora, se encargó de recoger a sus hijos a la salida del colegio por la tarde, les recibía con una suculenta merienda y les ayudaba en las dificultades con los estudios, por fortuna, pocas dificultades le dieron. Cercano y siempre dispuesto a escuchar los problemas y las conversaciones de sus hijos que encontraban en él la esponja que absorbía sus dilemas y con esa habilidad que tienen los que no gastan palabras, se quedaba con las angustias de sus hijos. 

Andrés es seguridad, ausencia de nervios, cercanía en la escucha. Sus manos te acarician hasta hacerte sentir parte de esa paz que vive en él. Cristina se refugia en él quien escucha pacientemente todas las frustraciones, las tensiones del trabajo y sus miedos. Tiene un efecto balsámico. No soluciona problemas, simplemente se queda con ellos ganando tranquilidad quien se los transmite, sea Cristina, sea Alfredo o cualquiera de sus hermanos.

Alfredo venera a su padre, nadie le hace sentir más seguro para ir por la vida. necesita su dosis de perspectiva, de seguridad, de amor por lo público, de humanidad, de escucha. Andrés es escucha y empatía. Alfredo se deja mecer por la paz que alcanza cuando traslada sus miedos al oído generoso de su padre. 

Tratar con Cristina le da energía, hablar con Andrés le equilibra. Alfredo es el infinito, es el punto impropio.

La familia de Andrés siempre se preguntó cómo podía vivir con un torbellino de mujer como Cristina, les sorprende que siendo tan diferentes en todo se complementan en la cercanía, sin captar ninguno de los dos la esencia de la otra parte de la  pareja. En su caso el colchón no convierte a los dos en la misma condición. 

Cristina y Andrés son líneas paralelas que avanzan en la misma dirección. Alfredo sabe que se unen al final. Su unen en él. En el infinito. Alfredo, punto impropio.


En geometría proyecta dos rectas paralelas se cortan en el infinito en el punto conocido como punto impropio. En geometría euclidiana dos rectas paralelas no llegan a cortarse nunca.

21.11.20

Domingo en otoño

 


Las nueve de la mañana, nadie por la calle, salvo las tres personas que están esperando su turno en la churrería del barrio. Paz en la mañana fría y húmeda de mediados de otoño. Una espesa niebla le cala la ropa y el pelo a Miguel mientras anda paseando a su perra Lacy. Por costumbre prefiere estirar las piernas por el parque del barrio, cuidado por todos, refugio de perreros como él. 

Miguel lleva en el bolsillo el juguete preferido de Lacy, una pelota de tenis ya gastada de tanto botar y morder. Suelta al animal de la correa obligatoria para pasear por la calle una vez pisan los primeros brotes de hierba fresca y escarchada de la noche. Lacy se estira y camina con una parsimonia elegante propia de su raza, pastor belga. Es guapa y lo sabe la muy presumida. Su pelo es la envidia de las vecinas. Da varias vueltas alrededor de su punto elegido para su deposición y tras evacuar se queda mirando a Miguel esperando que le recoja su mierda.

Comienza a correr una vez vencida su pereza matinal, moviendo el rabo con alegría en el momento que divisa su pelota preferida en manos de Miguel. Quien la lanza a varios metros a la espalda de su mascota obligándola a moverse para ejercitar sus músculos. 

Suena un ladrido, extraño en Lacy siempre tan prudente y silenciosa. Miguel la llama silbando sin conseguir que regrese. La llama con la voz e idéntico resultado. ¡Qué extraño! piensa mientras inicia su caminar hacia su perra.

Lacy está inmóvil sin apartar la mirada de su pelota que descansa entre las piernas de una persona tirada en el suelo. Miguel se acerca preocupado, la postura de la persona tirada está forzada, como si la hubieran empujado desde la espalda. Toca el hombro zarandeando el cuerpo mojado, debe haber pasado la noche ahí.

Rodea el cuerpo y se encuentra con la mirada verde apagada de una mujer joven de unos treinta años calcula. La hierba más próxima a la cabeza está oscura teñida por la sangre que brotó de la herida abierta en la cabeza.

Sus manos buscan su celular en el bolsillo interior de su abrigo. Marca el 112 y en cinco minutos dos patrullas de la policía nacional aparecen con sus luces encendidas y la sirena en silencio. Un detalle que agradecen los vecinos de Madrid, desde hace tres años aproximadamente, la contaminación acústica provocada por las sirenas de ambulancias, policía y bomberos se eliminó por su costumbre de no hacer sonar la alarma sonora, salvo cruces de tráfico concurridos o necesidad muy perentoria.

- Buenos días ¿Has sido tú quien ha dado el aviso?

Sí, he sido yo. Me he encontrado a esta mujer. No la he tocado, parece que está muerta

Los policías acordonan la zona, avisan por radio a sus superiores que deben localizar al juez de guardia para proceder a levantar el cadáver. Mientras un agente interroga Miguel que no puede darle muchos más datos, otras dos patrullas se presentan. Poco trabajo tienen esta mañana como para movilizarse ocho agentes por un cadáver.

Los domingos la vida amanece perezosa, como sin ganas de avanzar, conoce el orden del calendario y el odio general al lunes que le sigue. La sensación vespertina dominical tiene mucho de melancolía. Hasta llegar a ese momento queda el brote de vida dominical, de mediodía hasta las dos y media de la tarde, el momento de regresar a casa para la comida familiar. En ese breve espacio temporal la vida explota con bullicio contenido, nada comparable a una fiesta o simplemente a un sábado. La gente mayor, mayoritariamente femenina, se dirige hacia la iglesia. Tiene un problema de mercado la religión, la ley de la vida irá retirando de este mundo a muchos de sus fieles, la iglesia pierde atractivo para los jóvenes y el relevo generacional peligra por falta de recambio. Otros vecinos visitan las panaderías, alguno compra flores y la mayoría se organiza para el aperitivo en el bar de costumbre. Los domingos son previsibles, repetidos y melancólicos. 

Hoy tenemos novedad y de las curiosas. Ha aparecido una muerta en el parque. A las once de la mañana dos coches grandes de color azul oscuro paran junto a las patrullas de la policía que se encuentra acordonando la zona. Los vecinos han ido acumulándose hasta superar la centena. Curiosos se han unido avisándose unos a otros para ser testigos de un suceso poco convencional. El cadáver descansa en la misma postura, tapado con una manta térmica de esas que parecen hechas de aluminio naranja. Uno de los agentes de policía tapó el cuerpo en cuanto vio a menores pendientes del espectáculo. 

Los coches oscuros vienen del juzgado, en pocos minutos unos funcionarios municipales del cementerio, recogen el cuerpo para acercarlo al Instituto Anatómico Forense donde realizarán la autopsia. La multitud se dispersa, el entretenimiento ha finalizado. A Miguel le liberan de la atención policial, regresa a casa junto con Lacy ya cansada de tanta calle.

En las noticas de la tarde en la televisión, una noticia llama la atención de Miguel. 

“Confirman desde la Agencia Espacial Europea que en la madrugada del domingo ocurrió una colisión fortuita entre un satélite de comunicaciones y restos de basura espacial que rodea el planeta. Fruto de sea colisión, varios fragmentos de metal se han dirigido a la Tierra. Por lo general, la fricción con la atmósfera provocada por la caída de los restos atraídos por la gravedad del planeta, deshacen los trozos de metal fundiéndolos hasta desaparecer el peligro para la población. En esta ocasión se han detectado fragmentos de metal procedente del satélite del tamaño de una moneda de diez céntimos en Madrid capital. Hay pequeños desperfectos en terrazas y alguna ventana de las que se asoman al Parque de la Cuña Verde en el distrito madrileño de La Latina".

¡Qué mala suerte, Lacy! comenta en voz alta Miguel. - ¡Qué mala suerte!

Bonitos ojos que no pudieron ver lo que caía del cielo en la noche húmeda de noviembre. La vida tiene estas sorpresas. La notica le recuerda un detalle, se ha quedado sin pelota de tenis. Rebusca en el altillo del armario hasta localizar una lata cilíndrica donde aún quedan dos pelotas más. Lacy tendrá un nuevo juguete mañana, la vida sigue.

Solo espero no estar pendiente del cielo como los galos de los cuentos de Asterix con su temor a que el cielo caiga sobre sus cabezas.

Lacy mira a Miguel, sin  perderle de vista. Forman una gran pareja, sabe que después de la comida toca siesta en el sofá. Lacy ya se acomoda en su manta. Es la costumbre de los domingos por la tarde y nada la va a cambiar. Mira, Miguel baja el volumen de la televisión y selecciona el canal de animales. Por delante veinticinco minutos de reposo. 

Los domingos son pausados y melancólicos, incluso después de que te caiga el cielo sobre tu cabeza.

Buen viaje, Joe

  Joe, simplemente Joe. Omitiendo, desde siempre, el rango familiar de tío. Recuerdo tu aterrizaje entre la familia cuando Ana, también sin ...