Mostrando entradas con la etiqueta cuento. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta cuento. Mostrar todas las entradas

25.10.20

Banco de leche


 
Aurora llena su rutina diaria en un ir y venir al Hospital de La Paz. Cuarenta minutos viajando en metro a las diez de la mañana. Sube directa a la planta de neonatos. Le espera aletargado Juan, su hijo. Nació dos meses antes precipitadamente, prematuro con apenas veinte semanas de gestación. Midió veinte centímetros, poco más largo que la longitud de la palma de su mano. 

Cada mañana saluda a las enfermeras, tras dos meses se las conoce a todas. Buenas mujeres, serviciales y cariñosas. Hoy está de servicio Gloria, su preferida. Le comenta las novedades de la noche con Juan, anima a Aurora recordando que cada día que pasa más cerca está ir a casa. Se sienta junto a la incubadora, introduciendo sus manos por las ventanas circulares preparadas para ello y acaricia a su Juan transmitiéndole calor y amor. 

A las once de la mañana Juan disfruta de su siguiente toma. Hoy, por primera vez, Gloria entrega el biberón a Aurora quien llorando recibe en sus brazos a su diminuto hijo de dos meses de edad, con la equivalencia que realizan en neonatal, equivale a seis meses de gestación. Juan agarra el meñique de su madre, recibe con los ojos cerrados el flujo del biberón. Poca cantidad, la equivalente a dos cucharadas, justo la que necesita. Aurora tras el parto precipitado, intentó sacarse leche con una máquina succionadora sin éxito. Tras salir del quirófano su gran preocupación fue la salud de Juan, su equilibrio mental se bloqueó desde ese momento, su marido se difuminó como amante, mutó a compañero de piso sin roce, dejó de ocuparse por la imagen, su trabajo, de las relaciones con las vecinas. Solo está Juan.

Ponerse guapa ya no es importante, disfrutar de la vida, tampoco. Se sintió inútil, ni leche era capaz de producir para alimentar a su hijo. Todos los días desde las once menos cuarto hasta avanzada la tarde las pasa en el hospital cerca de Juan. 

Su peor momento, la crisis que sufrió Juan a las dos semanas de nacer. Necesitó de cirugía coronaria de urgencia. Nadie supo encontrar de dónde venía su fuerza por sobrevivir. ¡Un chico tan pequeño! 

Hoy alimenta a Juan. La esperanza ilumina su rostro. Su primera sonrisa, salada por las lágrimas que la aliñan. Mira a su alrededor, encuentra la sonrisa de Gloria. Busca sin encontrar a Luis, su marido. Ahora le echa de menos, no recuerda el maltrato de que le ha dispensado durante estos meses. 

Ana anda con paso decidido, alta y fuerte, se desplaza con velocidad. En volandera cuelga una bolsa de viaje con forma de nevera. Lleva su ración diaria de leche materna. En los últimos treinta meses ha incorporado a su vida la producción de leche materna. Tras un parto complicado, su hijo falleció a las pocas horas del alumbramiento. 

Ana de pecho generoso y productivo fue informada en el hospital del programa de donación de leche materna. Los primeros días, se sacó la leche, se la recogía una enfermera que la utilizaba para alimentar a varios niños. A ella le venía bien sobre todo para aliviar la tensión en sus pechos.
 
Nunca le pasó por la cabeza convertirse en nodriza. Durante los tres días que estuvo en el hospital tras el parto, compartió habitación con otra madre recién parida. Esta por alguna razón que nunca supo no producía leche, la enfermera le administraba biberones de leche cada tres horas. 

La misma enfermera les explicó a ambas que el hospital tiene un banco de leche materna, varias mujeres desinteresadamente donan su producción o parte de ella para ayudar a los neonatos y a recién nacidos de madres que no pueden amamantar. 

En el momento del alta hospitalaria, le entregaron un folleto explicativo del banco de leche. Ana tras la pérdida de su bebé iba por la vida anestesiada, sin consciencia plena de lo que escuchaba, hablaba o hacía. Guardó el folleto en el bolsillo de su abrigo sin prestar mucha atención. Solo quería regresar a casa. 

A la mañana siguiente lo encontró, se disponía a salir a pasear justo después de sacarse la leche que presionaba su pecho. La había tirado, claro. ¿Para qué la quería? Tenía previsto ir al médico en un par de días para que le ayudara a retirar la producción láctea.

Leyó el folleto varias veces y decidió llamar para informarse. Desde ese momento, encontró un sentido para su situación. El altruismo hasta ese momento no había sido su principal virtud e incluso a su compañero de vida le sorprendió verla comprar esa nevera de lactante. ¿Para qué? Pensó. 

Ana se presentó en el hospital al día siguiente con su nevera y cuatro tomas de leche perfectamente conservadas. 

El hospital sigue un protocolo muy exigente para cuidar de la leche de sus donantes y asegurar la calidad de la misma cuidando la salud de los receptores.

Ana nunca falla a su visita diaria para entregar su leche. Durante estos meses ha conocido a varias donantes, la más prolija es ella.

Gloria habla con Ana durante su entrega, comparte una complicidad ganada a diario por el roce. La invita a pasar tras la puerta usando el gesto conocido moviendo la mano con la palma mirando hacia ella. 

Ana traspasa la puerta de neonatos, ambas se apoyan sus brazos. Con la cabeza Gloria señala hacia Aurora quien da de comer por tercera vez en el día a Juan, sonríe sin apartar su mirada de su pequeñín. Le pone en vertical para ayudarle a eliminar el aire de la toma. El pequeño Juan consigue un sonido fuerte y agudo que reconforta a su madre. Le deja con sumo cuidado en su caja transparente protegido por varias toallas blanca enrolladas junto a él. No ve el momento de dejar de acariciarle. Se tiene que marchar, sabe que le deja en buenas manos y aún así, le cuesta separarse de su lado.

Aurora. Llama Gloria. 

Se acerca a las dos mujeres mientras sus brazos se acomodan en las mangas de su abrigo. Es su hora de regresar a casa.

Mira, le comenta Gloria, quiero que conozcas a Ana. No suelen coincidir donantes con receptoras. Ana dona su leche a diario y Juan es uno de sus fijos.

Aurora y Ana se miran con complicidad. No hablan, sus ojos se comunican en una lengua profunda y silenciosa. Aurora da un paso adelante extendiendo sus manos hacia arriba. Se funden en un abrazo. Sus latidos se acompasan, sus lágrimas se comparten. 

No necesitan hablar, la magia del encuentro explica mucho de una y otra. Se comunican agradecimiento, empatía, humanidad. Se funden como una sola mujer. 

El milagro de la vida.

16.10.20

La Niña

 


La travesía resulta ser muy dura, prevista para cuatro años de viaje y embarcados con los últimos avances, la nave es la mejor embajadora del nivel tecnológico alcanzado por la humanidad, gracias a la colaboración de las agencias espaciales de los países más desarrollados del planeta. 

La evolución de la población y las ansias de consumo inmediato están esquilmando el planeta, el ser humano necesita explorar nuevos caminos para expandir su raza. La tierra ha resultado ser muy pequeña para todos. 

La nave es la tercera de su misma generación, la única que ha resultado viable para una larga travesía. La Niña. Tras los accidentes sufridos por sus hermanas mayores, Santa María y La Pinta, las agencias espaciales tras muchas pruebas de laboratorio consiguen montar una nave fiable y para más lucimiento les equipan con los últimos modelos en robótica e informática. 

El propósito de la expedición, explorar el planeta Koi que orbita alrededor de la estrella bautizada como Kepler 160. El planeta Koi se parece tanto a la Tierra que los astrónomos lo definen como tierra gemela. Se encuentra a 3.000 años luz. Gracias a los avances técnico en el aprovechamiento del radio de curvatura y el salto cuántico aprovechando los pasillos negros, se puede alcanzar el planeta Koi tras una travesía de año y medio. 

Luis Ruiz capitanea a la tripulación compuesta por seis hombres y cuatro mujeres de diferentes razas y procedencias. En su mayoría científicos o militares, todos formados como astronautas en las agencias espaciales norteamericana, europea, china y rusas. Los diez tripulantes son voluntarios, dispuestos a vivir una aventura durante cuatro años conviviendo en una nave incómoda y con privaciones. 

Los problemas comienzan a los pocos días tras el despegue, los programadores informáticos responsables de los desarrollos pensados para facilitar la vida de los tripulantes en rutinas básicas como el descanso, el deporte y el ocio, cometen errores vividos en el pasado. A nadie se le ocurre repasar estos programas y la interacción con el resto de la nave. El caso es que el número 1 según el programa significa cosas distintas. El programa desarrollado por los europeos entiende 1 metro, el americano 1 milla, el chino y el ruso también tienen incongruencias entre ellos. Un desastre. El programa que regula el descanso personal programa la vida a bordo organizando turnos de ocho horas, monitorizando el descenso de consumo de energía en las horas destinadas al sueño. Se desajustó, empezó con una diferencia de quince minutos diaria y terminó desajustando los días. En principio no se dieron cuenta de los saltos del reloj hasta que Iván que tiene mal dormir sintió el salto a las 3:45 de la teórica mañana. Al día siguiente a las 3:30 y al tercer día al notarlo a las 3:15 informó al capitán. Se desajustaron también el huerto y la planta de reciclado de los desperdicios orgánicos. Potabilizar el agua comienza a ser un problema por las diferentes medidas de referencia, la parte del programa desarrollado por los chinos mide en litros, a diferencia de los programadores americanos que eligieron la medida por galones.

Dos de los tripulantes tienen formación informática a un nivel muy avanzado; no obstante les faltan conocimientos de programación suficientes como para modificar los desajustes. Tras dos semanas de locos, con algo de ayuda desde la Tierra pudieron arreglar varios de los líos que les afectaba a la comodidad de los viajeros. 

Dos meses más tarde, falla la propulsión del motor de fisión-fusión nuclear. Quedan varados en el pasillo negro con la incertidumbre del peligro que corren. Un choque con cualquier partícula errante puede atravesar el casco comprometiendo la nave. Por suerte solucionaron parte de la avería tras una semana a merced de lo desconocido. El motor les devolvió propulsión suficiente para continuar el viaje modificando la duración prevista de la expedición. Dedicaron mas de tres horas para debatir la conveniencia de volver a la Tierra o continuar la travesía, calcularon que el viaje en estas condiciones se alargará hasta los siete años. Casi el doble. La decisión casi unánime fue continuar en la esperanza de poder analizar el planeta y estudiar la viabilidad para el futuro de la humanidad, decidieron mantener la misión mientras posponen resolver el problema de los suministros para poder comer el doble de tiempo.  

Aún con estas dificultades, La Niña llega al planeta Koi. Los científicos quedan encantados por las posibilidades ofrecidas por el planeta. Cambian el plan de trabajo, de nuevo, prolongando su estancia en el planeta durante unas semanas más, visitan varios enclaves en diferentes latitudes. Cartografían el planeta circunvalándolo en veinte ocasiones. Realmente se trata de un planeta gemelo, repleto de vegetación y recursos. No son capaces de encontrar vida desarrollada. Todos coinciden que es un buen destino para expandir la humanidad. 

El viaje de regreso, se les pasa muy rápido, casi cuatro años dedicados al análisis de muestras y datos recogidos durante su estancia. 

La nave divisa la Tierra en sus sistemas, comienzan las maniobras de aproximación, frenando su velocidad con el fin de poder entrar en la atmósfera terrestre sin riesgo. Tienen previsto el aterrizaje en dos días. La estación espacial de Robledo de Chavela, cerca de Madrid, más conocida como friki-center tiene un equipo antiguo de seguimiento, una reliquia tecnológica que está pendiente de migrar a los nuevos sistemas de la NASA. Tecnología construida con materia metálica y microchips, totalmente obsoleta actualmente cuando la tecnología migró a entornos gaseosos interconectados. 

Manuel Ruiz está de guardia en la estación de Robledo de Chavela, en una noche tranquila de verano, tras repasar el tráfico de satélites alrededor del planeta y las mediciones de las tormentas solares en nuestra atmósfera, tiene planeado disfrutar del cielo estrellado bajo la oscura noche veraniega de luna nueva. Un espectáculo del que no se cansa de disfrutar cada verano. Manuel Ruiz es hijo y nieto de empleados de la agencia espacial. Su abuelo salió cincuenta años atrás en la nave La Niña camino a un planeta gemelo. La historia familiar de todas la navidades cuenta que la nave perdió contacto con la Tierra tras informar de una avería en el motor de propulsión nuclear. 

Abre su silla de playa azul con rayas amarillas que tiene guardada en el almacén de la estación y según descansa su delgado cuerpo en la silla portátil, oye de fondo un pitido intermitente en el equipo de rastreo. Se levanta con urgencia espera que no se trate de la caída de un satélite, la última vez fue complicado salvar la ciudad de Moscú que era donde todos los cálculos situaban como zona de impacto más probable. El zumbido se repite en varias ocasiones, nota un chasquido en los altavoces que le recuerda a cómo sonaban las comunicaciones en tiempos que solo conoció por películas del tiempo de su abuela Rosa quien con ochenta y nueve años sigue muy activa. 

Su padre Luis, llamado como el abuelo, sigue pasando a visitarla un día a la semana. Recuerda la historia familiar de todas las navidades, él con diez años fue a despedir a su padre quien partió como capitán en La Niña. Nave que se perdió en el espacio profundo unos meses después de partir. La abuela Rosa todavía mantiene la esperanza que su marido regrese junto a ella, una ilusión imposible de cumplir con los años que han pasado.

Se acerca al equipo que tiene el zumbido en alerta. 

Aquí nave exploradora La Niña, iniciamos protocolo de aterrizaje. Estimamos tomar tierra dentro de treinta y ocho horas con cuarenta minutos. Cambio.

Luis regresa a casa, cincuenta años después. Rosa nerviosa, recibe la noticia con temor. Sabe que para ella ha pasado la vida, para Luis solo siete.


Nota la teoría de la dilatación del tiempo está basada en una interpretación de la Teoría de la relatividad de Albert Einstein. Recogida en el libro el Juego de Ender de Olson Scott Card.

10.10.20

Raquel vive en el suelo

 


Raquel es de ir con la cabeza bien alta, orgullosa de su trabajo, de su talento y de su vida en general. La vida periódicamente la puso a prueba, la pérdida de un hijo, una enfermedad, una mudanza especialmente caótica, inversiones inmobiliarias y financieras fallidas, pérdidas patrimoniales, mis meses de desempleo, desencuentros en el trabajo, roces de convivencia y para colmo, socia abonada del Atleti. Pasión por los colores de su equipo que en contadas ocasiones le devuelve alguna alegría en forma de títulos.

Por lo general sale victoriosa en la vida, tiene suerte conmigo, su marido, con nuestra familia, su trabajo que la apasiona y sus incondicionales amigas que la adoran. 

Últimamente desliza su mirada por el suelo, desenredando con su imaginación el cruce de líneas dibujado en las baldosas de la acera. Durante semanas ha descubierto la vida que existe a sus pies, las hormigas, las cucarachas que le dan mucho asco, lo sucio que está el suelo de la calle alfombrado de colillas, papeles y las hojas de los árboles en este inicio del otoño. Con la lluvia propia de la estación, todos esos desperdicios tirados transforman el piso en una pista de patinaje. 

¿Ha encontrado el suelo? O ¿Es el suelo el que ha encontrado su mirada? Todo empezó tras la confirmación de sus sospechas. Lleva meses luchando por su equipo, para ella lo más importante son sus compañeros, su equipo, por encima del lema de su empresa. Raquel lo vive, cree firmemente en la fortaleza del grupo humano. Lo demuestra a diario y por ello sus compañeros la veneran. La empresa repite continuamente, sin alma ni credibilidad, su eslogan corporativo “tu equipo” del que hace bandera en la sociedad en un mensaje al que falta vida y credibilidad.

Sus socios en la empresa han decidido modificar el reparto de áreas geográficas exclusivas para los equipos comerciales. Durante semanas Raquel ha intentado demostrar con razones y emociones que la nueva métrica para definir el reparto no es justa, en lugar de valorar el esfuerzo y el desempeño del trabajo, valora aspectos cualitativos ajenos a la capacidad de venta, consideran datos estadísticos aliñados por criterios personales sin pasar por el filtro de la realidad ni por la experiencia profesional. Un invento creado por la mente de un matemático sin conocimientos de la vida ni del negocio. El modelo asigna el reparto favoreciendo a los varones blancos a los que reservan los barrios más pudientes valorando por encima de su capacidad de venta la imagen personal que ofrecen con sus trajes de seiscientos euros muy acorde con el ambiente del barrio. Buenas vendedoras quedan apartadas de las áreas mas rentables. La mejor vendedora de su equipo es la que menos formación previa aporta y lo compensa con creces tirando de simpatía, empatía y cercanía con los clientes. Tiene modales propios de barrios obreros, lachoni la llaman sus compañeros, vincula a los clientes con mayor eficacia que nadie en la compañía, siempre dispuesta a encontrar una solución para cada cliente, les defiende con pasión y ellos lo saben. Por eso la quieren. Sus resultados la avalan, los últimos cinco años ha sido la mejor vendedora de la empresa. 

Finalmente el resultado en el reparto gracias al nuevo sistema favorece a unos frente a otros. Raquel interpreta que selecciona razones de género o de raza, discriminando a los excluidos sin considerar su desempeño previo. 

Su equipo está compuesto mayoritariamente por personas excluidas de los grupos privilegiados por el modelo. 

Hace unos días, la realidad pasó por encima de ella y su gente. Se sintieron abandonadas, tratadas con injusticia y sin razones lógicas que les explicara el por qué. 

Por primera vez en su vida profesional, su equipo sale perjudicado, siente que les castigan después de haber trabajado como nunca, demostrando un ánimo por encima de la difícil época actual y después de conseguir los mejores resultados de ventas de su historia. Son valorados mal gracias a su imagen modesta. 

Durante estas semanas de lucha Raquel se ha ido desgastando, luchar contra la soberbia mayoritaria entre sus socios que desprecian el posible problema, agota a cualquiera, incluso a ella, tan luchadora y tan fiel. Terminó siendo consciente de que la decisión estaba tomada previamente, sólo han creado un relato chapucero para justificar su decisión. Sus socios cuentan a su favor con el miedo de las trabajadoras a perder su puesto de trabajo, utilizan el señalar a unos frente a otros. Crean un ejército de machos beta que apoyan, defienden y custodian a los jefes con la esperanza de convertirse algún día en macho alfa. Un comportamiento propio de las manadas de simios replicado al extremo por las sectas fanáticas. ¿Su empresa del alma se fanatiza?. 

Raquel, ahora vive en el suelo, ha vivido los tres estados degradantes de la ilusión, el enfado que encendió la mecha de la rabia en su mirada, acentuó su lucha por la injusticia y la empujó a bregar hasta el último día. Siempre fue una luchadora. La indignación, que es la antesala de la desidia, del descrédito y del desánimo. Un estado peligroso para alguien con tanta valía profesional y personal, temo que gire sus habilidades hacia conflictos poco convenientes para ella. La veo muy jodida. Me da miedo que explote su fuerte temperamento. Y por último, la frustración, que marca el grado de descrédito máximo, perdiendo la fe en su empresa. Esa que ayudó a crear y ha levantado con su esfuerzo y empuje durante años.

Ha encontrado en el suelo un aliado. Se siente pisoteada. No sé qué hacer por ella. Siempre ha sido la fuerte, la animosa, la voluntariosa, el pilar de nuestras vidas. ¡La han hundido, cabrones!. Me voy con ella al suelo, sucio, mojado y pisoteado, al menos, estaremos juntos. Sin Raquel no tiene sentido mi vida, prefiero vivir con ella en la alfombra antes que vigilar desde arriba para que nadie la pise. 

Solo Raquel sabe cómo cambiar el enfado, la indignación y la frustración por lucha, reinvención y éxito. Estoy seguro de que volverá con fuerza, recuperará el brillo asesino en sus ojos, cogerá lo que es suyo y a los ojos de los demás, habrá superado su duelo. 

Sus socios no la conocen. Yo sé que la han perdido. Le duele el alma con ese tipo de dolor con el que su aprende a vivir sin llegar nunca a curarse. Es lo que tiene la infidelidad, termina en convivencia fría o en divorcio. 

27.9.20

La piruleta

 


Recuerdo que de niña apoyaba la frente en el escaparate de la tienda de alimentación cercana a mi casa, con mis manos abiertas apoyadas de canto en el vidrio fabricaba un campo visual libre de los brillos del exterior. Centraba mi mirada en la piruleta grande, rojo granate, que marcaba la zona del mostrador preferida por los niños. El paraíso de dulces y golosinas. Mi golosina preferida, la piruleta de fresa, me atraía hasta su envoltorio de celofán enroscado en el palo. 

Cada tarde al regresar del colegio dedicaba un par de minutos a soñar con una piruleta. La situación económica en casa era muy justa, en ocasiones mi madre compraba a cuenta alimentos básicos, en la misma tienda de ultramarinos, con la promesa de pagar en cuanto ingresara dinero mi padre. Sus trabajos precarios y su afición a la bebida nos limitaban los ingresos familiares. Un viernes de paga, salieron antes de la fábrica por culpa de un accidente que resultó ser mortal, mi padre y sus compañeros no regresaron a sus domicilios directamente, se dedicaron a brindar por el compañero fallecido. A la hora de comer el nivel de alcohol en sangre de mi padre era tan elevado que se tumbó en un banco del parque para dormir la mona. Le robaron la paga de su bolsillo. Nos costó meses el recuperarnos. 

Mi madre conseguía trabajos esporádicos gracias a la generosidad de las vecinas que la demandaban para costura. Se le daba bien la aguja y el dedal, con una finura adquirida con la experiencia zurcía y reparaba todo tipo de prendas.

Cada tarde miraba la piruleta desde el escaparate, eran mi ilusión y entretenimiento. La ilusión de una niña puede llenarte tardes enteras. 

Hoy casi cuarenta años después mi ilusión ha cambiado, con el tiempo mi situación mejoró gracias a mis estudios universitarios, conseguí un trabajo que me gusta y me financia una vida cómoda y sin dificultades. Sigo con la ilusión de la piruleta grabada en mi mente. 

Vivo en el mismo barrio de mi niñez. La tienda de ultramarinos cerró a mediados de los años ochenta. El local ha visto una sucesión de negocios tan grande que no soy capaz de recordar a qué se dedicaban. Recuerdo venta de teléfonos, un chino, una panadería y hoy es una agencia inmobiliaria. Cuando regreso a casa y paso cerca, me gusta mirar su escaparate, ahora de lejos que ya no tengo edad para pegar mi frente a los escaparates. La piruleta no está, la veo en el sitio que siempre ocupó, ya no está. Su lugar actual lo ocupa la cabeza de una vendedora de pisos poco agraciada quien mejora mucho gracias a su sonrisa amable. Me mira, le devuelvo la sonrisa y regreso a mis ocupaciones. 

Recuerdo que con diez años, mi madre me regaló por Navidad, una piruleta. Nunca le comenté mis deseos de dulce, debió ser la dueña del establecimiento que me saludaba por las tardes cuando repetía mi rutina. Ella se lo comentaría a mi madre quien me sorprendió con el dulce. Tardé una semana en decidir cómo darle cuenta al caramelo. Me entretuve esos días mirando y sosteniendo entre mis manos la piruleta sujetando el palo con admiración. Su diseño simple, cargado de simetría gracias a la inserción del palo justo en el centro del círculo de caramelo. Siete días más tarde separé con ceremonia el celofán, pude admirar el brillo granate del dulce justo antes de apoyarlo sobre mi lengua que noté más húmeda de lo normal. ¡Mmm! Dulce, casi empalagoso, el anunciado sabor a fresa no se lo encontré. En muy poco tiempo caí en la tentación de morder el caramelo. Mi boca se llenó de trozos de piruleta, varios caramelitos granates viajaban entre mi lengua y los dientes. Un breve instante de arrepentimiento por haber mordido atravesó mi cabeza sin llegar a perturbarme, los siete u ocho trocitos de caramelo en el interior de mi boca me tuvieron entretenida un buen rato. Disfruté de ese regalo que agradecí a mi madre con un enorme abrazo. Sin conseguir abarcar su contorno a la altura de las caderas, mis manos descansaban en el nudo que sostenía su delantal. 

No recuerdo más piruletas, su gusto agradable y dulce no me engañó del todo, quedé insatisfecha por su sabor. La atracción que sentí por el diseño se ha mantenido toda mi vida. 

Hoy me gano la vida como diseñadora industrial, dirijo mi propia empresa con cinco empleados, cuatro de ellos son diseñadores gráficos e ingenieros. El logo y el nombre de mi empresa es un guiño a mi vida. La piruleta.

19.9.20

Enamorada

 


Llueve, hará mucha falta para el planeta, la limpieza de la atmósfera, llenar los pantanos y para mover la economía. Ya. ¿Y no puede llover de lunes a viernes? Hoy tengo plan. Cuando llueve el pelo pierde su compostura, se riza, se alborota y pierde el peinado que tantos esfuerzos le dedico. No me gusta la imagen de descuidada que transmite mi cabello rebelde.

Dedicaré la mañana a recomponer mi pelo, quiero estar deslumbrante para la hora de comer, hoy tiene que ser el día, no voy a esperar más. Me tiene un poca harta con sus dudas, qué más quiere. Estoy entregada en la escucha de sus interminables dilemas, compañía a demanda, asesora de moda e imagen, correctora de textos, hombro para llorar, incluso he ido al cine en versión original para ver una película en coreano. ¿Existe prueba más grande que esta? Cierto es que me dormí y no es fácil, para mí el coreano suena a enfado, gritos y siempre terminan las frases en a. No lo soporto, ese tono musical monótono de enfado chillón. Sí, me dormí. Hasta ronqué. En la sala convivimos cinco pirados intentando seguir el argumento a una película absurda. Creo que mi ronquido despertó a más de uno. Me gané un codazo en las costillas del que aún mantengo recuerdo en forma de cardenal. 

Comida informal en un restaurante del centro de Madrid. Informal no está en mi diccionario, me visto de princesa, con mis mejores galas, el maquillaje perfecto y el peinado dominado. La calle, más vacía que de costumbre. El centro está muerto, sin los turistas ahuyentados por el temor al contagio del virus se quedaron en sus lugares de vida, el resultado desolador. Varios locales cerrados con carteles de traspaso o venta. Restaurantes con aforo limitado y muchas mesas libres. La crisis se ceba con los que viven del turismo. 

El restaurante se encuentra prácticamente vacío, cuatro de las doce mesas están con clientes. El camarero se contagia por al aburrimiento del poco trabajo, languidece y pierde la atención. Le llamo hasta tres veces para que se acerque a nuestra mesa, viene solícito y sonriente. Sin quitarme ojo de encima, le gusto. Espero sacar algo de ventaja con su servicio.

Una vez dictada la comanda, nos volcamos en nuestra conversación. Me toca el papel de psicóloga paciente que desmembra cada parte del problema hasta banalizarlo e intentar demostrar que no es para tanto y que de esto se sale más fuerte.

Sus ojos me miran sin ver, no profundizan en los míos. No sabe leer mi sentimiento, mi amor y mi desesperación. No lo sabe pero hoy me he dado un ultimátum, si no enganchamos, me olvido de este amor que me está consumiendo y no me lleva a ningún lado.

La comida pasa rápido, el servicio de cocina es ágil y nuestra hambre escasa. Salimos a la calle buscando un poco de aire, la plaza de España y el cercano templo de Debod nos llama. Me agarro a su brazo procurando rozar más de la cuenta mi pecho derecho con su hombro. Su colonia y la mía se mezclan, combinan bien, son olores compatibles. Hasta en eso. Juego con la piel de su muñeca, mis uñas acarician esa zona mientras la conversación nos lleva a lugares preferidos para viajar.

Rodeamos el templo hasta la barandilla del mirador de la casa de campo. Silencio. Mi vista se pierde en el horizonte, más allá de las siluetas de los grandes aparatos del parque de atracciones. Es hoy o nunca, me juego perder o ganar. No puedo vivir con esta agonía, tengo que decirlo, por mí. Por mi tranquilidad, con sinceridad y sin temor. No hay nada malo en querer a otra persona.

Estoy enamorada de ti. 

Sin atreverme a cambiar la mirada del horizonte. Mis orejas están atentas a cualquier sonido que me pueda dar una pista de cómo reacciona tras mi declaración. Nada, silencio. Vuelvo a repetir

Estoy enamorada de ti. Quiero que lo sepas. No puedo vivir más con esta situación. Te quiero, eres mi vida y deseo estar contigo siempre.

Silencio. Noto cómo traga saliva. Me preparo para la mala noticia. Sus manos se apoyan en mis hombros, a mi espalda. Noto cómo me obligan a girarme ciento ochenta grados. Nuestros ojos se encuentran. Me acaricia la cara con su mano derecha, puedo notar el metal de su alianza recorrer mi pómulo. Me siento morir, soy un volcán de emociones. Quiero que termine ya esta secuencia, que me aclare de una vez, que se vaya, que me bese. Que haga algo. Su mirada ahora sí me ve. La profundidad de sus ojos transmiten sosiego y una enorme paz. Su mano izquierda retira unos pelos rebeldes de mi flequillo que se estaban enredando con mis pestañas.

Y yo a ti, tonta. Y yo.

Por fin me besa. Tan largo es el ósculo y tan extraño para los pocos que están a nuestro alrededor. A nuestra edad, sesenta y dos, no es frecuente ver demostraciones de pasión en la calle. Con habilidad nuestras mascarillas se han caído como dos baberos. Empiezo a reír, sin poder evitar parar. Río y río empujada por los nervios. No me lo puedo creer. Por fin.

¿Cómo se lo digo a mi marido?, me dice.

No lo sé, entiendo que de una manera civilizada, lo entenderá. Es amor, le dolerá perderte y lo entenderá, el amor lo entiende todo el mundo

Después de quince años juntos, le voy a destrozar

Piensa en ti, piensa en mí. Merecemos ser felices y nos queda vida por disfrutar

Pobre hombre, siempre me ha cuidado

Por lo que siempre me has contado no hay amor, nunca lo sentiste. Fue la presión social, la edad o vete a saber el qué lo que os unió en una relación dormida

Pobre Miguel

Sí, Juan, pobre Miguel. Piensa en ti, ganas vida, alegría y amor

Miguel odia a los transexuales, no entiende el cambio de cuerpo. Cuando se lo cuente le voy a destrozar

Le va a doler, sea yo hombre o mujer. Te pierde a ti y eso duele, sin importarte quién sea yo. Cierto es que estoy a medias, me faltó dinero y ganas de quirófano. Tengo un buen pecho femenino. Me siento mujer y amo como un hombre. ¿A ti te gusto así? ¿Sí? Pues, adelante mi amor.

6.9.20

Nuevos vecinos

 


La urbanización “El pinar” es un recinto de casas unifamiliares con amplias parcelas que permiten disfrutar de un jardín, piscina e incluso canchas de padel o tenis. Construidas la mayoría de las viviendas en los años ochenta del pasado siglo, en el fin de la moda de la segunda residencia en la sierra. Poco a poco los campos colindantes se han ido urbanizando, promocionado por los ayuntamientos, de viviendas adosadas en su mayoría. La mejora de las carreteras, la prolongación de la línea de ferrocarril con conexión directa a la capital con alta frecuencia de trenes y el cambio en los gustos de las familias que apostaron por una vida urbana en el medio rural favoreció que familias trabajadoras de la capital fijaran su residencia en la sierra. 

Este cambio de moda afectó a la urbanización “El pinar”, los propietarios históricos espaciaban cada vez más sus visitas a sus segundas residencias, sus hijos crecieron y tienen sus vidas; las casas son muy grandes para acoger a los matrimonios con edad avanzada. Los altos precios que han llegado a alcanzar las viviendas de la sierra y sus amplias parcelas convirtieron sus fincas en atractivo para los constructores. Muchos vecinos terminaron por vender sus casas. Nuevos vecinos aparecen por la urbanización con sus coches de gran cilindrada, sus trabajos importantes y sus vidas urbanas. Ya no se ven grupos de chicos en bicicleta explorando los alrededores, ni cazando lagartijas. Abundan las motos e incluso los mini coches que no dejan de ser un motocarro con volante. La vida cambia. 

La gran casa de los Martinez, antaño la envidia de la urba, vecinos de la parcela de mi familia, desapareció bajo la presión de las palas escavadoras, en su lugar levantaron cuatro casas con parcela que según nos informamos costaron cerca de millón y medio cada una. Los nuevos vecinos son majos. En la primera casa, la más cercana a la mía, vive una mujer de unos cuarenta, aparente, bien vestida que conduce en Q3. Madruga mucho para ir a la capital, siempre en traje de chaqueta. Media melena muy cuidada y zapatos de tacón. Todas las mañanas aparece en zapatillas blancas de tenis y sus zapatos de tacón en la mano. Se cambia al llegar a su trabajo. Tiene una hija de unos siete años al cuidado de una interna de origen peruano. No le conozco padre. 

En la segunda vivienda se aloja un matrimonio de similar edad que la anterior, también coches de alta gama. Tienen tres hijos entre catorce y once años. Todas las mañanas salen con sus chaquetas verdes y sus pantalones grises. Está claro que son alumnos del colegio de opus que está a unos doce kilómetros. Un autobús pasa a recogerles por la mañana pronto. La tercera casa es de un matrimonio maduro, no llegan a los sesenta y por lo que comentó el día que vino a presentarse es prejubilado de Iberia. Fue piloto y su mujer también se prejubiló con él. Viven muy cómodamente, viajan con asiduidad. El golf es su deporte preferido, ambos suelen ir al campo de la urba dos o tres mañanas a la semana. Una mañana coincidí con ellos, juegan a buen ritmo con ánimo de pasear. No se molestan en terminar los hoyos en el green. Levantan bola y siguen. Tras sus dieciocho hoyos marchan a su casa para sus rutinas. Muy educados y sociables, en poco tiempo se han dado a conocer entre los históricos de la urba

Los habitantes de la última casa son los que me tienen más intrigado. Una familia de cinco miembros, matrimonio con abuela y dos hijos, chica y chico. El pack completo. Su vestimenta es más desenfadada de lo habitual en la comarca. Las chicas de la familia tienen por costumbre ir con túnicas a modo de vírgenes vestales. Los chicos, más hippies. El olor a chocolate de sus pipas llega hasta mis dominios estando a bastante distancia. Juan, el marido y padre, conduce un opel con veinte años de antigüedad. Maite, su mujer, se mueve en bicicleta, de esas con la cesta en el manillar. Los hijos de unos quince o dieciséis años van al instituto del municipio que se encuentra a unos dos kilómetros, distancia que recorren a pié cada día. 

Me intrigan, por lo distintos que son y porque tengo menor visión desde mi ventana de su casa. He dedicado los últimos meses a observarles, no soy cotilla, es por curiosidad sana, comprender cómo pueden vivir esos vecinos tan diferentes. ¿De qué hablan?¿Qué les preocupa?¿Cómo han podido pagar esa casa cuando aparentan menores ingresos que los nuevos vecinos? Ayudado de mi cámara con zoom, vigilo fundamentalmente a Maite ya que Juan pasa mucho tiempo fuera de casa. Hace yoga por las mañanas, instruye a la empleada del hogar que limpia y cocina sobre las tareas del día y tras sus ejercicios desaparece de mi control durante unos veinte minutos que es cuando debe ducharse, deduzco porque aparece siempre con una túnica clara color hueso y el pelo mojado que deja secar al aire en su terraza. Todo aparentemente normal. Juan llega a eso de las ocho y media todas las tardes y los chicos en su horario escolar. 

Me intrigan varios detalles, nunca les he visto comprar comida ni sentarse a la mesa a comer. No recuerdo imágenes de desayunos, ni de tazas de café o comidas en la cocina o en el jardín. Con lo importante que es para mí la comida, me cuesta entender que una familia no dedique tiempo a disfrutar de los alimentos. También me llama la atención que al anochecer, nunca encienden luces en la casa. Su pequeño jardín sí cuenta con iluminación, lo que me demuestra que no tienen problemas para pagar el recibo de la compañía eléctrica. Y lo que más me mosquea es que no tienen contacto físico entre ellos, en las ocasiones que coinciden los cinco, mantienen una distancia personal exacta entre ellos, que suelen mantenerse en pié en un círculo imaginario. Por cómo se dirigen a Maite, está claro que ella es la responsable, la jefa de la familia. Todas las decisiones son consultadas con ella. Mide unos centímetros más que Juan y que los chicos. Le calculo 1,85 a Maite; 1,80 a Juan y los chicos aproximadamente 1,75 metros. La abuela un poco más bajita. Maite es la jefa. 

Ayer por la noche, a eso de las diez, llegó el vecino de la segunda casa. Por despiste puso las luces largas de su coche, solo un instante, apenas unos segundos, hasta que se dio cuenta y las apagó justo antes de bajar de su vehículo. El potente chorro de luz de sus faros iluminó el salón de la cuarta familia. La escena iluminada la tengo grabada desde ese instante, en un perfecto círculo, pude apreciar a Maite con más espacio a sus lados y los otros cuatro respetando las posiciones  atentos a la madre. Juraría que se estaban comunicando sin hablar, en la oscuridad de su vivienda y suspendidos en el aire. Poco tiempo se iluminó la estancia y puede ser un efecto óptico con el que mi cerebro me quiere involucrar para seguir investigando. Estoy seguro que estaban levitando vestidos los cinco con unas túnicas sencillas. Casi como unos fantasmas, flotando en mitad de su salón, sin hablar. Noté la mirada de la abuela en dirección a mi habitación, como si notara mi presencia en la habitación a oscuras. Noté su mirada fuerte en mis ojos mientras una voz interior me decía, tranquilo somos pacíficos. 

Esta mañana he coincidido con Maite en la parada del autobús que me lleva a la estación del ferrocarril, de camino a la universidad. Me ha saludado y hemos hecho el recorrido comentando banalidades. Tiene una voz sensual, que te acaricia el oído y mece su cerebro embrujando mis neuronas. Tiene la capacidad de transmitirte una tranquilidad y una paz desconocidas para mí hasta hora. Noto que su conversación agradable y armoniosa me atrapa. No soy consciente mientras ocurre, simultáneamente a cómo recibo las palabras de Maite, mi cerebro va olvidando la escena de ayer por la noche. Al llegar a mi parada, me levanto con cuidado para evitar golpear a alguien con mi mochila de estudiante. Me despido con educación y bajo del autobús. ¡Qué voz! Para enamorarse de ese rumor. Casi juraría que no abrió la boca en ningún momento que se comunica directa a mi mente.

Por la tarde, de regreso, actúo sin pensar, mis rutinas dictan mis acciones. Ducha, música, estudio y cena. Tras la cena, mi rutina dicta limpiarme los dientes y repasar mi diario de exploración, donde escribo mis avances con la familia hippie. Leo lo que escribí ayer y no lo reconozco, no tengo memoria sobre lo ocurrido. Pongo toda mi atención en lo descrito. Estoy preparado. Hace semanas que decidí escribir todos mis descubrimientos y me conjuré que nunca dudaría sobre lo que escribí por si me pasaba algo. 

Mantengo la vigilancia hasta media noche. El recuerdo de esa voz me acompaña, Maite me está hablando directamente. Me está invitando a su casa, ahora. Dudo, no sé si fiarme. Insiste. Una atracción sexual nace en mí, con una fuerza desconocida que me llama para ir corriendo a la casa. Me resisto, no me fío.

Una imagen se me aparece delante de mí. 

No temas, soy Maite, me dice sin abrir la boca ni articular palabra 

¿Quién eres?¿Quienes sois? 

Somos amigos que hemos venido a vivir aquí, no podemos volver a nuestra casa, una fuerza externa muy bien entrenada invadió nuestro hogar y nos hemos escondido aquí. 

¿Quiénes sois?

Amigos

¿Amigos? 

Mira al cielo estrellado en dirección sur, descubrirás una estrella de color azul, de allí venimos, de un planeta muy parecido a este tan acogedor.

Me voy a dormir, no estoy para cuentos.

Al abrir las sábanas para entrar en mi cama, veo a Maite desnuda sobre la misma. 

Tienes que creerme, Oscar, nuestra seguridad va en ello 

¿Cómo te llamas? 

Elipán, me dicen. Para tí Maite. Me dice mientras toma mi mano acercándome hacia ella. A las caricias a mi cerebro se unen sensaciones en mi piel. Su voz embriaga, su tacto enloquece ¿Cómo no voy a confiar?


2.9.20

Lucía ojos azules

 

Lucía es mucho de enumerar, de contar. Trabajó durante un tiempo en una guardería infantil a cargo de quince niños de dos años de edad. Uno, dos, tres, hasta quince. Lo hacía continuamente. Al salir del aula, al regresar, mientras comían. Su gran temor era perder un niño, una responsabilidad a la que nunca llegó a acostumbrarse. Por eso dimitió. 

Mas la costumbre sumadora se le quedó y la incorporó a su día a día, con gran trajín, cuenta y cuenta. Una, dos, tres mujeres embarazadas. Seis carros de mellizos por la calle, ocho ancianos con zapatillas deportivas, siete culonas con mallas compresoras negras, cincuenta y dos escalones hasta el garaje, seis mil novecientos trece pasos en su paseo matutino antes de prepararse para ir a trabajar. 

Esta tarde han quedado en la casa familiar para celebrar el encuentro anual entre los primos Blazquez, quince nada menos. Lucía es puntual y como siempre, se presenta la primera. La recibe su abuela con quien comparte nombre y color de ojos, azules llenos de vida. Color océano los llama su abuela Lucía. 

Hola cariño, siempre la primera, pasa, ven, ayúdame con los preparativos. Supongo que tus primas y primos llegarán con retraso, como siempre. 

La abuela hace de anfitriona interesada en mantener el contacto entre la segunda generación de su linaje consciente de que es que al faltar ella fácilmente los contactos se diluirán por efecto de las quince vidas y sus evoluciones. 

Todos los años, en la primera semana de septiembre organiza una merienda a la que invita a todos sus nietos a los que lleva comprometiendo para la causa durante todo el año, impidiendo cualquier deserción y eso que Emilio siempre lo intenta, hasta ahora sin éxito. Menuda es la abuela cuando se empeña en algo.

Van llegando los primos y Lucía contando. De uno hasta dieciséis. Algo falla, vuelve a empezar, se repite así misma que no se cuenta a la abuela. Uno, dos, tres, dieciséis. Empieza a fallar. Ella siempre ha sido infalible con los números, no hay sucesión que se le escape. Vuelve a contar. Uno, dos, tres, cambia de habitación y suman cinco más, van ocho, en la terraza cinco más, van trece y en la cocina dos más con la abuela que sumándose hacen dieciséis. 

Abuela, ¿cuántos somos? 

¡Qué pregunta más extraña, Lucía! ¿Cuántos vamos a ser? Los de siempre. 

Lucía regresa hasta la puerta de la casa y repite el conteo. Riguroso, científico y ordenado, sin permitir que nadie cambie de escena. Dieciséis. Busca en el aparador de la entrada una pequeña libreta y un bolígrafo. Sabe que su abuela siempre tiene a mano esa libreta para apuntar imprevistos que necesita comprar. En la primera hoja, la lista de la compra. Su mirada acaricia con amor la letra inclinada y perfectamente alineada de la abuela. Pasa la página para utilizar una hoja en blanco. Vamos a ver Lucía, no te vuelvas gilipollas, escribe los nombres de los primos por orden y origen de tío.

Esperanza, Emilio y Nacho. Celia, Marta, Lucía 1 y Juan. Luis y María. Alejandro, Juan Antonio, Jorge y Javier. Su hermano Miguel y ella, Lucía 2. Total quince. 

Vamos a hacernos una foto de recuerdos todos. 

Ya suena Juan Antonio, el enamorado de retratar cada encuentro, cada vez que se juntan comparte un álbum en google fotos con cuarenta o cincuenta instantáneas de la reunión. Suelen estar muy bien y ayudan a recordar con el paso de los años cómo cambian de moda y apariencia.

Salgamos al jardín, instruye Juan Antonio. 

Ordena a los primos, con la abuela en el centro de los dos escalones de bajada a la hierba. Los altos atrás, las primas abajo con la abuela. Fija su cámara al trípode que siempre va con él y gracias a su mando a distancia, dispara un sin fin de fotos. Luego cambia las posiciones para la foto sin la abuela. Repite el protocolo de disparo. 

Tras el ejercicio de retrato colectivo, la abuela llama y fija el inicio de la merienda que consiste en una mesa repleta de comida con dos pilas de platos para que cada uno se sirva y pueda comer de pie o sentado en las sillas colocadas alrededor de la sala. De esta manera favorece la comunicación entre todos, evitando las limitaciones que produce la mesa que casi te obliga a dirigirte a los que se sientan más cerca. Perdiendo la oportunidad de conversar con los más alejados.

La cercanía de edad entre todos ayuda mucho a crear un ambiente de complicidad. Ocho años distancian a la mayor, Esperanza, con el pequeño, Javier. Durante los años escolares ocho años es un mundo. Ahora con todos adultos se reducen las diferencias, se facilita la unión y se asientan las relaciones creadas hace años al calor del veraneo en conjunto. Coinciden ejemplos donde más que primos, son amigos. Les unen lazos antiguos, complicidades adolescentes e incluso aprendizajes naturales llenos de curiosidad y morbo. 

Lucía reconoce que cada año siente pereza para ajustar sus tiempos para dedicar un día a la merienda de la abuela, acude gracias a su insistencia implacable, al igual que le ocurre a cada uno de los asistentes. Están juntos por lo pesada que es la abuela y por cómo es capaz de decir a cada uno la frase necesaria para asegurarse su presencia. 

Lucía reconoce que cada año se alegra por compartir la experiencia y disfrutar de su familia en un ambiente agradable y cercano.

Sobre la mesa quedan doce medias noches, ocho pastas de mantequilla y tres porciones de tarta de Santiago que hace la propia abuela. Nada más. Poco queda por contar. Un éxito.

Juan Antonio, termina su álbum, tras enseñarle en exclusiva a la anfitriona que disfruta de cada una de las instantáneas, lo comparte con el resto de los presentes. Reciben todos los primos la invitación para adherirse al álbum de recuerdo. Sesenta y dos fotos. El año que más. Dos de los corrillos formados comparten comentarios de cada una de las instantáneas. Alguna risa remarca situaciones cómicas descubiertas por el objetivo de la canon de JuanAn. Lucía se anima a repasar por encima las fotos, esa noche en casa las verá despacio. Las fotos en el jardín llaman su atención, están todos e instintivamente suma. Dieciséis con la abuela en el centro, sonriente y con sus ojos azules llenos de felicidad. La siguiente foto es donde están los primos sin la abuela. Otra vez dieciséis. 

Vuelva a contar, no puede ser. Dieciséis. Levanta la mirada de su móvil, encuentra los ojos de su abuela esperándola. Mirada amable que la hace comprender que ella sabe lo que está pasando. Lucía se levanta para acercarse a su abuela.

Lo sé hija mía, lo sé. Sólo tú lo ves ¿verdad? 

¿Quién es? 

Eres tú, mi amor, tu imagen de hace mucho tiempo, de cuando te fuiste con doce años. Es hora que tu alma descanse. 

- Estoy aquí, abuela. Y entonces ¿salgo dos veces?

Sales con tu imagen del pasado y la que tendrías hoy. Una imagen idéntica a como era yo con veintitrés años. Piensa, mi amor, piensa ¿Con quién has hablado hoy?¿Qué has comido? Repasa las fotos. 

Lucía repasa las sesenta fotos restantes. 

No estoy en ninguna, abuela, salvo en las de grupo 

Porque no estás. Sé que has venido a por mí, te intuía desde hace tiempo. 

Las Lucía del pasado y del presente desplazan su mirada alrededor de la sala, la familia pierde nitidez se difuminan hasta borrarse todos los cuerpos. Se han quedado solas, el reloj de pared del salón marca con sus campanadas las diez de la noche, en septiembre ya es de noche. Los ojos azules infinitos de Lucía se apagan. Una vecina comentará que vio volar, en la oscuridad, a dos gorriones en dirección a la luna. Dos gorriones azules. Azul océano.


27.8.20

¿Quién soy?

 

  


Me siento adormecido, cansado y comprimido. Parece que esta vez he dormido mucho tiempo de siesta, noto mi cuerpo agarrotado y perezoso. Sin ganas de activarse. Abro los ojos, mucha luz, fuerte y molesta ¡qué extraño! Si para dormir necesito oscuridad absoluta, nunca duermo con las persianas levantadas. 

No reconozco la habitación, pintada de blanco con un enorme ventanal con vistas a otro edificio cercano recibo luz directa desde la izquierda iluminando el apoyabrazos del horrible sofá de plástico imitando la piel de color gris claro. Una mesilla auxiliar vacía y nada más. Un nuevo intento para cambiar de postura, ni caso, mi cuerpo sigue adormecido, no me responde. Consigo girar el cuello hacia mi izquierda. Una pared blanca desnuda. Descubro en mi brazo una toma doble en mi arteria. Una vía utilizada por una toma de lo que parece suero fisiológico y la otra vía está cerrada. 

Sigo sin recordar dónde estoy y qué hago aquí. Noto varios cables sujetos por ventosas en mi pecho. Por tercera vez me concentro. Mi deseo es moverme, esta vez noto que mi mano izquierda se acerca a mi cintura, la uña del dedo índice rasca mi piel cerca de la nalga.  

Siempre encontré un especial gustito al rascarme las nalgas justo después de despertarme. Si es posible a dos manos. Mi primer gesto ha sido ese, rascarme el culo. Con la mirada vigilo la mano derecha con el ánimo de repetir la gesta izquierda. Se encuentra más retirada del cuerpo y aunque noto la flexión y extensión de las falanges, no consigo contactar con mi culo. Me quedo sin rascado. Esta actividad física que me traigo ha llamado la atención de alguien, parece que los cables que tengo pegados al cuerpo han chivado que algo pasa. Aparece una monja pequeñita, con mirada despierta un tanto entrecruzada con una verruga del tamaño de una lenteja en el mentón. Luego me enteraré que se llama Sor Luz, por la cara que puso al notar mi mirada la bauticé Sor Presa. Comienza a aletear como una polilla aprendiendo a volar, pequeños saltos adornar su vuelo, no parece muy alta, escaso metro y medio, delgada como un fideo y una cofia en el pelo de color blanco nuclear. Todo blanco y una verruga. Duda si acercarse, hablar, vuelve por sus pasos y la oigo gritar desde la puerta. Regresa por fin, se me acerca, toma mi mano y acaricia mi frente. 

Buenos días, Miguel

La miro con curiosidad, consigo apretar su mano lo que la sorprende de nuevo, da un salto inesperado. ¿Por qué me llama Miguel? ¿Dónde estoy? ¿Quién es? No me salen palabras de mi boca. Al intentar hablar noto un tubo de goma. Así es imposible. 

Tranquilo, ahora viene la doctora. No intentes hablar que te puedes hacer daño. A ver si te pueden quitar el tubo. Dios mío, un milagro. Un milagro. 

Cruza la puerta de la habitación una mujer decidida, esta es más alta, viene enfundada en un pijama verde, en su bolsillo en el pecho escrito M. Milla. Deduzco que es médico por el fonendoscopio que adorna su cuello, se acerca revisando mis constantes en la pantalla que tengo a mi espalda. 

Muy bien, Miguel, bienvenido al mundo. Una grata sorpresa. Me dice Sor Luz que tienes capacidad para mover la mano, perfecto. Si entiendes con que te digo, aprieta dos veces, por favor. 

Siempre fui un chico muy bien mandado e hice el movimiento solicitado. La doctora Milla sonríe, noto en su mano que empieza a relajarse. Alarga su mano hasta mi mano izquierda. 

¿Puedes repetir el gesto, Miguel? 

A ver si me quitan el puñetero tubo de la boca y les aclaro que me llamo Luis. La sonrisa de Milla confirma que mi mano izquierda también es capaz de apretar. 

Vamos a hacerte unas pruebas para ver cómo estás y reaccionas. Me gustaría quitarte el tubo y el respirador. Ahora vendrán a por ti para acompañarte hasta la sala de resonancia. Te pido un poco de paciencia. Después de tanto tiempo no sabemos cómo despierta tu cuerpo. Quiero asegurarme antes de pecar por precipitación. En un par de horas vuelvo a verte y te comento ¿vale Miguel? 

Giro la cabeza de derecha a izquierda acompañado de un gruñido, intento decir que me llamo Luis, con tanta cosa en la boca solo se escucha UI, UI. La doctora Milla interpreta mi gesto como impaciencia y calma mi angustia con una caricia en mi cara. ¡Tengo barba! Me dejo llevar, en un par de horas me dirán algo. Los empleados de este hospital trabajan de manera muy diligente, en pocos segundos vienen a por mi, se llevan la cama conmigo encima y todos esos cables y tubos. En un ascensor grande cuento tres personas a mi alrededor, el celador que empuja la cama, un enfermero con los brazos tatuados como si de un marino se tratara y  Sor Presa, que ha dejado de bailar y toma la voz cantante. Pequeña y mandona. Las dos horas se doblan llenas de pruebas médicas y visitas esporádicas de una sucesión de especialistas médicos. Cada uno a su tema. Al regresar a mi habitación, una cara llorosa con media melena color claro se me acerca hasta abrazarme. Sus lágrimas mojan mi cuello, resbalan hacia mi espalda por la nuca. ¿Quién es esta mujer? Se supone que soy alguien importante en su vida. 

Miguel, cariño, ¿estás bien? 

Y dale con el Miguel de los cojones. ¿Quién es esta mujer? Tiene cara agradable, mantiene rasgos de una belleza natural descuidada, su cara lleva escrito el sufrimiento. Lo ha debido pasar muy mal en su vida. Viene vestida con humildad, limpia y con un olor a colonia limpia. Su mano no deja de apretar la mía, me acaricia y besa si parar. Está claro que me tiene cariño. Por fin, de nuevo, la doctora Milla. 

Miguel, tu caso es un auténtico milagro, hemos estado revisando tu situación actual comprándola con los informe médicos que teníamos de ti. Es todo sorprendente, incluso hay cosas que no somos capaces de comprender, además de despertar de un coma tras varios años dormido, has sanado de dolencias previas. Algún error hemos apreciado en los informes, pues tienes las muelas del juicio cuando según los registros te las quitaron hace veinte años. Enhorabuena. La prueba de retirada de la respiración asistida la han pasado con éxito, voy a retirarte el tubo, te aviso que te va a molestar.

La doctora da instrucciones a los presentes en la sala para que abandonen la estancia, la llorona se resiste hasta que la perseverancia de Sor Presa la convence. Se quedan la doctora y el enfermero tatuado. Mueven la cama hacia la mitad de la estancia. Me permite comprobar el pequeño jardín existente a la salida del hospital. Me choca el modelo de vehículo que veo en la entrada, me recuerda a un huevo cocido, otros que pasan repiten diseños similares. La doctora Milla gira mi cabeza, me mira a los ojos y me pide que no me mueva. El tubo sale rascando por su trayectoria, me irrita la garganta. Tengo sed. El tatuado sube el cabecero de la cama permitiendo que me incorpore y me sienta más cómodo. 

- Vamos a llevarte a la UCI durante un par de días para tenerte en vigilancia, no intentes hablar aún, tienes la garganta muy irritada, vamos a darte calmantes y a hidratarte. Puedes beber agua a demanda, pero asegúrate que bebes más de dos litros al día. ¿Lo has entendido, Miguel? 

No soy Miguel. Me duele hablar, consigo que se me entienda. La doctora Milla parece que comprende la situación, la revisión de los informes médicos la han hecho dudar. No cree en los milagros y menos en la recuperación de muelas. Algo no le encaja 

De acuerdo, por ahora, lo dejaremos entre nosotros, no vamos a liar más a la gente ¿Cómo te llamas? 

Luis 

Noto que mi garganta escuece mientras trago un rastro de sangre tras el esfuerzo 

Luis, de verdad, no hables. Descansa. Bebe líquidos. Esta noche estoy de guardia y vendré a ver cómo estás. Por ahora, vamos a dejar que sigan pensando que eres Miguel. Confía en mí. 

La vida en la UCI es tediosa, en lugar de estar en la sala común, me han destinado una habitación individual con muchos cables y cámaras. Una enfermera, Rosa, acude cada veinte minutos para comprobar mis datos y mi ánimo. Profesional y minuciosa, se le nota capaz con habilidad para trabajar en la UCI. Distante y fría, no es capaz de entablar una conversación de más de tres palabras conmigo. Me mira un instante, revisa las pantallas y se despide con un cariñoso apretón en mi brazo. Poco más. Insisto en moverme, cada vez responden mejor mis extremidades a mis deseos de movilidad. Soy capaz de mover el brazo para alcanzar el vaso para beber. No tengo fuerza. He perdido la masa muscular por inacción. Mis dedos de los pies también responden. Un avance. 

La llorona, ya sin lágrimas, aparece, debe ser la media hora de visita que permiten. En la UCI no hay sillas para las visitas, se mantiene de pie junto a mi cama. La miro extrañado, descubro a una persona preocupada por mí. Mi gran soledad junto con el aburrimiento desde que me han dejado al cuidado de Rosa me empujan a conocer más a esta mujer, por lo menos compañía tengo asegurada. Habla y habla sin parar, no sé quienes son Lucía y Emilio por lo que parecen han terminado el colegio, Lucía en la universidad se prepara como ingeniera. ¿Como yo? Vamos, ni en sueños soy yo ingeniero. ¡Esta alucina! Y Emilio en la academia militar. Todo muy lejano, todo muy diferente a mí. Un detalle me da un poco de luz. La llorona lleva un pase colgado por una cinta de tela al cuello. La V visible en gris la marca como visitante. Lucía Aguirre. La llorona tiene nombre. Empiezo a encajar. Me besa en los labios y me acaricia la barba antes de irse, su tiempo de visita ha terminado como bien le recuerda la triste de Rosa. 

Hasta mañana cariño, descansa. Los niños se van a poner muy contentos. 

Rosa casi empuja a Lucía hacia el exterior. Se nota que le gusta estar sola con sus enfermos, que además, no suelen hablar. 

Poco tiempo después aparece la doctora Millán, fiel a su promesa. A ella, sí que le facilitan una silla. Cierra la puerta y se sienta a mi lado. 

Hola Luis 

Hola 

No hables, te puedes hacer daño. 

Le hago el gesto de la escritura con la mano derecha. Ella asiente y sonríe. 

Mañana te daré algo para escribir, ahora quiero que me escuches atentamente, tienes mucho en lo que pensar. 

Muevo la cabeza con suavidad para hacerla entender que estoy preparado. 

Llevo investigando desde la última vez que hablamos y voy a darte datos. Estamos en el año 2019 llevas dormido diez años en coma profundo. Por tu historial naciste en Badajoz en 1970. Gracias a que tu familia siempre se ha resistido a desenchufarte de la ayuda mecánica para vivir estamos aquí ahora sentados. Estamos en Madrid, parece que estás casado con Lucía y tienes dos hijos. Ella ha sufrido mucho estos años para sacar adelante la familia, tu pensión no es muy alta y su trabajo está poco remunerado. Además de vivir durante tantos años pensando que su marido es un cadáver vivo gracias a las máquinas. Durante los últimos cinco años ha perdido la fe y sus visitas cada vez han sido más espaciadas. Este año parece que solo vino el día de vuestro aniversario, el uno de junio. Estamos a diez días de las navidades. 

¿Cómo te llamas? 

Es mejor que no hables. Disculpa, no me he presentado. Me llamo Marta Millán. Soy médico en este hospital desde hace catorce años y diariamente he pasado por tu habitación para ver cómo estabas. Siempre igual, dormido. Tras diez años inmovilizado has perdido fuerza muscular, que recuperarás con ayuda del fisio. Tienes llagas en la espalda de estar siempre tumbado, que se curarán. Lo que no comprendo es tu historial médico, no cuadra con los datos del reconocimiento de esta mañana. Según tu historial, te extrajeron las cuatro muelas del juicio, deberías tener una cicatriz por una rotura de tibia en un accidente de moto e incluso parece que te operaron de apendicitis en 1995. No tienes cicatriz. Lo que tengo claro es que Miguel Pérez no eres. Me creo que te llamas Luis, lo que no me cuadra es la reacción de tu familia. Todos están convencidos de que eres Miguel. ¿Tienes algún hermano? 

Niego con la cabeza 

¿Algún primo? 

Vuelvo a negar. Consigo subir mi mano izquierda hasta su brazo, bebo agua con la otra mano y me animo a beber para poder hablar  

Nací en 1942 y no sé qué hago aquí. ¿Crees en la reencarnación? 

Marta me mira, me aprieta la mano, se me acerca y me besa en los labios. 

Haz memoria Luis, en 1962 nos casamos en Zamora. Yo también he vuelto 

¿Ana? Ana ¿Cómo es posible? 

Nos deben una vida

Buen viaje, Joe

  Joe, simplemente Joe. Omitiendo, desde siempre, el rango familiar de tío. Recuerdo tu aterrizaje entre la familia cuando Ana, también sin ...